REFLEXIONES PARA LA JUVENTUD MEXICANA DESDE LA PERSPECTIVA DE UNA HISTORIADORA 

REFLEXIONES PARA LA JUVENTUD MEXICANA DESDE LA PERSPECTIVA DE UNA HISTORIADORA 

Voto útil de Monero Hernández. Fuente: La Jornada

 

 

(TAMBIÉN DIRIGIDO A LOS Y LAS PRIANISTAS DE MI GENERACIÓN)

 

#HistorizameEsta

#PoliticaMexicana

#MexicoSigloXX

 

Cuando la dirección del Estado mexicano quedó a cargo del candidato del entonces recién fundado Partido Nacional Revolucionario (antecedente del PRI) en las elecciones extraordinarias de 1929, que fueron convocadas tras el asesinato del candidato electo Álvaro Obregón un año antes (quien, además de contender nuevamente para el cargo presidencial después de la reforma constitucional promovida en 1927, figuraba como único participante en dichas elecciones después de las ejecuciones de los otros dos candidatos a manos del Ejército), comenzó un periodo en la Historia Contemporánea del país que se caracterizó por la hegemonía de un partido político: el Revolucionario Institucional.

Por tal motivo, hablar sobre la vida política del México del siglo XX implica, consecuentemente, hablar sobre la historicidad del propio PRI; que durante el sexenio de Lázaro Cárdenas pasaría a llamarse Partido de la Revolución Mexicana (1938) para, posteriormente (1946), adquirir su denominación actual. De esta forma, por más de 70 años consecutivos la administración del Estado mexicano quedó en manos de un reducido grupo de políticos, aquellos que formaban parte de las filas del PRI y, aunque su llegada al poder siempre estuvo respaldada por un mecanismo democrático expresado en elecciones periódicas, lo cierto es que desde el principio (justamente con Pascual Ortiz Rubio) dicho proceso democrático fue puesto en tela de juicio. 

Aunque la suspicacia en torno a la legitimidad de los resultados de la contienda electoral para la presidencia de la república se había hecho presente desde las elecciones de 1910 en que contendieron Porfirio Díaz y Francisco I. Madero (así como en otros momentos a lo largo del siglo XIX), justamente por irregularidades detectadas en el proceso, no fue sino hasta después de 1930 tras la incursión del PNR en la escena política del país que este situación pasaría a convertirse en la característica emblemática de la democracia mexicana del siglo XX; ya que muchos y documentados fueron los casos de irregularidades en los comicios que se registraron a lo largo de las siete décadas en que gobernaron los partidarios del PRI. 

Tras las elecciones del año 2000 que por primera vez llevaron a la presidencia de México a un candidato que no era postulado por el PRI sino por su más antiguo opositor, el Partido Acción Nacional, parecía que finalmente se consolidaban en el país las condiciones para un verdadero ambiente democrático de la vida política; muy acorde, por cierto, con los cambios que se respiraban en la escena mundial hacia finales del siglo XX a partir de la caída del muro de Berlín, así como de la reapertura democrática que experimentaron varios países del Cono Sur que por varios años habían vivido bajo un Terrorismo de Estado ejercido por las dictaduras militares que fueron instauradas entra la década de 1960 y 1970, en función de la Doctrina de Seguridad Nacional ideada en Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría.

Sin embargo, la posibilidad de transformación que se hizo presente en los albores del siglo XXI rápidamente fue reducido a una mera alternancia partidista que, en última instancia, buscaba preservar el statu quo de un sistema de gobierno que se había construido desde el siglo pasado a través del priísmo. Las polémicas elecciones de 2006 hicieron patente que la democracia en México no era viable, puesto que el poder seguía concentrado en una pequeña cúpula compuesta por empresarios y políticos que se negaban a perder sus privilegios y que se valían de cualquier artimaña (desde alarmantes campañas publicitarias, hasta el control mismo del instituto encargado de regular los comicios) para preservar en el poder a aquellos que fueran afines a sus intereses. 

 “Haiga sido como haiga sigo”, el panista Felipe Calderón tomó las riendas del Estado mexicano tal como estilaban hacerlo en años anteriores los políticos candidateados por el PRI y, ante una total falta de legitimidad de su embestidura, Felipillo paso a comandar a las fuerzas del ejército para librar una batalla campal contra la ya arraigada red del narcotráfico. A partir de este sexenio, nuestro país se sumió en una ola de violencia extrema en que las desapariciones, ejecuciones, violaciones y torturas estuvieron a la orden del día. Así, mientras que los pobladores de varias regiones del país tuvieron que padecer esta cruda realidad instaurada a partir de una guerra absurda convocada por un gobierno espurio y colaborador de algunos grupos criminales, para quien la perdida de las vidas humanas de su ciudadanía no eran más que daños colaterales, en México parecía cada vez más lejana la posibilidad de vivir en una verdadera democracia.

