panCONtomate

panCONtomate

se dobla y con movimientos leves corta un tomate, que cruje bajo el filo sangrando pepitas gelatinosas. los vellos del brazo le resaltan casi rubios con la luz que se filtra por la ventanita. es un espeso chorro dorado su piel y me levanto. el impulso. se la quiero lamer. la piel. cargada de sal, pegado a ella el sudor de medio día de mar, el ombligo rociado de arena. lamerle la piel llena de sol, oliendo a mar, mucho mar y tanto nadar hasta llegar aquí... el impulso y me acerco. desde la malla del porche, protegida aún por las gafas oscuras la miro. apenas veo el resto de la cocina en penumbra. sólo la veo a ella que ha entrado de repente y se ha puesto a cortar tomates. con gestos lentos y olor a mar. la vi entrar desde el sillón donde leía. yo en la esquina. sombras, tras gafas oscuras, aspirando la humedad profunda bajo un techito y toallas húmedas que se secan. no al sol, que aquí ya no da. las toallas se secan a medias. se mueven ligeramente cuando se destapa la brisa, apenas. yo en la sombra leía cuentos de graham greene. los descarté por los de grises silencios. mis abundantes silencios en blanco y negro buscando el imprescindible gris. y los tachaba con rayas rojas que salían disparadas de la punta de un lápiz de cera, punta roja, de cera. aceitoso, resbaloso. olía a cera, yo aquí en medio del mar, escondida en las sombras. y mientras leía, la música. flotando entre las toallas y las páginas grises. mil versiones de layladylay. manías mías, cuántas caras tiene la vida. la música tocaba bajito cuando ella entró y se quitó la parte de arriba del bikini mojado. fue un movimiento veloz y sus senos, pequeños, saltaron apenas. mis ojos los sostuvieron, fijos, enfocando el pezón oscuro. senitos blancos que resaltaron entre las penumbras que envolvían los estantes y el fregadero de la cocina. senos apenas sobre la piel tostada del vientre. y el ombligo. leve desliz de mis rayas rojas, sueltas sin ortografía, yo trazando apenas la página gris y ella de lleno en la cocina. sin verme, ella dorada. entrando, adueñándosela semidesnuda, mojada, olorosa a sal, sol, mar. se sirvió un vaso de agua fría y lo bebió de un trago, echando la cabeza hacia atrás y pasándose despacio una mano por el grueso pelo mojado para aplacarlo. pelo crespo, ensortijado y mojado oliendo a salitre y algas, tal vez. luego sacó los tomates del cesto. afuera la brisa apenas movía las hojas de los árboles y se oían ecos de voces lejanas. las voces. las otras. el mar, lejano. los ecos, ajenos. nada aquí me pertenece, ni ella. me escurrí quieta, descalza, arenilla entre mis dedos, mirándola desde la sombra. pensándola mía mientras se movía por la cocina. porque tal vez me pertenecía ella en la cocina ajena. te voy a escribir una carta, un día, despidiéndome de este momento, y lo apunté en rojo al borde de la página. mental, nota mental. la carta ha de venir, llegarte un día mientras caminas distraída al buzón. no reconocerás mi letra, dibujando el remitente con triángulos y rayas, rojas. la carta, te la tengo que escribir. pero ahora estoy aquí. escribiéndotela. ansiando rayarla, entre líneas hundir la lengua en su boca que ahora estaría fría. fresca de agua y salada de mar. veía su torso desnudo, sin duda pegajoso de playa y sudor, oloroso a brisa marina, moverse ligero buscando el cuchillo, afilándolo, sacando platos, agarrando la barra de pan. y suspiré. el deseo ahogado, flotando en la punta de mi lengua. de mi lápiz de cera rojo. y en la mesa, en el cesto, tomates y limones.

