Un cuento de Jorge Hernández

Un cuento de Jorge Hernández

 

La mujer araña

 

Para John Barry

 

Quiero recordar esta noche momentos que no volverán
“Recuerdos de una noche”, Los pasteles verdes

 

Aunque unos dicen que la fecha fatídica fue el once de junio y otros que el veintitrés, yo sé que todo comenzó antes de ese día. Y lo sé de cierto porque me lo contaron lenguas de doble filo, que son las más versadas en este tipo de historias. Las versiones son confusas pero, según me dijo Miguel Alemán, él había venido a Estados Unidos para juntar dinero y ordenar diez grupos de danzantes a bailar a Chalma para que su compadre Adolfo López desapareciera y poder quedarse con la esposa de él, Alma Elena, que era idéntica a Elsa Aguirre. Lo que Miguel Alemán no sabía era que, según cuentan, Adolfo ya había mandado un grupo de matachines a Chalma y le hicieron el milagro de que Miguel se alejara de Vicenta Aramberri, su esposa, que parecía gemela de Sara Montiel, pero con ojos más verdes.

Miguel había llegado a una conferencia sobre literatura mexicana que organizamos en la Biblioteca Rudy Lozano. Bueno, más bien, había llegado a la sala de conferencias, porque a él no le interesaba la literatura. Si entró fue con la sincera intención de aprovechar el pan y el café que dábamos para animar a que los visitantes de la biblioteca asistieran al evento; ninguno de los usuarios lo hizo, pero Miguel y cuatro de sus canchanchanes nos habían visto entrar con las bolsas de pan y nos siguieron desde el alley donde dormitaban, y con pena y todo se aventuraron a la sala. Me preguntó qué íbamos a hacer y le dije que hablaríamos de poesía y cuento, que éramos escritores.

—¿Y si le cuento mi vida para que la escriba me da pa unos tragos? A lo mejor puede escribir una novela o una película, ándele, ¿no? nomás pa unas dos, tres cheves.

Le vi una cara de crudo que me hizo recordar mis borracheras de estudiante y accedí, más por solidaridad que por interés literario. Se sirvió café y afianzó una concha de huevo antes de comenzar su historia, que después me iba a ratificar, modificar o negar la gente con la que hablé cuando me mandaron a cubrir la premiación de un concurso de literatura, convocado por el PUP, en el que 13 escritores de Chicago obtuvieron el primer lugar. La ceremonia tuvo pleno en El Charquillo, Nuevo León, y de allí me transporté a los lugares de los hechos.

Desde antes de que Vicenta se casara, Adolfo López le apedreaba con suspiros las rejas de sus balcones, pero el papá de la pretendida le tenía ojeriza al galán y terminó por orillarla a casarse con Miguel que, a pesar de ser muchacho de buena familia, había sido campeón de box amateur en 1964 al derrotar a un cubano desconocido apodado Mantequilla. Miguel le dio una mordida al pan y un trago al café y me dijo que él “era buen bóxer, un gancho al hígado, el uno dos, finta con la derecha y la zurda contra la quijada del negro, uta pa bajo el pinche cubano y ya no se levantó, dicen que después fue campeón mundial, pero yo no creo, no creo”.

Desesperado, Adolfo se fue a Linares, Nuevo León, y a los dos meses regresó casado con Alma Elena Zertuche. En Matehuala hizo otra fiesta para festejar su boda, en la que se acercó a Miguel y le pidió que fuera el padrino de su primer hijo; el pugilista, mirándole las tetas a su futura comadre, aceptó. Sin embargo, fueron Miguel y Vicenta los que hicieron el producto y nueve meses y diecisiete días después nació un niño al que bautizaron con el nombre de Ignacio Alemán Aramberri, aunque la gente lo conocería como el Monada.

