La mirada indómita de Zora Neale Hurston

La mirada indómita de Zora Neale Hurston

 
Zora indómita

Cómo se siente ser una mujer negra

 

El territorio es entonces imaginería heredada y por heredar, constatación inobjetable de que somos tránsfugas eternos en busca de verdades relativas y empecinados creyentes de que siempre habrá territorios nuevos por abarcar.
—Primo Mendoza Hernández, Territorios1

 

Tránsfuga eterna desafía el olvido2

A finales de la década de los cincuenta se publicó una nota periodística en la que aparece la fotografía de Zora Neale Hurston bajo el encabezado Working as Maid. La adinerada mujer que la contrató para limpiar su mansión en Florida estaba sorprendida al enterarse de la verdadera identidad de su empleada doméstica. Aparentemente, éste fue un trágico y poco glamoroso pasaje en la vida de una de las escritoras más sobresalientes del Renacimiento de Harlem,3 ese deslumbrante amanecer de las letras afroamericanas coloreado por las melodías del jazz y del blues.

Si nos detenemos a darle una segunda mirada a la fotografía, la expresión facial de Hurston no muestra el agobio de quien sólo piensa dentro del marco reduccionista del éxito o el fracaso, sino de una mujer que vive en términos del atrevimiento de andar el camino y desentrañar la aventura. La risilla que se escapa de sus labios, esa sonrisa de niña que descubren haciendo una travesura, nos cuenta otra historia.

Si bien es verdad que Zora Neale Hurston murió en la pobreza en 1960, y que desde 1950 su obra estaba fuera de la imprenta,4 según las investigaciones de Alice Walker, todo parece indicar que en el momento en que tomaron aquella fotografía Zora realizaba una investigación undercover sobre el gremio de las empleadas domésticas.

En La canción de Salomón Toni Morrison aporta algunos elementos útiles para entender el contexto social e histórico que marcó la segunda mitad de la vida Hurston. Un destino similar vivió el personaje de Corinthians Dead, hija de uno de los primeros hombres negros en hacerse de fortuna después de la abolición de la esclavitud. Gracias a su estabilidad económica y lleno de expectativas para su prole, Macon Dead la manda a la universidad y luego a Francia. A los cuarenta años ella termina trabajando secretamente como empleada doméstica en la casa de una rica mujer blanca y miente a sus padres diciendo que es secretaria. En su narración Morrison comenta que para la década de los cincuenta no había otra opción laboral para una mujer de color, sin importar su nivel educativo, que limpiar casas.5

Tal vez esta situación avivó la curiosidad de Hurston y al mismo tiempo la colocó en el centro de ese escenario. Ninguna dificultad podría ser obstáculo suficiente para que ella se resignara a dejar su oficio.

Esta nota periodística sobre sus andares fue quizás una de las últimas noticias que se tuvieron de ella en el ámbito público. Después, todo lo que construyó durante su carrera quedaría enterrado, como su cuerpo, en una fosa común material y simbólica. No obstante, a pesar de la poca atención que tuvo su trabajo los años siguientes a su muerte, existe una relación mágica que se establece entre la obra, la autora y sus lectores que no obedece los límites cronológicos ni sucumbe con facilidad a las fronteras geográficas, ideológicas o lingüísticas. Este fascinante fenómeno que comporta la literatura ha permitido abordar la vida y el legado de esta escritora a la luz de finales del siglo XX. Los últimos días de la vida de Hurston no marcarían el punto final sino que dejarían su historia en puntos suspensivos.

Alice Walker tiene el mérito histórico de haber sido la primera en seguir sus últimas huellas. En la década de los setenta se “había percatado de la necesidad de la obra de Zora Neale Hurston antes de siquiera saber que su trabajo existía”.6 En aquel entonces los seminarios de literatura afroamericana no abordaban propuestas de mujer alguna. El nombre de Hurston aparecía esporádicamente como referencia secundaria, y nada más. Fue así como su intuición y la posterior lectura de uno de sus cuentos la llevaron a emprender una misión de rescate arqueológico para desenterrar su obra y saber más sobre la vida de aquella misteriosa mujer de piel de ébano. Grande sería la sorpresa de Alice cuando se dio cuenta de que había descendido al país de las maravillas.

