El Ruido en breve

El Ruido en breve

Segundo día de Ruido Fest. Foto: Cristóbal David Mora
 

No cabe duda que les encanta lo que ya está clásico, ¿verdad?
~Juan Gabriel

¿Cómo tantear el éxito o el fracaso del festival musical Ruido Fest 2016? ¿Es preciso aproximarse al festival desde dicha perspectiva binaria? ¿O recurrimos a los matices y no tan solo a los claroscuros? El poeta Paz brilló en los siguientes versos: “Estamos rodeados / He vuelto adonde empecé / ¿Gané o perdí? / … /¿qué leyes rigen “éxito” y “fracaso”? / … / Todo es ganancia / si todo es pérdida”. ¿Qué ganamos y qué perdemos al escuchar una pieza musical? ¿Cuál es la función de la música?

“Sin música la vida sería un error”, Nietzsche

La música cautiva al escucha. Alimenta su nostalgia. Lo pasea por la tradición. Lo arrincona hasta la ruptura. Lo aleja y lo acerca a la otredad. La música puede convertirse en el todo, pero también puede alimentar la nada hasta la inmolación.

La música, como cualquier otra expresión artística, cimbra al oyente, acaricia una fibra nerviosa, fustiga el conjunto de creencias, despierta sensaciones, propone una visión menos imperfecta del mundo. Lo logró una sonata de Bach en su tiempo, asimismo La noche de los mayas de Revueltas, un blues de Nina Simone, una rola de Jim Morrison, una canción de Violeta Parra o una composición de Astor Piazzolla.

La música puede llegar a ser la revolución del espíritu, pero también “el opio de los pueblos”. La música además es silencio, como lo interpretó John Cage, y puede convertirse en ruido abominable. 

La música es tradición y rompimiento. Al final de sus días, José Alfredo Jiménez escuchaba a Led Zeppelin, como escribió el historiador Juan Mora-Torres. José Alfredo simplemente quería escuchar lo que escuchaban las nuevas generaciones. En su momento quería entender su presente.

 


El Wicho rolando en el Ruido Fest. Foto: El BeiSMan

“This isn’t happening”, Radiohead

La edición 2016 de Ruido Fest presentó una tonalidad vasta y compleja de propuestas musicales de la escena alternativa latina. El festival duró tres días. Tocaron casi medio centenar de bandas ante una audiencia de 35 mil personas. Sin embargo, Ruido Fest es más que una amalgama de cifras, performances y lugares comunes. Bajo la curaduría musical de Resistol Cincomil, Eduardo Calvillo, Ruido Fest se convirtió en un microcosmos de la cultura musical alternativa latinoamericana al norte y al sur del río Bravo.

Ruido Fest existe porque hay un mercado y ese mercado es una rebanada significante del pastel que conforman el poder de consumo de los latinos en Estados Unidos: 1.3 mil millones de dólares anuales. El nicho mercantil que le corresponde a Chicago se ha ido conformando en el último cuarto de siglo. Para llegar a Ruido Fest tuvieron que pasar decenas de bandas de rock en español que nacieron y murieron en los barrios de Pilsen y La Villita. Solo un puñado ha sobrevivido la costumbre de la desintegración que puso en boga el cuarteto de Liverpool.

De vuelta a Chicago, el movimiento local retroalimentó un mercado de bandas de la época dorada del “rock en tu idioma”. Los grandes rocanroleros latinoamericanos también empezaron pequeños y se les llegó a escuchar lo mismo en lugares como el Apollo, Los Globos, Décima Musa, La Justicia así como en la Fiesta del Sol, el Congress, el Aragon Ball Room, el House of Blues y el Viva! Chicago Latin Music Festival. 

A partir de la década de 1990, el rock en español se convirtió en un surtidor de identidad para los hijos de los inmigrantes (que ya habían nacido en tierra estadounidense). De esta manera, la música llegó a darle cuerpo y alma a una identidad en disforia.

Asimismo, “El rock en tu idioma” se convirtió en un indicador cultural de una generación de jóvenes que comenzaba a cambiar los patrones migratorios. Ahora Chicago ya no sólo recibía inmigrantes del interior de la República Mexicana y Centroamérica sino que comenzaron a migrar los jóvenes de las grandes urbes latinoamericanas. Lo mismo llegaban de Buenos Aires, Quito, Santiago, Guadalajara, La Paz que de Bogotá, la Ciudad de México y Caracas. En la década de 1990 el nuevo intercambio colombino ya no se dio a través de las especias sino con propuestas musicales. Así llegaron a las calles de Chicago los sonidos alternativos de El Tri, Soda Stereo, Los Prisioneros, Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacvba, Los Enanitos Verdes, et al.

