Los acordes detrás del fracaso y la gloria de Sexto Rodríguez

Los acordes detrás del fracaso y la gloria de Sexto Rodríguez


Sixto Rodríguez en Searching for Sugar Man.

 

La de Sixto Rodríguez es la historia del fracaso de un cantautor marginal que le canta a una sociedad sorda y embriagada por la cultura del espectáculo. Pero el fracaso musical de Rodríguez se revistió de cierta dignidad que como diría Borges, “el éxito no conoce”.

Rodríguez nació en Detroit. Su padre había emigrado a la capital del automóvil quizá expulsado en las postrimerías de la Revolución Mexicana y posiblemente atraído por la amplia oferta laboral que brindaba la industria automotriz.

El padre de Rodríguez encontró trabajo en la General Motors; su sexto hijo, Jesús “Sixto” Rodríguez, creció y vivió en una casita en el centro de una ciudad que decaía poco a poco.

En la canción “Cant Get Away”, Rodríguez retrata a la ciudad que lo llevó a cruzar la línea de sombra: Detroit: “Born in the troubled city / In Rock and Roll, USA / In the shadow of the tallest building / I vowed I would break away / Listened to the Sunday actors / But all they would ever say / That you cant get away from it / No you cant get away...”

De esa ciudad en ruinas me vienen a la memoria al menos dos pasajes antagónicos. Por un lado, el surgimiento y el ocaso del imperio de la industria automotriz que se llevó entre las llantas a una ciudad entera. Y por otra parte, con la plusvalía generada por la industria del automóvil se invitó a Diego Rivera a pintar quizá uno de sus murales más completos, Detroit Industry Murals, en el Detroit Institute of Arts. 

Ambos episodios, en gran medida, fueron la arcilla con que Rodríguez esculpió su vida pero también su música, que por momentos alcanza un gran vuelo poético, sin dejar de ser transgresora. 

 

 

Rodríguez, de apellido mexicano, no podía estar más al margen en la capital del Soul. Con su guitarra a la espalda, se abrió paso de bar en bar hasta que su música llegó a oídos de los músicos y productores Mike Theodore y Dennis Coffey. Se pensaría que la lírica y el peso de sus canciones le fueron abriendo paso en las listas Billboard. Mas no fue así. 

La grabación de su primer disco, Cold Fact (1970), fue el primer paso que lo llevó al borde de la caída. La puesta en circulación de su segundo Long Play, Coming from Reality (1971), apenas vendió un puñado de vinilos y esa fue la última palada de tierra que sepultó la corta carrera del trovador Sixto Rodríguez. 

Para Cioran, “la consagración es el peor de los enemigos". En el caso de Rodríguez, su redención fue el haber tropezado en los escenarios y haber precipitado su caída. Sin amargura, se retiró. Y tiempo después se subió a los andamios a trabajar como empleado de la demolición. Ya traspalando cascajos de edificios se perdió en la marea humana que vive y trabaja sin dejar más huella que la del anonimato.

Alejado de los placeres y excesos del éxito, trabajaba por las mañanas, a deshoras estudiaba filosofía y en las horas muertas nunca dejó de tocar la guitarra.

Fiel a la letra de sus canciones, vio en la palabra el medio para hacer de la poesía “un arma cargada de futuro” como bien decía el poeta Gabriel Celaya. Se postuló para alcalde de Detroit, concejal, representante estatal y otros tantos cargos públicos. Para todos corrió —no una sino siete veces— sin éxito. No se puede aseverar que era un visionario incomprendido que vivía fuera de su época, pues las letras de sus canciones rayan en una realidad que lacera.

Como cualquier ciudadano de a pie se casó y tuvo tres hijas: Sandra, Eva y Regan. Y si algo queda claro en el documental Searching for Sugar Man, dirigido por Malik Bendjelloul, es que quizá en ellas presenciamos la congruencia definitiva entre las ideas y los actos de un tipo humilde y sensible: “demasiado humano”. Quizá a sus hijas no les haya brindado más legado que el universo de la biblioteca pública, las visitas al mural de Rivera y otras salas del Detroit Institute of Arts, el amor por la libertad, la igualdad y la noción de un mundo más justo; ideas que en sus canciones no tuvieron resonancia alguna ni siquiera en las bandas de amplitud modulada.

Mientras Rodríguez se hacía viejo entre la modernidad y la decadencia de Motor City, al otro lado del mundo su voz se elevaba. Por suerte, él lo ignoraba. 

En Sudáfrica Rodríguez llegó a ser más famoso que Elvis Presley e igual que los Beatles y los Rolling Stones. Sin embargo, en esa parte del mundo nadie sabía de su existencia. Se convirtió en una leyenda urbana antes de que las leyendas urbanas se volvieran tendecia juvenil. Las letras de sus canciones y sus melodías influenciaron a los grupos musicales que se oponían al Apartheid. Se volvieron himnos liberadores. En la obra de Rodríguez los músicos sudafricanos descubrieron que la emancipación era posible. No pasó mucho tiempo antes de que los vinilos de Rodríguez fueran enlatados por el dedo censor y opresor del aparato de F.W. de Klerk.

Mientras viajaba por Sudáfrica, el cineasta Malik Bendjelloul escuchó la enigmática historia de Sixto Rodríguez. En conjunto con el fan y dueño de una tienda de discos, Stephen Segermans decidieron buscarlo. A la búsqueda se sumó el periodista y músicólogo Craig Bartholomew. Siguiendo las pistas de las letras de las canciones de Rodríguez y la ruta de las regalías de los discos dieron con los productores y, finalmente, con Sixto.

Lo encontraron viviendo en una casucha que bien podría ejemplificar como metafóra a la ciudad de Detroit: muy venida a menos. Y con el redescubrimiento de Sixto, ahora sí le llegó la fama aunque Rodríguez ya anda en los setenta años. Pero Rodríguez no es otro. Es el mismo. Nunca ha sido un avaro ni un dispendioso. Cuando ha tenido plata, los ha compartido con su familia y con quien lo necesita. La riqueza de Rodríguez está en otra parte: en su poder de observación, en su desprendimiento, en la crítica al mainstream, en la poesía.

Más que los quince minutos de fama que brinda la sociedad del espectáculo, Searching for Sugar Man es un filme notable que narra la caída y la redención de un hombre.

 

 

Franky Piña.  Escritor, diseñador gráfico y videógrafo. Ha sido cofundador de varias revistas literarias en Chicago: Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel y Contratiempo. Es coautor del libro Rudy Lozano: His Life, His People (1991). Un cuento de Piña fue publicado en la antología Se habla español: Voces latinas en USA (2000). Fue editor de los siguientes libros de arte: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004),The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (Editorial El BéiSMan, 2014). Es director editorial de El BeiSMan.