El hallazgo de la vasta obra de Zora fue recibido con entusiasmo por escritores y académicos que se dieron a la tarea de divulgarlo. Entre ellas estuvieron Toni Morrison, Sonia Szeanchez, Zadie Smith y Edwidge Danticat. Este proceso de revaloración se vio coronado en 1995 con la publicación de sus obras completas en la colección Library of America, lo que implica el reconocimiento de un autor como clásico de la literatura estadounidensesEn 2005 Oprah Winfrey produjo una película basada en su novela más famosa, Their Eyes Were Watching God. Había llegado un segundo momento de gloria para Hurston.

 
Z. N. Hurston

Las andanzas de una lengua pilla

En cada oportunidad, Mama alentaba a sus hijos a saltar hacia el sol. Tal vez no alcanzaríamos a llegar hasta allá, pero al menos despegaríamos los pies de la tierra. Papa no estaba igual de esperanzado. Y no era el único. No estaba nada bien que los negros emanaran tanto espíritu. Todo el tiempo amenazaba con quebrantar el mío, o acabar conmigo en el intento. Mi madre siempre se ponía en medio. Admitía que yo era atrevida además de respondona, pero no quería aplastar mi espíritu, por miedo a que me convirtiera en una muñeca dócil y circunspecta con el tiempo. Papa se enfurecía cuando Mama decía eso. No estoy segura si lo hacía porque temía por mi futuro, con eso de que yo tendía a dar la lucha, o porque se sentía aludido personalmente con el comentario. Según él, mi vida sería un desastre. Los blancos no iban a aguantarlo. Me colgarían antes de llegar a la vida adulta. Alguien se encargaría de destrozarme por tener una lengua tan pilla [Dust Tracks on a Road, 19427].

Por su autobiografía, Dust Tracks on a Road sabemos que Hurston nació el 7 de enero de 1891. Creció en Eatonville, Florida, la primera comunidad negra integrada al gobierno federal de Estados Unidos. Ahí sucede la génesis de una subjetividad muy particular que la acompañaría toda la vida y que en buena medida define el carácter de su obra. Desde muy pequeña ella vio a los hombres de su color gobernar y administrar los asuntos políticos y económicos, y nunca imprimió en su mentalidad que su “raza” fuese considerada inferior, y que por tanto estuviera signada por el fracaso.

Ella escuchó en abundancia los relatos del folklore condensados en historias y personajes míticos que expresaban la cosmovisión de su pueblo, lo que años más tarde la convertiría en la principal exponente de aquella tradición oral. De hecho, su primera etnografía, Mules and Men, está dedicada al folklore negro del sur y es el primer trabajo antropológico sobre el tema escrito por una persona afroamericana. Otras dos novelas también son un observatorio privilegiado del universo literario que creó inspirada en esta experiencia, Jonah’s Guard Vine Their Eyes Were Watching God.

A su infancia en Eatonville le siguió el comienzo de una vida nómada. La muerte de su madre cuando aún era una niña y la inestabilidad familiar derivada de ello la llevaron a emprender el camino. Fue niñera, empleada doméstica, asistente de una actriz. Este último episodio la marcaría, ya que adquirió sus primeras bases en la dramaturgia. Posteriormente la llevó a escribir y dirigir obras de teatro y musicales, e incluso a montar en 1934 una escuela de artes dramáticas basada exclusivamente en la expresión negra.

Decidida a seguir sus estudios, entre 1919 y 1924 terminó su educación media en el Baltimore Morgan College y acudió a la Universidad de Howard en Washington DC o el Harvard de los negros, como lo define en sus memorias. Mientras apuntalaba su carrera, se sostuvo trabajando como peluquera y manicurista, así como con el apoyo de compañeras de escuela que veían su potencial y la adoraban por su simpatía. Hurston tenía una capacidad impresionante para conseguir aliados.

