¿Es el fútbol un opio o un descanso para los pueblos?

¿Es el fútbol un opio o un descanso para los pueblos?

Ensombrecido por masivas protestas sociales el Mundial Brasil 2014 echó a rodar el balón el 12 de Junio pasado y con éste, el perenne debate sobre el papel del futbol en la sociedad. ¿Es el fútbol un opio o un descanso para los pueblos?

La Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), esa millonaria empresa compuesta por una elite suiza de carácter añejo y corrupto, ha calculado sus ganancias para este mundial en más de 4 billones de dólares. Por otro lado se estima que el mundial habría de traer a Brasil unos 2.6 billones de dólares aunque cabe resaltar que este país tuvo antes que hacer un gran derroche de fondos públicos para así construir nuevos aeropuertos, carreteras, y estadios de fútbol así como desarrollar toda la infraestructura necesaria para llevar a cabo el evento deportivo más popular del planeta.

Desde la pasada Copa Confederaciones, un evento que es considerado como un ensayo rumbo al mundial para el país anfitrión mundial salió a la luz pública la marcada desigualdad social que predomina en Brasil, y lo que empezó como una protesta contra el aumento del costo del transporte público, pronto se convirtió en un descontento generalizado entre los brasileños quienes se rehusaban a permitir que su deporte favorito fuese utilizado para enriquecer a las corruptas y ambiciosas elites nacionales y extranjeras.

Los opositores brasileños han manifestado que su descontento está dirigido contra el gobierno de Brasil y de la FIFA, mas no así con el llamado “juego bonito” ni con los atletas que al final son los únicos imprescindibles para la realización de este espectáculo.

Jugadores y ex jugadores brasileños como Romario, Neymar y Hulk se sumaron a estas protestas, demostrando que el amor al fútbol no es sinónimo de enajenación y falta de consciencia social, ya que a menudo el futbolista profesional proviene de los barrios más humildes, de las favelas, de los potreros y por ello está consciente de lo que significa la pobreza como lo ilustró el astro argentino Diego Armando Maradona al declarar: “Yo crecí en un barrio privado... privado de luz, agua, y teléfono...”

La pasión e intensidad que despierta este debate entre críticos y seguidores del deporte, ponen de manifiesto la trascendencia del fútbol en nuestra sociedad. ¿Es el fútbol una actividad netamente lúdica? ¿Un espectáculo con fines de lucro? ¿Una sublimación de la violencia social? ¿Una herramienta de manipulación masiva? ¿Una alegoría poética de la guerra? ¿Un lenguaje universal? ¿Es un simple juego o acaso un enorme negocio?

Se dice que el fútbol es la única religión que no tiene ateos pues parece ser un fenómeno multifactorial que polariza a la sociedad. Por un lado de este espectro se encuentra el sector que identifica en el fútbol un espacio lúdico y de recreo así como una evasión temporal a sus agobiantes realidades. Por el otro lado, el sector crítico condena de manera casi arrogante al fútbol por considerarlo una vulgar herramienta de manipulación y enajenación que distrae al individuo de las problemáticas sociales. 

Podría resultar un tanto estéril el intentar limitar el fútbol a esta dicotomía, pues es posible que en efecto, se trate de un vehículo de enajenación pero también sea un sano desahogo de las masas de manera simultanea. Un fenómeno controversial al que Arrigo Sacchi, entrenador italiano del Milán de finales de los 1980 resumió de la siguiente manera: “El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”. 

El fútbol puede ser enaltecido o vilipendiado, mas su carácter universal resulta incuestionable. Se estima que 3.2 billones de personas vieron por lo menos un juego del Mundial de Sudáfrica 2010 y no deja de llamar la atención que sean 209 las naciones afiliadas a FIFA en contraste con solo 193 afiliadas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El escritor uruguayo Eduardo Galeano, reflexiona al respecto: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado cara sucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”. 

Resulta comprensible que el individuo busque evasión de un entorno social cada vez más adverso y agobiante, y que los grupos de poder, conscientes de esta inherente necesidad de recreo, utilicen el deporte como una herramienta para mantener al pueblo en un estado de letargo, poniendo en práctica la máxima utilizada en el Imperio Romano: “Al pueblo pan y circo”.

En contraste, en Mesoamérica el juego de pelota (posible precursor del fútbol moderno) era una práctica común entre casi todos los pueblos prehispánicos. Las más de 1,500 canchas en la zona, dan cuenta de la importancia ritual de este deporte, mas la afición de estas culturas por el juego de pelota no impidió el alto grado de desarrollo que alcanzaron estas civilizaciones tanto en las artes como en las ciencias.

Transfiriendo estos hechos al contexto contemporáneo la pregunta obligada sería: Si el futbol es un obstáculo en el desarrollo social y económico de los pueblos; ¿cómo es posible que naciones desarrolladas como Alemania, Holanda, Inglaterra, Suecia, Francia, Dinamarca o Noruega sean naciones futboleras sin que esto hay impedido su desarrollo social y económico, mientras naciones subdesarrolladas como la India, Haití, Zambia, Jamaica o Moldava no son necesariamente naciones futboleras pero viven en la miseria extrema?

A menudo mientras más desarrollado es un país, más desarrollados están todos los ámbitos de la cultura de éste, ya sean ciencias, artes o el deporte mismo. Si en verdad el fútbol enajena y embrutece al individuo como afirman sus críticos, ¿cómo conciliar que intelectuales y académicos de la talla de Eduardo Galeano, Juan Villoro, Antonio Gramsci, Albert Camus, Paul Auster, Gabriel García Márquez y Pier Paolo Pasolini, entre muchos otros, sean aficionados del fútbol pero también lúcidos pensadores?

Hablando en términos generales, los pueblos no parecen estar particularmente interesados en el proceso democrático como lo conocemos, se encuentran defraudados de él y no es sin buena razón. Los gobiernos, corporaciones y grupos de poder violan las leyes y los derechos humanos consuetudinariamente y gozan de impunidad absoluta, lo que aleja al individuo de participar en el debate político convencido de que su participación tiene poco o ningún impacto en su sistema político excluyente por naturaleza.

En resumen, el fútbol es un deporte sublime, un gran espectáculo, un burdo negocio y un fenómeno social sin un valor intrínseco por sí mismo y por ello puede ser utilizado por los poderes fácticos como un elemento de manipulación y enajenación popular, sin por ello negar que también resulta ser benéfico para canalizar el agobio y la frustración del individuo e incluso de los pueblos como bien ilustró el futbolista camerunés Roger Milla al afirmar: “Gracias al fútbol un país pequeño puede ser grande”.

Eduardo Galeano es un adorador del fútbol quien enfatiza: “Los críticos sostienen que la plebe piensa con los pies y no con la cabeza. Es más, algunos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo; circo y pan, hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase”.

Hay quienes sugieren que el fútbol es una religión y en ese respecto Galeano en su obra dedicada íntegramente a la cultura futbolística, El fútbol a sol y sombra, resume la naturaleza de este debate al aseverar: “(El fútbol) se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Su historia es un triste viaje del placer al deber. El fútbol y la patria están siempre atados y los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad”.

Raúl Fernández-Berriozábal es originario de la ciudad de México y radica en San Francisco, California, donde se ha dedicado por casi dos décadas a los campos de la educación y los servicios sociales entre las comunidades indigentes e inmigrantes de San Francisco.

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