Más que de visceras, de humanidad rota

Más que de visceras, de humanidad rota

Aproximación a El Ojo de Bacon, de Febronio Zatarain 

Este estupendo poemario se presenta en apariencia, mucho debido a los textos introductorios, como un alucinante viaje sanguinolento, de la mano de las obsesiones del pintor Francis Bacon, y en tantas interpretaciones que puede haber, así puede tomarse. Sin embargo, más allá de ser una pura enumeración de violencia en las imágenes, los temas, así como lo terrible de los mismos, esta colección de poemas es un buceo intenso y honesto del autor, por lo abyecto, el quebranto de una vida rota, la existencia trágica del paria sexual y su posterior decadencia, las más terribles víctimas de la violencia ciega, así como la violencia criminal surgida de la total descomposición, como la que vive México, o la desintegración del ser y su percepción de sí y el mundo. Temas concretos y más que en una pura alucinación, sí llevados a buen puerto en la particular vorágine plástica del autor. En temas no gratos para muchos, y por lo mismo no socorridos ni muy bien queridos en la poesía. Sin embargo: necesarios. Pues ahora, como en todas sus épocas, las distintas expresiones artísticas no pueden darse el lujo de ser ingenuas o inocuas, reducirse en su contenido, en su sustancia, que son su razón de ser, sin correr el riesgo de convertirse en meras piezas de ornato, o pura estética sin consecuencia alguna, y por lo mismo, perfecta y necesariamente prescindibles. Porque lo que siempre se ha necesitado, es no desentenderse de la realidad, por cruda que sea, ni del tiempo que al autor le toca vivir, pues desde siempre las distintas disciplinas artísticas que han trascendido, han sido testimonio de su tiempo, y de todo lo que le concierne al ser humano.

No hay regocijo ni gratuita perversidad en estos poemas, sí mucho dolor y una brutal pero verdadera visión, de distintas realidades, de algún modo entre sí emparentadas por el hilo conductor de la desgracia, y la realidad infame. Y todas por lo mismo, pueden sonar a blasfemia, y afrenta contra lo permitido:

En el comienzo en Lluvia: el temor. Un temor primario asalta, en medio de una escena inocente y cotidiana, que en apariencia se va desdoblando hacia un pasado sucio, muy sucio para el imaginario de cualquiera, por ser ensangrentado; lo mismo que se percibe vergonzoso y traumático para el protagonista.

Continúa en lo cotidiano y el deseo de un placer cándido, y el asalto de los traumas de un pasado que no puede irse; y se carga como un desván pleno de objetos dolorosos e inservibles.

Avanza hacia los sueños rotos, o el reciente anhelo que despierta de su sueño, en medio de la desolación y la tentación por el mal, con tal de lograr ese deseo en medio de la desesperación.

La derrota omnipresente y toda poderosa, aun ante la más plena y tangible promesa, termina sin remedio imponiéndose para aquellos, que parecen condenados nada más a ese destino.

El fantasma sin identidad que alucina convertirse, en una quimérica imagen, ya sin conciencia de lo que es.

En la decadencia el ser marginal se añora, en su tiempo de esplendor y de belleza. Observando en ese mismo momento y de manera brutal, el despojo sin esperanza en que se ve convertido.

El desenfreno procaz y el delirio de quién se sabe deseado, se va diluyendo de a poco e inexorablemente con el tiempo. Hasta llegar al sacrificado pago al no haber otra disyuntiva. Ahí, el humor amargo se hace presente, de la mano con populacheras figuras, que, ante el paso del tiempo, se van volviendo más difíciles de ser imitadas.

El ser que fue todo esplendor se apaga, como una luz que alumbró las calles, y que termina del todo fundida, en medio de una oscuridad, que es todo lo que de sí refleja.

Como en los relatos del libro La Ciudad de la Noche, célebre en la historia de la literatura de temática homosexual, el protagonista hace un recuento crudo desde su total decadencia, por su historia, la historia de millones, una de total desprecio y marginación social, hacia su condición, y el agridulce desenfreno de una minoría, que auto martirizándose, desafía al orden que los escupe.

Hasta llegar a las profundidades de la desgracia, de un cuerpo destruido, mutilado completamente, y que, en medio de su sopor infame, aunque todavía siente su aliento, del todo también siente la muerte.