David Levering Lewis, autor de la investigación clásica sobre el Renacimiento de Harlem, When Harlem Was in Vogue, la retrata como una estudiante que estaba dispuesta incluso a la estafa por obtener reconocimiento.

Incluso un misógino certificado como Locke (quien habitualmente echaba a las estudiantes el primer día de clases con la promesa de ponerles un 6 en automático) cedió paso a la extravagante adulación de Hurston cuando ella escribió para Stylus, la publicación estudiantil de Howard. La investigación de Charles Johnson sobre los estudiantes escritores más prometedores la contestó un emocionado Locke antes del cierre del segundo semestre. Zora Neale Huston era la mejor y la más brillante en años, escribió él.8

Viendo tal afirmación, parece difícil que Alain Leroy Locke uno de los intelectuales afroamericanos más prominentes de su generación e impulsor del movimiento del New Negro— sucumbiera exclusivamente a la lisonja de Hurston. La tesitura del comentario más bien parece mostrar lo imperdonable que puede llegar a ser la ambición de una mujer pobre, brillante, segura de sí misma y con altas expectativas en su futuro profesional. Algunos de sus contemporáneos, como Richard Wright, tuvieron una actitud similar hacia su particular forma de ser y de escribir, pero a pesar de las burlas a sus “extravagancias”, era imposible ignorarla.

Sea como fuere, para enero de 1925 “llegó a Nueva York con un dólar con cincuenta centavos en su bolso, sin trabajo, sin amigos, pero llena de esperanza”.9 Su arrojo tuvo grandes recompensas. Los siguientes veinte años estuvo completamente dedicada a escribir, viajar e investigar. Hurston no sólo consiguió una beca para estudiar en Barnard bajo la tutela de Franz Boas y dos mecenas interesadas en proveerle todo lo necesario para que siguiera adelante, también estaba a punto de participar activamente en el Renacimiento de Harlem.

 
“American Masters: Zora Neale Hurston”. Fotografía © Corbis Images.

La fruta del árbol de la confianza metafísica10

Siempre hay alguien junto a mí recordándome que soy nieta de esclavos. Esto no logra suscitar depresión dentro de mí. La esclavitud se quedó en el pasado hace sesenta años. La operación fue exitosa y el paciente se está recuperando bien, gracias. La terrible lucha que me llevó de ser una potencial esclava a ser estadounidense dijo —¡En sus marcas! La reconstrucción dijo —¡Listos! Y la generación anterior dijo —¡Fuera! Estoy arrancando un comienzo volador y no debo detenerme en el camino para voltear atrás y ponerme a llorar. La esclavitud es el precio que pagué por la civilización, y la decisión no fue mía. Es una aventura amedrentadora y vale lo que he pagado por ella a través de mis ancestros. Nadie en el mundo ha tenido oportunidad más grande de gloria. Poder ganar el mundo sin tener nada que perder. Es electrizante pensar que por cada uno de mis actos puedo obtener el doble del premio o el doble de la culpa. Es muy emocionante tomar el centro del escenario nacional, frente a espectadores que no saben si reír o llorar [“How It Feels To Be Colored a Me”The World Tomorrow, mayo de 192811].

Aun en los mejores años del Renacimiento de Harlem los textos de Hurston quedaron siempre en segundo lugar12 dentro de los concursos literarios e incluso fueron descartados junto a otros que no conservan la vigencia y originalidad que caracteriza su legado. Esto se debe a que en gran medida su postura existencial y sus decisiones son sumamente heterodoxas cuando se observan desde los parámetros estéticos y las ideas que prevalecían en su época.

