Proemio

Proemio

En estos días comienza a circular la publicación del libro De novias, esposas y otras cosas del autor polaco Stanislaw Jaroszek. Como adelanto, publicamos el Proemio que escribió el escritor Alejandro Ferrer.

Desocupado lector —como diría Cervantes—, espero que no constituya un desatino comenzar este prólogo, a los cuentos de Stanislaw Jaroszek, con una anécdota que responda la sempiterna pregunta: ¿cómo es eso de que un polaco escriba ficciones en español y no en su propia lengua?

La historia sucedió hace muchos años, pero aún recuerdo que cuando me la refirió Aurelio me pareció inverosímil; aunque debo reconocer que a la larga resultó ser absolutamente verdadera. Hela aquí:

A pocos meses de haber llegado a Chicago —nosotros veníamos del Municipio de Escuinapa, Sinaloa—, sucedió que mi padre me sorprendió jugando Atari en lugar de estar estudiando aquellas listas de palabras que nos endilgaba sin piedad el maestro de inglés:

—¡Órale escuincle… Hiciste tus deberes? —me espetó.

—“Zaraz to zrobiÄ�, tato” —le respondí en la lengua de Tadeusz Kosciusko.

—¡Contesta en cristiano, cabrón!

—Ahorita los hago, Pa’.

Aunque parezca increíble —me aseguró Aurelio—, aprendí polaco antes de balbucear mis primeras oraciones en inglés. Y es que mi padre había arrendado una casa en el mero corazón del barrio polaco, allá por la Avenida Archer; así es que de la noche a la mañana me vi rodeado de güeritos, rubios como soles, que se comunicaban únicamente en su lengua natal.

En términos vegetales yo vine a ser… ¡un nopalito en medio de un jardín de flores amarillas! Sin discusión, estos muchachos polacos se transformaron en mis profesores naturales de lenguaje y de paso en los grandes amigos de mi vida, cosa que hasta el día de hoy atesoro. 

Hasta ahí llega la anécdota de Aurelio, pero como Chicago es una urbe de sorpresas y paradojas, la historia continúa: algunos años después, todo volvió a repetirse, pero al revés: he aquí que llega a la ciudad —acaso con los mismos apremios y esperanzas que la familia de Aurelio—, un joven polaco de 19 años con clara conciencia de la importancia de aprender inglés lo antes posible.

Estanislao —así lo llamamos— se matriculó a los pocos días en uno de esos programas de educación bilingüe que ofrecía el sistema de educación pública, solo para descubrir muy pronto que todos sus compañeros de clase eran “purititos mexicanos”.

Se repite la metáfora vegetal de mi amigo Aurelio, con una pequeña variante: he aquí que ahora tenemos “una flor amarilla en medio de un jardín de nopalitos”.

“Era fascinante —me confidencia— escucharlos hablar en la lengua de Rulfo; mis compañeros sonaban igual que en las películas mexicanas, esas de Miguel Aceves Mejía, con serenatas, hermosos caballos y no menos balazos; que por cierto, eran muy populares en mi país.”

Esa fascinación por los sonidos, el deseo de aprender sus significados o, tal vez, la necesidad de ser aceptado por sus pares, lograron que este joven polaco fuera profundizando sus conocimientos de español hasta convertirse en un verdadero profesional de la lengua: Jaroszek ejerció, durante años y con mucho éxito, las funciones de profesor de español en las escuelas superiores de Chicago.

Pero una cosa es aprender un idioma, quererlo, disfrutarlo, enseñarlo, profundizarlo (Estanislao tiene una maestría de la Universidad Roosevelt), y otra es transformarse en un escritor.

Luego de leer De novias, esposas y otras cosas (y antes su primera colección de cuentos en español Jaleos y denuncias), es evidente que muchos de sus atributos narrativos ya estaban sólidamente determinados en él desde mucho antes de llegar a Chicago.

Vale recordar que nuestro escritor proviene de una nación reconocida por sus profundas convicciones culturales. Polonia ha destacado históricamente por la importancia que se le da a la educación: no por nada ha producido gigantes como Copérnico, Chopin, Madame Curie, Juan Pablo II y cuatro de los premios Nóbel (Sienkiewicz, Reymont, Milosz y Szymborska) que han llenado de gloria la literatura polaca.

Todo eso ayuda. Tiene que ayudar. Todo ese bagaje cultural tiene que haber sido un plus en la formación del profesor Jaroszek y con seguridad lo ha influenciado de manera positiva para triunfar en su oficio de escritor.

He leído con mucho placer y respeto los cuentos que nos ofrece en su pequeño libro (advierto que siempre hay que tener precaución con los libros pequeños) y debo reconocer que me han sorprendido tanto la forma como el fondo de sus historias.

Más que cuentos, los considero “estopines”, esos diminutos detonadores que insertados en el corazón amarillento del trinitrotolueno producen inimaginables explosiones. Pareciera como si el escritor nos invitara a interactuar con los diferentes significados que nos plantea. Detrás de una economía intencional de palabras (a lo Monterroso), se esconden grandes temas para que nosotros mismos los desarrollemos. Por poner un ejemplo: ¿Qué quiere decir la mirada vacía en los ojos del personaje principal de Un día de Rambo poco antes de perderse en el “crepúsculo del invierno”?¿Acaso termina la historia en la última línea del cuento? Por supuesto que no. El “estopín” nos empuja hacia un tema mayor, que no se menciona, pero que surge —que explota— en cuanto termina la historia: el sálvese quien pueda, el darwinismo brutal con el que podemos encontrarnos en cualquier recoveco de la Archer o frente a cualquier Home Depot.

Me pregunto si no será ahí, en las últimas frases de sus historias —son once en total—, donde recién comienzan los cuentos de este libro.

Estanislao fue un discípulo de nuestro John Barry, maestro de maestros, a quien tanto queremos y debemos. También es un perseverante contertulio del taller literario de la revista Contratiempo. En estas dos avenidas —yo conocí profundamente la primera— suelen pasearse descaradamente, Julio Cortázar, que grita a quien quiera oírle: “Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol. El árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria”; o Quiroga, quien antes de brindar con un vaso lleno de cicuta, aseguró: “Cualquier mariposa que tratara de posarse sobre la flecha para adornar su vuelo, no conseguiría sino entorpecerlo”; o Juan Rulfo, que camina lento con su cigarrito Delicados y se pasó la vida podando sus historias hasta transformarlas en árboles secos, aunque eternos; o Federico García Lorca que desarrolló el concepto de la “difícil sencillez” en las calles de Buenos Aires y de La Habana; o Unamuno, el grande, a quien se le rebelaban sus propios personajes que no eran reales pero sí verdaderos; o…

En la escritura de Stanislaw Jaroszek yo creo ver muchas influencias positivas de los gigantes inolvidables mencionados en el párrafo anterior. El polaco de la avenida Archer es un buen alumno y llegará a ser un gran escritor. Por eso recomiendo la lectura de este libro que no es más que “una semilla que algún día crecerá entre nosotros y dará su sombra en nuestra memoria”,lo cual no es poco decir.

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Alejandro Ferrer es profesor de Saint Augustine College, en Chicago.

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