El narcotráfico, la violencia y el capitalismo gore: entrevista con Sayak Valencia

El narcotráfico, la violencia y el capitalismo gore: entrevista con Sayak Valencia


Hace cuatro años se publicó en España Capitalismo gore, de Sayak Valencia. A partir del incremento de la violencia en la frontera de México con Estados Unidos, Valencia intenta comprender y categorizar esta realidad que se vive en su natal Tijuana y en México desde el transfeminismo. Rompe con el feminismo  del primer mundo y construye un lenguaje propio para explicar la complejidad del fenómeno de la violencia producto del capitalismo gore. En el transfeminismo de Valencia caben lxs ninguneados por el Estado y el poder: lxs mujeres, lxs gay, lxs transgénerx, lxs ancianxs, lxs minoríxs raciales, lxs marginales y todx disidente que apuesta por la otra cultura. La presente entrevista se publicó en agosto, pero debido a la coyuntura actual (léase caso Ayotzinapa) creemos oportuno volver a publicarla.

 ♦

¿Cómo nace la idea de Capitalismo gore?

El concepto surge en 2006, en uno de mis viajes de visita a Tijuana; en ese año, la ciudad había llegado a un pico de violencia impresionante. Aunque desde hacía muchos años ya habíamos vivido bajo la influencia del narcotráfico y de la narco cultura, esta violencia —que se manifestó a partir del 2006— era de otro tipo; contenía un componente de espactacularización que no había tenido en otros momentos.

Así que la idea de Capitalismo gore nace cuando regreso a Tijuana y me encuentro con toda esa violencia extrema. En la parte final del libro narro que me encuentro con un torso descuartizado, un cadáver que cae de uno de los coches que van conduciendo al frente del mío. Ahí yo tengo un shock. Uno sabe que las cosas suceden, pero cuando ya están enfrente de ti es terrible, pero por otra parte yo sentía que eso también era responsabilidad mía.

Mi maestría la hice en Filosofía de la Ciencia. Para el doctorado estaba haciendo un análisis comparativo entre los discursos de la ciencia y la literatura. Pero al final me regresé a la Universidad Complutense de Madrid y le dije a mi tutora que quería cambiar el tema de la tesis y ahora iba a hacer algo que se llamaría “capitalismo gore”. Me enfocaría en investigar sobre la masculinidad del narcotráfico y la violencia en México. Me dijo que estaba loca, pero que si podía justificarlo y hacerlo... Tenía su palabra. Ahora había que armar todas esas intuiciones que tenía desde otras investigaciones y que había venido pensando. Habría que articular desde un lugar que era muy evidente para alguien como yo que se dedica a los estudios feministas o transfeministas y de género. Pero cuyo tema no estaba articulado de manera directa al análisis de la violencia y de la economía. Era esta cosa de la construcción de la masculinidad pero no desde una posición de culpar a los individuos concretos sino de analizar profundamente las estructuras de todo un sistema que produce a esos individuos.

 

El 11 de septiembre de 2001 fue clave en el disparo de la violencia en México. ¿Podrías explicar de qué manera se relaciona con la idea de tu libro Capitalismo gore?

El 11 de septiembre de 2001 se cerró la frontera como hasta entonces la conocíamos en el norte de México, y que es muy distinta a la realidad del sur (aunque en estos momentos las fronteras de México cada vez se parecen más porque desafortunadamente estamos hermanados en la distopía). México cada vez se fronteriza más en los dos sentidos: el sur y el norte están llegado a tocarse porque están al alza las prácticas de violencia, de violación de derechos humanos y de las garantías individuales. El 11 de septiembre, en Tijuana, representa el cierre de la frontera; también se reduce el acceso de mucha gente que cruzaba a trabajar. De alguna manera se paraliza la economía. La crisis económica en esta frontera no empieza en el 2008 sino en el 2001. De ahí surgen estas formas ingeniosas y picarescas pero, a la vez, violentas de crear empleo: los secuestros, por ejemplo. El narcotráfico deja de ser sólo el trasiego de drogas y empieza a tratarse otro tipo de mercancías donde el cuerpo se vuelve la mercancía absoluta —pensando esto junto a Marx.

La frontera se cierra en 2001 y comienza a haber un despliegue militar tremendo. Se construye otra barda, empiezan a rondar helicópteros, hay incluso una propuesta para electrificar la barda para que la gente no se acerque. Eran medidas de un estado de excepción y la frontera en sí misma se volvió un estado de excepción. Crece la paranoia y todo lo que no es estadounidense comienza a ser de alguna manera agredido y repudiado. Las consecuencias económicas se volvieron visibles y trajeron como consecuencia el aumento de la violencia. Ésta se convirtió en un trabajo y no sólo una práctica para garantizar el poder de ciertos grupos.

 

Y esos grupos, ¿eran los más vulnerables, el sector más necesitado?

Hay una percepción social de que son los grupos marginalizados quienes más problemas tienen para integrarse a la economía y por tanto quienes más fácil son atrapados por la industria del narcotráfico para formar parte de los “proletarios gore”, como les denomino. Estos se encargan de la parte del trabajo sucio, de la práctica más deleznable de la violencia como trabajo. Luego está la otra parte que también tiene que ver con no ser exactamente parte de las filas del narcotráfico sino participar de las concepciones de la narco cultura. Este sector tiene que ver con un consumo específico, como una puesta en escena de los valores del narco, como ser parte de la clase criminal en México que no sólo sería la clase política, pero esta otra clase que además exacerba los valores del macho mexicano: violencia, poder, consumo, mujeres, autos... Todo eso que sería como un imaginario ideal para muchos individuos, mujeres y hombres, pero que es algo como una puesta en escena y un acceso. No se refiere tanto a la ascensión social sino a la creación de un espacio de vinculación social donde el consumo asociado a la violencia y al nivel adquisitivo se vuelve un espacio de deseo o el lugar al que uno quiere acceder. Ahí también entran los niños ricos con mucho dinero y poca educación. Un niño Polanco encaja en la cadena porque consume drogas.

