Un viaje a El lugar más triste para soñar

Un viaje a El lugar más triste para soñar

El lugar más triste para sonar de Claudio Palomares Salas

Editorial Lugar Común, 193 páginas, Ottawa 2013, $14.99, ISBN 978-0-9920282-1-3

 

La literatura y la música comparten un denominador común, el de la poesía. Y aunque es indudable que Palomares Salas entiende muy bien ese denominador común —su primera novela está repleta del lirismo y la percusión del lenguaje— el viaje a El lugar más triste para soñar se aproxima más a las sensibilidades pop que al rock o a la salsa.

No será la mejor analogía, pero es la que primero asoma su semblante al concluir su lectura. La novela de Palomares Salas está llena de pasajes citables y memorables, pero como todo dulce, se corre el riesgo del empalago. Cierto es que esto puede parecer más crítica que laudo, pero ambas coexisten entre sus páginas, de la misma manera que coexisten las historias, los sueños y los numerosos mares que nos separan del pasado, del futuro y que rodean nuestro terruño particular.

La topografía del texto traza una cartografía muy específica, muy personal para el autor, la cual logra transformar en una suerte de universalidad literaria. No sorprende que el tema solar del texto —alrededor del cual gravitan todos los subtextos y personajes— sea el traslado, el destierro, el exilio, la inmigración o aún la emigración. Sin embargo, esta no es la típica historia del inmigrante latino.

Las factorías y los obreros brillan por su ausencia, por suerte, y en vez encontramos el entorno cultural y literario de la academia y los centros culturales no-oficiales de la gran urbe. Y digo urbe porque con excepción de algunos nombres, la ciudad en esta novela es anónima por lo general —una ‘cualquier’ ciudad de occidente, se podría decir. Todo esto hace de la lectura una refrescante, aunque siempre se corra el peligro de empalagarse, o abrumarse, con tanta referencia literaria y tanto lirismo melancólico. La nostalgia, el deseo y el cuerpo-patria son tan principales como los personajes de Mextli, Nau, Valeria, Abi y el “yo” narrador.

Por lo menos Palomares Salas atina al ambientar el periplo literario por los paisajes más variados y aclamados de la literatura que suele compartirse entre los latinoamericanos literarios. Cortázar, García Lorca, Sabines, Huidobro y muchos otros se encuentran debidamente representados entre sus páginas, como también la ecléctica variedad musical que el continente produce. No es de extrañar que el autor es un músico de carrera también, otra vez, por suerte.

La inclusión de elementos de meta-ficción es otro de los aciertos, ya que sería prácticamente imposible emprender un proyecto literario como éste sin reflexionar sobre el propio acto de escribir. Aunque los vericuetos de las vidas de los personajes antes mencionados son excelentes y acertados, con un deje de realismo muy bien desarrollado, para este lector la recompensa mayor de la novela reside en su tratamiento del mismo acto de escribir.

Cuando el autor escribe: “…porque no hay nada más triste que terminar siendo un paisaje o un retrato o un puñado de frutas en un frutero, terminar siendo un ejercicio de estilo, una obra aburrida y trivial, una de tantas naturalezas muertas”, está expresando la mayor preocupación de cualquier autor o artista. Y es en esos momentos, cuando Palomares Salas explora su propia creación, que la novela se eleva más allá de sus argumentos y sus posturas lírico-poéticas.

Pronunciamientos como “los sueños a veces se derraman” y “el cariño comenzaba a tejer horizontes” son muy emotivos y evocativos, pero pueden correr el riesgo de causar una especie de empalago. La abundante inclusión de símbolos —el mar, los continentes, las islas, el bosque, la playa, para asociar tanto a los personajes como sus sentimientos más íntimos— puede causar una especie de vértigo metafórico. En lo personal, tuve que consumir esta obra de poquito en poquito, ya que cuando intentaba aventarme numerosas páginas se me hacía muy difícil.

Sin embargo, Palomares Salas es un talento incuestionable que de seguro poblará nuestros libreros futuros con numerosos textos de calibre. Eso lo vemos en pasajes como el siguiente:

“Valeria entendió desde muy joven que su belleza era un monstruo de varias cabezas, capaz de volver locos a los hombres y a las mujeres, y se resignó a vivir con ese monstruo, entendiendo que tendría que aprender a domarlo.”

Los recursos del autor son muchos y su percepción es muy versátil, como vemos en el pasaje de arriba donde describe la “dictadura de la belleza” en Valeria. También lo vemos otra vez cuando pasa juicio, a través de sus personajes, sobre la personalidad ‘nacional’ del mejicano, otra vez en boca de Valeria:

“México era un país tejido en un telar viejo, de siete hilos: el hilo de la belleza, de la inocencia, el de la violencia, el de la vergüenza, el de la piedad, el del absurdo y el de la torpeza.” Nau, por su parte, desestima esa apreciación —siendo él el mejicano— y asegura que los mejicanos son solo torpes.

Por supuesto, reducir un texto a sus partes es una gran injusticia. Podrá pecar de un lirismo excesivo, pero por lo menos la novela de Palomares Salas no termina siendo otra naturaleza muerta más.

Rafael Franco. Autor puertorriqueño radicado en Chicago desde el 2008. Su libro de cuentos Alaska fue ganador del primer certamen de cuento nacional del Instituto de Cultura Puertorriqueña de 2007. También ha publicado la novela El peor de mis amigos, Editorial Callejón 2007, y forma parte del consejo editorial de la Revista ContraTiempo.

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