Eugene Onegin: De Pushkin a Tchaikovsky

Eugene Onegin: De Pushkin a Tchaikovsky


Eugene Onegin. Photo: Todd Rosenberg

 

Nunca antes había visto cambios de escena tan simples y tan bien logrados. Parece que la economía de recursos se está volviendo una especialidad de la Lyric Opera de Chicago. Pese a la frugalidad, a los amantes de este arte polifacético les habrá de deleitar ver cómo otros recursos y elementos propios del teatro posmoderno pueden incorporarse para recrear el ambiente físico y temporal. Como se lo había figurado el mismo Tchaikovsky, esta ópera no necesitaba de grandes escenarios porque la audiencia conocía bien la trama y los espectadores se concentrarían más en la caracterización y la música.

Voy a reiterar el intertexto por razones obvias.Eugene Onegin es un personaje muy bien conocido en la literatura. Las asociaciones comienzan. Cauteloso al representar una versión operística de un clásico de la literatura rusa, Tchaikovsky llamó “escenas líricas” a lo que, de hecho, son actos y escenas episódicas, a falta de una trama compleja, aspecto que también advertimos en la novela homónima en verso de Alexander Pushkin. El libreto, que retiene mucha de la poesía de Pushkin, fue escrito por Konstantín Shilovsky y Modest Tchaikovsky, hermano del compositor.

Lyric Opera de Chicago realiza una de sus más cándidas dramatizaciones (gracias a una excelente actuación) y escenificaciones minimalistas, que tal vez fueron como mismo las imaginó el compositor ruso. Las escenas del exterior, en el jardín y el lugar del duelo, y las del interior, en el dormitorio de Tatiana y, mucho después en la historia, el salón de baile en casa del Príncipe, se montan en el mismo plano, simplemente atiborrado de hojas otoñales las primeras y sin ellas y con muebles las segundas. La escena inicial está ambientada con matices ocres, hojas de papel, mismos de otoño, para un desenlace otoñal: el infortunio tanto de Lensky como de Onegin. Como suelen ser las novelas rusas, tramas simples se tornan entramados psicológicos de alta complejidad emocional.

Al ver el desarrollo de la caracterización del personaje principal, el joven y apuesto Onegin de 22 años de edad, no pude dejar de pensar en un librito que leí hace algunos años, De la felicidad de Séneca (hijo), compuesto de diálogos estoicos dirigidos a Galión, su hermano menor, quien despilfarraba, como Onegin, una vida epicúrea. Ahora estaremos ambientados en la década de 1820. El romanticismo de Pushkin y luego la versión de Tchaikovsky no tienen disimulos. Todo se ambienta en una época cuando los jóvenes estaban dispuestos a sacrificar sus vidas por un amor o una causa. Las asociaciones siguen con Las penas del joven Werther de Goethe, pero la obra que más viene a colación es la vida de un joven inglés, un poeta apuesto y rico que llevó una vida de alto romanticismo tanto en carne propia como en la imaginación. Lord Byron, quien además de escribir su versión en verso del Burlador de Sevilla, el Don Juan, también creó un personaje poético propio y autobiográfico, el Childe Harold de Las peregrinaciones de Childe Harold, obra que influyó mucho en Pushkin y que de pronto fue referente directo de Onegin.

De la manera en que seducen los rebeldes antihéroes, advierto algo que de pronto pasa desapercibido. Sucede que el Eugene Onegin de Tchaikovsky da muestras de nobleza y madurez en el transcurso de su peripecia. Primero, le fue muy sincero a Tatiana, y aunque la rechaza, la aconseja diciéndole que no sea tan efusiva con sus sentimientos, porque otros hombres se pueden aprovechar de ella. Después, en el gran baile en provincia, por supuesto, luego de demostrar su narcisismo y de ofender a su amigo Lensky, una vez éste lo reta a un duelo por haberle enamorado a su novia Olga, Onegin trata de disuadirlo, de que no sea tan celoso y no tome todo tan en serio. Estas dos escenas me dicen que en el fondo Onegin tenía nobleza de espíritu que, dado su narcisismo, siempre terminaba sucumbiendo en su propia personalidad límite. Eugene Onegin entonces resulta ser un héroe trágico.

