Las canciones de Zatarain y el afán de ser total

 

Veinte canciones en desamor y un poema sosegadoFebronio Zatarain
La Zonámbula (Colección Pausa Poética), 2015, 52 páginas, ISBN 978-6079193713

 

Veinte canciones en desamor y un poema sosegado, de Febronio Zatarain, retoma el sentir del icónico “Poema XX” de Pablo Neruda. Es un sentir nocturno con el que se desea poner fin a los tormentos de un amor que ya fue. Si Neruda pudo escribir los versos más tristes esa noche, Zatarain mira el reloj digital marcando las nueve de la mañana y descubre que la noche recorre lo largo y ancho de su apartamento.

El rompimiento amoroso nos deja en un estado de incomplitud. Es una noche sin luna y sin estrellas. Sin puntos de referencia. O mejor dicho, los puntos de referencia son el pasado, algo que ya es inasible. ¿Qué hacer ante una ausencia que parece volverse más fría y cavernosa en la era digital? El poeta (como casi cualquier mortal de nuestra urbe en un estado similar) revisa constantemente el buzón de Yahoo y llega a sentirse “como un domicilio electrónico / al que le hace falta la arroba”. Es decir, se siente incompleto.

La tecnología lleva un registro visual y escrito de nuestros encuentros, pero de qué nos sirven Facebook y Twitter cuando llega el desencuentro. Acaso lamentemos haber subido a las redes sociales aquella foto en la que dos seres sonrientes estaban llenos de futuro. Por su parte, Yahoo se vuelve efectivo para finiquitar de una vez por todas el asunto.  

Me mandaste un email
ya no me llamabas cariño
me decías hola a secas
y que querías platicar 

Zatarain opta por cantarle a la incomplitud del ser. Le pone música a la tragedia. En su Concordia natal, pasó la infancia oyendo todo un repertorio de melodías y versos que, gracias al cine y a la radio, se fueron tornando emblemáticos. Ya en su juventud, transcurrida en Guadalajara, el rock no sustituyó su gusto por las canciones que entonaban sus padres o sus hermanos mayores. Por eso, a manera de reconocimiento, cada una de las veinte canciones del poemario lleva como epígrafe el pareado de un bolero, de una balada o de una ranchera: “He tratado en vano de olvidarte” o “Yo no creo en nada ni en la flor”. Y, cosa curiosa, leemos los poemas de Zatarain como canciones urbanas, como boleros de nuestros días.

Tú me ves como olvido
como un iphone muerto
y sin cargador

¿Qué nos lleva al estado de incomplitud? ¿Será ése el estado normal del ser humano y por eso buscamos completarnos en el otro? Ya no son la reproducción y la sobrevivencia lo que busca nuestro cuerpo en el ser del otro. Buscamos la sensación de complitud. De ahí que el poeta le pregunte a la amada ausente si sus senos no están tristes o si sus pies no extrañan la presencia de él. En realidad, son los pies del poeta los que extrañan la presencia de ella, “su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos”.

La memoria (me parece) es lo que va generando en el poeta el estado de incomplitud. Al lado de su amada, se sentía completo, pero no se daba cuenta. Ahora, más que recobrarla a ella, quiere recobrar su complitud. Y acude a veinte vivencias, a veinte canciones de su archivero personal, para acaso exorcizar lo que se deba exorcizar y entonces sí completarse en el frasco de su ser.

En esas veinte canciones el poeta le habla a la amada y reconoce que se creyó el cuento de que era el hombre de su vida. ¿Es posible que una mujer o un hombre se vuelvan centro de la vida de alguien? Toda ilusión nos lleva inexorablemente a una desilusión. Y el autor de estos poemas, sin perder el sentido del humor, no tiene más opción que emprender el recorrido del desencanto.

Te añoraba tanto
que se me ocurrió
hacerme un hoyo
para que te me salieras

Así como Neruda afirmó en el “Poema XX” que ésos eran los últimos versos que le escribiría a su amada, Zatarain nos confiesa que se ha hecho un hoyo para que el recuerdo de ella por fin salga. Wishful thinking.

Febronio como persona y como artista se ha ido reinventando. Llegó a Chicago en 1989. Desde entonces se ha convertido en personaje de estos pagos sin dejar de ser de Concordia ni de Guadalajara. Y cabe la anterior aclaración porque los escritores latinoamericanos que llegan a vivir a Chicago (acaso la mayoría) siguen psicológicamente en su terruño; no se hacen de acá. El trabajo literario y periodístico, individual y colectivo, le ha ayudado a Zatarain a enfrentar alienaciones y extrañamientos, y poco a poco se ha ido convirtiendo en inmigrante sin que deje por eso su identidad mexicana o latinoamericana.

Recuerdo que a su arribo al barrio de Pilsen nos mostró varios guiones de cine y media docena de cuentos compilados en un librito que llevaba por título Faltas a la moral. Era un personaje eléctrico, acalambrado, que no paraba de hablar de sus años universitarios y de los cursos en la escuela de cine y de la vida loca que llevaba en Guadalajara. “¿Y entonces por qué has venido a Chicago?”, le preguntó Enrique Murillo.

