Mexican Gothic de Silvia Moreno-García

Mexican Gothic de Silvia Moreno-García

Mexican Gothic de Silvia Moreno-García
Del Rey, Nueva York, 2020, 320 páginas, $16.42, ISBN-13: 978-0525620785

 

La mera mención a lo gótico, suele traer aparejada una serie de estereotipos reconocibles en el género literario: desde castillos monumentales, bosques tenebrosos, sótanos de aire macabro, damiselas en desgracia y villanos de mirada penetrante. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, también hay un escenario exótico de ciudades europeas, a ser posible en medio de crudos inviernos o en dorados otoños interminables. De modo que la novela Mexican Gothic de la escritora Silvia Moreno-García, no sólo se toma el atrevimiento de subvertir la forma en que la literatura actual aun interpreta en cierta medida lo gótico, sino que lo lleva a un nuevo nivel y a un insólito escenario. Para bien o para mal, la novela de Moreno-García, tiene una intención transgresora desde su primer párrafo y su primera gran incorrección es tomar la sabia decisión de reescribir una forma de contar historias desde lo esencial.

Claro está, en esta novela estimulante, inteligente, con una prosa clara y precisa, hay una casa muy antigua y tenebrosa, una dama en peligro y muchas ideas macabras sobre el bien y el mal. Pero también hay una notoria concepción del lugar, los personajes y el núcleo de la historia como una burla hacia un género mayor, que reinventa con mano limpia y una brillante concepción sobre lo que desea contar, a través de la simbología y toda la parafernalia gótica. Moreno-García desea contar una historia misteriosa, pero también, las representaciones inevitables de los excesos, terrores y espacios laberínticos de la novela gótica: la desconstrucción es un ingenioso juego de espejos que atraviesa una perspectiva más profunda sobre el conocimiento obvio de la escritora sobre las grandes obras de la novela gótica. Hay una evidente influencia de la tradición folclórica medievalista y en parte del discurso crítico de la razón ilustrada, combinada con un colorismo inusitado y una visión extraordinaria sobre sus personajes, todos con evidentes raíces grotescas y macabras, pero con un toque de vitalidad que resulta desconcertante.

¿Puede funcionar algo semejante? Para Moreno-García, todo parece obra de una connotación casi obsesiva por reproducir la atmósfera del gótico: en Mexican Gothic, hay excesos, terrores y lugares laberínticos. También hay criaturas —o pareciera haberlas— ocultas entre las sombras, un secreto a descubrir y el miedo convertido en parte del discurso general de la novela. Pero también hay guacamole —bien preparado—, mujeres de enorme fortaleza con trenzas entrecanas que caen a la mitad de la espalda, un extenso conocimiento sobre la geografía mexicana, una mirada costumbrista y amena a la cultura del país y en esencia, una conexión esencial entre la identidad y la narración. De hecho, es ese vínculo el que permite que Mexican Gothic tenga un trasfondo profundo y brillante en el que la mezcla de la noción entre lo siniestro que se desliza al fondo de la narración y los colores brillantes que le envuelven son, en realidad, una concepción única sobre la forma en que Moreno-García concibe su universo literario; eso, sin contar las dosis de buen humor, de risas y brillante sentido del absurdo, que la escritora incluye con una sabia comprensión sobre la forma de contar una historia dentro de algo mucho más amplio y crepuscular.

A pesar que la historia parece ser sencilla no lo es en absoluto: Catalina, prima de Noémi y personaje principal de Moreno-García, escribe una larga misiva pidiendo ayuda. Por supuesto, se trata de una carta misteriosa, un poco confusa y llena de palabras ambiguas. No obstante, deja algo claro: Catalina está convencida que su esposo, con quien acaba de contraer un ventajoso matrimonio, la está envenenando. Claro está, la traza de romance gótico que la escritora incorpora a la obra hace que la velada insinuación esté cargada de una serie de ideas más o menos imprecisas sobre Virgil Doyle, aparente villano de la partida. Guapo, con un confuso historial financiero y una fortuna sin origen claro, es el hombre siniestro que cautivó a la incauta Catalina, con una sonrisa amable y sinuosa, enormes ojos expresivos y algunos otros detalles que la prima pudorosa y notoriamente desconcertada de Catalina no incluye en la misiva, pero están ímplicitos a lo largo de la narración.

Por supuesto, Noémi decide ayudar a Catalina, aunque no está muy segura si lo que su prima le cuenta es un desvarío, la consecuencia del amor recién descubierto —embriagador y trágico— o el hecho de haber abandonado la elegante ciudad de México de la década de 1950 para mudarse al campo. Después de todo, Noémi sospecha que su prima está padeciendo una lenta crisis de angustia y temor, que no tiene otro sentido que una desconexión con lo que le rodea. O eso es lo que a su vez escribe en su diario privado, en el que apunta con disciplinada paciencia, cada cosa de lo que le ocurre. Pocos días antes de viajar, Catalina le envía una fotografía del nuevo lugar en que vive, como esposa recién casada y mujer en desgracia: una finca gigantesca, tétrica, de extraña belleza victoriana y apartada de todo lo que conoció hasta entonces.

