La poeta de la psicodelia: Grace Slick

La poeta de la psicodelia: Grace Slick

 

Grace Slick

Para Enrique Navarrete N.

Después de almorzar nos instalamos en la sala. Lucrecio maniobra su tableta, le pide a Valentina unos audífonos y cuando ella vuelve él ya escucha música. Vale se asoma sobre su hombro y pregunta: “¿Quiénes son, tío?” “¿Quieres una respuesta corta o una larga?”, responde Lucas con esa otra pregunta. “Las dos”, le dice ella sonriendo y se acomoda en un sofá individual acaso adivinando que Lucrecio se explayará y por ende disfrutará la charla. Ella sube los pies al sillón y agrega: “Que la corta sea una introducción y después me cuentas toda la película”.

Por mi parte suspendí momentáneamente mi lectura y observé con interés a la quinceañera y al buen Lucrecio que la observa doctamente desde sus varias décadas de ventaja. Mita con desparpajo, pero sin que nadie se ocupara de su acción colocó mi grabadora encendida en la mesita, al lado de mi sillón, me cerró un ojo y se fue por ahí.

Lo que sigue es más o menos lo que se dijo (algunas aclaraciones entre paréntesis son mías). La única acotación que Lucas hace en un momento dado, es cuando abre en su tableta una página de sus apuntes en Werdsmith para comprobar unos datos y documentar su conversación con Vale; en la pausa se me queda viendo y me dice que en estos días prepara un estudio sobre el tema. Después de eso ambos me ignoran por completo.

 

Grace Slick con Jefferson Airplane —comienza Lucrecio— cantó en Woodstock White Rabbit, pero a mí ya me había encantado desde antes. Es el momento esplendoroso del jipismo y Jefferson Airplane es un grupo importante que sobrevuela en el acontecer de la psicodelia. Fíjate en estos aspectos mijita, lo psicodélico no sólo era lo estrafalario en la ropa ni los alucines del ácido ni lo surrealista de buena parte de su música —ese lecho de sus singulares letras—, las fachas y su filosofía —su poética, mejor dicho— se ensamblan en la contracultura por su protesta implícita y su propuesta de cambios como ya habrás de saberlo. Ellos formaron parte de un movimiento social, eran componentes del movimiento psicodélico y contracultural que tuvo su epicentro en San Francisco, pero sus ondas expansivas alcanzaban lo mismo a Nueva York como a Oaxaca, México, toda proporción cultural guardada, por supuesto y procurando evitar los clichés tan pegajosos.

Mira a propósito de White Rabbit —y fíjate en su longeva presencia, en la imperecedera actualidad de esta singular pieza— está en el soundtrack de esa película que fuimos a ver anoche (American Hustle), que por cierto te la recomiendo, apuesto que tú —tan amante de lo retro últimamente— la disfrutarás. Escucharla en medio de esa trama setentera le imprimió un plus al gozo de observar a ese par de aventureros sinvergüenzas, protagonizados por Christian Bale y Amy Adams; en sus papeles encarnan a dos estafadores de la vida real y... pero, antes de que me vaya por esta tangente, sólo agregaré que Amy está divina, como casi siempre, aunque tu mamá diga que Jennifer Lawrence se roba las bases.

En fin a propósito de películas, la que me pides puede comenzar con una secuencia de imágenes —con White Rabbit de fondo— en la que nuestra cantante pasa de ser modelo a ser esposa de Jerry Slick —ella modelo, él estudiante de cinematografía—. Corren los días de 1965 y entendemos que con Darby, hermano de Jerry, luego de presenciar una tocada del Jefferson Airplane salen tan influenciados y entusiastas que forman su propio grupo: The Great Society.

Cesa la secuencia de imágenes y ahora tenemos otra secuencia, pero ya propiamente de escenas, digamos que con la pieza Somebody to Love de fondo aparecen en la pantalla diferentes momentos de la vida de Grace cuyos apellidos de pila son Barnett Wing. O mejor entre escena y escena detalles de su actuación en Woodstock precisamente con Sombody to Love y/o White Rabbit que fueron con las que amanecieron el segundo día del festival. Amanecer de un movimiento que nunca ha anochecido. Tenemos entonces un perfil de la ciudad de Chicago y el nacimiento de Grace el 30 de octubre de 1939; luego ella crece cerca de San Francisco, California, en un pueblo llamado Palo Alto donde estudia en un colegio privado. Ahí debió ver al conejo blanco meterse en una madriguera. Se va entonces a Nueva York para estudiar en la Finch University, otra madriguera que también era una universidad femenina en Manhattan y después se va a la Miami University. Estudió artes liberales. Luego diferentes momentos que van de los años 60 a los 80 en sus conciertos y grabaciones cantando con The Great Society, Jefferson Airplane, en solitario repetidas veces (cuatro discos), de vuelta con Jefferson Starship, y con Starship sucesivamente. Al final de esa secuencia la vemos en la actualidad, pelo albo, hermosa como siempre, está pintando en un amplio e iluminado estudio el retrato de Jerry García. Grace dejó la cantada y la música para dedicarse a la pintura. Para el guión podemos hacer un ejercicio de escritura después, si te parece, podría ser divertido y acaso saco un nuevo proyecto.

