La carta que nos dejaron

La carta que nos dejaron

Hasta 1847, los indios Yokots y Miwok eran los amos del Valle Central. El alemán Charles Weber, a la cabeza de un grupo de vaqueros, fundó un par de años después un pueblo aguas arriba del río San Joaquín. Así nació Stockton, la primera comunidad en California con un nombre no español o aborigen.

La fiebre del oro atrajo buscadores de fortuna que impulsaron el crecimiento de la ciudad. Para muchos de ellos, sus sueños no se hicieron realidad, y dejaron de buscar oro. Voltearon la vista a los dorados campos que hicieron del área una de las regiones agrícolas más ricas del planeta, repleta de ranchos y granjas productoras.

El Hill Ranch fue uno de estos ranchos. Con más de 1000 hectáreas de extensión dejó de operar en 1931. Para entonces la agricultura había dejado de ser el principal motor de la economía de la ciudad. Pero antes de ser olvidado, el rancho resucitó en la pantalla chica como inspiración para Valle de Pasiones.

La famosa serie de televisión fue originalmente transmitida en Estados Unidos a fines de la década de 1960: en Latinoamérica nos tocaría esperar un poco más para que fuera doblada al español. En la serie, la mítica Barbara Stanwyck hacía el papel de Victoria Barkley, la matriarca de una familia influyente entre 1876 y 1878, en el rancho del mismo nombre.

La Universidad del Pacífico (llegada a la ciudad en 1923) y el Puerto de Stockton serían los dos pilares más importantes de la ciudad en sobrevivir la Gran Depresión de la década de 1930. El puerto y los astilleros en sus alrededores entraron al servicio del ejército y la marina durante la Segunda Guerra Mundial.

Otro negocio que puso a Stockton en el mapa fue Flotill Products, una compañía de enlatados fundada por Tillie Lewis. Como una Victoria Barkley moderna, para 1940 la llamada “Reina del Tomate” convirtió el área en la mayor productora de tomates del país, y a su empresa en el mayor productor de raciones de combate para el ejército.

Los años de la posguerra trajeron un boom económico a la ciudad, llevando la población de 70 mil habitantes en 1950 a casi un cuarto de millón a comienzos de este siglo. En 2012, Stockton colapsó víctima de la crisis financiera de 2008, siendo la ciudad más grande en la historia de Estados Unidos en declararse en bancarrota.

Algunas personas recuerdan a Stockton por el Western que la popularizó. Unos pocos conocieron la leyenda de Tillie Lewis. Pero la mayoría sólo teníamos memorias de Stockton como la ciudad que quebró, y vimos una oportunidad de ser parte de una recuperación aún incierta.

 

II

El 19 de julio de 1922 Ruth escribía una carta a Beth. Ambas vivían en el Valle Central de California. Los días ardían sin un aire acondicionado a la vista.

Herbie manejaba orgulloso uno de los Ford modelo T de la época, mientras Ruth agitaba su abanico para no asfixiarse del calor. El papá de Ruth y Beth se había quedado solo desde hacía unos años. Su esposa no había sobrevivido a la pandemia de 1918. Su muerte lo había devastado.

A pesar de su afinidad por el alcohol, se salvó de una cirrosis segura gracias a la prohibición de consumo que entró en vigor en todo Estados Unidos a las pocas semanas de la muerte de su esposa. Se refugió en el sonido de sus discos de jazz que oía en la victrola de madera, sentado en la sala en silencio.

A principio de aquel verano Beth había dado a luz un hermoso niño pelirrojo: era el primer nieto de la familia. A su llegada, el abuelo —que no era un gran admirador del esposo de Beth— dejó atrás todo para estar cerca del bebé. 

 

“Felicitaciones a la nueva mamá y al bebé. Me muero de las ganas de llegar a la casa para ver ese pequeño diablito pelirrojo. Supongo que se ve como tú, [ilegible], e imagino que papá estará de cabeza. Me alegra tanto que todo haya terminado y sé que los dos están llevándose muy bien.

Dile a George que Herbie y Mike están cenando juntos todas las noches, así que puede unírseles cualquier noche que quiera.

¿Te dijo Herbie que hacía tanto calor cuando salimos que no me importó si nos bajábamos o no? Así que me olvidé por completo de despedirme, pero tú sabes que no fue con mala intención. Solo me quedo dos semanas, así que te veré pronto.

Ruth”

III

Un afán pionero y emprendedor nos trajo a Stockton. Yosemite Village era una encantadora zona comercial en medio de la ciudad: una cuadra con pequeños negocios, cerca de parques, canales, y el Museo Haggin. Desde la intersección de las calles Yosemite y Acacia se veía un techo ondulante que nos hipnotizó.

Aquella casa, construida en 1912, tenía tanta personalidad como años. Y con los años quedan recuerdos y secretos enterrados. Después que adquirimos la propiedad empezamos a remodelarla. Un espacio oscuro que eventualmente se convirtió en un nuevo pasillo escondía un inesperado tesoro.

Al levantar las maderas del piso, los obreros se toparon con un par de libros viejos. Uno de ellos, una copia desvencijada de Macbeth de 1939 que había sido retirada de la biblioteca de la Universidad del Pacífico por última vez el 22 de noviembre de 1961. Debajo, una copia de Los Últimos días de Pompeya, de aproximadamente 1887.

Junto a los libros había una carta. Estaba escrita a mano, cubriendo los dos lados de una pequeña tarjeta. Cuando la tinta tocó esa cartulina, era blanca. Cuando la encontramos era marrón. Estaba fechada el 19 de julio de 1922: era la carta que Ruth le había escrito a Beth.

Casi cien años después que Ruth escribió aquella carta, me senté en la sala de la casa. Quizás cerca de donde esas líneas fueron leídas por vez primera. A pesar del tiempo pasado, y aunque el aire acondicionado hacía el clima más tolerable, aún se sentía el calor de la disculpa de Ruth.

Hoy en día, en las calles se ven Toyotas modelos Prius en vez de Modelos T. Y aún nos acompaña una pandemia que mató más estadounidenses que la gripe de 1918. Cuesta entender cómo Estados Unidos tiene el 14 por ciento de las muertes por COVID, teniendo el 5% de la población mundial, y a pesar de los avances de los últimos cien años.

Durante la pandemia de COVID las ventas de licor (y otras sustancias ilegales) rompieron récords. Mientras degusto una cerveza Speakeasy que recuerda los bares clandestinos de la época de la prohibición, y escucho el saxofón de Kamasi Washington tocando “Truth”, no puedo dejar de pensar.

Hace cien años el mundo era diferente, pero a la vez era igual. Como el papel, aunque cambió de color con el pasar del tiempo, el mundo también retuvo su esencia. Aún exploramos, esperando y soñando con un futuro diferente. Aún caemos víctimas de nuestra arrogancia, cuando le damos la espalda a los signos y la ciencia.

Aunque no estaba dirigida a mí, la carta a Beth me despertó una emoción que sigue intacta varios meses después. Descubrir un tesoro de papel. Conectar con el pasado. Revivir las vidas de otros. Imaginar mundos que fueron. Y darme cuenta de lo poco que hemos cambiado desde 1922.