Siete: 13 colores de la resistencia hondureña

Siete: 13 colores de la resistencia hondureña

 

Para mi abuela Amalia

Bajo la santísima mirada de la madre de Jesús, doña María, la virgen, me tocó dormir varias noches a causa de las incomodidades y carreras que nos trajo el golpe de estado. Una capilla privada dentro de la casa de gente acomodada me rescató de la vigilancia y la posibilidad de represión en mi cuerpo. Ahí me sentí extraña y un poco asustada por tanta escultura sufriente. La imagen de joven madre, sonriente y con cara de mujer aragonesa me cuestionaba. ¿Cómo es que una llega a estos lugares? Una tan atea y esa imagen tan virgen.

La gente que nos dio refugio era pura resistencia, como se categoriza en el país a quienes no claudican. Hace mucho, un hijo suyo fue luchador de ese pueblo de gente necia y chiquita que habita en El Salvador, me contó la señora de la casa con un café delicioso.

Ella también fue peregrina, como usted, me dijo, y señaló a la escultura que no dejaba de mirarnos con cierta lástima detenida. La persiguió otro imperio: el romano, ellos estaban en contra de la gente que luchaba porque Jesús era un luchador, me explicó aquella señora y entró en largos detalles que me hacían pensar que pudo haberle dado catequesis a Frei Beto.

Tuve tiempo de observar con atención el sacro espacio, las imágenes, el mobiliario y los colores. Las noches eran largas y de zozobra, de radios escuchadas bajito y mucho trabajo en silencio. Nuestro destino estaba roto y nada podría zurcirlo, ya los planes de antes de junio del 2009 se habían esfumado dolorosamente y sentíamos que la desgracia se cernía sobre todas; a mí el vientre se me llenó de vacío y el tiempo amoroso se me nubló de mentira; pero la fuerza del movimiento de tanta gente en resistencia nos daba luz en la oscuridad, y la solidaridad fue un bálsamo para cada herida. Como a mí, a mucha gente la recibieron en casas, en escuelas, en barrios donde no importaba el nombre ni la procedencia; cuando la represión arreciaba siempre se abría una puerta, se prestaba un teléfono, se daba un vaso de agua y se lloraba. ¡Ay!, ¡cómo lloramos de indignación, de emoción, de tristeza!

En uno de los pilares de la capilla había una foto, un hombre joven que sonreía: era el que había luchado allá del otro lado del río Torola. Murió de manera trágica y el templo era dedicado a su memoria. Él estaría contento de que esté aquí, me dijo la señora con dulzura, fíjese cómo es la vida, comentó dejando para sí todo lo demás de su entendimiento. Pues sí, pensé yo, la vida la lleva a una a lugares insospechados y a mirar como quien mira a través de un caleidoscopio.

Dejé el templo en cuanto pude. Cada vez que paso por ahí le llevo flores a la señora que sé las llevará a la otra peregrina, a la perseguida por el imperio romano.

 

      Tengo una hija en la mente

      y un duelo que me llena el vientre de nada

      Perdí amigas

      niños hombres que no conocí

      Me quitaron los golpistas la vida que no había venido

      y me dieron un tropel de mujeres indignadas

      con ellas canto en silencio

      conspiro en las miradas

      por ellas resisto

      al aliento de la palabra envenenada

      al abismo de la guerra

      que nos llama

 

 Melissa Cardoza. Feminista, artista y autora de 13 colores de la resistencia hondureña.

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