La desilusión generada en este sexenio probablemente pueda ayudar a explicar el regreso del PRI a la conducción del Estado mexicano; aunque, ciertamente y tal como fue expuesto en la película de Luis Estrada “La dictadura perfecta” (2014), los resultados obtenidos en las elecciones de 2012 respondían en gran medida al trabajo colaborativo puesto en marcha entre los políticos del viejo orden (los dinosaurios del PRI) y los dueños de los medios de comunicación, sobre todo de las televisoras. Ni la inesperada irrupción de la juventud mexicana en la contienda presidencial a través del movimiento convocado en redes sociales denominado #YoSoy132, que se encargaba de denunciar la complicidad entre los medios y los políticos del PRI, pudo evitar la inercia de los procesos democráticos cuya institución encargada de regularlos (el entonces llamado IFE) siempre había velado por resguardar los intereses de un pequeño grupo de privilegiados. 

Pero entonces 43 jóvenes estudiantes de una normal rural fueron desaparecidos por fuerzas del Estado, mientras que otros de sus compañeros fueron sanguinariamente asesinados la noche del 26 de septiembre de 2014; la corrupción que imperaba en el gobierno quedó expuesta a través de un inmueble construido en las Lomas, así como de excesivos lujos, gastos y viajes; y, para rematar, volvió a registrarse un fuerte temblor en la Ciudad de México un 19 de septiembre (2017) que no sólo puso en evidencia la incompetencia del gobierno, sino que también sirvió como punto de unión para la población. Evidentemente había un hartazgo por los excesos, represiones y privatizaciones llevadas a cabo en el gobierno de Enrique Peña Nieto pero, lo más importante, la mirada internacional estaba colocada en el país y personalmente creo, sin demeritar las repercusiones de las diferentes torpezas de ese gobierno así como la crítica situación del país, que esto resultó clave para que, por primera vez en su historia, el instituto encargado de regular el proceso electoral hiciera su trabajo.

El triunfo del actual presidente López Obrador en 2018 fue inusual no sólo porque se trataba del primer gobierno de izquierda que se instauraba en México sino, sobre todo, porque su llegada al poder significaba el comienza de una nueva era en la Historia de nuestro país en la que verdaderamente podía tener cabida un sistema democrático. Si bien no creo que se trate puntualmente del cuarto momento significativo en la Historia de México, puesto que considero que la perdida del territorio en la primera mitad del siglo XIX también resultó definitorio para la nación, indiscutiblemente creo que se trata de un momento de ruptura en que una nueva época (una democrática) puede ser concebida y construida. 

La explicación del ambiente político actual, sin embargo, no puede ser reducido sólo a la contienda del 2018, sino que tiene que partir de la segunda mitad del siglo pasado; tanto de los movimientos obreros, médicos y ferrocarrileros de la década de 1950, como de las movilizaciones estudiantiles que tuvieron cabida en 1968 y 1971 y que fueron duramente reprimidas, así como de la resistencia que fue expresada en grupos insurrectos ante la guerra sucia que tuvo cabida en la década de 1970. Rastrear el descontento de la población y la exigencia por una verdadera democracia en México también puede verse expresado en las elecciones de 1988, cuando la creación de una Corriente Democratizadora dentro de las filas del PRI y la consecuente postulación de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la república puso en jaque al sistema que gobernaba el país y que, desde ese momento, hizo manifiesta una alianza partidista (PRI-PAN) que se oficializaría en las primeras décadas del siglo XXI.

Los intelectuales, por su parte, antes de tratar estos temas y hacer una reflexión pormenorizada sobre el periodo en que la dirección del Estado mexicano quedó bajo el control de un partido político, lograron alinearse con el sistema y trabajar para éste pues, como bien fue dicho en su momento, el que se movía no salía en la foto (y, por supuesto, con dinero baila el perro). Afortunadamente, hoy en día contamos con una nueva generación de mexicanos letrados quienes no hemos sido cooptados por el poder y quienes no estamos dispuestos a dejar de dar una justa (y sustentada) dimensión sobre nuestro pasado más reciente; a saber: que nuestro modelo democrático, uno de los más costosos del mundo, esta a cargo de una institución cuyos funcionarios obedecen a estructuras y personajes anclados en un sistema antidemocrático y clasista tejido desde antaño; además de que la alianza PRI-PAN a la que se ha sumado el PRD y otros partidos, necesariamente nos lleva a reflexionar sobre su desempeño cuando estuvieron al frente del gobierno federal, así como sobre el proyecto político que representan (uno que cada vez se va posicionando más hacia la extrema derecha). 

 

Contacta a la autora Berenice Hernández (berenicehepe@gmail.com)