“sé que me miras”, dijo de pronto sin virarse a mirarme, atenta al movimiento cortante del cuchillo en cada tomate, que se abrían rojos, jugosos, gelatinosos... me río. bajito. me acerco más, saliendo de la sombra, arrastrando los pies y la arenilla que cargan. escúchame entonces. siento la transición en temperatura. del presente al pasado, un tramo. del trasero mojado de su trusa caen gotas al piso y adivino que su pelo huele a bronceador. de coco de piña de zanahoria de pepitas de girasol machucado todo con miel, y limón, restregado horas hasta que cada poro lo absorba. por mis manos de dedos fuertes. y sé que se evaporan aromas de sus axilas, los vellitos apenas rubios sudan leves lagrimitas cítricas. ah, de limón. hay un cesto de limones sobre la mesa. amarillos y verdes. y huelen, a limones, los aspiro desde el porche, y a ella, que corta tomates y huele a mar. haz limonada en el cuenco de tus brazos largos, tensos, dorados, que yo dispuesta a tragármela toda, de tu jarra yo pico. viértemela, toda la limonada ácida de boca-en-boca, una y otra vez. mi lengua besando sus hombros calientes de sol. mucho sol fuerte y espuma de mar entre las piernas. sé que está enchumbada, ahí donde se acumula todo el mar que le sobra, que gotea, y la musiquita avanza. a trote de caballo manso, penacho grueso, revuelto. ella se mece, casi fluye layladylayacrossmybigbrassbed. empieza a mover las nalgas, contrayéndolas, llevándolas con la música. tiene ritmo, fluye la melodía. “me gusta”, dice, “esta canción”. a mí también, digo y me acerco. más, un poco más. youcanhaveyourcakeandeatittoo... “ni te atrevas”, amenaza su voz de acento cálido-de-ninguna-parte. se le resbala de cada consonante sibilante, acariciando las vocales. habla, dilo, dímelo ya. truena la lengua conmigo, ven rayo truena, marco raya truena, lo pienso, la aspiro. es puro sol, con limón y tomate. a que sí me atrevo, le digo. y ella sigue moviéndose con la música, chupándose los dedos embarrados de jugo de tomate, sal, aceite de oliva. se los chupa, pasádole la lengua rápido, y sube la mano y se la pasa por el pelo y vuelve a tocar la pulpa abierta de cada tomate, con sus dedos ensalivados, engrasados de cabello suelto, llenos de arena, de ella. y los acumula en el cuenco de esa mano, los tomates, y los lava, porque sabe que la miro. ya muy cerca. quítate el bikini, le digo, está mojado. ella se sigue meciendo, pegada a la mesa, rozando el fregadero en cada giro con las caderas. que son amplias pero estrechas, huesudas pero cubiertas de mil capas de piel dorada. y menea el culo abundante, pequeño y móvil. estoy casi allí, extendiéndome como la neblina que traigo de las sombras del porche. las sombras que son mías y donde vivo tan lejos de ella, que sigue restregándose al borde de la madera. staywhilethenightstillaheadlayladylay. “qué buena versión de esa canción”, me dice de espalda, aún. quítatelo, repito, el bikini que está mojado. “hago pan con tomate, ¿quieres?”, me pregunta sin mirarme porque la ventanita y la brisa la acaparan. se la tragan, a ella y su reflejo. desde allí la miro, aunque estoy aún muy lejos de aquí, porque tengo todo un mar por nadar. el bikini mojado te dará resfrío, le digo. la siento reírse, leve, muy leve. su espalda quemada despide el vapor de la playa. vaporízate, que puede ser cualquier playa. el mundo está lleno de playas. ese vaho que despide la entraña del mar y se mece, ay cómo se mece, como si fuera pluma y yo no existiera aquí, recostada en el umbral de una puerta con malla, que sirve para filtrar. demarcar. fíltrame de tu vida and stayladystay. for-a-while. until the break of day.

“te hice una pregunta”, insiste preparando ya las rebanadas de pan con aceite de oliva y sal. colocando whatever-colors-you-have-in-your-mind. rojo de tomate. rojo de piel quemada de sol. rojo de cera aceitosa de tachón resbaloso sobre el papel. stayladystay. quiero verlo, repito. no me responde y sus brazos de músculos suaves preparan ya los tomates sobre el pan, rociándolo todo con aceite, dorado casi verde, gotas de ámbar como las chispas turbias de sus ojos pardos cuando está dentro del mar, granitos de sal blanca espolvoreados sobre el rojo y el aroma a tomate maduro se eleva por mi olfato repleto de ella. quiero verlo, sentirlo, tocarlo, digo. se queda quieta, pensativa. no, no, no le eches vinagre, sugiero. se ríe y vuelve a moverse, inquieta con el i long to see you in the morning light. mirando por la ventanita, hacia fuera. buscando a todos los ajenos allí donde no hay brisa y los ecos de voces lejanas han disminuido. stayladystay. casi la sal de sus cejas espesas y oscuras, gránulo a gránulo, bebo, después de lamérselas, humedecerlas, las cejas, cada vello raspándome la lengua. ”quieres o no quieres pan con tomate”, repite ya impaciente. quiero, digo, y me acerco. quiero verlo. no dice nada. quiero verlo, de cerca, insisto. la respiración se le ha alterado. ya casi estoy detrás. de ella y su espalda quemada. de sol, playa y arena. de mar. su piel que huele a ayer y mañana pero no a ahora, a este momento que ya se añeja entre limones y tomates. levanto mis brazos mancos y la abrazo, rodeádola como la sombra que soy, fresca, húmeda. ella da un paso atrás, hacia mí, del presente al pasado apenas futuro queda, susurro y lo sé, porque soy sombra que lee citas de voces ajenas sentada en los porches ajenos, esperándola. y deposita su cabeza en mi pecho, ya hundido en su espalda. si tuviera manos la tanteara tan tersa como concha desgastada, piedra de vida su vientre y sus senitos apenas que acarician las yemas de mis dedos. y la aprieto lamiéndole el cuello de garza, los vellos de la nuca y pienso que su voz sabe los misterios de mi garganta muda cuando jadea apenas y me pregunta otra vez, distraída, que si quiero pan con tomate. que sí, quiero, contesto. y si tuviera manos agarraría el pan con tomate que ella me acerca a la boca. lo agarraría con las manos y lo apretaría como sus senitos que se han endurecido, y dejaría que el tomate manchara mis dedos, grasientos del aceite de oliva, amarillo, que se desliza de su boca por el cuello, por el pecho al vientre y su ombligo, rociado de arena y granitos de sal. y masticaría su lengua entre mi lengua y la pulpa de tomate, y si tuviera dedos, ya estarían hundidos en su sexo abierto, mojado, salado de mar, enchumbado de sol, de todo un día esperándola, en las sombras. 

 

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om ulloa. Cuba. escribana porque le da la gana. amante de las vocales: a e i o u el burro nunca sabe más que el tabú. admiradora de las consonantes túrgidas. y de la música cursi, sin complejo. autora del blog la sonora matancera.

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