Dictador en el banquillo

Dictador en el banquillo

El 19 de marzo de 2013, por primera vez en la historia latinoamericana, se sentó a un dictador en el banquillo de los acusados por los cargos de genocidio y deberes contra la humanidad. Al dictador, José Efraín Ríos Montt, le bastaron 17 meses en el poder para aplastar al pueblo ixil con el peso de la bota, un puñado de frijoles y el fusil bien empuñado de sus esbirros. Tres décadas después de haber asestado el golpe militar en 1982, se le miraba sentado con su exigua humanidad de octogenario frente a los sobrevivientes ixiles. 

Durante las siete semanas que duró el juicio, del 19 de marzo de 2013 hasta su conclusión el 10 de mayo 2013, el efímero dictador se vio obligado a escuchar los testimonios de un centenar de testigos que lo señalaban con el filo de la memoria. Montt desamparado del fuero que otorga la flor y la nata de la elite guatemalteca, escuchaba en silencio. Su rostro acartonado traslucía cierto empaque de superioridad ante los quejosos.

La quema de casas, el arrasamiento de poblados, la violencia extrema contra mujeres, ancianos y niños, las violaciones de mujeres y niñas, la tortura sicológica y física, el desmembramiento y la quema de las víctimas, no lograron hacer que el honorable dictador perdiera la compostura.

Inmune ante el exterminio indiscriminado, el llanto y el dolor de los sobrevivientes, Ríos Montt se miraba extraviado, incomprendido. Tal vez finalmente se dio cuenta que tan solo fue un instrumento consciente para exterminar al enemigo durante la guerra fría. Quizá al igual que otros dictadores latinoamericanos, solo cumplía órdenes: acabar con los subversivos y los desplazados. Aniquilar a los que habían creído que poseían el derecho a disentir. Mantener la paz y estabilidad social a toda costa para que un puñado de familias y sus achichincles pudieran vivir a sus anchas.

Amparado en su oscuro traje de casimir puso oídos sordos a palabras necias de peritos, testigos, querellantes, fiscales y, finalmente, al tribunal. Se negó a declarar, ¿acaso para no rebajarse a la altura de aquellos que por más de cinco siglos han “frenado la modernidad”?

Los abogados del dictador se atrincheraron en el cinismo y se apropiaron del lenguaje legalista para legitimar la inocencia del Mesías Milico que solo buscaba “rescatar a la gente que había sido forzada a ingresar a la guerrilla”. Ayudarla. Ofrecerle la opción: un plato de frijoles o la bayoneta. Así operaba la justicia a la Montt, quien había arrebatado la banda presidencial en un coup d’etat el 23 de marzo de 1982.

Dictador en el banquillo es un documental que dirigió Pamela Yates y lo produjo Paco de Onis. El filme avanza sin otras pretensiones que capturar un hecho histórico. De las tantas horas de filmación, lograron ensamblar un documental preciso. A pesar de la poca movilidad de las cámaras, llega a haber tomas soberbias y el audio juega un papel fundamental. En este pequeño documental, Yates brinda más que un atisbo de esperanza. En el recuento de los hechos por los testigos, no se percibe venganza ni violencia. Hay incomprensión, los sobrevivientes quisieran comprender por qué se les hizo daño si no tenían nada. Su dolor no busca algo más que justicia para poder recuperar la dignidad que les fue arrancada con el asesinato de sus hijos, padres, cónyuges y otros ixiles.

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Franky Piña. Editor de El BeiSMan.

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Dictator In the Dock: Genocide on Trial in Guatemala
Jueves 17 de abril
Dos presentaciones gratuitas:
11:30 am, Lakeshore Campus, Damen Student Center, MPR South
2:30 pm, Water Tower Campus, Corboy Law, Rm. 206