La reinvención de Raya

La reinvención de Raya

 

The Fetish of Pain (detalle)2015, installation

 

Night Train, la exhibición de Marcos Raya arribó al Ukranian Institute of Modern Art; al unísono, este mes de junio comienza a circular RAYA, el catálogo que compendia la obra del maestro. He aquí uno de los ensayos que reflexionan sobre algunas de sus piezas clave.

El creador que no se reinventa perece. El acto de crear es un acto revolucionario; de ahí que la creación sea vitalidad. La obra encumbra el misterio; a veces llena al artista, pero en otras ocasiones lo vacía. Hoy en día, a pesar de la convencionalidad del arte en boga, todavía existen obras que aguijonean los sentidos del curioso, del que busca. Lo llevan al borde, a los extremos. De ahí que la obra tenga la facultad de transgredir, pero también de inducir a la contemplación. La obra de Marcos Raya es una de ellas. Es vasta, subversiva y obstinada. Son comunión y abnegación del espíritu. Obra producto de la disección, de la realidad palpable y lacerante, pero también del mundo de las ideas. Raya vive inmerso en la lectura, pero también en la vida y en el estudio. Es un creador abstraído. Es crítico y criticón. Es testigo de la historia de Chicago y es protagonista. En su caso, creador y obra son inseparables. El mundo creativo de Raya es el del desasosiego existencial, pero también el de la distopía, la sátira, la exploración sexual y el wishful thinking. Ha pintado en el muro así como también en el estudio. Juega y recrea con el arte objeto y se divierte formando y deformando figuras en el collage. Acumula objetos encontrados, los interviene, inventa un lenguaje estético y una instalación es el resultado de la consumación de medios, técnicas, e ideas. El espíritu de Raya es complejo y de no pocas aristas que lo hacen inasible por momentos. Lleva 50 años creando y su obra continúa recopilando aciertos. Su mundo pictórico y creativo es la representación de muchos mundos. Mundos que se encuentran en las antípodas, pero en la obra convergen. Antilogía de la realidad y paradoja plástica. Raya reniega del establishment y exhibe en sus museos. Decía el filósofo rumano E.M. Cioran que solo un estúpido no cambiaba de opinión al menos dos veces en el mismo día. El arte sin contradicciones no es arte; es decoración o algo menos. Las creaciones de Raya son eco de su época y de la nuestra y cada obra le toma años desarrollarla. De ahí que también trabaje en varios proyectos al mismo tiempo. Recarga de conceptos cada pieza, las retaca para después limpiarlas. Matizar las ideas, invisibiliza la técnica.  Esto indica que las obras de Raya se van desarrollando en conjunto con la historia contemporánea y nunca realmente estarán completas. Su desarrollo en el tiempo es incesante, parafraseando a Borges.

Al rayar el milenio, Raya ya había explorado la marginación del barrio de Pilsen, en Chicago. No solo había recorrido sus callejones sino que se le incrustaron hasta por debajo de la epidermis durante las décadas de 1970 y 1980. La angustia del ser lo abatía. Insurrecto, vivía entre los caracoles de la noche, mas solitario. Mal avenido, pero libre. Si Raya ha pertenecido a una clase es a los desclasados. De ese mundo de inmundicias y seres marginales surgieron no pocas obras. Su actitud ante la vida era en sí una obra de arte, un happening andando. Áspero en sus juicios contra la sociedad del espectáculo. Mordaz contra la clase política. Bufón de sí mismo y provocateur implacable. En 1997, el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago adquirió la instalación Enfermera nocturna, 1993/96. Lo marginal se movió al centro. La consagración fue discreta. Pero Raya no dejó el barrio y despidió el milenio con obra centrada en la máquina, la tecnología y la mujer.

Pero el milenio se demoró en llegar. Tardó un año, ocho meses y diez días. Comenzó el 11 de septiembre de 2001. Entonces sí, el 1% parió una era nueva. El mundo cambió drásticamente. No volvió ni volverá a ser el mismo a partir de ese día infame. Y como consecuencia, la mentira, el terror y la venganza tiñeron de sangre a más de un millón de iraquís, afganos... A Raya —crítico de los uniformes castrenses— vislumbró a tiempo que la guerra de Irak era algo nuevo. No era Vietnam ni Chile ni EL Salvador. Nacía un nuevo orden mundial guarecido por el caos, el horror, la angustia inducida por el miedo, la tecnología militar y el terrorismo financiero. El milenio pasó de la “sociedad abierta” a la globalización de la doctrina del shock, como la definió Naomi Klein.

