Primavera y poesía / reunidas el mismo día

Primavera y poesía / reunidas el mismo día

 

Poesía sin acomodo

¿Cómo acomodar el quehacer poético en nuestra vida cotidiana si estamos rodeados de obligaciones que poco tienen que ver con leer poesía? Hacer la compra, llegar a casa, limpiarla, ordenarla, lavar la ropa, atender mascotas, trabajar, estudiar, cocinar, liquidar deudas, pagar impuestos, mantener en orden la administración… Todas ellas son tareas que pueden consumir nuestros días al grado de envolvernos en ese terrible vértigo tan ligado a la mala salud y a ciertas enfermedades como la obesidad, el estrés, la depresión, la diabetes, además de estar ligado también a esa sensación de vacío que muy fácil se adueña de nuestra parte inconsciente contaminando nuestros actos y pensamientos. 

Mucho se culpa a los poetas de que por ellos y su complicada y hermética obra (o dicho de otro modo, por ese impulso derivado de las viejas vanguardias del siglo anterior) el público en general se ha estado alejando de los libros de poesía. En lo personal siento que esa forma “moderna” de escribir poemas, una de tantas que son publicadas por revistas o editoriales, no alcanza a ser tan poderosa como para lograr que la gente se aleje ya que tampoco es que se le publique mucho, de hecho, podemos elegir librerías al azar y encontraremos en sus secciones de poesía (pequeñas y arrinconadas pero vigentes aún) una contrastante mezcla de autores reconocidos y "fáciles de leer" junto con ediciones kitsch de poesía amorosa y libros post-vanguardias, lo mismo escritos por poetas prestigiados que por poetas emergentes. 

Es decir, en la actualidad la oferta poética sigue gozando de buena salud, tal vez no de buena difusión pero no nos podemos quejar de no encontrar diversidad en las ferias y tianguis de libros, en las librerías, en los festivales, a diferencia del lector que es quien ha venido estropeando su salud ya que se ha desvinculado de su vida interior y se ha apegado en cambio a la sobreestimulación, al fervor tecnológico, al pensamiento industrializador, al poco-qué-decir-pero-mucho-con-qué-decirlo.

Este vértigo moderno es el que me parece nos lleva a ni siquiera generar la cosquilla necesaria para asomarnos a un poema, fenómeno que ocurre por igual con otras áreas que también implican quietud: la contemplación, la meditación, la oración, los paseos, la escritura a mano, la apreciación de la música, el beso con demora (¿no es verdad que ya pocos se besan con pausa, encontrándose con el otro de a poquito, como si el único propósito en la vida fuera sentir la amplitud de la propia presencia a través de estar sintiendo la del otro?).

Ni siquiera quienes viven en el campo pueden ser considerados como gente de quietud, ciertamente no tendrán el estrés de las urbes pero no dejan de tener su propio estrés del trabajo, de la escasez de recursos, de las condiciones laborales injustas, de la insatisfacción personal (además de lidiar, como en el caso de México, con las distintas formas de crimen organizado, a veces en forma de narcotráfico, a veces en forma de empresa extranjera que quiere explotar los recursos de la región).

 

Apuntes sobre lo poético

En estos escenarios es complicado que la poesía se inserte como cosa común y más si seguimos asociando al acto poético con todo aquello con lo que hoy está asociado… para qué enlistarlo, a veces pareciera que la poesía está secuestrada por el sistema educativo, por la academia, por el esnobismo, por los mismos autores consagrados que generalmente se muestran amargados y pesimistas con toda aquella poesía que existe fuera del establishment, fuera del canon. 

Sin embargo, lo sabemos:

—La poesía es algo más que un sistema establecido.

—No le pertenece al mercado ni a las librerías ni al sector literario.

—Tampoco se encuentra sólo en los clásicos.

—Ni se le puede reducir al mero acto de leer y escribir poemas. 

Es más, a veces me parece que lo poético es más un sentido del organismo, como lo son la intuición o la percepción además de los 5 sentidos oficiales, razón por la cual nos es inevitable expresar nuestra interioridad (emociones, sentimientos, reflexiones, ideas, etc.) ya que no es suficiente con vivenciarla por dentro. 

Es como si formara parte de nuestros latidos y esto fuera un hecho universal.

Aunque claro, esta no deja de ser una manera exaltada de decir algo que en principio es más sencillo: la poesía a nadie le pasa desapercibida, está ahí, en nuestro genoma, como un idioma en potencia que puede o no manifestarse a lo largo de nuestra vida pero que sin duda está ahí para conectarnos con algo profundo y misterioso. 

Es decir, vale la pena acercarnos a la poesía, explorar nuestro sentido poético interno. El problema: la falta de estímulos para animarnos a hacerlo. 