México dejó de ser la capital de la cultura popular latinoamericana —glorificada por el lacayo de Azcárraga, Raúl Velazco— y en su lugar Miami se consagraría como el adalid cultural de Latinoamérica bajo la visión banal del duopolio conformado por el matrimonio Estefan y Don Francisco y su Chacal.

Ante la homogeneización cultural del mercado tanto de un lado como del otro del río, la escena alternativa se tuvo que inventar y reinventar para no desfallecer de extenuación intelectual.


La conciencia presente en el Ruido. Foto: El BeiSMan

“Pata de perro por aquí, pata de perro por allá”, La Maldita Vecindad

Treinta años después de haber sido fundada, La Maldita Vecindad regresó a Chicago a cerrar la segunda noche del Ruido Fest. Casualmente, el festival se realizó en el parque Addams/Medill en el histórico barrio mexicano de Pilsen, a unas cuadras de lo que fuera el mercado Maxwell, cuna del rock en Estados Unidos en la década de 1950. El ciclo pareciera cerrarse, pero no. Más bien comienza a abrirse una brecha política y cultural, pero ahora en Estados Unidos.

Desde la década de 1990, los latinos en Estados Unidos comenzaron a cambiar el rostro de esta nación. El sociólogo y urbanista Mike Davis lo llamó “la tropicalización de Estados Unidos”. Y al despuntar el nuevo milenio, el ala intelectual neoliberal de Estados Unidos —encabezada por Samuel P. Huntington— vio a la población latina como una amenaza a la cultura estadounidense. Casi tres lustros después, Donald Trump vino a tejer con los estereotipos sobre los mexicanos un estandarte racista y xenófobo. Que quede clara la geografía trumpeana: son mexicanos todos los que viven y tienen sangre o un apellido cuyo origen suene o implique a cualquier parte de ese México que empieza al sur del río Grande y concluye en la Patagonia.

Trump, como sujeto de crítica y cuchufleta, también estuvo presente en Ruido Fest. La escena alternativa no podía relegar el espíritu político que naciera en Woodstock en 1968 y se clonara en Avándaro en 1971 y se multiplicara ad infinitum. Pero Ruido Fest no es lo uno ni es lo otro. Los tiempos son otros. Sin embargo, aún en una marea en apariencia unida por el placer estético de la música, el baile, la mota, el alcohol, las fritangas y el party, se pudo ver la interacción social y cultural de una comunidad marginada por la discriminación interseccional. 

Y como cantara Joan Manuel Serrat en la “Fiesta”: “…Y hoy el noble y el villano, / el prohombre y el gusano / bailan y se dan la mano / sin importarles la facha”. Y sí, por tres días, dos generaciones, bailaron, cantaron, se emborracharon, alcanzaron el éxtasis al unísono. Y por esos tres días se olvidaron de la deuda del colegio, del desempleo, del patrón malencarado, de la explotación, de la orden de deportación, del ninguneo, del racismo, el sexismo, la xenofobia, el clasismo, el capacitismo, el especismo, el binarismo, la homofobia y la transfobia; o sea, todo lo que implica la interseccionalidad.

El furor al que incitó el Roco en el escenario de Ruido Fest no fue tan sólo el deleite musical sino que por momentos rompió la pulsión de la catarsis y opacó el solipsismo con el verbo. Y así el Pachukote habló a la raza: 

“A los latinos de esta tierra: sí, esta tierra era nuestra desde antes. Sí, este país está formado por inmigrantes, ¿quién puede decir que salgan los inmigrantes cuando este país está formado desde su origen por puros inmigrantes de todo el mundo? Es la cultura lo que nos hace transformar el mundo y por suerte en México y en toda Latinoamérica tenemos cultura para regalar, carnales. Así es, un poco de historia para todos los ignorantes racistas: esta tierra es de nuestros ancestros por generaciones y generaciones y seguirá siendo nuestra y de todos los de corazón que vengan a esta tierra. Como dicen desde la Selva Lacandona: ‘un mundo donde quepan muchos mundos’, un mundo donde no construyan muros en las fronteras para dividirnos sino puentes para cruzarlos de ida y vuelta, un mundo donde ningún ser humano sea considerado ilegal, un mundo en donde todos los patas de perro podamos dar el rol sin ningún problema, raza…”