 


Mariusz Kwiecień y Ana María Martínez. Foto: Todd Rosenberg

 

Una simple historia de amor no consumado es Eugene Onegin, y lo que hace resaltar a otro escalón este romance decimonónico es la formidable música del compositor ruso más popular de la época. Los personajes, Onegin y Tatiana, representados respectivamente por el polaco Mariusz Kwiecień y la puertorriqueña Ana María Martínez demostraron muy buena actuación. Además de dramatizar muy bien su papel, Ana María Martínez es cautivadora en su interpretación del aria de la carta, “Déjame morir, pero primero...”. Por otra parte Kwiecień, el barítono polaco, muy convocado internacionalmente para este papel, supo acatarse, como buen europeo oriental, y no se excedió al interpretar un antihéroe desprolijo como Onegin. Durante toda la función mostró un personaje más bien frío y práctico que narcisista. Esta comedida frialdad hacía, curiosamente, que el personaje Lensky, interpretado por el ciciliano-ecuatoriano Charles Castronovo, se viera muy ingenuo y fuera de control, caracterización que esperaríamos del mismo Onegin. Vale mencionar que Castronovo renace al cantar la conocida aria “Kuda, kuda vï udalilis”. A medida que su personaje Lensky va pereciendo “en vida”, Castronovo el tenor va surgiendo con emotiva voz, luego de ser opacado, no tanto por el tenor Mariusz Kwiecień, sino por la cálida y poderosa voz de Alisa Kolosova, quien hizo el papel de Olga, la hermana menor de Tatiana. Notable también fue la insigne y determinante voz del bajo Dmitry Belosselskiy en el papel del príncipe Gremin (el esposo de Tatiana), quien resulta ser el único personaje que no vacila en cuanto a sus sentimientos para con su esposa.

No fui espectador de nada extraordinario en cuanto a las voces. Pero es de esperarse porque esta no es una obra de grandes composiciones para la voz, sino de una espléndida dramatización orquestal realizada por el maestro en la materia. Lo excepcional del canto fue quizá la mezzo-soprano Kolosova cantando en el registro de una contralto, rareza en el repertorio (ya que una contralto maneja parte del registro de un tenor lírico), pero asignada originalmente por el compositor para este personaje. Por otra parte, me pareció que el arte escénico de Michael Levine, sin grandes cambios físicos entre actos y escenas, también contribuye a que las partes del reparto, incluyendo el coro, el pequeño elenco de ballet y los secundarios, se ejecuten sin dejar una impresión memorable. Reitero lo siguiente, la falta de una escena de ballet completa, como la deseó Tchaikovsky desde un principio, es notable. La música la exige.

No obstante estas observaciones, ver el Eugene Onegin de Tchaikovsky de la Lyric Opera fue una experiencia musical y visual deleitable, una ópera romántica reducida a varias escenas líricas algo tímidas, complementadas con bellísimos diseños de luces opacas y frías realizados por Christine Binder. Los que hayan visto grandes producciones de esta favorita del repertorio ruso puede que se lleven una sorpresa al ver la economía de recursos en esta producción de la Lyric Opera, que de hecho fue realizada originalmente para el MET de Nueva York. Meritoria la colaboración del director Robert Carsen y la directora Paula Suozzi al recrear una producción que logra suscitar la buena actuación de las partes principales.

Eugene Onegin de Tchaikovsky se estará presentando por la Lyric Opera de Chicago por el resto de la temporada.

 

 

León Leiva Gallardo Escritor hondureño radicado en Chicago. Autor de las novelas Guadalajara de noche (Tusquets Editores, 2006) y La casa del cementerio (Tusquets Editores, 2008); de los poemarios Palabras al acecho en la coedición Cuatro poetas latinoamericanos en Chicago (Vocesueltas, 2008), Tríptico: Tres lustros de poesía (MediaIsla Editores, 2015) y Breviario (Ediciones Estampa, 2015). Recientemente fue publicado en la antología Voces de América Latina (MediaIsla Editores, 2016).