Los ojos de Oscuridad

Los ojos de Oscuridad

Antes Richard Wilson se sentía fascinado por la mirada, fría y astuta, de Oscuridad. Tanto influjo ejercían sobre él esos dos ojos felinos que Richard Wilson (a sabiendas de que quebranta las estrictas reglas del Field Musum de Chicago) entraba cada tarde a la gran caja de cristal en donde tienen expuestos a Oscuridad y a Fantasma, dos famosas leonas, dos felinos ‘comedores de hombres’ que, por algún tiempo, asolaron las sabanas del África.

Antes a Richard le encantaba sentarse al lado de Oscuridad, acariciar su (un tanto ya) gastado pelaje; palmotear juguetonamente sobre su cabeza (enorme y de porte noble); dejar que sus dedos acariciaran, una y otra vez, esa testa real y distraerse durante horas perdiendo sus pensamientos ante la mirada de Oscuridad. Y no podía evitar pensar que ese animal de alguna forma, enigmática y sobrenatural, continuaba viva.

Antes Richard Wilson había intentado en vano convencerse de lo absurdo de aquello con argumentos del tipo de no seas tonto, Richard, por Dios. Es un animal embalsamado. Ni siquiera esos ojos son reales. Tú mismo —continuaba diciéndose— has sido testigo, en más de una ocasión, de cómo reemplazan con bolas de vidrio los ojos reales de los animales que embalsamaban. Imagínate, Richard, hombre, que un día tus jefes se enteran que ¡el curador de uno de los museos más importantes del país, se mete a los escaparates de exposición a acariciar a animales muertos! Y no sólo eso, ¡también les habla y les susurra al oído!

Pero todas sus propias voces de advertencia juiciosa se deshacían siempre ante la mirada de esa leona. No de la otra. Fantasma nunca cobró, ante el parecer de Richard, las dimensiones de Oscuridad. Richard nunca supo explicar por qué Fantasma, a diferencia de la otra leona, sí comunicaba la sensación de ser nada más que una pieza embalsamada de un museo de historia natural. Los ojos de Oscuridad, en cambio, casi le hablaban a Richard Wilson (o, al menos, eso le parecía a él).

Al abrir cada mañana el museo (el curador era siempre el primero en llegar) lo recibían siempre los ojos del felino, que miraban a Richard con marcada ansiedad, como si hubieran estado esperando su arribo por horas. A él le parecía entonces que esos dos ojos le hablaban de espacios abiertos; de miedos y proezas inconfesables; de gritos y sollozos de angustia, terror y dolor; de noches húmedas y tibias, plagadas de estrellas y rumores prometedores. Esos dos ojos le hablaban a él, a Richard Wilson, curador de un museo, de libertades y vivencias, de memorias y secretos y deidades innombrables; y era entonces, justo en el momento en que Richard Wilson estaba a punto de murmurar alguna oración secreta, alguna confesión callada y oscura; justo en ese momento el curador sacudía la cabeza como despertando de un trance, miraba temeroso para todos lados, y se alejaba del aparador tratando (siempre en vano) de ignorar esos ojos que lo perseguían como exigiéndole alguna explicación por esa insolencia de volverle la espalda.

Eso era antes.

Las cosas eran diferentes ahora. Hacía un par de meses que había llegado al museo una donación de un museo de La Patagonia. Se trataba de un pudú. El frágil cervatillo cautivó casi de inmediato a Richard Wilson y no pasó mucho tiempo antes de que el curador abriera el escaparate del pudú y se metiera a acariciarlo y a palmotearle la cabeza, tal como antes con la leona.

Tal vez fue su mirada sencilla, temerosa e inocente (en comparación con la de Oscuridad); tal vez fue su estampa humilde (tan lejos de la de altivo dios ignoto de la del felino), el hecho es que Richard muy pronto comenzó a dedicarle al pudú incluso más horas de extraña confiabilidad de las que nunca dedicó a la leona. Richard no podía explicar, a cuenta cabal, la causa de verdadero cariño y comodidad que sentía sentado junto al frágil herbívoro. Desde el fondo del pasillo, desde otro aparador, Oscuridad miraba.

Al principio Richard Wilson intentó ignorar el sentimiento. Le pareció que era absolutamente absurdo. “Sus ojos no son de verdad”, se decía acariciando al ciervo enano, mientras intentaba sacudirse de encima la sensación de ser observado. Richard entonces concentraba toda su energía en acariciar al animalillo; en palmotearle la cabeza y en sobarle las orejillas.

La frágil inocencia del herbívoro sudamericano; o el delicado equilibrio al que parecían someterlo sus patas; o el puntiagudo hocico que alguna vez había mordisqueado nervioso australes hierbas; o esa tan tranquila mirada; quién sabe, el hecho es que algo había en el pudú que arrebató el solitario espíritu de Richard Wilson. Toda su atención y todo su celo de curador se volcó sobre el ciervo enano de La Patagonia. Como por obra de encanto quedaron relegadas a un segundo plano las horas enteras que Richard Wilson le había conferido a Oscuridad; y ahora, muy de vez en cuando, sólo era alguna observación muy generalizada, alguna muy vaga recomendación o referencia a la leona dirigida a la gente de la limpieza; o ni siquiera a Oscuridad, sino al escaparate de ésta: “sacudan bien el polvo”, o “cambien la bombilla de luz del aparador”, o incluso “muevan esas sillas de allí”; pero nunca una indicación directa con respecto al animal; nunca una mirada a esos ojos felinos que observaban a Richard abrir el escaparate del pudú y recomenzar (cuando ya no quedaba gente en el museo) la rutina codificada de las caricias en el lomo y la cabeza.

Al principio Richard intentó dominar la intranquilidad que sentía al imaginar a Oscuridad mirando, con atenta espera, todos sus movimientos.

Pero eso fue al principio; porque ahora, cuando él abrió esa mañana la puerta de la sala de exposiciones, alcanzó a sentir miedo cuando vio que el pudú no estaba ni en su aparador ni en ninguna parte; y que la piel de la leona, alrededor de las garras y del hocico estaba apelmazada por una capa cobriza, roja oscura. Y a Richard Wilson el terror se le pasó de golpe en el último segundo; cuando un zarpazo, certero y veloz, le cobró tanto olvido.

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Bernardo Navia. Escritor chileno; autor de Doce muertes para una resaca. Vive en Chicago.

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