Para Marcos Raya todo cambió a partir de ese aciago 11 de septiembre. Los objetivos de la globalización quedaron al descubierto. La democracia es la sal del lucro corporativo. La codicia es el nuevo credo de los que ostentan el poder. El capital se globalizó mientras el movimiento de mano de obra, desplazados y refugiados fueron definidos como un conflicto local. Con la reestructura del nuevo desorden mundial cambió el mundo de la información, la cultura, el espectáculo e igualmente cambió el mundo del arte. La enajenación y la homogenización global han sido el precio para ser parte de “la modernidad” o de lo que el físico Michio Kaku se refiere como “Type 1 Civilization”. Y este nuevo comenzar de siglo lo captura magistralmente Raya en la pieza conceptual PTSD (Post-Traumatic Stress Disorder), 2006, y en el collage Peace Is War, 2008. 

PTSD (detalle), 2006-15, installation

PTSD lleva más de una decena de años transfigurándose. Más allá de las etiquetas de museos y galerías, me pregunto: ¿cuándo nace y cuándo termina la materialización de una obra? ¿Cuando el artista imagina la idea? ¿Cuando elige el primer objeto? ¿Cuando da la última pincelada en el lienzo? ¿Cuando postea un adelanto en Instagram o Facebook? ¿Cuando la exhibe? ¿Cuando la vende? ¿Cuando concluye el conflicto bélico aludido? ¿Cuando las corporaciones se reparten los contratos para reconstruir el país devastado? PTSD nace a partir de la guerra de la invasión a Irak en 2003. Pero tiene reminiscencias de otras guerras. Es la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Es la Guerra del Golfo de 1991. Es la guerra contra los palestinos. La guerra contra el narcotráfico. Es la guerra del Califato. La guerra en Siria. Una guerra es todas las guerras. Es la guerra tecnológica y es la guerra ideológica.

En la guerra de Raya, si algo queda en pie es el cyborg. Es el triunfo de la tecnología militar por encima de la humanidad. El triunfo de la utilidad sobre el padecimiento humano. El holocausto es inacabable. Raya se vale de la estética para reprobar la concupiscencia de los poderosos. En este orden mundial de pocos triunfadores y billones de vencidos, pareciera que la única libertad que queda en pie es la del consumo y el enajenamiento. La nueva clase mundial se reduce a la paradoja que planteara Noam Chomsky, “¿Quién manda? Y, ¿quién obedece?” Bien podríamos ampliar el concepto: ¿quién manda matar y por qué? Y, ¿quién decide obedecer matando? La instalación de Raya no es moralista, en el sentido que no ofrece respuestas ni fórmulas. Abre un diálogo en el plano estético y da hincapié a una conversación sobre la ética de los vencedores.

Peace Is War es un collage de imágenes sobre la guerra. Fotografías publicadas en revistas y libros de corolario efímero. Raya —objetor de conciencia y con paciencia de relojero— va juntando las imágenes una a una. Cada fotografía es un encomio del horror. La saturación de imágenes —en el mundo donde domina el imaginario y la imagología de la frivolidad— han socavado la efectividad de la imagen. En Peace Is War, Raya hace de la estética de los estragos de la guerra una obra que convulsiona al espectador y lo orilla a cuestionar el porqué de la guerra, el silencio y la indiferencia. El collage no es una obra sensacionalista, un elogio del militarismo ni un collage snuff. La hechura estética es innegable. El ensamblaje lleva las formas al fondo. La guerra es irracional e injusta. El arte de Raya incomoda. Se ha inspirado en el arte alemán expresionista y en la actitud ante la guerra que tuvieron artistas como Otto Dix, George Grosz y Max Beckman, entre otros. Asimismo esta vertiente en la obra de Raya es continuidad de la obra de José Clemente Orozco, Diego Rivera y de la escuela del Taller de Gráfica Popular. El de Raya es un arte comprometido, con el discurso y con la factura artística.


Cyber Baby Jesus, 2014, installation

En su obra no todo es discurrir de ideas ni dispensador de moralina. El humor en algunas piezas lo salva del dramatismo y lo dirime. Se mueve sobre el filo de lo rascuache y el clasicismo. Después de más de cinco décadas creando ha evitado caer en los ismos y a los movimientos artísticos les ha sacado la vuelta. Deambula con cascos ligeros entre el surrealismo y el realismo. Recientemente su paleta ha ido adquiriendo algunos colores menos pálidos, y en el arte conceptual no ha dejado de asombrar. Al igual que otros artistas contemporáneos, la complejidad del arte de Raya no se limita a un solo medio; intercala técnicas y sus estructuras plásticas explotan en una sonrisa del espectador. Pero Raya no crea chistes escultóricos. Lo suyo no es la carcajada facilona. En su humor convive el rigor intelectual y el rigor artístico. Tal vez sea Cyber Baby Jesus una de las pieza que encumbran espléndidamente el humor sin demeritar la profundidad de la obra.