A pesar de su insistencia, Adolfo nunca antes le había interesado a Vicenta pero el día del bautizo de Ignacio, la primera vez que ella sintió que su compadre le puso la prueba de su hombría en las nalgas y se la restregaba bien y bonito, quedó prendada de él. Le dio una bofetada y se hizo la ofendida, pero él la agarró, la volteó y le repitió el procedimiento mientras le contaba las estrellas al oído y le acariciaba los pechos. Cuando se dio cuenta ya la lengua de Adolfo le iba subiendo por los muslos. La audacia del compadre le pareció encantadora y de allí en adelante comenzaron una relación que los llevó a copular en el atrio de la iglesia, entre las cajas de frutas del mercado Arista y en los salones de la escuela Gertrudis Bocanegra de Lasso de la Vega, donde estudiaba el Monada.

Por su parte, Miguel había comenzado una campaña para llevarse a su comadre a la cama. Con chocolates y flores y discos trató de conquistarla, pero nunca se atrevió al contacto físico porque Alma Elena agradecía los obsequios pero no daba muestras de un interés más allá del compadrazgo, se dejaba querer pero no las daba. A cada regalo, la presión aumentaba pero ella supo mantenerse firme ante la insistencia de su compadre porque tenía el apoyo del negro Mantequilla, a quien había conocido en el mercado cuando él se le acercó y se ofreció a ayudarla con la canasta del mandado. Alma Elena se negó, pero él le dijo que le diera lo que quisiera, un veinte o un tostón para poder comer. Cuando ella vio que la propuesta era de naturaleza puramente comercial accedió y le entregó la canasta al Mantequilla, quien la siguió por todo el mercado, le llevó el mandado hasta la casa y se lo puso sobre la mesa de la cocina. Cuando la doña le entregó un peso al Mantequilla, éste le pidió algo más, un taco de lo que le haya sobrado de ayer o de la mañana y ella le llevó un plato de sopa de fideos y frijoles pero cuando se inclinó a ponérselo en la mesa, el negro, en lugar de agarrar la cuchara, le apretó las tetas y con un movimiento pugilístico rapidísimo se las sacó de la blusa y del brasiér y se las comenzó a besar hasta que fue la misma doña Alma quien se puso sobre la mesa, se levantó la falda y le exigió al Mantequilla que le cumpliera como macho, que no la dejara caliente y casi se arrepintió de haberlo retado al ver que el negro se sacó un monstruo rampante. Esa tarde la señora de Adolfo López quedó adicta al Mantequilla y lo alimentó y amó hasta hacerlo ganar el campeonato estatal, el nacional y el mundial. Cada vez que José Ángel ganaba, ella ganaba también y se le agrandaba el amor en cada pelea al verlo sudar, sangrar, escupir, masacrar a sus oponentes. Y también crecía la fortuna familiar, porque comenzó apostando el gasto de la semana en las peleas locales y terminó apostando diez mil dólares en las peleas de campeonato mundial.

En el mostrador de la papelería “Omega”, Doña Alma Elena me dijo que el cubano la ayudó a ser fuerte y aguantar los embates de su compadre, que Mantequilla fue su vicio durante muchos años y que el sólo verlo de lejos, caminando en el mercado o sobre el ring de boxeo o dando vueltas en la plaza de armas, la hacía venirse. Cuando ocurrió la tragedia se dio cuenta del error de no acostarse con Miguel; de haber sabido lo que ocurriría se hubiera acostado con su compadre el día que bautizaron al Monada.

Vicenta Aramberri, por su parte, gozó todos esos años la vida ilícita con Adolfo, a quien llegó a complacer hasta en el confesionario. Muy poco le importó que su esposo desapareciera días y semanas enteras y que regresara solo por más dinero. Nunca le reprochó que se gastara la fortuna de la familia en regalos para la comadre, en borracheras de decepción y en prostitutas con las que aliviaba el dolor del rechazo, y cuando vendió lo último que quedaba fue ella misma la que animó a Miguel a venirse a Estados Unidos. Vicenta estaba gozando de la vida prohibida y no le importaba nada más, ni siquiera su hijo, que ya frecuentaba a la palomilla de la esquina.

