La imposibilidad

La imposibilidad

 

Debía irme rápido a la oficina para terminar el trabajo que dejé pendiente desde el viernes. Es lunes. No miré el celular todo el fin de semana: correos electrónicos, mensajes dejados en el teléfono, buscándome por distintos asuntos, todos relacionados con el trabajo, todos por razones utilitarias. Debía recoger a mi hija al colegio. Hoy saldría a la una de la tarde. Hoy la profesora quería hablar conmigo: “se distrae mucho en clase, habla mucho y no se concentra, no parece tener mucho interés por las matemáticas”. ¿Qué podía decirle a la maestra? Regañar a la niña frente a ella sería práctico y ventajoso y a la vez una mentira. Cómo regañar a mi hija si a su edad a mí me pasaba lo mismo —mi exmujer no podía conmigo ni con Sofía, me culpaba por haberle heredado esa sensación de inexactitud, de déficit de atención—. Le hubiera escrito a su madre, antes, para que nada quedara sin resolverse, para que solucionara el problema, pero el orgullo: hace mucho tiempo que sólo hablamos con monosílabos porque en los detalles está la discusión y la tontería. Diría “no podré ir, arreglártelas”, o quizá sí estuviera dispuesta, pero la duda y el agotamiento de otro citatorio escolar y siempre lo mismo; y Katia se desgastaría también conmigo, porque hubo un tiempo en que no me soportaba como yo a ella, y a veces falta tan poco para que el rechazo se vuelva otra vez parte de ambos y entonces recordar por qué cada quien buscó otra pareja, un poco más sumisa o sumiso.

Para el jueves saldría de viaje. Cerrar un trato. Quedar bien con las personas adecuadas. Tal vez tomar algunos tragos, reírme con ellos, engañar un poco, dejarse engañar para ganarles confianza, asumirse desde una posición activa pero no agresiva, al asecho de la señal que hará que firmen el contrato para enseguida fingir menos hasta estrechar unas cuantas manos e irme. Llegaría a casa el sábado en la noche. Prometí llevar a Sofía al cine, el domingo en la mañana: no podré, Quién sabe quién pueda llevarla, quién sabe si el domingo estará de ánimos para ver una película. ¿Tendrán el valor de decirle que su padre no llegará nunca? El martes hay que pagar la hipoteca y la luz y las tarjetas de crédito; la siguiente semana toca pagar la mensualidad de la escuela de la niña. Ah, y mi madre, le prometí visitarla en estos días, le dije que iría, pero en la noche, saliendo del trabajo, le dije que le llevaría unos bisquets y un frasco de mermelada, que no hiciera más que chocolate caliente; y entonces platicarle el día y ella el suyo y otras cosas de mí y la niña y la exesposa y alguna cosa del trabajo, tal vez. ¿Qué pensará mi madre al ver que no llego y que ya no será posible ningún otro día? Tantas cosas por hacer en esta semana. Mi jefe inmediato para este momento ya debe estar desesperado buscándome —son las once de la mañana y yo no estoy—: “¿dónde se metió este cabrón?”. Éramos buenos amigos, somos buenos amigos. Cuando contacten a Katia para enterarla del deceso, lo primero que hará será llamarle a Julio, porque también son amigos. Éramos del círculo desde la preparatoria, y los amigos se quedan, a veces estirando más otras menos, a veces siendo neutrales, opinando poco, al momento de querer que la pareja quede en buenos términos, como lo hizo él con nosotros. Alguna vez quisieron ser algo, estoy seguro, la atracción no se puede fingir pero por alguna razón no se dio o no quisieron o fueron y yo no me enteré de nada. Ya no interesa.

Julio va a enterarse e irá a reconocerme, sin duda, nadie más tendrá el valor, pero él sí, y yo no quisiera dejarle esa última impresión de frialdad, de rigidez, de carencia, de azulado, de accidente, de ataúd, de tierra y de vacío infinito, pero no hay opción. Es preferible que él lo haga y no mi madre o mi hija o la propia Katia. Julio abrazaría a Sofita como le decimos de cariño, la pequeña Sofita –la haría entender, aunque no la dejaría verme; a los muertos no hay que verlos, no se debe dejar que los niños vean cadáveres porque más allá del cuerpo hay una nadería que se enquista en la sensibilidad de un niño que no podrá entender, que no podrá encontrar respuestas.

Que así sea, para qué el trauma, no es necesario. A mi exesposa sí, que me vea muerto, y la dejen pasar sin querer o que se equivoque de puerta o cualquier cosa, pero que entre y me vea mortecino, como una última broma de mal gusto, un último enojo, un coraje, precedido de la inocencia. Aunque Katia es precavida, se asusta fácilmente, quizá piense que volveré para asustarla con mis pasos o mi sombra, mientras su marido ronca a un costado de ella, pero no, no sé cómo volver y quién sabe si ella quiera verme en la plancha, muerto. Posiblemente me prefiera en el velorio ya maquillado y con el trajecito negro y la pasividad del dormido, con los dolientes rezando a su lado y tal vez una lágrima por los recuerdos, por Sofía, por una vida que pudo ser distinta —porque todo siempre puede ser distinto—, pero ya no importa. Mi madre se preguntará por qué me fui, por qué si era tan bueno, por qué si era un hijo ejemplar, mirará al cielo y hablará con Dios y un silencio…

Por qué, siempre los porqués entre murmullos, en el cuchicheo, entre uno y otro rezo, entre un café y otro, entre una reflexión y otra, entre los familiares cercanos y los que iban pasando por ahí, esos porqués que tampoco importan.

Tengo tantas cosas por hacer en las siguientes semanas, en los próximos meses, con tantos planes, compromisos, vivencias, deberes, tanta obligación, y de pronto la ingravidez y la angustia…

 

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Juan Mireles (Estado de México, 1984). Es escritor, editor y articulista. Actualmente dirige la revista literaria y de arte Monolito. Es autor de la novela Yo [el otro] Octavio (Ediciones El Viaje. México, 2014). Ha sido publicado en más de una treintena de revistas en Latinoamérica, España, Brasil y Estados Unidos. Ha sido columnista durante los últimos cuatro años en medios tanto en España, Brasil y México. Actualmente mantiene una columna quincenal en ruizhealytimes.com, sitio del periodista Eduardo Ruiz-Healy, y en revistaliterariamonolito.com. Blog: wwwjuanmireles.blogspot.mx