En el 2015, Raya terminó por colocar la corona a su Cyber Baby Jesus. La obra no es un acto de devoción pero tampoco un sacrilegio. Ésta continúa el motif de la guerra. Un enorme lienzo en acrílico nos remite innegablemente al hongo de Hiroshima. El lienzo está teñido con amplios matices de rojo, naranja y amarillo. Son colores que irradian calor y dolor. Son la calamidad. Y es que la bomba atómica sigue siendo una amenaza para el mundo. A pesar de que sólo diez países dicen tener armas nucleares activas, en el 2012 se contaba con 19,115 armas nucleares. Así que la obra de Raya no es una ocurrencia. Los constantes actos de barbarie en el mundo quizá nos indican que el ser humano ha alcanzado altos niveles de desarrollo tecnológico, pero su nivel de conciencia permanece en la prehistoria.

Cyber Baby Jesus evoca, no con poco humor, la figura en yeso del niño Jesús y su padre José. Vio la reliquia por primera vez en un templo abandonado de Pilsen y 40 años después una amiga la sacó de su ático y se la regaló. Esta obra quizá sea una de sus instalaciones más simples, pero su complejidad no es minúscula. Consta del acrílico que representa el momento después de que fue detonada la ojiva nuclear, un reclinatorio y la estatua de San José con el niño Jesús en brazos. Raya intervino el santo de yeso con unos fusibles en la mano del pequeño. Le añadió una mascarilla y de igual manera agregó una máscara antigás al Carpintero de Nazaret. Y en lugar de una vara de almendro, José carga un bastón metálico futurístico. Raya no transgrede la religiosidad gratuitamente. Más bien humaniza a las figuras sacras y las pone en los zapatos de esos híbridos con prótesis de robots que ya han comenzado a circular en las calles de las urbes postmodernas. Al humanizar las ideas de lo religioso, Raya delibera contra los dogmas que mantienen a las masas en la ignorancia y en la pobreza.

El tiempo es otra de las obsesiones de Marcos Raya. De joven despanzurró un reloj pulsera y en tu tambor aprisionó los pernos y engranes que llevan el recuento de los días. Y desde entonces Raya ha vivido a su tiempo. Su vida no baila al compás del ritmo del reloj de una fábrica ni de una oficina. Su día lo marca el sol, la penumbra de la noche y el vacío. A sus casi 70 años, siente que el tiempo ya no le alcanza. Comprende que el concepto de tiempo forever tiene un principio y un fin en el cuerpo. El brío de la carne no perturba su ánimo creativo ni su curiosidad pueril. Es de espíritu lúdico y de voluntad iconoclasta. Genio y figura hasta que cese la aventura de la vida.

Desde la plasmación de Anguish of Being, Raya ha dejado una huella clara de sus obsesiones como artista y como humano. Binomio indisoluble. En los años que llevó la vida de perro aprendió a observar la condición humana; primero, a través de los parias de la sociedad y, luego, en zapatos propios. Tampoco es casual que se haya puesto los zapatos de payaso y le haya dedicado una gran porción de su obra a esos gesticuladores maquillados de narices escarlatas y vestimenta estrafalaria. Todos somos payasos en la gran comedia humana. En la obra y en la otredad de los otros se descubre el contemplador y el artista. Raya nos invita a mirar hacia nuestro interior, hacia el mundo y más allá: ¿qué lugar ocupamos en el universo? ¿Llegamos a ser en nuestra vida? ¿Seremos después de la muerte? ¿Seremos algo más que carne y hueso de polvo cósmico? ¿Nos asimos de la alegría de vivir? ¿Aceptamos la responsabilidad de la vida? 


Everyday Is the Day of the Dead, 2015, acrylic on canvas

Es a partir de la reflexión sobre la vida y la muerte que el artista ha ido desgajando sus cavilaciones y vivencias y ha ido deviniendo su existencia y su obra. Entre ese ejercicio de construcción y deconstrucción el demiurgo ha intentado sublimar el misterio en obra de arte. Entre el ir y devenir del tiempo, Raya ha vivido obstinado con el cuerpo, su cuerpo: ese milagro de la evolución. En su vasta obra ha explorado, la ciencia, la medicina y la tecnología. Le fascinan las máquinas y las posibilidades biológicas y tecnológicas de prolongar la vida. El maestro de lentes ahumados y sobrero de fieltro oscuro ha logrado plasmar espléndidamente sus obsesiones en el lienzo Robots and Cyborgs, 2015.