Muy pronto el Flaco, el Chalío, el Benus, el Pata Bendita y el Nitos comenzaron a criar al Monada, a enseñarle las trampas de las canicas, el trompo, los volados y el futbol. La raza era canija, me dijo el Chalío mientras atendía a los comensales de su fonda, la raza era canija y nos valía madre porque éramos chiquillos sin nada que perder, nos gustaba ponernos los guantes y juntarnos a jugar fut en la calle o a cantar en las esquinas hasta la madrugada, en los días de muertos nos íbamos al panteón a robar los ramos que la gente dejaba en las lápidas y luego poníamos al Monada a venderlos a la entrada, como era el más chico nadie sospechaba de él. Un día, en lugar de ir a la escuela, se desaparecieron para ir a pescar y regresaron hasta las 5 de la tarde. Cuando volvió a su casa, el Monada se escondió porque creía que su mamá le iba a pegar, luego decidió subirse al techo de la casa, y esperó y esperó, pero fue hasta las 8 que vio dos sombras que se acercaban por la acera de la casa, una de ellas llegó hasta la puerta y la abrió y la otra siguió derecho por la calle. Doña Vicenta preguntó a gritos si ya había comido. El Monada se desgañitó para decir que sí y no se volvió a preocupar, a los 7 años comenzó a llegar a las 11, 12 de la noche, todo sudado de jugar futbol. A los 8, la flota le ordenó regar las plantas de mariguana que habían plantado en un lote baldío en las orillas del pueblo y el Monada lo hizo hasta que se cansó de caminar tanto y convenció a la raza de traerse la mariguana al jardín de su casa, donde iba a estar mejor cuidada y nadie iba a hacer pedo. La banda aceptó porque bueno, pos es el Monada el que la cuida y allí no hay pedo. Y si su mamá ni lo pela a él, menos a las yerbas que tiene en el jardín, así que no hay pedo. Y como el Monada era parejo y se mochaba cuando su papá le mandaba dólares del otro lado, no había pedo, porque lo que es de uno es de todos y la casa de uno es como si fuera de todos. Porque todos eran raza y chica el que se rajara.

En junio llegó la feria a Matehuala y, para librarse de un ligero sentimiento de culpa, doña Vicenta llevó a su hijo al Parque Mártires de Chicago y lo subió a las tazas locas, al martillo y a las sillas voladoras, le compró algodones de azúcar, tamales y champurrado. Al pasar por la carpa de la mujer araña el Monada comenzó a arrastrar a su mamá para ver a la mujer que se había convertido en animal.

La fila era larga y mientras esperaban entrar a verla escucharon la conversación del presentador y la mujer araña.

—¿Por qué te convertiste en mujer araña?

—Por desobedecer a mi madre.

—¿Y por qué desobedeciste a tu madre?

—Me mandó a comprar leche y perdí el dinero.

—¿Y qué pasó?

—Cuando llegué a la casa me comenzó a pegar por mensa.

—¿Qué hiciste tú?

—Yo le contesté cachetada por cachetada y cuando la vi llena de sangre en la cara la escupí y la agarré a patadas. Ella decía que dejara de pegarle y cada vez yo le pegaba más hasta que la dejé privada.

—Entonces no sólo la desobedeciste, la golpeaste.

—Sí señor, así fue.

—¿Y no tuviste miedo del castigo de Dios?

—No, yo estaba como loca y no pensé en que Dios me iba a castigar.

—¿Qué hizo tu mamá?

—Me maldijo, me maldijo y le pidió a Dios que me volviera araña.

—¿Y qué pasó?

—Yo me burlé y me fui a dormir y cuando desperté al día siguiente ya era araña.

—¿Qué hiciste después?

—Me dio vergüenza y me escapé de la casa

—¿Y con quién vives ahora?

—Vivo sola.

—¿Y qué comes?

—Como moscas y gusanos.

—¿Y cómo puedes volver a ser mujer normal?

