En la hora feroz: Homenaje a José Emilio Pacheco

En la hora feroz: Homenaje a José Emilio Pacheco

En esta hora fluvial
hoy no es ayer
y aún parece muy lejos la mañana

Así comenzaba José Emilio Pacheco este poema titulado “Horas Altas”. Es una estrofa evocadoramente ambigua y abierta ante la noche de la muerte y la incertidumbre a veces diáfana de la vida. Pero es también, una estrofa evocadora (poema de arte mayor: un endecasílabo al inicio de cada estrofa), de una existencia vivida casi siempre al borde del filo, en su momento más excitante; desde todos los puntos de vista.

Hay un azoro múltiple
extrañeza
de estar aquí de ser
en un ahora tan feroz
que ni siquiera tiene fecha

Al mismo tiempo, esa altura manifiesta en la elegante estructura de un verso libre, que plasma la abstracción intacta de una idiosincrasia oculta, refleja raras epifanías que unen al verso al siglo 20 y a todos los siglos. La intemporalidad manifiesta en la estrofa no claudica ni reconcilia ciclos para contar los años de los antiguos mexicanos ni meses o calendarios romanos para establecer un continuum de existencia eucarística o agnóstica con el destino. En su lugar, la ‘z’ de ‘feroz’, de ‘azoro’, y de ‘extrañeza’ permiten entablar una coexistencia entre el estar aquí, condición humana de los vivos, pero también la de arrobarse en un desconocimiento o desdoblamiento del ser, del ‘yo’ en la posible y eterna intemporalidad del desconocido devenir. Es espíritu del ser humano encandilado y entrelazado con los humores del ojo en los objetos, de los dedos invisibles de las rondas.

¿Son las últimas horas de este ayer
o el instante en que se abre
otro mañana?

Ayer y mañana se consumen y devoran entre sí, con unas bocas evocadoras desde el Primer Sueño de Sor Juana, hasta la poética de un Octavio Paz, un López Velarde, o un Jaime Torres Bodet… el instante… el instante tenebroso al encuentro de la espeluznante hora. Y sin embargo, una dicción tranquila y edificante en medio de tan lacerante desorientación.

 

Se me ha perdido el mundo
y no sé cuándo
comienza el tiempo
de empezar de nuevo

El mundo se le ha escondido, ido, huido. Y la voz lírica, una voz filosófica y nostálgica, la del avatar que se sabe humildemente a la deriva, no tarda en preguntar cuándo es hora de comenzar de nuevo… ¿Cuántas oportunidades habrá de vencer las rencillas que hacen del ser humano una viciosa especie una y otra vez? Comenzar de nuevo, como cuando se nos exige perdonar, o dar vuelta a la página y retomar la escritura con una mano más sabia, consciente, o inspirada, cuando se nos exige ser libres y dichosos a la vez, o reconocer el error, el despiadado dolor causado a los demás. Una moral anclada en la tradición judeo-cristiana. El consuelo místico del arrepentimiento y la redención.

Y sin embargo la pregunta perdura… “Y no sé cuando comienza el tiempo de comenzar de nuevo…” Y son tres versos que plantean de nuevo la pregunta inmemorial y existencial ¿se puede comenzar después de muertos?... ¿será posible tal? La exigencia de estas preguntas atraen al examen de conciencia… ¿qué puedo hacer hoy, para comenzar de nuevo? ¿si he de comenzar de nuevo, qué es aquello que he de comenzar?

El tono triste del verso ‘se me ha perdido el mundo’, da lugar a la apertura del ‘no sé’. La cuestión de la gnosis y del conocimiento En la “Apología de Sócrates” por Platón y en el diálogo platónico de “Menón” se alude a esta faceta del conocimiento, y al que ‘sabe nada’; en otras palabras, la apertura al conocimiento, a la duda, y a la curiosidad de un misterio que permanece infinito, pero que nos llama a intentar su dilucidación, son atributos claros de esta estrofa que se desglosa en ‘comienza el tiempo de empezar de nuevo’. El avatar llama a través de sus palabras a ‘empezar de nuevo’.

Vamos a ciegas en la oscuridad
Caminamos a oscuras
en el fuego

¿Cómo empezar de nuevo, cuando se anda a ciegas en la oscuridad? La última estrofa, inserta en la tradición de la literatura hispanoamericana por su alusión al poeta místico San Juan de la Cruz (recuérdense esas líneas del poema “La noche”: ‘en la noche dichosa / en secreto, que nadie me veía / ni yo miraba cosa, / sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía), da cuenta de la gran montaña a escalar que implica el ‘empezar de nuevo’ cuando se nos ha ‘perdido el mundo’. Recuérdese también el Cantar de los Cantares del Rey Salomón, en los que Sulamita, la amada, busca a su amado: “En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma.”

Aquí, en el poema “Horas altas” por José Emilio Pacheco, la voz del demiurgo hacedor, busca al mundo que se le ha perdido con añoranza, con un lamento evocador de la Sulamita en busca de su amado:¡ A tientas, a oscuras, sin saber por dónde, en el fuego… porque el fuego quema pero también aporta calor, y luz, y color. Porque la vida es fuego que destruye o que ilumina, y el amor es fuego viviendo en las horas altas, las horas de cada uno a las que llama el poeta José Emilio Pacheco. En las horas altas de la euforia en las que la noche fogosa se desvive por alumbrar a sus azorados hijos en la feroz hora; en la eufórica hora.

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Olivia Maciel Edelman. Poeta y profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Loyola – Chicago. Es autora de los poemarios Sombra en plata, Luna de cal, Filigrana encendida, Luna de cal, y Más salado que dulce. Olivia Maciel nació en la Ciudad de México. Recibió su doctorado en Lenguas y Literaturas Romances en la Universidad de Chicago.

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