Sino peripatético de Daniel Campos

 

Sino peripatético. Un despertar americano de Daniel Campos
Sudaquia Editores, New York, 2023. 360 páginas, ISBN 978-1944407919

Sino peripatético. Un despertar americano (Sudaquia Editores, 2023) es una colección de memorias, de paisajes, flora y fauna y además interacciones y análisis sociales que forman un conjunto “rico en vínculos transamericanos” (356). Daniel Campos orienta estas memorias alrededor de dos ejes principales: por un lado, un retorno familiar precipitado por los tratamientos médicos que un cáncer de vejiga le requiere a su padre, y, por el otro, la nostalgia y búsqueda que ese retorno a Costa Rica conlleva en cuanto a lo social y filosófico de un lugar al que se supone que alguien puede (o no) pertenecer. Campos plantea: “Si andás deambulando por tus antiguos barrios sin saber a quién buscás es porque andás buscándote a vos mismo, como si sentado en un cine miraras a la butaca vacía de al lado, en vez de percibir que llenás la tuya con tu propia presencia. Deambulás y no encontrás a nadie (139). En Sino peripatético, mientras narra su retorno a Costa Rica de Brooklyn con una familiaridad parcialmente roída por la distancia, Campos despliega un ojo a la naturaleza (desde vegetal, animal, y hasta humana) de los lugares que como peripatético recorre y (re)conoce.

Me permito confesar la mucha cabanga (homesickness, saudade) que me produjo leer este libro. No ya por los lances, los compas, las mejengas, los barrios, los “¡diay!” intercalados, el yigüirro salmista, el taxista líder de la ultra morada, o el guachimán asaltado, sino además por el registro específico de entender perfectamente cómo es pasar fechas de festejo lejos de mi madre, o preguntarme cuán analfabeta de San José me he vuelto (una persona que no “conoche San José de noche” como se dice). Yo también me he subido a un árbol y apeado, no toronjas, pero sí aguacates con mi papá abajo, con dos palos de escoba metidos dentro de un saco esperando que los tirara para atajarlos. Hace poco volví de Costa Rica después de 6 años de no poder salir de los Estados Unidos por cuestiones de visa ligadas al mismo tipo de trabajo académico que Campos desempeña, y cuyas implicaciones existenciales están también plasmadas en Sino peripatético, entonces este acercamiento al libro se lo entrego hoy con el corazón en la mano.

En primera instancia, las memorias nos instan a descifrar la naturaleza del peripatético. El peripatético en este caso tiene la libertad de movimiento y oportunidades y recursos para ejercerla. Tiene acceso a acervos culturales, lingüísticos, filosóficos, variados. La palabra, sin dejar de apuntar a un específico contexto filosófico e histórico, nos invita también a considerar interrogantes casi que caprichosas. ¿Qué es un peripatético?, ¿alguien que pone peros?, ¿que tiene algo patético?, ¿está perdido?, ¿encontrado?, ¿(im)paciente?, ¿satisfecho? Parece un estado que a veces es gozo y a veces es cadena. El impulso principal del narrador es formar vínculos sociales, y el texto transmite cierta torpeza –o tal vez es la misma naturaleza peripatética– que de alguna manera hace que a veces el narrador se “descuajilotee” o pierda su certeza o calma al buscar y forjar esos vínculos. Es casi como si las muy útiles herramientas con las que carga, a veces, en conjunto, pesaran demasiado y, a la hora de lo simple, en conjunto, fallaran. O quizás esa es solamente la impresión que nos quiere dar a les lectores a la hora de ver sus reflexiones, que al fin y al cabo no tienen mucho de torpes. Nos invitan a tomarnos muy en serio las cuestiones de los sures que son nortes y a preguntarnos cuidadosamente qué nos orienta, y cómo.

A través de estos juegos en Sino peripatético se contrasta lo cosmopolita con lo parroquial, representado entre otras cosas por los costarriqueñismos que menciono arriba. Reflexionando ante su llegada a San José dice el autor: “Quizá ahora ando un poco más atento a los toques cosmopolitas de una ciudad que ha cambiado, como he cambiado yo” (32). Y el texto en realidad es cosmopolita y más que cosmopolita, global. Le caben geografías variadísimas, conocides y vivencias en muchos lugares, haikus con numeración japonesa, lingüistas coreanos formados en Salamanca, franceses y españoles que debaten quedarse a vivir en Costa Rica, cine en árabe con subtítulos en ruso.