—No sé, la maldición de Dios cayó sobre mí y creo que nunca voy a cambiar hasta que muera.

—¿Y qué es lo que deseas, para qué vives?

—Sufro mucho y deseo morir, pero antes quiero el perdón de mi madre.

Cuando estaban a punto de entrar a la carpa, doña Vicenta vio a Adolfo y le dijo a Ignacio que otro día iban a regresar a ver a la Mujer Araña. El Monada no aceptó las razones de la mamá y se arrastró, pataleó y gritó, hizo uso de su vocabulario arrabalero y cuando lo terminó volvió a empezar, la maldijo y la sentenció a cien años de mierda, a cagar tunas, a quemarse con la plancha y a hacerse mujer araña. Todo fue en vano, Vicenta había decidido gozar una noche de amor y el ardor le agotó la paciencia, abofeteó al niño y se lo llevó a rastras hasta la casa y lo encerró en su cuarto para, después, más calmada, recibir a Adolfo en la recámara nupcial.

El Monada era buen aprendiz de sus amigos y se salió por la ventana del cuarto, entró a la cocina y sacó el dinero que su mamá tenía en el gabinete. Fue a la esquina y allí encontró a la banda, los invitó a ver a la mujer araña en la feria y los gorrones aceptaron. El Nitos sacó un churro de mariguana y se lo fueron rolando. El Monada ya iba volando cuando llegaron a la feria y lo primero que vieron fue un juego de aros; el Chalío le dijo al Monada que no fuera ojete y los invitara y éste no se rajó, les pagó juegos de aros a todos, aunque con mala suerte, porque solo se sacaron unas cubetas y unas Pepsis de a litro. Más adelante el Pollo vio un juego de argollas y se le antojó y le dijo al pinche Monada que se mochara a ver qué se sacaba y no se sacó nada, pero los demás también tenían derecho y todos jugaron. Valieron madre, solo el Benus le atinó a dos botellas de tequila y el Monada a una navaja alemana multiusos. Pasaron por el puesto de hotcakes y quisieron y el Monada se puso con los hotcakes y el champurrado de chocolate para los ocho acompañantes. Después el Porras señaló que la acción estaba en las carpas de las bailarinas y se fueron directos, pero no los dejaron entrar porque eran menores de edad. Los más peludos le apuntaron a Ignacio que esos hijos de su rechingada madre no los iban a detener, que les diera dinero para comprar cervezas y ahí se las iban pasando unos a otros, así lo hicieron. Cuando el Monada les dijo que él quería ver a la mujer araña, la raza respondió que no se la jalara, que esperara porque a medianoche las bailarinas se encueraban y enseñaban el oso.

Siguieron chupando cheve y viendo el show desde afuera, pero llegaron las 12 de la noche y las bailarinas no se quitaron los calzones ni los brasiéres, por lo que la flota gritó, silbó y les mentó la madre. Los borrachos que estaban dentro de la terraza musical les comenzaron a lanzar botellas de cerveza, ceniceros y, los más pedernales, sillas. Los amigos emprendieron la graciosa huida y fueron a dar frente a la carpa de la mujer araña, pero las luces estaban apagadas ya. Encabronado, el Monada les rayó la madre a todos, pero lo ignoraron porque el Flaco ya había vaciado las botellas de tequila en las cubetas y ahora estaba agregando las Pepsis. El Chalío dijo que chingara a su madre el que no tomara y se acabaron las dos cubetas de menjurje. Cuando se vieron pedos y les faltaron fuerzas para regresar al barrio, a Benus se le ocurrió ir a la fuente para echarse agua y bajar la borrachera. Fueron, se mojaron todos y el Pollo echó como tres kilos de vómito. Varios de ellos seguían pedos y el Nitos sacó otro carrujo de mariguana como último recurso para alivianar la peda. Se lo acabaron; el Pollo no reaccionó a la terapia pero ellos estaban decididos a regresar al barrio agüevo y se fueron turnando para llevarlo de cuervito. Cuando llegaron a sus predios fueron directo a la casa del Pollo, lo recargaron en la puerta, tocaron y corrieron. Dice el Flaco que alcanzaron a oír la caída de su amigo cuando alguien abrió la casa.