Pero entonces la vemos con Jefferson Airplane grabando lo que para el grupo ya era el segundo disco: Surrealistic Pillow. Fíjate, con The Great Society publicaron en un disco sencillo Somebody to love y casi enseguida se separan. En paralelo Jefferson Airplane sufre la partida de Signe Anderson, miembro fundador del grupo. Así es que entonces vemos que Jefferson Airplane invita a Grace para llenar el vacío dejado por Signe y ahí están, grabando Surrealistic Pillow. Grace llega a su nuevo grupo con Somebody to Love y White Rabbit bajo el brazo; en tanto que su cuñado Darby es el autor de aquélla, ella es la autora de White Rabbit, una pieza que se convierte en uno de los himnos favoritos de la comunidad hippie durante esos años de la psicodelia, especialmente ese álbum se convierte en representativo. Invita a soñar y en el sueño viajamos o invita a viajar en sueños… despiertos. Como acabamos de escuchar, la canción aborda la imaginación de Lewis Carroll, y Grace enrola las cabriolas de los personajes de Alicia en el país de las maravillas con la cotidianidad de su generación y lanza su exhorto final como una oración desde un púlpito lleno de grafiti psicodélico.

Habrá que pensar en la dificultad de cómo hilvanar los diez discos que Grace compartió —como personaje principal— con Jefferson Airplane y luego los 7 con Jefferson Starship y otros varios con Starship que fueron las transiciones que vivieron en su largo camino a la decadencia comercial —con los intervalos o vaivenes de sus discos en solitario o ciertas giras—... ¿Que por qué la dificultad?, bueno, ¿cómo destacar —preservando su valor, que lo tienen— que se reciclan una y otra vez en bandas que giran cada vez más en torno al mercado? En la colonia Las Mitras, en Monterrey, donde crecimos tu papá y yo, lo mismo a los productos comerciales emanados de la sicodelia como a quienes los representaban —entre otros bichos cómodamente instalados en el confort de la normalidad— les llamábamos fresas. Las creaciones de esos músicos van instalándose en ese rol. Jefferson Airplane al final, tristemente, no es un grupo que recordemos con respeto, salvo por las dos piezas con las que llegó Grace a su seno y, desde luego, por la presencia de ella. Esos son los factores que quedan al final, es decir, hoy.

 

Para Grace, Carroll es fascinante —como un viaje de ácido—. Claro, tienes razón, ¿para quién no?, y cuenta la leyenda que en alguno de sus viajes en LSD ella se concentra en cierto disco de Miles Davis y vuelve del viaje con la idea de compaginar ritmos de jazz y blues con rock y literatura. Escribe entonces White Rabbit y así comienza a ser una sacerdotisa de la nueva tribu de hippies, una evangelizadora en la comuna amante de la música. Así se adentra en la poética de la era psicodélica. Ahora que surgen y resurgen los gambusinos en las cuevas del rock en pos de las rarezas dejadas tras la fiebre, alguno de ellos debería detenerse a examinar nuestra joya, te aseguro que descubrirá nuevos brillos, otros aspectos que renovarían la riqueza de su esencia. Tendrá desde luego que hacer a un lado la mucha arena que la cubre. Por ejemplo, Grace en 1973 se avienta y saca Manhole, su primer disco sola… intento tan fastuoso como fallido pese a sus aciertos, tanto que la ficha que procede para nuestra película imaginaria —oh Valentina, mira qué paradoja: Manhole quiere ser la música de una película inexistente— detalla que nuestra diva da media vuelta y se mete al Jefferson Starship en cuyo planeo encuentra el confort económico, pero también una cada vez mayor frustración respecto a su vocación.

