El viejo búho que ganó la carrera contra el tiempo

El viejo búho que ganó la carrera contra el tiempo

Con ocasión de Merce Cunningham: Common Time, la retrospectiva que el Museo de Arte Contemporáneo (MCA) dedica a la obra del polifacético coreógrafo del 11 de febrero al 30 de abril, recuperamos esta reseña escrita a raíz de la participación de la Compañía de Merce Cunningham en la temporada de danza del New York City Center en marzo de 1985. El artículo apareció originalmente en el número 44 de Dansa-79, pionera revista especializada que se publicó en Barcelona entre 1979 y 1986. La colección íntegra de la revista está disponible en el archivo digitalizado de la Biblioteca de Catalunya.

 

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Cualquier crítica en torno a Merce Cunningham y su Compañía se desvía casi automáticamente de las consideraciones artísticas de rigor para adentrarse en un tema de características fundamentalmente humanas. De la indignación a la alabanza más incondicional, lo que quedó claro, una vez más, es que, hoy en día, la aparición en escena de Merce Cunningham en persona no puede dejar indiferente a nadie. Un Cunningham carcomido por la artritis y los años; un Cunningham que arrastra sus agarrotados pies por el escenario, torpe y titubeante; un Cunningham que, a todas luces, se limita a esbozar los movimientos que sus bailarines efectúan delante de él con precisión y elegancia. ¿Tomadura de pelo? ¿Exhibición de heroísmo? ¿Simple provocación?

Resulta del todo significativo que las esporádicas apariciones de Cunningham se produzcan en general hacia el final de las coreografías, y siempre en un plano evidentemente secundario. El coreógrafo se sitúa detrás de Catherine Kerr y le sirve de apoyo; o bien se arrodilla junto a Rob Remley y reproduce sui generis los movimientos de este; o bien, inesperada y lentamente, atraviesa el escenario como un telón de fondo a su obra, sin que sus bailarines parezcan siquiera advertir su presencia. El caso es que, infiltradas alevosamente en esa fórmula casi hipnótica de virtuosismo y elasticidad, de pureza y control, de empeines de acero y equilibrios inenarrables por parte de unos bailarines insufriblemente hermosos (o tal vez solo fuera la influencia del hechizo...), las imprevistas incursiones en escena de Merce Cunningham emiten una nota discordante, una especie de interrogante lanzado al aire: “y qué pasaría si...”, o, más exactamente, “¿... por qué no?”.

Al tomar la decisión de aventurarse en el universo de belleza y exactitud engendrado por él mismo, Cunningham acepta implícitamente el riesgo de la burla, el rechazo o la compasión gratuita por parte del público. Y, sobre todo, acepta sus propias “limitaciones” sin por ello claudicar ante estas o adoptar una actitud patética. Su presencia en escena rebosa integridad y determinación, al tiempo que una ternura latente; si es cierto que no pretende engañar a nadie, mucho menos estaría dispuesto a engañarse a sí mismo. Cunningham se muestra consecuente con su actual condición física y, partiendo de esta, encuentra la traducción de cada gesto a su propio lenguaje, en una rotunda reivindicación de su derecho inapelable a estar, a seguir estando, independientemente de la opinión ajena. Cunningham presenta sin ambigüedades su alternativa y deja que cada cual —cada uno de nosotros— saque sus propias conclusiones.

Lejos de constituir un estorbo antiestético o un elemento exasperantemente parasitario, la presencia de Cunningham proporciona, precisamente, el sutil complemento, la onza de esencia que ensalza el carácter de la obra hasta una dimensión atemporal y entrañable. Lo que presenciamos, finalmente, es al creador y su creación, personal e intrasferible, de la mano en el escenario; y la paulatina transformación de un mismo reconocible gesto pasado por el filtro de varias generaciones. Para Cunningham, tantas veces a la vanguardia en cuanto a las reglas artísticas, esta podría constituir la última y más gloriosa bofetada al orden establecido, el inconformismo definitivo ante cualquier planteamiento inamovible o incuestionable.

El viejo búho se las ha ingeniado para ganar la carrera contra el tiempo. De hecho, superada la primera impresión de desconcierto, llega un momento en que no resulta nada fácil determinar quién es el que está en realidad “marcando” los movimientos, si Cunningham o, por el contrario, su Compañía en pleno… ¿por qué no?

 

Susana Galilea Nin es traductora y fanática del buen deambular. Desde el año 2003 reside en Chicago y en la red en www.accentonspanish.com