El Monada llegó a su domicilio casi a las dos de la mañana y al pasar por el cuarto de su mamá oyó gemidos, se acercó más y escuchó que su madre se quejaba:

—No, por favor, no, allí duele, allí duele, no, aaaaay.

Ignacio abrió la puerta y, entre la oscuridad, alcanzó a divisar sobre la cama de su madre un ser gigante y extraño, de ocho patas, que se movía con ritmo y pesadez; no le quedó duda, su mamá se había convertido en mujer araña, él la había maldecido y ahora era una mujer araña, la hija de su repincheputamadre se había hecho mujer araña, qué bien, ya no lo iba a joder más, pero él tenía que evitar que se escapara y le contara a la gente que él la había maldecido; no iba a dejar que lo anduviera quemando por todos los pueblos de México porque alguien podría maldecirlo por mal hijo y terminaría en hombre lobo o en hombre víbora. Se acercó en silencio mientras sacaba la navaja que había ganado esa noche; los gemidos iban en aumento, oyó la voz de su madre, oyó que decía con dificultad:

—Ya, ya, no puedo más, ya no puedo más.

No lo dudó y saltó empuñando la navaja; la encajó en la mujer araña, escuchó gritos de dolor, ruegos y maldiciones; vio que la araña tenía dos cabezas, encajó la hoja en una y en otra, oyó como los ojos del monstruo se reventaban y sintió como la panza del animal se iba desinflando… había que darle paz a la mujer araña.

Cuando sintió que el monstruo se quedaba quieto fue corriendo a la esquina, donde el Cabo y el Pelón cantaban a todo volumen “Recuerdos de una noche” y les dijo que había matado a la mujer araña que había sido su mamá. El Cabinho no le creyó pero el Pelacas dijo que había que ver si era cierto, total, chingue su madre el miedo. Fueron, y al entrar al cuarto preguntaron:

—Seño, seño, oiga, el Monada, Ignacio dice que hay un animal aquí, que él lo mató.

Como no hubo respuesta, entre la oscuridad buscaron el foco y al encender la luz vieron dos cuerpos sobre la cama, el de doña Vicenta y el de Adolfo López. Sin saber qué hacer, salieron corriendo y se fueron a despertar al Benus, a quien se le ocurrió avisarle a doña Alma. Fueron y tocaron a todo lo que daban y al ver que nadie contestaba empujaron la puerta y fueron buscando la recámara de la señora, a la que encontraron abajo del negro Mantequilla. Explicaron lo que el Monada les había contado, ella se puso una bata y fue directo a la casa de Miguel Alemán. Al entrar al dormitorio, vieron los dos cuerpos sobre la cama, batidos en sangre y semen. El Monada se daba cabezazos contra la pared y decía que la mujer araña lo tenía agarrado de la nuca, volteó y nos dijo que él iba a ser hombre lobo, hombre víbora, hombre cucaracha, que estaba maldito, que le dolían los ojos y se los sacó con los dedos pulgares. Doña Alma maldijo a su marido y lo dejó allí.

Cuando le llegó la noticia, Miguel no quiso ir a reclamar el cuerpo de su esposa ni siquiera quiso ir a ver a su hijo en el manicomio. Decidió quedarse aquí y olvidar todo, hasta que me lo contó para que yo lo escribiera. Se terminó su café y se acostó en el suelo, comenzó a murmurar algo parecido a “buen bóxer, gancho, uno dos, finta y la zurda contra la quijada del negro, tumbé al campeón y ya no se levantó, tumbé al campeón, lo tumbé” y quedó dormido antes de que comenzara la conferencia que, por cierto, cancelamos porque, aparte de los teporochos, nadie llegó.

Jorge Hernández. México, 1963. Desde 1988 reside en Estados Unidos.

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