A veces surgen movimientos que buscan “acercar la poesía a las masas” pero suelen fracasar ya que cuando nos acercamos a ella, lo hacemos desde cierta inquietud metafísica, desde cierta sed de trascendencia, difícilmente funciona si se nos “vende”. Quien está destinado a llegar a la poesía (un llamado parecido al de los místicos, sin duda) lo hace sin campaña alguna, lo hace por su propio pie.

Aún así ¿hay algo que se pueda hacer para que la poesía nos resulte menos ajena? Habría que apelar, me parece, a una de sus cualidades: el ritmo.

 

Lo que sana es el ritmo

El ser humano contemporáneo requiere de otorgarse a sí mismo espacios en los cuales aquietar su pensamiento, su caótico y muy condicionado pensamiento, por eso en algún momento de nuestro estrés cotidiano buscamos un extrañamiento, un momento de equilibrio o, dicho de otro modo, un “relax”, entonces comemos un chocolate, nos hacemos una infusión o vamos a un spa. 

Es por esto que no sólo habría que buscar por necesidad momentos aleatorios de relajación sino crear una estructura con la cual sistemáticamente contar con instantes de placidez con la misma frecuencia con la que somos productivos o nos bañamos o escuchamos noticias. Es ahí donde la poesía puede volver a nosotros como esa cosa cercana y cálida que siempre debió ser: una fuente viva de conocimiento, un espacio para estar presentes. 

Poesía terapéutica. Poesía redentora. Poesía religiosa que nos re-ligue, que nos conecte con nuestro mundo interior sin dogmatizarnos.

Poesía que por su naturaleza nos haga adoptar un cierto ritmo vinculado a la demora, a la armonía (inténtese si no lo siguiente: en un momento de estrés agarre un poema e pruebe leerlo… será inevitable experimentar un choque de ritmos). 

Claro que los poemas no son los únicos que sirven para estos efectos y mucho menos los poetas son quienes nos sirven de guías para lograr estos estados de serenidad (acaso uno de los grupos sociales donde mayor vanidad y autoengrandecimiento hay). Lo poético puede estar en cualquier otro arte, en el paisaje o en la manera de mirar de los niños, cuando encontramos imágenes extraordinarias en los lugares de siempre, cuando nos damos cuenta que hemos olvidado un rostro, cuando notamos que deseamos abrazar.

La poesía no tiene fronteras. ¿Cómo podría tenerlas? ¿No sería eso como decir que se puede encapsular una porción de cielo? 

El acto poético se da cada que un estímulo nos lleva a abandonar la inmediatez y nos hace estar presentes, por todos lados presentes, sintiéndonos unidad, extendiendo esa unidad con el otro, con lo otro. De ahí que los amorosos sean los poemas más socorridos: no hay estímulo más letal para sentir la plenitud de la existencia que amar a alguien. 

Todo es cuestión de acondicionar la mirada, de reeducarla, de regresarla a ese viejo estado de inocencia infantil pero ya no soportada en una experiencia pueril sino en una visión madura, una visión adulta que lo bueno de ser mayores es que tenemos la capacidad de tomar el control de nuestra vida y encaminarla por la dirección correcta las veces que sea necesario, por más crisis que surjan. 

Hacer de la poesía una diaria costumbre sería entonces lo mismo que tener una dieta balanceada rica en sabor y nutrientes: una alimenta y desintoxica el organismo, la otra mantiene sano el pensamiento, ambas aumentan la felicidad.

 

Feliz 21 de marzo, día mundial de la poesía

Y aunque me la haya pasado diciendo que lo poético está más allá de los poemas, la verdad es que yo soy de esos que depende de ellos para mantener el equilibrio. Cómo no recurrir a la lectura sistemática de poemas cuando existen textos como el siguiente, que no recuerdo el libro de Tomás Segovia del que fue tomado pero que guardo más como un mantra personal, como la estampita de algún santo, que como referencia literaria:

Hay días que desean por encima de todo
Dejar que interrumpamos un momento
Nuestra perpetua vigilancia
Nuestra marcha apretando las mandíbulas
Nuestra mirada inquieta con los puños cerrados
La recelosa sístole de nuestro corazón 

Ponen para cubrirnos sobre el cielo
Un toldo delicado de adelgazadas nubes
Nos rodean de un aire desenvuelto y afable
Con un ligero aroma a caminos lejanos
Dejan que el mundo enseñe
Sus grandes manchas bellas
Acolchan levemente los sonidos contusos
Alejan el fangal de los deberes
Les tapan a las deudas sus vergüenzas
Y esperan sonriendo dulcemente
Que aceptemos la vida.

 

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Alberto Espejel Sánchez (México, D.F., 1981), poeta, amo de casa y lector de feminismos. http://albessan.tumblr.com/