Como la sorpresa inaudita, para cualquiera, totalmente desconocida, de ser víctima en un atentado. El segundo en el que se pasa de vivir como cualquiera, para pasar a un verdadero infierno en vida.

Y de un salto se llega en esta obra a otro infierno: el que se vive a diario, y por miles y miles en este país, de desaparecidos y asesinados; en un poema que relata tal cual, con la sencillez como suceden y se viven esos espantosos crímenes, por ser ya ese horror, la terrible cotidianidad con la que se vive en gran parte de México.

La mierda convertida en oro. La transformación de seres ordinarios, que en medio de la podredumbre se vuelven monstruos, parte de la escoria. Personajes prototípicos de este país, hundido en el excremento.

Quizá más cercano a los retazos de carne de Bacon, Dos canales de res, abren con un inquietante ayuntar de seres oscuros y abyectos.
La muerte de un vivo, o un vivo en la muerte. Tremenda imagen de quién vive después del fin.
El pozo de la irrealidad y la complacencia en ello.
La estética terrible de un cuerpo molido a golpes.
Se hunde quizá sin que nos demos cuenta este tiempo, y a la vez se sueña, que nada pasa.
Carne sin piel, vísceras, músculos y sangre expuestos y revueltos en un coito.
Las sin razón de vivir, de existir.

Y la presencia perenne del primer llanto, que para siempre y sin descanso acompañará a la vida.

O el ya no ser, el regreso alucinante a la condición animal.

No es sólo carne y vísceras sanguinolentas. O vil morbo utilizando a la imagen y obra de Bacon como pretexto. Para almas no en extremo sensibles, este poemario se muestra por completo crudo, desgarrado, pero sin contemplaciones, como es la vida en sus aspectos más terribles. No a una manera gore, ni de gratuita violencia ni enfermo afán por sacar a relucir lo putrefacto. Sin embargo, sí puede mostrarse como un recorrido por aspectos que a muchos creadores les podrán parecer de pésimo gusto, pero que en realidad les son vedados, por su tendencia a explorar dentro de lo ingenuo e innocuo, tan convencionales y nada arriesgados. El Ojo de Bacon se atreve y gana. Quizá ya, para quitar tabúes al quehacer poético. No para escandalizar puerilmente, sin fondo, sin contenido, de una manera realmente superflua, como el imberbe que pretende transgredir, por sólo sacarse los mocos en público. O como los fáciles y nada originales émulos, del muy famoso borracho gringo, célebre por ser monotemático y superficial, relator sólo, de sus aburridas eyaculaciones y juergas, un pseudo poeta, extrañamente sobrevalorado.

En el El ojo de Bacon ante todo hay sustancia, y mucha, trasfondo, contexto, y sí, pura desesperanza sin alternativa de redención. Pero, ¿quién dijo que en toda obra tenía que haber moraleja o final feliz? El recorrido puede desagradar, a quien más que fijarse en lo profundamente humano de las historias, como el perfil tan ignorado de ellas, primero le salte a la vista y al sentir, lo sórdido, lo violento, lo sanguinolento; sin advertir que ese es sólo el contexto real y sí, muy cruel, en que esas desgracias transcurren. La soledad, el sinsentido de la existencia, la fragmentación del cuerpo, como metáfora del desmembramiento del alma, del ser, de su sentido de existir, y su sin razón de continuar presente; para convertirse en una especie de mancha, de larva, de organismo que permanece respirando, y de vez en cuando se da cuenta que está vivo. Y el acoplamiento cínico y amargo ante la inmensa multitud de los “otros”, los supuestamente sanos, que más bien pueden ser zombis, en un mundo de sometidos bien adaptados. Magnifica la soledad, también se recrea de la mano con la amarga ilusión. Un poemario también que son tres, y a la vez una única voz singular en tres viajes, al mismo tiempo emparentados. El viaje en el mal sueño de la vida, en el que el protagonista anda; para por fin ahí quedar, sumergido en ese laberinto, convencido, y sin alternativa ni regreso posibles.

Sin duda, el libro El Ojo de Bacon, de Febronio Zatarain,  no únicamente es digno, también es un estupendo ganador y representante, del Concurso Latinoamericano de Poesía Transgresora de la Editorial Verso Destierro.

 

Hugo Garduño, poeta y novelista. Autor del poemario Isla Abismo. Reside en la Ciudad de México.