John Barry, maderamen de las letras en Chicago

John Barry, maderamen de las letras en Chicago

sólo quedan los recuerdos en la arena,
donde yace dormitando la piragua

John Barry era un hombre de fe. Fue jazzista, profesor universitario, promotor cultural y hasta réferi en peleas entre aspirantes a escritores… pero, más que nada, era un hombre con fe en el ser humano. Aunque ahora parece que nadie lo recuerda o nadie lo conocía, John es un factor fundamental para el aparente boom que está experimentando la literatura en español en Chicago. 

Hace veintitantos años llegué a esta ciudad y, en mi búsqueda por algo parecido a Monterrey, encontré varios grupos interesados en la cultura latinoamericana. Había de sal, de chile y de manteca, y en esa tamalada hallé la Librería Tres Américas, donde se reunía una tertulia que degustaba la literatura latinoamericana; entre ellos, Humberto Gamboa, Susana Cavallo, Alfonso Díaz, Alejandro Ferrer, varios más y… un gringo altote, de mostacho zapatista y acento inconfundible: John Barry. Podría mentir y decirles que éramos amigazos de uña y mugre pero, no lo conocí mucho más que eso; nos entrecruzamos en un par de proyectos en los que tuve la oportunidad de disfrutar de su paciencia.

Después de participar en la revista tresaméricas, colaboró en otras revistas culturales y literarias, siguió dando clases en la Universidad Roosevelt, escuchó, recomendó libros ya autores, puso de su tiempo y su dinero para que el trabajo viera la luz, y luego de casi dos décadas de lectura y análisis, en 1999 publicó la antología Voces en el viento: nuevas ficciones desde Chicago (en cuya solapa aparece su foto ¡sin bigote!), donde incluyó a lo mejorcito de la narrativa en español de esta ciudad, aunque nos colamos varios más. Voces en el viento es un selfie donde aparecemos congelados, pero en movimiento, cada autor con su rollo, su estilo, su discurso, en diferentes niveles de madurez y con varios tonos de nostalgia: en los textos seguían las referencias a los pueblos que dejamos (La infausta tarde en que humillamos al Colo-Colo) pero las historias se estaban acercando a Chicago (El tren para en la Pulaski), a las calles que empezaban a ser nuestras. 

Para Barry, el despegue internacional de los escritores locales era (es) cuestión de tiempo. A principios del siglo, en un evento que los organizadores titulamos pomposamente “Coloquio de los peros”, John Barry se presentó en UIC para afirmar que sería “el plano de la originalidad del lenguaje lo que ayudaría a que la literatura local se proyectara” hacia afuera de estos lares. Me sorprendió su convicción, porque muchos de nosotros no teníamos lugar, asiento y tablas para publicar en nuestros países de origen. Él no se retractó y además hizo un recuento de nuestra situación, nuestra audiencia y nuestros medios (o sea que nos había leído, que sabía de qué lado mascaba el cocodrilo y que nos tenía fe). Hablaba con conocimiento de causa y quizá con cierto sentido de premonición porque, aunque esa proyección internacional no se ha concretado, ya hemos disfrutado a un manojo de escritores con un corpus interesante, riguroso y sólido: Juana Goergen, Leda Schiavo, Graciela Reyes, om ulloa, León Leiva, Eduardo Urios, quienes tienen una obra que va más allá de lo que los críticos locales pudieran apostillar. Y también hemos visto el trabajo prometedor de Jorge Montiel, Manuel Hernández, Miguel Marzana, Jorge García de la Fe, José Ángel N, el joven Tafolla y otros dos o tres personajes, cuya obligación debería ser seguir produciendo, para cumplir con las expectativas, para satisfacer los presagios. 

Después, a pesar de varias desilusiones (la fauna literaria es igual en todas partes), la fe de John le dio para empezar otra antología, ésta sería bilingüe, iba a ser el salto que nos pondría “en el lugar que merecemos”. Seleccionó autores, nos pidió textos, consiguió traductores, mandó propuestas a las editoriales, etc. pero no pudo completar el proyecto porque, a fines de septiembre de 2003, se sentó a descansar y ya no se levantó. El año siguiente, gracias al esfuerzo de Verónica Esteban y de otras personas, como Elizabeth de la Ossa y Mary Hawley, en España se publicaría En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland.

Para describir lo que hizo John se necesita más que estas 777 palabras, así que empezaré a hacer el recuento, y les pido a ustedes, los lectores, que agreguen todo lo que me faltó, aquí abajo hay espacio: impulsó las velas de la creación literaria en Chicago, atizó fuegos, trabajó; estaba convencido de que para este viaje se necesitaba un guía, y eso fue él a veces, en otras ocasiones fue vehículo y cuando fue necesario también se hizo puente,

Jorge Hernández. México, 1963. Desde 1988 reside en Estados Unidos.

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