Aquel entonces

Aquel entonces

Sin los compromisos laborales se dificulta mantener la disciplina y el compromiso de cumplir con los plazos. Así me pasa con escribir mis Cotidianas. Me gana la pereza. Me dejo llevar por la parsimonia de verme metida en Facebook que poco a poco se ha convertido en fuente noticiosa y de lectura de cosas que me entretienen y conmueven (por ejemplo, videos de bebés riéndose a carcajadas y perritos haciendo gracias).

Claro todo esto es injustificable. Francamente extraño el pasado. Será que ya chocheo, pero extraño la correspondencia en tinta y papel. Con la excepción de algunos amigos, en realidad no recibí nunca mucha correspondencia escrita. Las excepciones son mencionables: uno de esos entrañables amigos epistolares se convirtió en mi esposo. Entre otro y yo hemos terminado distanciándonos precisamente a través de las redes sociales (o sea, hemos dejado de lado el contacto epistolar de aquellos años y nos desconectamos hasta dejar de darnos el famoso “Me gusta” que para mí representa si no un contacto cierto, por lo menos un guiño de solidaridad. Bueno, ya ni eso).

¿Qué más extraño del pasado? El teléfono de la casa. El nuestro estaba en la sala. Ya entrada la noche, recuerdo las dos o tres horas, hablando súper emocionada y a susurros con el novio para que no nos oyera la mamá o la hermana. ¿De que hablábamos? De naderías, ciertamente; pero al calor y jadeos del primer amor esas naderías resultaban esenciales y vitales. Extraño los cursis e incansables “no, tú primero” de ida y vuelta hasta llegar al “bueno, al mismo tiempo… a las tres” para repetir la experiencia a la noche siguiente.

La vida era más sorpresiva y encantadora. Había que esperar más tiempo, “trabajar”, hasta renegar un poco más por estar con nuestro primer amor. Si era para los ansiados besos y caricias, había que escaparse de la cotidianeidad inmediata para terminar en rincones ocultos y remotos del paisaje urbano que habitábamos. Había que tomar dos camiones para ir al bosque. Había que ser creativos y hasta mentirosos para escaparnos un fin de semana al estado vecino para pueblear en un solo pueblito con su plaza, sus artesanías y sus puestos de enchiladas; todo más delicioso y lindo que en nuestra ciudad. El tiempo y el trabajo que se requerían para planificar todas estas escapadas eran tan emocionantes como cuando llegábamos a ese nuestro efímero destino de fin de semana.

No había manera de que el amor concluyera. El tiempo siempre se adelantaba y nos dejaba con ganas de más. Y nos aferrábamos más el uno al otro.

¿Y ahora? Dicen que hasta se práctica el sexo virtual. Puedes enviar tu desnudez para darle gusto al novio. Bueno, hasta he visto que muchachas de 19 años venden su virginidad por Internet. Y me pregunto: ¿esta es la mejor manera de vivir? Nos proyectamos por las redes sociales en una imagen que no nos representa de bien a bien. Son tantas estas redes, pero a mi edad yo solo sé de Facebook, Instagram, Twitter y párale de contar.

Comprar y almacenar mi música por Internet sin comprar el cedé me parece inconcebible. ¡Ese cedé es un tesoro! Igual con los libros virtuales. No niego lo cómodo, práctico y hasta económico que resulta contar con los recursos digitales; pero yo extraño “aquel entonces” cuando era un mega lujo comprarme La separación de los amantes y Necessary Losses y poder decirle a mi marido que jamás los donaremos a ninguna biblioteca, aunque tengamos dos de cada uno.

Observo que mi hija no es apegada a las cosas como lo fui yo. Y todo lo discute y organiza por aplicaciones electrónicas que ni conozco. El otro día tuve que guglear una app que mencionó en su muro. Y ya ni siquiera me acuerdo cómo se llama la tal por cual.

No quiero desmeritar lo avanzado de las comunicaciones y de la tecnología. Son verdaderamente maravillosas. Aunque yo digo que son cosas de brujos y de magos, casi casi imposibles en mi cosmovisión. Y claro, procuro familiarizarme con ellas hasta donde puedo, pero a pesar de lo bueno de la tecnología, me sale este nostálgico “pero, extraño…”

Supongo que esto es irse haciendo vieja. Por fortuna envejezco con un hombre que se aferra a los discos y a los libros como yo. Él disfruta mejor las redes sociales. Se regodea con el círculo de amigos y amigas que va construyendo. Varios de ellos ni los conoce más que por las redes sociales. Y si se le llega a olvidar su teléfono inteligente, podemos decir que el mundo ha llegado a su fin.

Supongo que es igual con todos. Solo que los que aún tenemos un vínculo con el pasado no deja a veces de sorprendernos qué rapidísimo, rapidísimo es vivir en el siglo xxi. Señor chofer, ¡bajan!

 

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Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español. Para comentarios: mhc819@gmail.com.