La noche más solitaria

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La noche más solitaria

Claudina Domingo

 

El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza

Penguin Random House Grupo Editorial, 2021. 304 páginas, ISBN 978-6073804059

 

El invencible verano de Liliana, un libro único en la literatura mexicana. Sobra decir que esperamos que lo siga siendo en cuanto que el acontecimiento que lo originó (el feminicidio de la joven hermana de la autora) no sea algo que sufra de nuevo otro escritor o escritora y, en un mundo ideal pero necesario, ninguna otra persona. Pero la particularidad de esta novela heterodoxa no se detiene ahí. Aunque también es considerada una novela/artefacto, me gusta pensar en ella más como una novela porque, aunque contiene muchos testimonios de amigos y familiares (lo que le da su carácter de “artefacto” social literario), el ritmo y el trabajo narrativo me revelan la calidad y la profundidad de la prosa de una narradora, la escritora que crea este coro testimonial: Cristina Rivera Garza.

Si bien el argumento es un hecho verificable y sin siquiera dudas —el feminicidio de su hermana—, el principio narrativo incluye a la autora del libro y, por tanto, se mueve también en el ámbito de la autobiografía: la autora y narradora de un libro que comenzamos leyendo como una novela testimonial: viaja a la Ciudad de México a buscar justicia en el caso de homicidio de su hermana, ocurrido en julio de 1990. La prosa de Cristina Rivera Garza en esta novela es bastante flexible: resume y describe sin adornos todos los pasillos con luz mortecina, pero también es intimista, certera y poética en lo que se refiere a las atmósferas emocionales por las que sube y baja la autora/narradora. Ella nos advierte que es falso que el tiempo cure las heridas y escribe en torno al duelo revelaciones como ésta: “Se habla mucho de la culpa pero no lo suficiente de la vergüenza. La culpa del superviviente puede atraer una sospecha acaso saludable, un titubeo incluso razonable, acerca del placer, del gusto, de la compañía. La vergüenza es una puerta cerrada a piedra y lodo. Pocas actividades requieren más energía, tanta atención al mínimo detalle, como odiarse a sí mismo. Es una tarea milimétrica, agotadora, de tiempo completo.” Revelaciones para los que no tenemos un difunto; revelaciones para los que no tenemos una difunta asesinada, de la forma en que ocurren los asesinatos de mujeres en todo el mundo: siempre gratuita y cruelmente. 

Mientras una funcionaria pide que manden buscar el expediente, pasamos a la siguiente sección, donde la narradora evoca el principio original de su historia: su vida breve con su hermana, su vida con la hermana breve, entre mudanzas por los años de estudios de ambas y la diferencia de edades. Es aquí donde comienza a exponerse algo que constituye el punto neurálgico de la novela: el carácter ominoso de la historia. Un carácter necesariamente ominoso, porque la muerte de las personas nos devuelve su vida de otra manera. La vida y la muerte de Liliana se unifican en un aguafuerte, porque a la persona que todos recuerdan luminosa y resplandeciente, se le cuelga una muerte oscura y siniestra perpetrada por un hombre con estas características. Por otro lado, todos comienzan a recordar a una Liliana misteriosa que parecía proteger a su asesino, sobre todo porque la víctima antes de ser víctima era una persona que creyó que podría librarse del afán destructivo de quien la malamaba. 

Resulta fundamental para la autora devenida en investigadora entender y reconstruir los últimos meses de vida de Liliana. Así, a mitad libro tenemos una suerte de imbricación entre la voluntad literaria y el trabajo de investigación. Acá, los amigos y algún pariente recuerdan a Liliana. “No hay muerto malo”, dice el dicho. Sin embargo, los testimonios no crean una hagiografía; los amigos de Liliana también están dispuestos a hacer de ella un persona compleja y llena de matices. Matices que, sin embargo, apuntan a misterios. Una joven mujer crece y se desarrolla protegiendo la sombra de su adolescencia. No está sola Liliana entre las mujeres que para trascender la adolescencia tuvimos que dejar atrás a un novio celoso. México es un país en donde las nubes y la culpa no cuestan. Todos sentimos culpa de algo fácilmente; la generosidad mexicana es una manifestación de malísima consciencia. Y es muy común que la chica que deja de ser chica por su talento y arrojo, sienta culpa de ello.

Una parte importante del trabajo tanto literario como testimonial que se desarrolla en El invencible verano de Liliana es recreación del espacio físico en el que la chica fue feliz y en el que finalmente fue asesinada: su pequeño departamento y lo que imaginamos, las cuadras entre éste y la universidad. A través del retrato que conforman los testimonios —que han sido también cuidados para reflejar el carácter de quienes lo enuncian y su relación con Liliana— es que entramos en los últimos meses de vida de la joven estudiante. Sus cartas nos acercan al personaje bastante risueño y apasionado de Liliana, pero también contienen remanentes del sometimiento emocional que la atormentaba, vivido como si se tratara de un lado B o una segunda personalidad. El invencible verano de Liliana sigue siendo un libro, pero también es un intento de que se pueda hacer justicia en un país como México de un caso de feminicidio, perpetrado hace treinta años, cuando el concepto no existía penalmente. Así, parece que el único recurso que tiene Cristina Rivera Garza para atraer la atención de la policía y obtener justicia para su hermana es la literatura. 

Hasta el último momento tenemos la noción ominosa de esta historia y su reverso, el reverso de la esperanza que no se atreve a nombrarse a sí misma. ¿Pudo ser distinta esta historia? El silencio de la noche en que muere Liliana es sospechoso. Las personas que escucharon llantos, ¿son incapaces de diferenciar la tristeza de la agonía? Las últimas horas de la vida de Liliana tienen este tinte ominoso. El empeño de la prosa, entonces, es devolvernos a una persona misteriosa, cuyos secretos se alcanzan a entender a través de sus propias palabras. 

La novela nos conduce por la angustia y la agonía que supone conocer de antemano el destino de Liliana mientras la vemos desarrollarse en esta dicotomía de ser la joven más libre de su entorno al mismo tiempo que es prisionera de un afecto voraz y siniestro. Y gran parte de la belleza del libro reside en la reconstrucción psicológica y emocional de esta muchacha misteriosa que vivía con un secreto que tenía muchas facetas y, a su vez, secretos interiores. A la distancia, la narradora y los lectores comenzamos a suponer que Liliana quizá protegía con su vida la de sus seres queridos; y que si volvía una y otra vez a la telaraña que la secuestraba hacia una vida más oscura y violenta, era por miedo a lo que su captor pudiera hacerle a su familia. 

En un intento por procurar justicia para su hermana, Cristina Rivera Garza creó un magnífico retrato de su hermana lleno de complejidad, y también, la espeluznante fotografía de una sociedad mexicana en la que violencia y silencio suelen ir de la mano a la hora de destruir vidas y borrar de la faz de la tierra a las mujeres.