Aída y los despojos de la guerra

 

 

Cuando uno piensa en Aída, la palabra “grandiosidad” aparece entre pirámides, esfinges, ejércitos y elefantes. Situada en un remoto Egipto, una esclava etíope sufre las humillaciones de quien ha perdido la guerra. En esta ocasión, el Lyric Opera de Chicago presenta una versión esterilizada, donde las pirámides han sido sustituidas por bunkers, las togas por uniformes militares y los elefantes por grafiti. Dirigida por Francesca Zembello, la sobriedad de la escenografía coloca la obra en un momento indefinido, más contemporáneo, estableciendo que los conflictos personales (el amor) y los mundiales (la guerra) son universales e imperecederos. No obstante, el ingenioso uso de la simbología a través de los jeroglíficos diseñados por RETNA (Marquis Lewis) que aparece en telones de fondo, estandartes y cetros, le inyecta misticismo a la puesta, brindándole una cualidad etérea que traspasa los limites culturales y temporales. De esta forma, se enfatiza el tema central de la obra: las consecuencias de la guerra trascienden tiempo, idioma y espacio, y continúan haciendo eco en la actualidad, sin importar fronteras. 

El alma de la producción es el increíble talento del elenco, comenzando con Michelle Bradley en el papel de Aída, la princesa etíope capturada por los egipcios. La soprano estadounidense posee una voz superdotada que alcanza los rincones más remotos del recinto y nos hace vibrar con la lucha interna entre su amor por el comandante enemigo, Radamés, y la lealtad a su padre y a su pueblo. La antagonista, Jamie Barton, brilla como la malvibrosa Amneris, la hija del rey de Egipto, otra que también está enamorada de Radamés y hará lo posible por separarlo de Aída. El tenor, Russell Thomas se planta en el escenario con la fuerza del líder persiguiendo la gloria y la vulnerabilidad de un hombre enamorado, y es quien nos recuerda que en la guerra no hay ganadores. 

Cabe destacar que Aída es una de esas operas que tiene todo: además de la orquesta en el foso, hay músicos en escena, bailarines, y un coro de voces representando al pueblo, a los sacerdotes, a los esclavos y a los prisioneros. Hay momentos en los que no sabe uno para donde voltear. Aun así, hay varios momentos muy íntimos, con solo dos o tres actores en escena, pero es el clímax de la obra, al final del segundo acto, donde la gran “Marcha Triunfal” explota y es lo que distingue esta obra como el grandioso espectáculo que es. Es el momento en donde todos sus elementos coinciden para dar lugar a una explosión de brillantina dorada celebrando el triunfo de Radamés y la captura de Amonasro, el padre de Aída. La precariedad de su posición es clara y es lo que dará lugar al trágico desenlace propio de un dramón de ese vuelo.

El tercer acto es el “tour de forcé” de Michelle Bradley donde su vigor y habilidad como Prima Donna quedan patentes, pero es su vulnerabilidad y la química que tiene con Russell Thomas, lo que alzan esta puesta como un “must see” de la temporada. 

Un “shoutout” al duranguense, Alejandro Luévanos, en el papel del mensajero, deseándole mucho éxito. 

 

 

Aída se presenta en el Lyric Opera de Chicago hasta el 7 de abril.