Como comenta Zadie Smith, uno de los rasgos más prominentes en el trabajo de Zora es su confianza metafísica. De ahí surge la seguridad que le permitió hacer las cosas de diferente manera. Su obra contrasta estridentemente con el tono melancólico y pesimista de la literatura de entreguerras y su pensamiento en torno a la defensa de los derechos civiles no tiene una gota de victimismo. Esto no quiere decir que su trabajo ignorase la realidad social, pero su respuesta ante el estado de las cosas sí era diferente. Si tomamos en cuenta que a principios del siglo XX una mujer negra tenía más o menos los mismos derechos de un animal de granja, Zora Neale Hurston es la self made woman más improbable que pudo haber existido. Ahora, si a esto le sumamos la reacción ante el rampante racismo que socava las expresiones de la cultura popular por considerarlas vulgares, su obra parece de otro planeta.

En ese sentido, entre las aportaciones más innovadoras de la autora está su concepción de la raza. Este tema lo trata explícitamente en su artículo “How It Feels to Be a Colored Me”. Ahí explica que fue hasta salir de Eatonville cuando se percató de ser negra. Para ella, la identidad se construye en los límites que se establecen entre un nosotros y los otros que cambia dependiendo del contexto. En Barnard, frente a la “cremosa mar” de gente blanca, era evidentemente negra, pero al interior de su comunidad natal eran otras categorías las que alimentaban su identidad. En la placidez de su soledad ya no era de ningún color, sino “eterno femenino adornado de collares de cuentas” y cuando la música invadía su espíritu, su cuerpo se pintaba de muchos colores regresándole su condición animal, fuera de las convenciones que la civilización le imponía.

Por ejemplo, cuando me siento con una persona blanca en el relajado sótano que es el New World Cabaret, mi color aparece. Entramos platicando de cualquier cosilla de nada que tenemos en común y los meseros nos indican nuestro asiento. De la manera abrupta que caracteriza a las orquestas de jazz, ésta se sumerge en un número musical. No pierde tiempo en circunloquios, sino va directo al grano. El tórax se constriñe y el corazón se quiebra con su tempo y sus narcóticas armonías. La orquesta aumenta su rebeldía, se encabrita sobre sus patas traseras y ataca el velo tonal con primitiva furia, rasgándolo, desgarrándolo, hasta irrumpir a través de la selva allende. Yo sigo a aquellos bárbaros —los sigo exultantemente. Bailo salvaje dentro de mí misma, grito por dentro, aclamo, muevo la azagaya arriba de mi cabeza, la lanzo fiel a la señal de ¡yeeeeooww! Estoy en la selva viviendo a la manera de la selva. Mi cara se pinta de rojo y amarillo, y mi cuerpo se tiñe de azul. Mi cuerpo palpita como un tambor de guerra. Quiero sacrificar algo, provocarle dolor, darle muerte, ¿a qué?, no lo sé. Pero la pieza se acaba. Los hombres de la orquesta se limpian los labios y sus dedos descansan. Con el último tono, me arrastro lentamente de regreso al revestimiento que llamamos civilización, y encuentro a mi amistad blanca quieta sentada en su lugar, fumando en calma.

No es que Hurston negara que existieran diferencias entre los grupos étnicos. Su reacción ante las estridentes notas de los temas musicales del New World Cabaret era distinta a la de su amistad blanca ya que existe algo que se va conformando a partir de un complejo proceso histórico que nos hace culturalmente diferentes.

De ahí surge otra de sus grandes aportaciones, la reivindicación del habla popular y la descripción fiel del universo en el que vivían aquellos hablantes. Fue sumamente crítica con el clasismo que prevalecía dentro de su propio grupo racial y escribir como hablaban los “iletrados” fue un gran atrevimiento; también lo fue retratar a su pueblo en sus vicios y virtudes, en su genialidad y su estupidez, cuando la tendencia era subrayar el refinamiento que habían logrado las clases más altas y esconder a los indeseables.

