‘Los días animales’: un viaje hacia el todo o tal vez la nada

‘Los días animales’: un viaje hacia el todo o tal vez la nada

 

Los días animales de Keila Vall de la Ville
OT Editores, Caracas, 2016, 216 páginas, $12, ISBN-13: 978-9804070358

 

“Cómo es posible que la roca refleje la luz de esa manera. La relación entre la verdad y la hora precisa en que se manifiesta. Si la constitución de lo que se mira depende de condiciones que le son ajenas, si la verdad depende de la hora en que se muestra o de la posición de quien la mora. Cómo es el horario de la verosimilitud.”

Con la lectura de este breve fragmento del primer capítulo ya intuyo, como posiblemente intuya también su protagonista y narradora, Julia, que la respuesta a lo que tan desesperadamente busca estará en el ascenso de remotas paredes rocosas. A lo largo de la novela descubriremos que la respuesta la hallará también en el hambre, el frío, el sexo, el vómito y el dolor. La novela Los días animales (OT Editores, 2016) de Keila Vall de la Ville, no es tanto la historia de un viaje desde Caracas a las montañas de Perú, Colombia, Estados Unidos, Katmandú o India, como la historia de una huida. Una escapada en vertical desde la vorágine del duelo y del amor violento, hacia el todo, o tal vez la nada. 

Cuando la madre de esta joven estudiante universitaria enferma de cáncer, Julia acude a la escalada como forma de escape. Al principio, porque es su hábitat natural; después, para seguir los pasos de Rafael, su alter-ego en la montaña, con quien tiene una relación a veces romántica, a veces violenta, casi siempre impredecible y tormentosa. Entre escapadas a paredes remotas y ausencias cortas y largas, Julia cuida de su madre enferma y se pregunta si no estará escapando porque a lo mejor la escapada, el abandono, la partida, son precisamente las únicas cualidades que heredó de su padre ausente.

Porque a veces hay que marcharse para poder regresar, para poder estar presente en la propia vida, esas ausencias son las que le permiten a Julia regresar a la madre, volver al cáncer, a esa larga despedida y a las discusiones en las que la madre con su sentido tan práctico de la vida —ese mismo que le permitió sacarlas adelante cuando no tenían a nadie más— es incapaz de comprender a la hija, sus verticales, sus amigos, al “malandro ese” tras el que corre “cada vez que a él le ocupa destaparte

En las verticales la vida no prende de una cuerda ni de un mosquetón, sino de la finísima concentración que conecta pie con grieta y mano con roca; de la delicada milésima de segundo sobre la que descansa el equilibrio. Es en esos momentos cuando Julia apuesta por vivir, una y otra vez. “La gente que quiere acabar con todo no se esfuerza tanto, dice. Y yo la creo, aunque a veces con su temeraria escapada vertical por medio mundo parezca indicar lo contrario. 

Para Julia, la vida en el suelo descansa a su vez sobre su propia delicada milésima de segundo horizontal. “No hace falta mucho tiempo. En pocos días la gente se enamora y cambia de planes, viaja lejos y vuelve, se enferma y cura, se enferma y muere. Pocas semanas es un olvido, es una excursión, es un barranco, un salto o una cárcel. Una quimio ineficaz”.

En el circuito internacional de montañismo descubrimos que la disciplina de la escalada es prácticamente un mundo de hombres, y que la mujer que la practica asume el cumplimiento de ciertas reglas y protocolos, que entiende que sobre ella se ejercerán también determinadas violencias. “A veces las mujeres tenemos que ser hombres para demostrar lo que las mujeres podemos hacer.

Con su inseparable cámara, Julia toma fotos del equipo de escalada que le acompañará en cada viaje. Esas instantáneas se hacen cada vez más minimalistas porque por el camino deberá desprenderse de muchas cosas, y no sólo de objetos, también de personas. El inventario cada vez más reducido será el asidero al que se agarre para reencontrarse con su “mapa propio”; el que al final, le indique el camino de regreso a casa. 

Julia, su madre, Rafael y el resto de los personajes que habitan las verticales y las horizontales de Los días animales perviven en la memoria hasta días después de concluida la lectura. La escritora Keila Vall de la Ville ha hilvanado una narradora que te persigue hasta en sueños. En serio, hace dos noches me desperté de madrugada hablando como Julia, bella y escuetamente.