Un jarro roto

Un jarro roto

 

El artículo "Retrato del inmigrante como artista joven", de Raúl Dorantes, publicado en el primer número de El BeiSMan, generó la siguiente respuesta de Marco Escalante. Si deseas leer el artículo original, presiona este enlace.

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Decepción y tristeza es lo que uno siente al leer el artículo que Raúl Dorantes acaba de publicar en la revista digital El Béisman. Decepción, porque el autor pudo haber profundizado más sus ideas, para llevarlas más allá de ese simplismo dilemático de su metáfora del jarro —metáfora debilitada además por la ausencia de ejemplos concretos, hecho que impide humanizar a los personajes que a grandes trazos retrata. Y tristeza porque es un artículo que excluye, y que además de excluir, cae en el error de proporcionar una fórmula, una receta que es casi una advertencia, cuando la historia misma nos enseña que el arte, en general, lo que más rechaza es el espíritu prescriptivo.

Pero vayamos por partes.

Punto uno: La primera falla del artículo reside en su explicación de lo que el autor entiende como “realidad” o “entorno”. Menciona por allí sonidos, colores, imágenes y acordes que imagino pululan en los barrios pobres, las factorías y los restaurantes, donde el inmigrante ilegal se parte el lomo por un exiguo salario. Se menciona también cierta nostalgia —elemento subjetivo, es verdad, pero atado a experiencias concretas, y comunitarias, del pasado. Lo que Dorantes excluye de su cuadro es el artista separado del mundo. En su concepción, no hay lugar para esa realidad interior que lentamente edifican quienes han optado por vivir en los libros. Quien no escucha los reclamos del mundo, quien se niega a percibir lo que ocurre en las calles, quien no da cuenta de la compleja realidad de una comunidad, un grupo, un colectivo, “no es un inmigrante” —y quizá tampoco sea un artista verdadero, sino un alienado que desdeña todo aquello que ensucia las manos. ¿Qué hacemos con aquellos que, por elección estética, huyen de las coyunturas y eligen otros espacios, otros tiempos, remotos incluso, para expresar a cabalidad sus más íntimas ideas? ¿Qué hacemos con los que no huelen “a callejuela, a palabrota y taller”? En una sociedad totalitaria, se podría recurrir a la reeducación, obligar a los remisos a prestar atención a las necesidades de la historia y el pueblo. En una sociedad capitalista, basta con ignorarlos; al fin y al cabo ¿a quién le interesa el vagabundeo indiferente de los que exploran su yo? Como alguna vez dijera un sociólogo sabio de Chicago, a propósito de un artículo que publiqué en la difunta “Zorros y erizos: “¿Y quién demonios va a leer sobre Stendhal en esta ciudad?” Ya vamos viendo de dónde viene el desdén.

Punto dos: Dorantes describe a los artistas que se aferran al pasado como jarros llenos, dispuestos solamente a dar, nunca a recibir: “Llegan con la creencia de que ya son artistas. Son de cieno firme. Sin cuarteaduras y con orejas firmes. Están llenos, ahítos de aquellas aguas, y a la vez imposibilitados de recibir algo de los arroyos que encuentran… ¿Pero no es acaso el proceso creativo un fluir dialéctico: dar y recibir? ¿No es eso lo que hace un jarro o una vasija? ¿Recibir agua, darle su sabor y regresarla? Los artistas que ya son vasijas llenas rara vez dejan que los paisajes o los acordes de la tierra natal surjan como sin querer en la tierra adoptiva. Más bien hacen hasta lo imposible para que esos paisajes y esos acordes de antes surjan y vuelvan a surgir. Si nunca hubieran emigrado, si hubiesen permanecido en el pueblo o la capital, esos paisajes y esos acordes seguirían surgiendo , pero de una manera relajada, sin forzarse”.

Primera noticia: No hay jarros llenos. Todo artista interactúa con la realidad, pero con una realidad entendida en un sentido más amplio. En el caso del escritor, por ejemplo, los hay que reciben y reciben por una eternidad de los libros, tanto así que algunos suscriben como lema la escueta afirmación de Leys: “Prefiero leer”. Y curiosamente el acto de leer, cuando es voraz, termina revelando no la extensión de nuestro saber, sino la de nuestra ignorancia. Si uno es honesto, termina por concluir que siempre es jarro vacío.

Segunda noticia: No todos recuerdan del mismo modo. Vuelvo al caso del escritor, para no quemarme las manos con pintura. Si un escritor pretende recrear fielmente los paisajes de antaño, es un escritor realista o costumbrista, practica una literatura que murió hace más de un siglo. Sin embargo, hay mucho más que eso en este mundo. Hay quienes saben que la memoria, cuando recupera el pasado, lo inventa. Es más, hay quienes sienten nostalgia de lugares que no existen, de seres que no fueron, de tiempos fuera del tiempo. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los incluimos, a la fuerza, en el “rara vez” del párrafo citado o decretamos su ilegitimidad?

Tercera noticia: El único jarro es el artículo de Dorantes, porque quiere señalarle límites, siluetas, a la expresión artística; porque pretende, con un aire populista, señalar cúal arte es natural y verdadero y cuál no; porque le atribuye grandeza solamente a aquello que se ciñe a sus estrechas esperanzas. Todo esto queda en evidencia en el último párrafo de su artículo:

“En este nuevo siglo parece venir una ola de inmigrantes jóvenes, hombres y mujeres, de los pueblos y las ciudades, con niveles más altos de educación formal. Entre estos trabajadores, seguramente habrá músicos y pintores, poetas y bailarines, actores y cineastas. Es posible que esos inmigrantes, o los que ya viven acá, ahora sí logren vaciarse y refrescar su arcilla con ese fluir de arroyo que corre por una fábrica o por la cocina de un restaurante del downtown, por una lavandería o un callejón de barrio. Entonces sí, a la par de las obras de muchos artistas chicanos y caribeños, surgirán grandes novelas y obras de teatro en español, piezas musicales y coreografías de buena factura”.

El subrayado es mío. Y esta conclusión también:

El individuo tiene una cualidad líquida, se resiste a las ideas que pretenden adjudicarle siluetas definidas. Rompe jarros y esquemas, desafía generalizaciones absurdas. Por esa capacidad de huir del prejuicio de las ideologías, es que es capaz de crear. Y para crear no hay límites. El arte puede nacer tras una agotadora jornada en una fábrica, o tras una sesión de lectura en una biblioteca personal. Pero ninguno de estos dos contextos garantiza su calidad estética, que es al fin y al cabo lo que le importa al futuro.

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Marco Escalante. Autor de Malabarismos del tedio (7Vientos, 2013).