Para Noémi, se trata del tañido de una campana siniestra y de hecho, así lo describe mientras finalmente, viaja hacia un México rural, mágico y misterioso, al rescate de Catalina o al menos, para lograr dilucidar si su prima está en verdadero peligro. La mansión Doyle no tiene electricidad regular, la humedad amenaza con destruir las paredes apenas tenga oportunidad y por supuesto, está repleta de sonidos y secretos que Noémi atisba desde la puerta de entrada

Moreno-García toma entonces una serie de decisiones extraordinarias: como si se de La caida de la Casa Usher se tratara, a la mañana siguiente Noémi descubre que los Doyle no son los únicos en habitar la casa. También han llegado los padres de Virgil: rubios, altos y tan silenciosos que Noémi de inmediato tiene una sensación de acecho, que no mejora el hecho que Catalina apenas le dirija la palabra o se aparte de su marido. Mexican Gothic usa entonces sus mejores estrategias para que la atmósfera gótica de la casa no sólo sea una premisa destinada a diluirse en algo más elaborado. Los padres de Virgil hablan sobre su color de piel, utilizan un tono petulante y se dirigen a los sirvientes en un tono despótico que convierte cada escena en una rara mezcla de crítica al colonialismo y algo más extraño, relacionado con el problema endémico del racismo; eso, mientras Noémi comienza a tener sueños con criaturas fantasmagóricas sin rostro, a ver sombras ir y venir a mitad de la madrugada y al final, presencia un desmayo de Catalina, cada vez más delirante y fuera de control

La escritora sigue en apariencia el esquema habitual de toda novela gótica: la historia no carece de elementos rutinarios y de los tópicos habituales, pero concebidos de una forma tan desconcertante, que la novela misma parece asumirse desde ese punto de vista desconocido. Lo sobrenatural, el miedo, la vulnerabilidad humana, los espacios asfixiantes y lóbregos, son concebidos por la escritora no sólo como elaboradas precisiones del universo gótico, sino pequeñas concepciones sobre el terror. Símbolo de la angustia existencial, de los terrores discretos y la fragilidad humana que sostienen una narración cada vez más intricada, dura y aterradora. Nada es sencillo, este paisaje desigual y oscuro que Moreno-García dibuja con un envidiable pulso narrativo: la estructura de la novela crea una superposición de escenas y personajes en un equilibrio casi perfecto, que brinda a la historia una solidez asombrosa, a pesar que en ocasiones la obsesión por la autora por los detalles —dedica largos y extensos capítulos a minuciosas descripciones aparentemente sin otro valor que el estético sobre la casa, el rostro de Doyle, la tristeza de Catalina— pudiera jugar en contra de su solidez. Pero la escritora logra encontrar una manera de construir una imagen global sobre lo que cuenta que se enriquece justamente por esa concepción del detalle inherente, de la precisión de la capacidad para contar y narrar historias como elemento esencial del sentido narrativo.

Quizás por ese motivo, Moreno-García logra crear una novela que no sólo mantiene y acentúa los elementos esenciales de un género, sino que a la vez guarda un trasfondo burlón que hace de su lectura una brillante puesta en escena. Mexican Gothic no sólo es una formidable concepción sobre el terror y lo enigmático, sino que además, elabora una hipótesis novedosa sobre lo que puede ser como elaboración eficaz narrativa. Moreno-García no sólo encuentra el punto de equilibrio con respecto a las ideas sobrenaturales que maneja, sino que además, elabora incluso concepciones de matices nuevos, llenos de una vitalidad asombrosa. Mientras la casa de los Doyle se viene abajo, los fieros colores de un amanecer “tipicamente mexicano”, hacen que Noémi sonría y sienta de nuevo, la insistente necesidad de tratar de encontrar un sentido a lo que ocurre.

La autora jamás dice en qué lugar de México se encuentran ni hace mención al año en que transcurre la historia una vez que abandona Ciudad de México. Tal pareciera que para Moreno-García, la necesidad de crear un México tenebroso y espléndido, es mucho más necesaria que sustentar el contexto como un paradigma. Con su sentido del absurdo, la notoria capacidad para utilizar la estética como un recorrido esencial hacia algo más profundo y su creación sobre el bien y el mal, Moreno-García encuentra un espacio para sostener una trama que brilla por su buen uso de la narrativa para contar algo más complicado de lo que parece.

Al final, en la buena compañía de Mariana Enriquez y Mónica Ojeda, Silvia Moreno-García encuentra una manera de elucubrar y meditar sobre el terror, la belleza y lo siniestro, desde una latitud por completo nueva. Claro está, durante las últimas décadas, el terror y la belleza parecen emparentados de manera indisoluble. Lo es, tanto como para confundirse entre sí, pero, sobre todo, para elaborar un discurso latente debajo de los gritos de fantasmas, demonios y otras apariciones escalofriantes. Mexican Gothic es un elegantísimo ejercicio del género gótico, una nueva percepción sobre lo bello y lo terrorífico que sorprende por su reinvención de un género casi en desuso, lo que transforma la imagen de lo siniestro en algo por completo nuevo. A medida que la novela se acerca a su final —y los misterios se descubren con lentitud de pesadilla— lo terrorífico se convierte en algo mucho más potente de lo que la novela parece sugerir por necesidad: el renacimiento del gótico en estado puro. Moreno-García convierte la ciencia, el mito y la obsesión en una historia efectiva de horror y de pérdida, en una mirada a lo romántico y también, en un tránsito hacia un tipo de enigma, envuelto y sostenido por algo más profundo. Al final, cuando la última página sorprende tanto como cualquiera de sus capítulos, es evidente que Mexican Gothic es un mecanismo perfecto, elaborado y preciso que construye una narración de singular perfección.