Dichas raíces y zozobras ya se pueden apreciar en el mural Homenaje a Diego Rivera, 1975; Frida and Her Nurse, instalación, 1980; Total Reconstruction, collage, 1999 y Opportunistic Diagnostics, acrílico sobre tela,2003, entre otras. Y aunque cada obra y medio tienen méritos propios, el lienzo Robots and Cyborgs me resulta una obra maestra tanto en su ejecución como en su discurso. Raya ha acumulado décadas pintando cyborgs, esas criaturas humanas con prótesis mecánicas. En su momento parecían obras futuristas sacadas de un filme de culto. La ciencia ficción y el futuro han alcanzado el presente. Los cyborgs y surrogates ya no son más personajes de una obra de Isaac Assimov, un filme de Arnold Schwarzenegger o un cuadro de Marcos Raya.

En el 2014 el físico Michio Kaku dictó la conferencia “The Future of Mind” a los empleados de Microsoft. Kaku valida desde la aquiescencia científica la veracidad de los cyborgs y surrogates, y con la arrogancia del que posee la verdad absoluta diserta sobre el futuro de la mente, la implantación de memorias en el cerebro y la inmortalidad. Pone sobre la mesa el debate ético sobre la muerte y el cuerpo: ¿en qué momento muere el ser humano? ¿Se podrá viajar a la velocidad de la luz en el espacio si separamos el cuerpo de la mente? ¿El “progreso”, desarrollo tecnológico, será para el bien común o sólo beneficiará a un puñado? 


Robots and Cyborgs, 2015, acrylic on canvas

En Robots and Cyborgs hay una mesa de trabajo en un laboratorio X. Observamos a un conglomerado de figuras que personifican galenos, robots, astronautas, cyborgs, científicos, políticos, inventores en torno a una personaje híbrido de rostro impaciente y cuerpo de cables y extremidades cercenadas. Los personajes parecieran debatir sobre los siguientes pasos a tomar. O no, tal vez sea una discusión sobre la ética del procedimiento o quizá sea un debate acalorado sobre la utilidad de este nuevo ser. El ser como moneda corriente ha sido despojado de su cuerpo; ese extraño conjunto de extremidades que transmiten las sensaciones a las personas. Al separar al cuerpo de la mente se están usurpando las huellas de la evolución alojadas en el cerebro reptiliano a la vez que se despoja lo que se conoce como el lóbulo parietal, el cerebro de las emociones y el que nos relaciona con otros seres humanos. Entonces solo quedaría el lóbulo frontal, mejor conocido como el cerebro pensante, el cerebro humano. ¿Pero puede seguir siendo humano sin el imperio de las sensaciones? En torno al personaje híbrido, el grupo de personajes asimismo simbolizan los distintos brazos del poder: autócratas, políticos, científicos y los que resguardan la voz última del Estado. Y mientras unos arguyen, un robot continúa su labor armando al nuevo robot. Una máquina crea otra máquina. Espejo de actos repetitivos y pragmáticos, y de sentidos ausentes. La obra de Raya es apocalíptica. Invita a la contemplación y a reflexionar más allá del cuadro. Después de observar de Robots and Cyborgs, el espectador riguroso no podría caer en la indiferencia. El futuro está presente frente a nuestros ojos. Y es que el futurismo de

Raya anda entre el apocalipsis de nuestros días —guerras, hambruna, cambio climático, por un lado— y por el otro lado: la utopía, pero que no es como aquella visión de los primeros cristianos y revolucionarios. En otras palabras y agrandes pinceladas, la tecnología funciona al menos de dos maneras: para el mal (guerras) y para el bien (la medicina), y tal vez para volvernos más pendejos: Internet, Facebook, Instagram, et al.

El arte de Marcos Raya es vital y su creatividad es infinita, semejante a aquella noche de Dios de la que hablaba Jorge Luis Borges: “Y la noche de Dios es infinita. / Tu materia es el tiempo, el incesante / Tiempo. Eres cada solitario instante.” En la vida, Raya es un solitario instante y en el estudio es un incesante creador de estupendas metáforas plásticas: payasos, cyborgs e hijos de la mala vida.

Franky Piña has been the cofounder of several literary magazines in Chicago: Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel Contratiempo. He is the coauthor of the book Rudy Lozano: His Life, His People (1991). One of Piña was published in the anthology Se habla español: Voces latinas en USA (2000) y Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago (1999). He is the editor of art catalogs: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004), The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (2014) and Barberena: Master Prints (2016). Piña is the editorial director of El BeiSMan.