Sobresale, para mí, la mirada ante el mundo natural como la mayor virtud del libro. En su poesía, Campos esgrima esta mirada con precisión y cuidado. Es autor de poemas que son retratos de pájaros, poemas que son como estar viendo las aves cara a cara, como estar envuelto en los paisajes que frecuentan y escuchar los cantos que emiten. Esa guía aviaria también vive en Sino peripatético: las lapas, las reinitas, los colibríes. El ojo de Campos es erudito y cuidadoso ante la naturaleza, no solo en los paisajes rurales sino también en las interacciones con el mundo natural dentro de la ciudad misma. En las descripciones se manifiesta ese conocimiento y cariño, por ejemplo:

Sobrevolamos la costa caribe de Tiquicia y reconozco claramente el Refugio Gandoca Manzanillo y un poco más al norte la punta de Cahuita. El oleaje espumoso baña sus desiertas playas de arenas claras. Luego nos adentramos sobre tierra firme y al este observo las cumbres del Volcán Irazú imponerse sobre algunas nubes. Seguimos un curso bordeando el Valle Central para acercarnos a Alajuela desde el oeste. Al descender sobrevolamos el cauce del río Grande de Tárcoles. El cañón es profundo y en este día despejado se distinguen nítidamente los contornos de las montañas y las rugosidades del terreno. El tupido bosque siempreverde recubre las laderas del cañón. Y en esas laderas y las montañas circundantes aparece la maravilla, lo que no se había observado en vuelos anteriores: los árboles cortez amarillo en flor. (22)

Como este párrafo hay incontables ejemplos en el libro en los cuales se despliega una intimidad y una precisión estética antes el mundo natural que son conmovedores.

Esa mirada ante la naturaleza se añade también a una función de excavación de la memoria y además una función etnográfica. Campos apunta a aspectos del territorio cultural con el que se encuentra, en el cual distingue con mayor facilidad ciertas instancias con su ojo peripatético: observa de su amiga nicaragüense, por ejemplo, “[es] nicaragüense, aunque sus papás la trajeron en su niñez y ha vivido la mayoría de su vida en Costa Rica. Tiene acento tico y por ello a veces las personas no se percatan de su origen. De vez en cuando le toca escuchar la xenofobia sin filtro de algunas personas” (34). En un ciclo de cine –arte que acompaña mucho al autor a lo largo de las memorias– apunta además a ese tan arraigado complejo de superioridad europea que plaga el imaginario costarricense. Se presentan documentales de América del Sur, dos chilenos sobre resistencias a la dictadura de Pinochet, y uno mayoritariamente en guaraní. Campos se pregunta, sobre la audiencia “menos de treintañera” con “estilo hippie chic de vestir, alternativo y aparentemente descuidado” (93). Supone que son de “artes dramáticas, plásticas y quizá alguno de ciencias sociales” (93). Cuando muchas de las personas presentes se levantan y se van en medio documental en guaraní, comenta: “para mi desazón, la tercera parte de la audiencia se levanta y se va, poquito a poco. Me incomoda pensar que entre esta gente universitaria, tan alternativa, haya tantas personas que se interesen por asuntos latinoamericanos de clase media en español pero no por los asuntos indígenas, en guaraní por ejemplo. Espero que no sea eso. Quizá se les hacía tarde pero la sospecha me incomoda” (94). La observación de las desigualdades sociales está presente desde los barrios de Brooklyn hasta las favelas y destinos clasemedieros en Brasil, y rescato el ojo crítico a ciertas violencias muy naturalizadas y de cierto modo constituyentes de esta “Tiquicia” de Campos y mía.

Celebro el texto de Daniel Campos, repleto de voces de pájaros y lluvias, de memorias de calles vueltas a re-correr y re-conocer, de otra voz que clama “No te olvidés de Centroamérica, que te necesita” (122) y que al adentrarse en el texto que es cauce sinuoso y bosque siempreverde, les recuerda a sus lectores qué es la “vida de caminante. Vida de Sino peripatético. Dichoso el que encuentra cariño a lo largo del camino” (266).

 

 

Ignacio Carvajal (él/elle) es poeta, traductor, y profesor. Ha publicado varios artículos académicos y poemas en diversas revistas y dos colecciones cortas de poesía, Plegarias (University of Houston / El Suriporfiado 2019) y allow – a litany (La Resistencia Press, 2021). Ocupa el cargo de profesor asistente en el departamento de literatura de la Universidad de California San Diego.