Poesía cubana: Jesús J. Barquet

Poesía cubana: Jesús J. Barquet

Naturaleza muerta

 

Hay sol, no maduro aún
pero desplegando seguro infinitudes
venideras, En la torpe mesa del hombre
el sol, con manchas tercas
presagiando su sabor.

Está el noble rosario vegetal aún no morado,
sola su hermosa hermandad en tanto ruego
humano por vivir. Están finísimas, perfectas,
similares en la virtud del bien, en la alegría
del Buen Degustador.

Está orgullosa en su trono la reina convencional.
Capa y espuelas le lucen siempre. Fuerte escozor
deja siempre en la voz del hombre que la pronuncia.
Descanse pues su grandeza solitaria,
nunca cariciosa.

Está también la sangre de los hombres más puros.
Oval parece porque ha ido ocultando
su negro mineral, su magro instinto.
Oscura parece porque allá se nos fue
la sangre del instinto, el instinto de la sangre.

Precisa la atención: dormido se despliega,
callado se enmudece su ternura. Le cubre
un caracol de tiempo irreversible, hasta que
estalla su sueño en la gruta compañera.
Ahora, ¡silencio!, reposa.

Sostiénelos un cristal nuevo, un arrebato
de la mejor transparencia
que el hombre haya padecido alguna vez.
Sobre la mesa, en flor o muerta,
alguien contempla su inmanencia.

 

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New Mexico

 

“Aquí vislumbro campo, y viviré.”
José Martí, en New York 

He venido a quedarme detenido,
fijo en el aire, que no pasa,
en un espacio donde no me reconozco
sino por negación.

                        Esas montañas
no serán nunca los Andes, esas arenas
nunca serán el Sahara, ese río
aunque sucio también y mal interpretado
jamás será el Almendares, ni yo
—este lugar que constituye mi cuerpo—
podrá hacerme ser aquí
                               el que una vez era.

Algo
que hoy sólo puedo concebir como un viaje
por mares y ciudades e historias
me ha depositado aquí sin yo haberlo esperado,
en un aquí que únicamente me afirma
por negación.

 

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Informe presidencial / State of the Union Address 1, 29 

 

“Ganado tengo el pan: hágase el verso.”
José Martí 

Un poemario me pide una amiga que lea
y me lo traigo a casa para en la paciencia
o fe nocturna que sucede al pan de exilio leerlo.
Empiezo y unos versos me hablan de poesía
a expensas y a pesar de la vida, me cuentan  
de una belleza azul que siempre derrocará lingotes, tiranos,
prisiones, crematorios y piedras sacrificiales,
y, mientras leo, entra mi amigo David y enciende
     distraídamente la tele
donde, corbata rosa, camisa azul pastel —pero este no es el azul
que imaginaba Darío, sino uno cosmético como sonata de Mozart
para ablandar visualidades—, nuestro Señor Presidente nos habla
de guerras sucesivas —y el poemario sin poder evitar
     la interrupción—,
de un bando aquí y otro allá, gritando,
en su bien entallado uniforme,
que quien no está conmigo está sin remedio alguno contra mí  
—pero, ¿dónde habré oído yo antes ese tono y esos temas
inmortales?—,
que la justicia, la paz del mundo, es asunto de misiles, granadas
y otra más varia y perfectamente entrenada juguetería actual
(“And we deliver”, me pareció oír, como si se tratara de una
     pizzería de barrio),
y mis dedos cual náufrago se aferran al poemario
donde un verso se ilumina de pronto entre la oscura
sombra que ciernen cada vez más sobre el paisaje:
“Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”, leo en su luz,
porque la poesía
sólo salva a aquellos y se salva en aquellos
deseosos y capaces de acompañar su camino
a expensas y a pesar de la vida, repito como si pastoreara
una ganada verdad.

Ya no tan distraído —ha visto
la violencia despedazar por décadas su también lejana columba—,
David apaga la tele y se acuesta a mi lado:
“Más delicioso tu amor que el amor de las mujeres”, me dice
el Libro Segundo de Samuel 1, 26.

2002

 

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Calles

 

“long I stood
and looked down one as far as I could.”
Robert Frost 

Hay calles que no conozco
pero que se entrecruzan a mi paso,
sin obstruirlo.

Alguna vez, sin prisa,
sucede que me detengo en una
intersección cualquiera
y contemplo esas calles
larga, inquisitivamente
para saber qué habrían sido.
Las veo allí con árboles a cada lado
como invitando a sombra y a recreo,
o sin amparo desiertas bajo el sol y la lluvia
haciendo como un recodo intempestivo al fondo
que se oculta a mis ojos,
o con letreros, signos
que nunca alcanzo a leer
y que todavía insisten en mostrarme
no sé cuántas cosas
                               —alguna calle
tal vez hasta se arriesgue
en un rodeo más íntimo
sólo para resurgir inédita
un centenar de metros más adelante
pero, ¿cómo podría yo desde aquí saberlo?

En cada cruce las veo, no se ocultan, interrogan
con su silencio mis pasos.
Me digo entonces que es muy tarde ya
para atreverme a andarlas,
que debería bastarme
con saber que aún existen.
Y sin obstruirlo reemprendo
siempre
             mi camino.

 

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Lluvias

 

“la idea de sacarme los zapatos y que se me secaran las medias.”
Julio Cortázar

Las oímos, las vemos, aprendimos de niño
sus razones o, mejor dicho, sus causas.
Sabemos que son beneficiosas
al maíz y al ganado,
que limpian incluso la ciudad
—la desempolvan, le calman el calor—,
y que ante todo una lútea
turbación compartida
las hace el trasfondo ideal para el sexo —eso
no lo aprendimos en la escuela,
sino un poco más tarde.

Pero
qué mucho nos molestan cuando obstruyen
un proyecto que hayamos gloriosamente urdido,
una estancia en la playa, una cita azarosa
con aquello que iba a cambiarnos
para siempre la vida.
                                  Entonces,
nos importa un rábano el cultivo
del algodón y la caña y los nogales sin nueces;
un bledo las represas vacías y las fotos de la tierra
cuarteada
bajo las reses exhaustas por la inerte sequía.
Y sin pensarlo dos veces no paramos
de insultar a la lluvia:
                                   Entrometida Hija
de la Gran Puta, Caprichosa Aguafiestas, Aguacero
Cabrón que sólo sabe caérsenos encima
de sorpresa
                   y cancelar
hasta el fondo lustral de los zapatos
lo que según ciertas causas o, mejor dicho, razones
parecía que fuese la vida que llaman verdadera.

 

Jesús J. Barquet (La Habana, 1953). Entre sus poemarios se hallan Sin decir el mar (1981), Un no rompido sueño (1994, 2do Premio de Poesía Chicano/Latina), Naufragios / Shipwrecks (1998/2001), JJ/CC (2014, en co-autoría con Carlota Caulfield) y la compilación Cuerpos del delirio (sumario poético, 1971-2008) (2010). Editor, además de las antologías Poesía cubana del siglo XX (2002, en co-edición con Norberto Codina), Ediciones El Puente en La Habana de los años 60 (2011) y Katábasis (2014, en co-edición con Isel Rivero). Reside en los Estados Unidos desde 1980.