Me parece que en la transición de los años 60 a los 70 —ese trance ya medio lugar común por tan sobado— encontramos a la Grace más intensa. Digamos que del 67 al 73, pero y también en nuestra secuencia fílmica habría que exponer ahora el particular activismo de nuestra compositora. Hay una pieza rescatable en este renglón llamada México. Para esto la película muestra imágenes alternadas de la Casa Blanca / jóvenes hippies fumando hierba / policías arrestando pacifistas que enarbolan banderas cuyo emblema es una hoja de mota / el presidente Richard Nixon en conferencia de prensa anunciando la guerra contra las drogas / contrapunteos con otros representantes de la contracultura. En lo sucesivo podemos ver algún performance de Abbie Hoffman, escenas con Grateful Dead en plena actuación, Grace dándose un toque y pasándoselo a Janis Joplin, Jim Morrison rodeado de humo en un París mitológico... y es que cada uno de los mencionados, entre tantos otros claro está, estuvieron especialmente cerca de ella y debes saber que cuando todos ellos le brindan reconocimiento a la hierba —a su manera con honores— alarmado el gobierno decide desconocerla satanizándola.

Es un momento de confrontación al margen de la confrontación pacifista, fíjate, es una respuesta airada y puntual de nuestra cantante, una actitud que pasa casi desapercibida y debe rescatarse. Los arqueólogos que escudriñan en los sonidos de las viejas liras para inventarse nuevos tours o que de pronto nos agasajan con novedades desenterradas de los estudios—cementerios, pues harían bien en desempolvar las razones o sinrazones que motivaron aquéllas rolas o esas actitudes; bueno, como sea, ahora que andan con lo de la legalización —aunque lo de hoy sea en otro contexto social— todo aquello es materia de historiadores. Con su canción Grace encara al soberbio personaje que encarna Nixon en la Historia, le dedica México con cuya letra critica su política contra las drogas. La iniciativa de Nixon, principalmente, busca detener el flujo de la mariguana desde México, inquieto por el uso que hacen de ésta los jóvenes. México, escrita y cantada por Grace, se lanza en un disco sencillo en 1970. Y así llegamos al recuadro de rigor: Hay esta anécdota que ocurre poco antes de lo anterior, muy comentada, que cuenta cuando la hija del presidente Nixon, Tricia, invita a Grace a la Casa Blanca (ambas estudiaron juntas en la Finch University). Nuestra cantante se hace acompañar de Hoffman y ambos planean poner LSD en el té del presidente, pero todo se trunca cuando los agentes de seguridad le niegan la entrada al activista —psicodélico y político— y así se suspende la visita.

Volviendo a lo musical, la fascinación de Grace por las tonadas bluseadas, improvisadas, que en mucho la caracterizan, la llevaban a la concentración. Se concentraba para la improvisación, fíjate, ahí hay un compromiso con la libertad. Ella tenía esa dulce manía a la hora de la introspección en su canto, en el escenario o en el estudio de grabación ella solía llevarse una mano al seno del oído y con la yema de los dedos medio y anular sentía los latidos musicales, se acoplaba con los instrumentos de sus amigos, palpaba el ritmo. Se metía en la madriguera de la música, ese mundo de las maravillas descubierto por Grace en San Francisco, el micrófono en la otra mano era desplazado hasta cerca de su boca y desde el fondo del corazón afloraba su canto: “Una pastilla te hace más grande y la otra más pequeño, y las que te da tu mami no hacen nada de nada”. Escribe y canta y al hacerlo crea escenas lisérgicas. Describe viajes enmarcados con la música y en la descripción teje el mensaje social.

La historia de Grace y los Jefferson Airplane, en la transición histórica que va digamos de 1967 a 1973 como ya indiqué, es la de unos protagonistas en un viaje psicodélico, un viaje que se desplaza en un vaivén rítmico entre lo espiritual —que permea actitudes y estilos de vida— y lo alucinante desde una estética original que nace en la nueva música y se nutre de imágenes referentes, populares y juveniles que van y vienen desde la imaginación de los comics, la literatura, la cotidianidad, hasta la simbología de figuras icónicas revolucionarias. Así se perfila ese movimiento indicado al principio y que quedara grabado en posters, carteles de tocadas y de tours, en las portadas de los discos y desde luego en la mente de sus protagonistas, me refiero por igual —pero en sus diferentes niveles— a los músicos y a sus escuchas. Viajes psicodélicos inscritos en lo underground cuyo abismo tiende a ser una montaña. Al final ahí la tenemos, con su larga cabellera blanca, publicando sus memorias (Somebody to Love?) y pintando su pasado, los personajes de su vida, los roqueros amigos, los retratos de sus amores. Ahí la dejamos con las variaciones de sus rostros, con sus propias pinceladas un tanto naif, pero bien dictadas por el espíritu de la psicodelia perenne. Grace Slick, para amarla.

 

Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano, para comentarios: caballeror52@gmail.com.