Retrato del inmigrante como artista joven

Retrato del inmigrante como artista joven

Acaso un jarro sirva para ilustrar lo que es el inmigrante que arriba a las ciudades del norte y llega a ser pintor o músico, escritor o bailarín. De haber permanecido en el terruño, seguramente no se hubiera adentrado en los mundos de la pintura, la música y las demás artes. Justo porque salió de su pueblo ha profundizado en el sentido de la belleza. Dicho inmigrante sólo en la nueva tierra descubre que está hecho de ese barro fresco y primordial que da forma a los artistas. El migrar le ha dado conciencia. Acá, en Denver o San José, Atlanta o Chicago, se ha dado cuenta de que hay toda una estética en su mundo trashumante.

El artista inmigrante ahora se encuentra rodeado de otras identidades que lo llevan a mirar la suya. Con el tiempo puede mirar su pasado como un bloque fijo y encontrarse de frente a su soledad, con tiempo para mirarla y para mirarse, sin atajos ni salidas fáciles. El artista inmigrante es un jarro casi vacío. Un jarro dispuesto a ser llenado. Lo habita su pasado pero no vive en el pasado. En ese sentido se hermana al obrero que cruza la frontera con la disposición de trabajar de jardinero o lavaplatos. Como la ama de casa que viene de un pueblo de Morelos, que baja del Greyhound y se vuelve afanadora o babysitter.

Como ya señalamos, la tierra que compone ese jarro ni siquiera se ha secado. No ha pasado por ningún horno. Todavía acepta otras formas y grosores. Ese inmigrante es, como aquel artista de Joyce, el retrato de un joven que apenas sale del cascarón. Y cree que reinventa el cuento o el suplemento literario, la danza contemporánea y la música experimental. Por supuesto, el artista inmigrante no inventa nada, pero tiene la energía y el mérito del inventor.

Hay jarros que llegan desde otros lados con la creencia de que ya son artistas. Son de cieno firme. Sin cuarteaduras y con orejas firmes. Están llenos, ahítos de aquellas aguas, y a la vez imposibilitados de recibir algo de los arroyos que encuentran. El pintor lleno de sí trae por ventura los colores de su terruño y evoca en estas ciudades los parajes dejados atrás, y muchas veces no puede mirar los nuevos matices. El músico hace sonar con gracia las cuerdas de su guitarra o su charango, pero sus oídos se resisten a escuchar los ruidos y los silencios de estas calles. El poeta repite sus versos y encuentra feas y chillantes las palabras recientes. El ensayista lanza sus pensamientos, pero ni de soslayo acepta un juicio de sus lectores potenciales. El director de teatro monta una obra y prefiere no mirar los gestos de su audiencia. Son jarros endurecidos que se disponen a dar, sólo a dar: se niegan a recibir.

¿Pero no es acaso el proceso creativo un fluir dialéctico: dar y recibir? ¿No es eso lo que hace un jarro o una vasija? ¿Recibir agua, darle su sabor y regresarla? Los artistas que ya son vasijas llenas rara vez dejan que los paisajes o los acordes de la tierra natal surjan como sin querer en la tierra adoptiva. Mas bien hacen hasta lo imposible para que esos paisajes y esos acordes de antes surjan y vuelvan a surgir. Si nunca hubiesen emigrado, si hubiesen permanecido en el pueblo o la capital, esos paisajes y esos acordes seguirían surgiendo, pero de una manera relajada, sin forzarse.

¿A quién le habla el artista que ya viene como jarro lleno? ¿Le habla a la audiencia y a los espectadores que tiene enfrente o a los que dejó en su pueblo o en su ciudad? ¿Quién es su interlocutor? ¿En verdad habla consigo mismo? ¿No será que además de ser habitado por el pasado sigue viviendo en él? Aunque quieren, difícilmente se deja absorber por el nuevo entorno. Lo ve por debajo del hombro. Y a ratos parece que lo atrapa, pero eso que es nuevo se va escurriendo precipitadamente o por goteo.

El artista inmigrante percibe lo nuevo y quizás no sepa que hacer con ello. Está en su naturaleza de inmigrante percibir colores, movimientos, sonidos y como sentimiento omnipresente la nostalgia. Si no percibe y trabaja con lo que le ofrece el terreno nuevo, entonces no es inmigrante. Entiende cuando sus paisanos sacan la bandera verbal o de poliéster durante la celebración de un holliday o cada vez que gana el equipo nacional. Entiende que en esa bandera está el “yo soy aquél” o el “yo sigo siendo”. Pero el artista inmigrante no se conforma con entender: a pesar de sus limitados recursos, trata de cuestionar y de proponer. Pocas veces logra su cometido y apenas es escuchado. Lo único que lo mantiene en pie es la curiosidad que proviene del inventor. Pero, como ya se dijo, el artista inmigrante no inventa nada. Sólo observa. Y a sus pininos le imprime cierto vigor.

A lo largo de casi ocho décadas de migración de América Latina hacia las urbes estadounidenses se habían visto mayormente a hombres de las zonas rurales con poca educación formal. Pero desde principios de los ochenta, debido a la profundización de la crisis económica, se fueron sumando miles de mujeres provenientes del campo y la ciudad, analfabetas o con cierta formación. A ellos y ellas, hacedores de caminos, les debemos el fortalecimiento de nuestros barrios y organizaciones sociales, de nuestros incipientes programas de educación bilingüe y hasta de la expansión de la radio y la televisión en español.

En este nuevo siglo parece venir una ola de inmigrantes jóvenes, hombres y mujeres, de los pueblos y las ciudades, con niveles cada vez más altos de educación formal. Entre estos trabajadores, seguramente habrá músicos y pintores, poetas y bailarines, actores y cineastas. Es posible que esos nuevos inmigrantes, o los que ya viven acá, ahora sí logren vaciarse y refrescar su arcilla con ese fluir de arroyo que corre por una fábrica o por la cocina de un restaurante del downtown, por una lavandería o un callejón de barrio. Entonces sí, a la par de las obras de muchos artistas chicanos y caribeños, surgirán grandes novelas y obras de teatro en español, piezas musicales y coreografías de buena factura.

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Raúl Dorantes. Escritor y dramaturdo, reside en Chicago. Recientemente publicó la novela De zorros y erizos.

 

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El presente texto generó la respuesta del escritor Marco Escalante. Presiona aquí para leer la respuesta de Escalante.