El blues de Roma (fragmento de novela)

El blues de Roma (fragmento de novela)


Imagen de la portada de Esperanza Gama: Los mágicos (detalle)

 

Raúl Dorantes ha publicado El blues de Roma, su segunda novela. El BeiSMan les ofrece un adelanto a sus lectores.




Capítulo dos

Me lancé desde temprano a buscar trabajo: fui al periódico Hoy y a una radiodifusora del sur. Cuando regresé, pasó Jeff por el apartamento y, ¡vaya novedad!, no despotricó contra la falta de generosidad de los usuarios del tren ni contra el encargado paquistaní. Dijo que éste le carga la mano al vendedor de inciensos porque no le gusta el aroma a sándalo que satura la estación del tren. Jeff también habló de los simplones que en esta época del año lo comparan con Santa Clós; habló de los chayotes sin espinas, descafeinados y sosos, para gringos como él; habló de la señora del 606, fotógrafa experimental y vendedora de productos Mary Kay. Y repitió lo que repiten todos: “Jessica todavía anduvo sacando fotos el día anterior” y “Tan saludable, Jessica. Ni siquiera le pegaban los catarros”.

Por su parte, el clarinetista del segundo piso dijo que la señora recién había cumplido 55 años, que vivía con su marido en el 606 y que había bajado al sótano el pasado 11 de diciembre. Entonces me doy cuenta que últimamente ando viendo capicúas por todos lados: la estación de radio a la que fui hoy estaba ubicada en el 5225 S. Paulina; el timbre del Hoy era el 202; en la licorería pagué $25.52; desperté en la noche y eran las 3:43... Me gustan esos juegos de los números y de la vida. ¿Me querrá decir algo el espíritu de Pitágoras?

A Jessica la veía frente a los buzones del correo o en el área de las bicicletas. Apenas la saludaba porque ella era fiel al descensor y yo siempre trato de tomar las escaleras. Jessica era regordeta y con una piel de seda. Por supuesto, nunca entró en la categoría de mi deseo. Era platicadora y experta en lavanderías; decía que en el sur de la ciudad estaban los barrios obreros y que por eso había dos o tres laundromats de autoservicio en cada manzana. Que en cambio acá en el norte abundaban las tintorerías.

En el corredor del primer piso, Jessica llegó a montar una exposición de fotos en las que aparecían reconocidos músicos de blues. En una ocasión se fue la luz y me encontré con ella en las escaleras; la felicité por la exposición, por una instantánea espléndida del sudoroso Buddy Guy, y cometí la burrada de preguntar si los de Mary Kay eran productos-milagro. Ella sonrió y me dio buenos consejos para exterminar las chinches.

Alguien ha puesto la foto de Jessica a un lado del buzón con dos palabritas: In memoriam.

Escribí ayer que el sol, más que radiante, se nos ofrecía democrático. Escribí que el abedul no es algo para sí, que no se angustia con planes y que deja que la savia continúe bajando libremente a las entrañas.

Este 22 de diciembre no hay sol ni solsticio ni es el día más corto del año. Escribo hoy que mi computadora es portátil marca Hewlett Packard con un teclado plano y un pequeño almacén que le sirve de memoria, un espacio físico en el que los expedientes y las carpetas se van acomodando como delgadísimas hostias. Una de esas hostias es la primera entrada de este diario o el artículo para La Raza que nomás no sale. Mi memoria es un espacio y cada recuerdo es un pedacito de hostia, una oblea de la harina más refinada. Por eso comparto los recuerdos y de vez en cuando hasta me salen las ideas.

Ayer caminé por primera vez en sentido contrario a las manecillas del reloj. Hoy he vuelto a caminar yendo del 12 al once y del once al diez, descalzo, dando los 12 pasos de rigor, siempre tomando como eje la pared que protege la espalda del refrigerador. Hoy he preparado un caldo. Hoy he planchado los pantalones blancos y una camisa fucsia. La idea es lucir elegante, colorido (aunque parezca bandera), esto, a pesar de no salir siquiera al Aldi ni a sentir el viento frío que proviene del lago. De seguir así, el domingo cepillaré los zapatos negros y vestiré una corbata púrpura, y que me disfruten los cubiertos.

Vuelvo a escribir que la acera de enfrente luce limpia, todo porque el coreano mayor la barre cada mañana, tristón él, callado él, como si con cada escobazo presintiera que las ganancias de hoy no serán como las de antes. Dice la dependienta que la orden municipal contra la venta de alcohol embotellado fue promovida desde la iglesia de Santa Gertrudis con fondos otorgados por la cadena de supermercados Dominick’s. ¡He ahí el detalle! Dominick’s usó la moralina de los feligreses para eliminar a sus competidores: el caimán comiéndose a los lagartos debido al libertinaje de las serpientes. Los primeros afectados han sido los palestinos de la contra esquina quienes, rehusándose a vender solo papel higiénico y pastillas de jabón, limpiaron sus anaqueles, cerraron con llave su tiendita, le colocaron una cadena y dos candados y hasta la fecha no los he vuelto a ver.

Queda por ver cuándo se marchan los coreanos del Hahn Convenience Store.

Cabe decir que Dominick’s se declaró en bancarrota y a mitad del año cerró todas sus tiendas. Los afectados hemos sido nosotros, los consumidores de entre semana, los que rechazamos la bulla de los bares, el alcohol al copeo y las playas en las que se puede beber de contrabando. Los realmente afectados no encontramos en el barrio dónde comprar una anforita de Jack Daniel’s o un cartón de cervezas.

 

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Raúl Dorantes. Llegó a Chicago a finales de 1986. Desde 1992 se ha dedicado a la publicación de revistas culturales: Fe de erratas, Zorros y erizos, Tropel, Contratiempo El BeiSMan. En la actualidad es director del Colectivo El Pozo y es autor de la novela De zorros y erizos.  Ars Communis Editorial publicó su colección de cuentos Bidrioz.