En los tres días de ruido y de fest, tal vez sea La Maldita Vecindad quien mejor armó el rompecabezas del mosaico cultural latino de Chicago. Es una de las bandas que mejor representa la globalización cultural y el entusiasmo por lo híbrido. Su originalidad recae en ser un crisol donde confluyen múltiples influencias: rock, bolero, reggae, danzón, punk y ska. La propuesta musical de La Maldita Vecindad es el eco del México profundo que inmigró a la capital y al gabacho. Es el grito del resentido y el bailoteo del pachuco marginado en Estados Unidos. Es la voluptuosidad en el vestuario y es la voz de la empatía por el excluido. Es solidaridad y también es plusvalía, pues hay que callar las tripas. Es claridad y es contradicción. Es antisistema y vive del sistema. La Maldita Vecindad representa la asimilación y la resistencia cultural. Su música incita al guateque y a la reflexión. Las letras de sus rolas reflejan los giros lingüísticos de los sin voz. Es desmadre y es pedagógico.

En un mundo digital donde la imagen ganó a la palabra la batalla por el rating. Y en un mundo donde las estadísticas revelan el desastre del programa educativo de un país (en México se lee en promedio medio libro al año, ¿cuántos libros leerá el mexicano en Estados Unidos?), el Pachukote recupera la fe en la lectura, en “Don Palabras” vocaliza: “Por la calle de Vieira / Viene ya Don Palabras / Recitando poesía / Viene canta que canta / Dichosos los poetas pobres / De ellos será el reino de los cielos…” De ahí su fe en la palabra comprometida:

A todos los trabajadores de la palabra, a todos los que con la palabra transforman las vanidades. Dedicado especialmente a Noam Chomsky, uno de los pocos intelectuales aquí en Estados Unidos que están haciendo una crítica directa a este sistema; también para Eduardo Galeano que tantos libros maravillosos de la historia de Latinoamérica nos escribió, para Carlos Monsiváis, para todos los trovadores y hiphoperos que con la palabra van transformando corazones y almas...


Roco Pachukote de la Maldita Vecindad. Foto: Cristóbal David Mora 

El sábado fue la noche que cerró La Maldita Vecindad. También fue la noche más concurrida. Han pasado tres décadas desde que se fundó la banda. El repertorio es casi el mismo, ya es parte del imaginario roquero. La Maldita se convirtió en una banda clásica a brinco y brinco, y a pulso. Su propuesta musical ha aguantado el incesante tiempo. Desde su surgimiento tocó nervio, se agenció un discurso, conglomeró géneros y gustos. Reunió generaciones y las empoderó a través de la música. Lo mismo lo escucharon en la fonda de la Merced que en un bar de Polanco, en la carnicería Jiménez que la taquería gourmet del downtown. En el Ruido Fest lo escucharon, bailaron y celebraron tres generaciones de latinos: los que emigraron hace ya cinco lustros y no han podido arreglar su estatus migratorio así como sus hijos ciudadanos y los que conforman los bloques conocidos como Dreamers y DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals, hijos de inmigrantes y aquellos que llegaron a Estados Unidos antes de cumplir 16 años y antes de Junio de 2007). Los ritmos de La Maldita unieron en Chicago al busser con el activista, a la abogada con el muralista, a la maestra con el carpintero, a la babysitter con el yardero, al profesor con la obrera, al janitor con la trabajadora social, al desocupado con el ejecutivo de cuenta. Un concierto: una utopía efímera interracial e intergeneracional. Un microcosmos de una comunidad bajo el acoso y el hostigamiento electoral. Todos escuchando la voz del tlatoani pachucón:

Nuestra cultura habla de que cuando venimos a un concierto no nada más venimos a escuchar sino también a participar y ser parte del Todo, a hacer los círculos de paz, de alegría. Así es que vamos a pedir a los carnales que trajeron mantas con mensajes de lo que está pasando ahorita que nos las muestren porque los medios masivos nos dicen puras mentiras. Entonces, nosotros podemos decir lo que realmente está pasando. En los medios nos dicen que —en las banderas y en los países— estamos separados, pero nosotros sabemos que no: ¡Latinoamérica unida, raza! En los medios también nos dicen toda la información en contra de los movimientos sociales, en especial el de los maestros. En esta manta que nos pasaron dice: “Oaxaca: Somos Todos y Somos Todas”. Para los maestros y el movimiento estudiantil en México y en todo Latinoamérica. Esta canción que viene la queremos dedicar a todos los que están trabajando por la paz desde sus propios campos, los que están haciendo murales, los que están haciendo canciones, todos los que están construyendo medios libres, radios comunitarias, todos los que frente a la guerra y la violencia estamos poniendo paz, y la dedicamos especialmente a los padres de los 43 padres normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, y también la dedicamos para todos nuestros hermanos de la comunidad afroamericana, para que ya dejen los policías de matar a latinos y a los hermanos afroamericanos. Todos juntos contra la violencia y contra la represión. Y todos juntos decimos que no queremos que se derrame ni una sola gota de sangre más…”