Hoy la recepción de su obra habría sido completamente distinta. Un par de ejemplos de trabajos contemporáneos relativamente similares al de Hurston son la novela White Teeth,13 donde Zadie Smith reproduce los diversos dialectos que hablan los migrantes de Londres, y A Brief History of Seven Killings,14 en la que Marlon James conjuga el patois jamaiquino con el inglés más neutro. Ambas obras han suscitado gran interés y han sido premiadas con los galardones más importantes de la literatura inglesa. Esto no sería posible sin una serie de transformaciones y subversiones estéticas acontecidas en las últimas décadas. Algunas de ellas son la percepción de las variantes dialectales como riqueza lingüística, la incursión del pensamiento feminista y la búsqueda de la voz de las mujeres dentro de la literatura, así como las críticas a la dicotomía alta cultura versus cultura popular.

Los resultados de estos procesos nos permiten volver a saborear la obra pionera de Zora Neale Hurston, esa jugosa fruta del árbol de la confianza metafísica. Para aquellos que se obstinan en salir de los confines de lo dado siempre habrá territorios nuevos por abarcar.

 
Zora Neale Hurston

Notas

1 Primo Mendoza Hernández (2009), Territorios, México: Secretaría de Educación del Estado de México, Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

2 Retomo esta expresión del párrafo con el que Primo Mendoza Hernández del movimiento literario Tepito Arte Acá cierra su libro de relatos porque me parece que sintetiza algo similar al devenir de la obra de Hurston, así como su actitud ante la vida.

3 El Renacimiento de Harlem es el término que se acuñó para nombrar la emergencia de un movimiento político y cultural principalmente incentivado por próceres afroamericanos de clase media entre los años de 1925 a 1934. En un país donde la latencia de los atavismos culturales ligados al pasado esclavista seguía marcando el destino de miles de ciudadanos de color, Jessie Fauset, Charles Johnson, Alain Locke, Walter White, Casper Holstein y James Weldon Johnson pensaron que la mejor estrategia para subsanar las condiciones de su gente y favorecer el diálogo interracial era la promoción de un movimiento que funcionara como espacio de apreciación de la producción cultural realizada por sus más prometedores exponentes. Entre ellos estuvo Zora Neale Hurston.

4 La obra de Hurston está compuesta por cuatro novelas, una autobiografía, dos etnografías, más de cincuenta cuentos, numerosos artículos y varias obras de teatro.

5 Este tema se aborda en el capítulo 9 de la novela. Toni Morrison (1977), Song of Solomon, Nueva York: Random House.

6 Alice Walker (1983), In Search of Our Mother’s Gardens: Womanist Prose, San Diego: Harcourt Brace Jovanovich. Traducción de Lydia González Meza y Gómez Farías.

7 Traducción de Anna Styczynska.

8 David Levering Lewis (1981), When Harlem Was in Vogue, Nueva York: Penguin Books. Traducción de Lydia González Meza y Gómez Farías.

9 Robert E. Hemenway (1977), Zora Neale Hurston. A Literary Biography, Champaign: University of Illinois Press. Traducción de Lydia González Meza y Gómez Farías.

10 Este concepto lo utiliza Zadie Smith para referirse a la vitalidad y la libertad que subyace a la vida y obra de Hurston. Zadie Smith (2009), Changing my Mind: Occasional Essays, Londres: Penguin Books.

11 La traducción de los dos fragmentos del artículo “How It Feels To Be a Colored Me” es de Lydia González Meza y Gómez Farías.

12 Zora ganó dos segundos lugares en los premios Opportunity, los galardones más importantes de la literatura afroamericana en aquel momento, uno por Spunk en 1925 y otro por Muttsy en 1926. En 1934 descartaron del concurso su novela Jonah’s Guard Vine porque lo consideraron un libro carente de argumento.

13 Zadie Smith (2000), White Teeth, Londres:Penguin Books.

14 James Marlon (2014), A Brief History of Seven Killings, Nueva York: Riverhead Books.

 

El presente artículo apareció publicado por primera vez en la revista Replicante y se reproduce con el permiso de la autora.

Lydia González Meza y Gómez Farías es antropóloga e intérprete. Tradujo el ensayo "El vudú y sus dioses" de Zora Neale Hurston en colaboración con la editorial queretana la mirada salvaje. En la actualidad vive en Atlanta, Georgia y trabaja con migrantes mexicanos en situación de vulnerabilidad.