
Ovarios express
[O todo lo que quiero saber de mis ovarios y nadie me ha querido contestar]
Una bruma de colores, la luz difusa de un cuarto blanco. Una cara irreconocible me llamaba de regreso al mundo, balbuceaba algo en inglés, quizás decía mi nombre, no lo recuerdo. La memoria siempre es una trampa, y más en el ensoñador estado de la anestesia.
Un hombre vestido de verde estaba al pie de la cama. Me miraba de forma enternecida, maternal incluso, como si supiera todo lo que me había pasado en los últimos seis meses.
You’re in the recovery room, I’m Nurse This or That, everything went well.
La conciencia comenzó a aparecer junto con un profundo dolor en el vientre, como si me hubieran golpeado. Tenía la boca arenosa, los labios partidos, la garganta seca, una aguja atravesaba mi mano derecha y la conectaba a un tubo de plástico.
Comencé a recordar: había llegado al hospital esa mañana sin haber comido ni bebido nada en 12 horas, me habían puesto una bata, me habían colocado el intravenoso. La asistente de la cirujana me empujó en una camilla a través de un pasillo de cristal. Desde lo alto vi el sol sobre Central Park, Nueva York amanecido en ese caluroso día de agosto, hacía casi tres semanas que había sido mi cumpleaños número 33.
En la sala de operación me pidieron que contara. Eso fue lo último que recuerdo hasta que este hombre, un ángel a mi parecer, me despertó del sueño. Poco a poco comencé a hablar.
My mouth is dry. I think my breath really stinks…yes, some ice chips would be good. Thank you. I can’t move. I think I’m going to shit myself. Is my mom on her way here? Thank you for being so nice, everyone is so nice. Can I have something to eat? I feel so dizzy.
Do I still have my ovaries?
Do I still have my ovaries?
*
Los días previos a la operación no pude hacer nada.
Ya había llorado mucho. Sin embargo, no era tanto el llanto lo que me agarraba desprevenida y me rompía a la menor provocación, era otra cosa: era miedo, pánico más bien.
Cuerpo, mente y alma petrificados ante un panorama de dolores sin resolución inmediata.
A veces, incluso, no era una imagen en particular la que me hundía, sino solo sentirme presente y pensarme así: tan quebradiza, tan indefensa, habitando ese cuerpo defectuoso y adolorido.
A eso sumémosle la culpa: culpa de no querer salir, culpa de tener sueño, culpa de no ser productiva, culpa de querer bajarme del planeta, culpa de no hacer ejercicio, culpa de no tener mi propio dinero, culpa de no poder contestar correos, culpa de no querer leer, culpa de no querer coger, culpa de sentir culpa.
La enfermedad se había convertido en algo que iba mucho más allá del dolor, había tomado control de mi vida. Pasaba mis días confiando en Google como en el oráculo, preguntando si eran normales mis síntomas, ¿mis síntomas? No, no, nada de eso, más bien preguntaba si eran normales mis sentimientos. Dime, Google, ¿es normal sentir que no quiero hacer nada? ¿es normal sentirme triste, agotada, drenada hasta la última gota y todas las anteriores?
El 18 de agosto, una semana antes de la operación, al fin llegó a mi cuenta de MyChart, una plataforma que usan los hospitales en Estados Unidos para comunicarse con los pacientes, la confirmación de la cirugía el 26 de agosto. Eran las seis y media de la mañana, pero yo, como solía acostumbrar en esas semanas, no podía dormir y llevaba horas dando vueltas en la cama. Abrí el correo de inmediato, me sobrepasaba la felicidad de saber que al fin esto sucedería, que no se cancelaría como la vez pasada: conseguí que me hicieran una operación carísima con un seguro público y sin pagar un centavo. Celebremos esa victoria al menos.
Al abrir el correo encontré la lista de los procedimientos que se llevarían a cabo ese día. Una lista como la lista del supermercado, como la lista de asistencia, como la lista de pendientes.
Thursday, August 26, 2021
- Exploration of abdomen and abdominal organs
- Diagnostic examination of the bladder and bladder canal (urethra) using an endoscope
- Destruction or removal of ovary or pelvic growth using an endoscope
- Removal of ovaries
Releí la lista, esta vez haciendo una pausa en cada punto para poder entender y traducirlo al español: exploración de abdomen y órganos abdominales: correcto, tienen que ver qué está dentro de mí; diagnóstico de vejiga ok ok hasta ahí vamos bien; destrucción del tejido endometrial, maravilloso, el propósito mismo de la operación; removal of ovaries. Pausa. Lo volví a leer: Removal of ovaries.
Lo leí una vez más:
Removal of ovaries?
¿Removal of ovaries?
REMOVAL OF OVARIES????!!!!!!!!!!!
¿Perdona?
O sea: una semana antes de mi operación me están avisando que me van a quitar los ovarios.
A pesar de mis dolores, nunca había pensado demasiado en mis ovarios, pensaba en los quistes claro, ahí colgados como podredumbres de dos círculos del tamaño de una moneda o algo así, ¿son de ese tamaño, no? Yo necesito mis ovarios, necesito mis ovarios, necesit…
Y ahí van otra vez las chingadas lágrimas que me tienen agotadísima de tanto sentir. A se despierta, o lo despierto, o ya estaba despierto, ya ni sé. Leemos juntos la lista de nuevo, me abraza y yo estoy inconsolable, en posición fetal tomándome del vientre mientras repito que no me pueden hacer esto, que no pueden, que no pueden. Porque quién es una mujer sin ovarios.
