
¿Hüzün en Estambul?
Maradona viste una camiseta blanca, estampada en negro con el icónico rostro del Che Guevara. Saluda a Fidel Castro y le sonríe, mientras Güneş y Ada conversan con el cantinero en la barra de Gugum, taberna izquierdista de Kadiköy, barrio asiático de Estambul. Mázatl y yo tomamos cerveza Efes (pilsen turca) y conversamos en la terraza. Hay además estudiantes universitarios, parejas como Ada y Güneş y parroquianos de muchas edades, desde jóvenes bohemios hasta ancianos con aire de profesores pensionados.
Maradona y Fidel aparecen en una fotografía enorme que sirve de mural en la terraza. En las paredes hay, además, retratos del Che Guevara, afiches con la imagen del Lenin y frases revolucionarias en turco, un póster del documental Maradona de Emir Kusturica y viejos carteles que convocaban a protestas estudiantiles en Turquía.
El equipo de sonido antes tocaba música contemporánea turca, pero ahora el cantinero ha puesto música popular cubana, sones y boleros del Buena Vista Social Club. Alucinado, espero que alguien, de repente, ponga un tango. Pero no. Uno de los parroquianos turcos de Gugum se acerca con toda confianza al equipo de sonido y pone “Venceremos”, el himno de campaña de Salvador Allende. Se emociona y canta en español, agitando su brazo levantado, con el puño cerrado.
Mientras observo la escena pienso en Estambul: Ciudad y recuerdos, las memorias de Orhan Pamuk que he estado leyendo durante mi visita a esta ciudad milenaria. En el capítulo titulado “Hüzün”, Pamuk interpreta el concepto de melancolía propio de los estambulitas y su ciudad. Según Pamuk, la palabra turca tiene raíces árabes: en el Corán “huzn” es un sentimiento de profunda pérdida espiritual. En el desarrollo del islam, surgieron dos interpretaciones distintas. Según una tradición filosófica, se experimenta hüzün cuando se invierte demasiada vida en placeres y ganancias materiales; según el sufismo, se siente hüzün cuando hay consciencia de la separación de Alá que no se puede eliminar en esta vida.
Sin embargo, el hüzün de los estambulitas surge de la consciencia colectiva de un pasado que se ha perdido y no podrá ser recuperado, de presenciar la decadencia que ha arrasado a Estambul después de la caída del imperio otomano y que lleva a exaltar, como valores, la resignación, la humildad, la aceptación y la perseverancia en tiempos difíciles. Hüzün es un estado de ánimo oscuro, compartido por millones de personas que perciben las pequeñas y grandes señales de derrota en su ciudad.
En el pasaje más poético de sus memorias, Pamuk enumera muchas de esas señales. Algunas de las que he visto incluyen los viejos libreros que despliegan sus libros en las aceras y esperan a algún cliente; los niños que juegan futbol, driblando carros, en las calles empedradas de barrios empobrecidos; las teterías atiborradas de hombres desempleados; las tekkes, antiguas casas de derviches sufíes que hoy están dilapidadas; los cientos de pescadores en el Puente de Gálata que lanzan sus anzuelos a las aguas del Cuerno de Oro, en espera de que algún pez muerda; los inmigrantes agrupados en los muelles de Karaköy; los vendedores de simit, el tradicional pan con ajonjolí, sentados en sus bancos junto a sus puestos ambulantes rojos en los embarcaderos a lo largo del Bósforo; y hombres y mujeres fumando en cadena mientras lamentan la derrota de su equipo de futbol.
A Pamuk todo eso le transmite hüzün. Pero yo no lo siento así. Esas escenas, y las personas que las animan, no me han transmitido un estado de ánimo oscuro, una sensación de derrota colectiva. Por el contrario, percibo una vitalidad sosegada. Y apenas han pasado dieciséis años desde la publicación de las memorias de Pamuk, no los suficientes para que un estado de ánimo cultural tan marcado se haya disipado.
El escritor turco advierte que los visitantes extranjeros a menudo no perciben el hüzün porque es sutil. Podría ser. Pero tengo la corazonada de que Pamuk, aunque escribía a inicios del siglo XXI, estaba demasiado enfrascado en miradas retrógradas hacia el XX como para notar que la ciudad de su niñez ya había cambiado en su adultez.
“En todo caso”, le comento a Mázatl mientras analizamos nuestro entorno en la taberna, “estos izquierdistas de Gugum, a pesar de ser retrógrados también, no me parecen derrotados”. No beben como si sintieran hüzün. Beben con alegría, hasta con optimismo. Como nuestros amigos dedicados a las ciencias sociales y la filosofía, Ada y Güneş, mantienen viva la esperanza de la revolución, de alguna revolución posible para nuestro siglo.