Todos somos ‘Cuaco’

Todos somos ‘Cuaco’

 

La vida de los inmigrantes se refleja en este largometraje que nos coloca dentro de un laberinto de acertijos, un rompecabezas de piezas representativas de la vida de los emigrados. Cada pieza tiene que conectarse de manera correcta para explicar su correlación. Cuaco es el equivalente moderno a la célebre novela Pedro Páramo. Es la cruda vida de los inmigrantes que se vive de forma perpetua sin encontrar una solución. 

 

El acertijo

Enfrentado con su propio reflejo (viejo, enfermo, cansado y derrotado), Horacio se percata de la persecución de dos agentes federales que le buscan con el propósito de apresarlo por el delito de falsificación de documentos migratorios. Aun siendo un hombre de movimientos lentos, debido a la ceguera progresiva que le aqueja (realidad que vive el actor en la vida real), el personaje logra embarcarse en un plan previamente elaborado por él mismo con el objetivo de volver a su tierra de origen. Se propone recorrer exactamente los mismos lugares por donde transitó hace 30 años, todo como si fuese un ritual o una catarsis para valorar esas situaciones adversas que le generaron el inicio de su particular peregrinar. Horacio prepara su propio funeral en la ciudad de Chicago, en complicidad con un sacerdote y la comunidad inmigrante. Dentro del complejo desarrollo de la historia, advertimos la necesidad de observar con agudeza visual y auditiva cada escena. Horacio, ya en fuga, toma todas las precauciones para que se celebre su propio funeral, ¡sin muerto! Y ahí está ese ataúd vacío, en tránsito.

Somos parte de una comunidad que subsiste, a veces agonizando, a veces muriendo, a veces viviendo. Incluso con la intervención de las autoridades federales, el tráfico de documentos continúa diariamente. Cuaco, o mejor dicho la comunidad inmigrante, representa un ciclo de vida, ya que siempre se repite la misma historia con distintos participantes. Y así gira este reloj de vida. Y ahí va Horacio en ese camión en compañía de Mica, que lo entregará a la voracidad del desierto.

 

Cuaco a mitad del camino

La verdadera catarsis se desata en el desierto, el sol en lo más alto. Ahí vienen la visión, la risa, el llanto, la locura misma. Todos los seres humanos sufrimos en algún punto de nuestras vidas esas regresiones, el sueño plácido y la tormentosa pesadilla. Estas escenas en que Horacio se enfrenta a su pasado, a las circunstancias que lo obligaron a tomar la determinación de huir. ¿Valió la pena? ¿Por qué no volvió antes? ¿Fue realmente feliz? ¿Encontró las respuestas que buscaba? La virtud de la autoflagelación emocional quizás sea lo único que al final nos queda. Horacio se reencuentra con sus sombras, pero ya sólo son eso: recuerdos, sombras, cenizas. ¿Por qué será que a todos los inmigrantes los atormenta la nostalgia? Esa nostalgia nos persigue y absorbe. Dicen que a este país vienen los que buscan dinero o los que huyen para esconderse de algo o de alguien. La respuesta se encuentra en esa catarsis personal, sentencia que como mandato del cielo todo ser en este mundo debe sufragar. Horacio se resiste y pelea contra sí mismo, pero se sabe perdido. Todo tiene su tiempo y su tiempo se acaba. Buscar la forma de terminar la existencia con dignidad. Horacio se resiste, pelea, se defiende, se justifica a sí mismo atribuyendo lo absurdo de la excusa ante la acción. Nadie puede por sí mismo perdonar el pecado, auto salvarse.

 

Cuaco al final del camino

Nuestro protagonista continúa su reencuentro con el pasado en constante encuentro con su ‘yo mismo’. Se entera que la que fuera su prometida ya tiene otra pareja y el dinero enviado desde Estados Unidos simplemente fue dispuesto a otra causa. En una iglesia, Horacio se encuentra con su amigo de infancia, quien se encuentra de luto al haber fallecido su esposa y no cuenta con los recursos para un sepelio. Ahí Horacio finalmente encuentra un difunto para ese ataúd de múltiples significados. Lo que nos deja con ese protagonista en contacto con la última faceta de su precaria historia y llega el tropiezo con el niño a quien también apodan Cuaco. El final es simbólicamente el principio. Horacio se pierde entre los árboles. La última palabra la tiene el público.