¿Quién soy yo sin ovarios?
Una mujer estéril. Una mujer que sufre de menopausia inducida a los 33 a causa de un cuadro endometrial que creció a raíz de negligencia. La médica y la suya por no querer saber, no no querer contemplar la posibilidad de la infertilidad, por no poder conseguir un trabajo con un seguro médico privado. ¿Es por mi culpa que me quedo sin ovarios?
Le mandé una captura de pantalla a mi amiga Ainara. Ya eran las siete de la mañana y ella acababa de llegar al laboratorio donde trabaja. Me llamó por teléfono de inmediato. “Cariño, no te quiero calentar la cabeza pero esto es…”
Lo sé. Lo sé. Lo sé y ya no sé nada.
Me escuchó sollozar en el teléfono. Hasta que al fin, con su ayuda, logré encontrar un poco de calma: llamaría a mi doctora, llamaría al hospital, llamaría a todo mundo. Dejaría por escrito que bajo ningún motivo o circunstancia me podían quitar los ovarios.
Pero claro, ahora, encima de mi lista de miedos se había instaurado uno más, uno mucho más aterrador que los anteriores:
Despertar sin ovarios.
Llamé a mi madre, llamé a mis hermanas, llamé a mi doctora (no contestó) y a las enfermeras y a toda persona a quien podía encontrar.
De verdad yo sentía que existía la posibilidad de despertar sin ovarios y que esto fuera normalizado. Ainara me dijo que si no me aclaraban antes de la operación no me presentara en el hospital; mi mamá me dijo que viera opciones en México; mi hermana sugería que me asegurara de que eso no era solo un protocolo del hospital; mi otra hermana que viera otras opciones con un nuevo seguro aunque tuviera que esperar unos meses más; mi papá me dijo que le mandara exactamente lo que me habían mandado para ver si él entendía algo que yo no. Le colgué, peleamos.
Prendí la televisión. Una melatonina, unas gotas de rivotril, el aire acondicionado a tope y la voz de Fran Drescher en el fondo. Adiós, adiós, adiós.
Mañana sería otro día.
Veinticuatro horas después llamó mi doctora, en minuto y medio me aclaró que remover mis ovarios no era el propósito de la operación, pero lo ponían en la lista por si llegara a pasar lo peor: por si atentara contra mi vida, o por si mi quiste estaba demasiado pegado. Me aseguró que harían todo para que no sucediera. So I’ll see you on Thursday, ok?
Thank you, doctor, nos vemos el jueves. Prendí mi vela guadalupana y sin saber rezar pedí con todas mis fuerzas que, por favor, por favor, no me fueran a quitar los ovarios.
*
Do I still have my ovaries?
No supo qué contestarme. Me dio más ice chips y fue por otro doctor. El efecto placentero de la anestesia ahora comenzaba a generar mucha ansiedad. Al fin llegó ese otro doctor quien aparentemente había sido mi anestesiólogo. Le hice la misma pregunta inquisitiva. You still have them, me dijo. Aparentemente ya había despertado unas horas antes en la sala de operación y había gritado que si aún tenía ovarios.
Yo no lo recuerdo. Lo único que sé es que nada nunca me ha hecho sentir tan vulnerable y tan defensiva como pensar en un grupo de médicos buscando arreglar y tomar decisiones sobre mi sistema reproductivo. No, perdón: mi sistema sexual.
Suspiré de alivio al saber que mis ovarios seguían conmigo, ahora sin esos quistes chocolate, sin la sangre coagulada que colgaba de ellos como fruta podrida.
Me sacaron hacia otro cuarto de recuperación y llegó mi madre, quien llevaba esperando desde la 8 de la mañana a que saliera. Mi doctora ya se había ido, así que las enfermeras, mi madre y A, se encargaron de mí por las siguientes diez horas: me llevaron una bacinica a la cama y me ayudaron a hacer pipí a pesar del ardor tan insoportable, me aumentaron el suero, me sostuvieron la cabeza las cuatro veces que vomité en el transcurso de ese día. Me ayudaron a caminar con una increíble ternura, sin embargo, doce horas después de la operación me tenían que enviar a casa a pesar del mareo. El seguro público no permite que pases la noche en el hospital por una operación de ese tipo.
Me bajaron en silla de ruedas y A pidió un taxi. Me acomodé a su lado como pude, y un señor de barba blanca y turbante comenzó a conducir en dirección a Brooklyn, aproximadamente a 50 minutos de donde estábamos. En el camino pasamos por su esposa quien se sentó en el asiento delantero y volteaba a verme de vez en cuando.
Las luces de la ciudad se estrellaban contra la ventana, y yo solo podía sostener mi vientre, respirando hondo como me ha enseñado mamá. Cada tope era una punzada profunda, quería vomitar todos mis órganos, quería dejar de sentir cualquier cosa. Quería dejar de sentir dolor. Quería volver a la anestesia. Quería dormir para siempre.
El auto se estacionó afuera de nuestro edificio, A se bajó para ayudarme a salir. En ese momento, la esposa del conductor volteo la cabeza, miró mi mano cuidando mi vientre y me dio una mirada de complicidad y sin pena preguntó
Miscarriage?
No.
Endometriosis.
[y el miedo de que me quiten los ovarios].
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*Extracto de un manuscrito en proceso llevado a cabo en la residencia de escritura Under the Volcano en el 2021.