“Porque quiero ser poeta”, fue su respuesta.

En la década de los noventa la voz de Febronio efectivamente adquirió fuerza en los terrenos de la poesía hecha tanto en prosa (véase Prosario, El libro de la anti-superación personal) como en verso (véanse sus poemas publicados en las revistas literarias de Chicago). Además de poeta, Febronio ha fungido desde 1990 como provocador de sueños literarios. Fue parte central de la fundación de talleres de lectura y redacción y de las revistas Fe de erratas, Tropel, El coyote y Contratiempo. Anécdotas sobran. Disputas también, por fortuna todas superadas. De esos primeros años me quedo con los viajes en la Línea Azul del tren, un vagón repleto de usuarios que nos escuchaban leyendo en voz alta los poemas de Efraín Huerta o de Jaime Sabines. Muchos ahí obviamente no hablaban español, pero entendían que el flaco de cabellos alocados estaba contagiado de poesía y buscaba contagiar al jovencito.

Desde 1997 hasta 2006 fuimos escribiendo él y yo, al alimón, crónicas y ensayos periodísticos en los que buscábamos reflexionar sobre el escurridizo tema de la identidad. Era como si entre los dos se armara un cuerpo físico y mental que lograba atrapar un pez que nadaba en aguas ajenas. ¿Cuándo regresa de verdad un inmigrante? ¿Por qué los mexicanos hemos establecido en Chicago nuestra vida pero nos rehusamos a hacer lo mismo con la muerte? ¿Cómo se vive en estas urbes la soledad? No olvido que en enero de 2007 le enviamos el manuscrito a Carlos Monsiváis, yo creyendo que era una botella al mar, Febronio (hombre de fe) pensando que el libro tenía posibilidades. A las tres semanas Monchi nos respondió que iba a escribir el prólogo y de paso sugirió que enviáramos textos sueltos a La Jornada Semanal.

He dicho que Febronio es un artista que se reinventa. Concluye un proyecto para empezar tres más: Desesperada intención y otros escritos, Vallejianas, En el ojo de Bacon, etc. Y fiel al plan original, desde su llegada a Chicago no ha dejado de encontrarse con la poesía, aunque me consta que a veces la poesía lo ha dejado plantado. Son textos innumerables que, como ya dije, Febronio ha ido publicando en revistas y antologías, en verso y en prosa, con chispa y adoloridos, y de una temática diversa: los amores contrariados, dios, Ayotzinapa, bitácoras de viaje, etc. Me viene a la cabeza En los Andes, publicado en la antología En la 18 a la una.  

Febronio, que yo sepa, ha participado en dos obras teatrales. Hizo el papel de Mefistófeles en una puesta en escena de Guadalajara y, ya en Chicago, el de un indocumentado en proceso de deportación. Pero el demonio y el preso le quedaron chico. Febronio solo puede ser Febronio y en esos casos el performance es lo natural. Como el caballo blanco, Febronio ha estado cabalgando por una década en los espacios marginales de Guadalajara y Chicago, allá en el antro La Mutualista, acá en el centro cultural Calles y Sueños, siempre el canto y el poema, un canto crudo, a capela, que acompaña estrofas que dibujan el dolor.

—Oye, Febronio —le dije hace un par de meses—. ¿No crees que ya abusaste de ese formato?

—¿Qué formato?

—Canción, poema, canción, poema…

—¿Cómo crees eso, Raúl? Si apenas voy empezando. 

En la última parte de Veinte canciones en desamor y un poema sosegado, el poeta se reencuentra. Sale por fin de la noche del desamor y mira la luz de la mañana.

El sol se asoma
y me contradice

señala que él a veces está solo
en nosotros
pero que a veces
se pierde y está solo en él 

El reencuentro con el cosmos es una epifanía. Acaso eso sea la complitud. Seguramente en el letargo del desamor nos falta espacio porque no miramos hacia abajo ni hacia arriba. No miramos el espacio. “El poema sosegado” de Febronio es un recordatorio de que el espacio mismo viene a nosotros cuando se ha sabido procesar el dolor. Es un recordatorio de que no hay amanecer sin noche. El ser amado nos llevó a la totalidad, y al cumplirse el plazo pasamos a la incomplitud. Ahora el poeta busca completarse en la naturaleza y en el cosmos, no sin antes aceptar que el sol también tiene que estar solo en él y vivir su propia noche. Que el sol también vive su soledad a secas y su soledad acompañada.

 


El poeta Febronio Zatarain y el escritor dominicano Rey Andújar en la reciente Feria del Libro de Autor@s Latin@s de Chicago 2015. Foto: Marc Litvitski

RDR. Llegó a Chicago a finales de 1986. Desde 1992 se ha dedicado a la publicación de revistas culturales: Fe de erratas, Zorros y erizos, Tropel, Contratiempo El BeiSMan. En la actualidad es director del Colectivo El Pozo y es autor de la novela De zorros y erizos.