‘Querido Voyeur’

‘Querido Voyeur’



Querido Voyeur de Johanny Vázquez Paz
Ediciones Torremozas, 2012, 62 páginas, $15.00, ISBN-13: 978-8478394968

 

Hay libros, eventos en general, de los que uno se entera pero a los que, por una u otra razón, no atiende. Esto me ocurrió con el poemario Querido Voyeur de Johanny Vázquez Paz (2012), que ahora lamento por el tiempo que perdí sin leer el libro. Esta reseña, pues, va para aquellos que, como yo, no pudieron ir a la presentación del libro ni a la puesta en escena que hizo el Aguijón Theater en Chicago en febrero del 2013. Sepan, sin embargo, que Johanny aún tiene ejemplares de este y otros poemarios suyos como constaté en el Pilsen Fest el pasado 19 de agosto, donde me pude hacer de un ejemplar de Querido Voyeur autografiado por la autora.

Aunque tuve oportunidad de leer algunos de los poemas individuales de Querido Voyeur en el taller de la revista Contratiempo, el poemario en conjunto logra algo más. Vayamos por partes. El poemario está dividido en dos secciones; la primera sección consta de veintiún poemas y la segunda de catorce. Al principio, se nos invita a “fisgonear por la mirilla del lugar donde guardamos nuestros más íntimos secretos.” A continuación, en la primera parte del conjunto, vemos “por la mirilla” a la voz poética escombrar recuerdos en una serie de poemas en prosa que parecen memorias compactas. Pronto vamos del desorden de las cosas al desorden de la piel y sus memorias; la voz poética nos lleva por las cicatrices, visibles o no, que viven en el cuerpo y guardan sus historias. En “Laundry Day,” por ejemplo, leemos: “Hoy le lavaré a mi cuerpo su historia. Me tomaré el día para limpiar lo que quedó en su recuerdo…” Pero por más que la voz poética trate de deshacerse de esas historias, nos dice, “Trato de vaciarme del pasado, pero nunca logro cerrar las gavetas, siempre quedan mis vestimentas al aire.” Esto es lo que me parece que logra de manera muy eficiente la primera parte de Querido Voyeur, es decir, nos trae a habitar la casa de su cuerpo y las historias que éste guarda porque, finalmente, esa es la casa que habitamos; ese es “el lugar donde guardamos nuestros más íntimos secretos” y “la casa [que] es símbolo de nuestro ser y dentro de ella hay un desmadre de sentimientos, que como objetos, siempre están ‘con las vestimentas al aire’, y aunque se traten de esconder, siempre están presentes”.

Entre la primera y la segunda parte del poemario, la autora logra una analogía entre las historias que habitan en el cuerpo y las historias que habitan en el papel. El puente que nos lleva de unas historias a las otras es el poema del que el conjunto toma su título: “Querido voyeur,” donde leemos:

Mírame desnuda, de frente, con los ojos bien abiertos y la luz prendida. Yo te dejaré ver las cuervas que delinean mi mundo, recorrer con tus ojos todos mis espacios, abrir las pausas, inspeccionar el camino de principio a fin. Mírame sin miedo, sin vergüenza, estudiando cada centímetro de la ruta, concentrándote en la forma del cuerpo, en las marcas heredadas del pasado… Tócame. Calienta la diáfana fragilidad del papel con la punta tenue de tus dedos. Siénteme. Cada letra es un poro. Cada punto un lunar. Gotas de sudor descansan en las comas; oraciones trazan mis curvas desde todos los ángulos. Léeme desnuda, sin tapar mis partes vulnerables, ni maquillar mis defectos e imperfecciones. Encuentra cada cicatriz oculta y te regalaré una historia.

El lector es pues un voyeur espiando y sacando historias del cuerpo de las voces de los escritores. En adelante, en el resto de poemas de la segunda parte, vemos a la voz poética a sí misma como lectora, escrutando los secretos de sus autores, Mario Benedetti, Julia de Burgos, Octavio Paz, entre otros. Aquí la metáfora se extiende de las historias que el cuerpo guarda a las historias de otros que, de alguna manera, nos han hecho, y que habitan la misma piel:

Este poema que escribiste con tu lápiz afilado
versos regados por el níveo lienzo de mi piel;
me escondo en cuartos vacíos para leerte en mí
leerte en voz alta, con tu voz grabada en la pantalla
de la imagen reflejada en mis ojos tristes.

Termino invitando a aquellos lectores de poesía de Chicago que no se han hecho de una copia de Querido Voyeur a que busquen una y desde “la mirilla” espíen un cuerpo hecho de las historias, reales o ficticias, de Johanny Vázquez Paz.

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Jorge Montiel llegó a Chicago en 2007. Ha participado en talleres de poesía como el de La Casa del Escritor, en Puebla, y Contratiempo, en Chicago. Ha publicado poesía esporádicamente en revistas literarias y otras publicaciones. Actualmente estudia filosofía en Marquette University.