Pachuco Style. Foto: Cristóbal David Mora 

Coda: “el margen en el centro”

Ruido Fest 2016 es un reflejo cristalino de nuestra época. No se puede reducir a una impresión como tampoco se puede dulcificar con adjetivos y adverbios pomposos. La comunidad Latinx que asistió tiene un gran valor como ente productor y consumidor más que como ciudadano del “primer mundo” con derechos y garantías plenas. Esta comunidad Latinx es la futura mano de obra que sostendrá o permitirá que se caiga el andamiaje que es Estados Unidos. Así lo concluyó el análisis de The Economist en el reporte especial “America’s Hispanics from Minor to Major”: la edad promedio de la comunidad anglosajona es 42 años; la afroamericana, 32 años; la latina, 28 años; y la edad promedio de los Latinx nacidos en Estados Unidos es 18 años. En gran medida, esa aglomeración abstracta llamada comunidad latina es el futuro de Estados Unidos. Ahorita representa un gran mercado. No es homogéneo en sus hábitos culturales. Es diverso. De ahí el éxito económico de Ruido Fest. Sin embargo, esa misma comunidad carece de representación política. Tiene un nivel educativo deficiente. Un gran porcentaje todavía vive en las sombras debido a sus estatus migratorio. Sus condiciones laborales no son las más optimas ni están en el mejor escalafón en la toma de decisiones. Una comunidad que se proyecta como el futuro de la nación que fue Estados Unidos no puede permanecer indefinidamente en el margen.

El festival también sirvió como collage de los hábitos culturales de una comunidad. Más que productora cultural es consumidora de cultura. La construcción del latino es ajena a su esencia aun en espera de ser revelada. Por el césped del parque se pasearon un sinfín de Fridas: la originalidad consistía en no parecerse a la Frida de al lado. Seis décadas han pasado y el look y los zapatos del pachuco continúan siendo una amenaza al pasto recién plantado. El Ruido Fest además de festival fue una convención de fashionistas inasibles. El smartphone fungió como carnet de identidad, símbolo de estatus, arma antirepresión, cámara de prensa rosa, generador de recuerdos efímeros y autoafirmador de la autoestima; por lo anterior, no me cabe la menor duda que durante el Ruido Fest los asistentes se tomaron un promedio de 27.3 selfies por cada artista que subía al escenario. “Ay Narciso: tú, la fuente y yo no somos nada”.

La curaduría de Resistol Cincomil para el festival Ruido Fest fue meticulosa. Los headliners fueron las bandas clásicas. No podría ser de otra manera. Siguen teniendo arrastre. Su mayor aportación ya fue en su momento. Ahora viven de la gloria aquella en que “todo tiempo pasado fue mejor”. Con sus propuestas musicales tocaron la cúspide de la escena alternativa, mas ya no se reinventaron. Son eco del éxito de sí mismos. Por otra parte, las propuestas musicales nuevas todavía no terminan por cuajar ni han llegado a penetrar y permanecer debajo de la epidermis. Durante los tres días hubo músicos de gran factura y otros no tanto. Esto no es culpa del curador: esto es lo que hay en la escena alternativa. Para trascender en la música como en cualquier otra expresión artística no se requiere solamente talento ni ser geniales. Hay que dejar de ser aficionados. Tal vez por eso, George Bernard Shaw llegó a escribir: “El infierno está lleno de músicos aficionados”.


Teri Gender Bender. Foto: Cristóbal David Mora 

 

Primer día en el Ruido Fest 2016:  El Ruido Fest, el wey, “la rubia y el demonio” en su primer día

Franky Piña. Escritor, diseñador gráfico y videógrafo. Ha sido cofundador de varias revistas literarias en Chicago: Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel y Contratiempo. Es coautor del libro Rudy Lozano: His Life, His People (1991). Un cuento de Piña fue publicado en la antología Se habla español: Voces latinas en USA (2000). Fue editor de los siguientes libros de arte: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004),The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (Editorial El BéiSMan, 2014). Es director editorial de El BeiSMan.