 

Cuando se habla sobre drogas en Estados Unidos generalmente hay una referencia a las minorías. Poco se habla de los cárteles de este lado y se habla mucho menos del lavado de dinero. ¿A qué se debe?

Estados Unidos es uno de los paraísos fiscales o de lavado más importantes para el narcotráfico y para el crimen en general. Tienen muchas prerrogativas y políticas bancarias que permiten hacerlo. Hay un capítulo en Capitalismo gore en el que digo que el dinero es adicto a las drogas. Hay unas cantidades exacerbadas e infladísimas del dinero del narcotráfico que no se corresponden con las cantidades reales, según los economistas. Pero sí hay algo más allá del beneficio económico, hay un beneficio simbólico y un discurso que hacen que se justifiquen una serie de presupuestos en Estados Unidos para poder luchar contra las drogas o luchar contra “el mal”, o esos malos que vienen a hacer de Estados Unidos un sitio invivible.

Por mi parte no quise profundizar más en las cuestiones económicas, pues mi intención era categorizar: la perspectiva decolonial y, sobre todo, la columna vertebral del capitalismo gore era ponerle nombre a esa cosa que nos pasaba en México y no sabíamos cómo se llamaba. Veíamos claramente ciertos dispositivos que abonaban a que la violencia fuera cada vez más extrema y cada vez más espectacular.

 

En el libro también tocas la refeudalización del mundo; o sea que en lugar de ir hacia delante, retrocedemos.

Mi trabajo toma conceptos de lo cotidiano para explicar el contexto contemporáneo en el que vivimos, un contexto abigarrado en el que convive un imaginario visual creado por los medios de comunicación; por eso denomino a este tipo de capitalismo como gore. El concepto lo tomo de una serie de películas sangrientas. Y también lo hice para llegar a esa generación que no está tan interesada en política ni en la ciencia ni en el discurso sino en un medio más concreto y visual.

En ese sentido mi trabajo es como retrofuturista. Va hacia delante en cuanto crear categorías para explicar fenómenos contemporáneos, pero también voy mucho hacia atrás porque pienso que es necesario visibilizar que tanto la Edad Media como la Conquista son importantes para la configuración de la idea Estado-Nación y la configuración de los gobiernos contemporáneos. Y el momento anterior al estado capitalista era el estado feudal y éste es el momento justo en donde hay como una interconexión entre varios ordenamientos tanto de género como económicos y geopolíticos.

El descubrimiento o la invasión de América juntan al mismo tiempo una serie de luchas y de desposesión que ya había tenido lugar en Europa; por ejemplo, a los campesinos les quitaron sus tierras comunales. Lo que rescato del feudalismo es la capacidad del rey, la capacidad del soberano de dar muerte. Y hoy en día regresamos a ese orden soberano. ¿Por qué? Foucault habla de este cambio de ordenamiento de la biopolítica, la gestión de las poblaciones donde lo más importante era gestionar la vida porque ponía la vida a trabajar. O sea, ya no tanto vamos a matar a las poblaciones, más bien las vamos a dejar vivir para que lleguen al lugar adonde queremos y además eso nos reporta plus valor.

En el caso del neofeudalismo es algo así como una interconexión del orden biopolítico y el orden necropolítico en donde son las poblaciones a gobernar a quienes el soberano va a decir: “yo los puedo matar a ustedes porque son de mi propiedad”. En ese sentido me refiero a un ordenamiento neofeudalista donde el feudo ya no es detentado sólo por la autoridad estatal, en este caso el presidente y los legisladores sino que cada uno de los jefes de las empresas o de las mafias son pequeños reyes, que asumen que el poder no descansa en tener 20 mil millones de dólares en las Islas Caimán. “Mi poder descansa que yo te puedo matar a ti porque puedo hacerte matar” y ése es el verdadero poder. Ése era el poder absoluto del rey. Los cuerpos de las poblaciones le pertenecían, pero sobre todo le pertenecían para darles muerte. Estamos en un futuro que arrastra dispositivos de gestión biopolítica y necropolítica increíblemente complejas pero que tienen una historia y es una historia rastreable. No te voy a decir que en la microhistoria sino en la historia que está en los libros.

 

Mencionas el poder absoluto sobre la vida. ¿Qué significa el cuerpo hoy en día si en los videos violentos de la lucha entre cárteles presenciamos un desprecio del cuerpo? Pareciera que los videos que muestran decapitados ya no nos horrorizan. ¿Se vive una deshumanización extrema?

En el sistema capitalista, el cuerpo (nuestro) nos es vendido como la mercancía absoluta. Nos lo venden para cuidarlo, para que no se enferme, para estar siempre joven… Y en un secuestro el cuerpo ya no es tuyo sino de los que te están reteniendo. En este sentido es importante hablar de dos cosas: no se trata de qué nos pasa como humanos, y si nos hemos deshumanizado ante el horror. Se trata más bien de que hay una educación visual constante de la violencia que hace que ésta se normalice. Y la violencia también es un mensaje teledirigido a las poblaciones para decirles: “Esto les puede pasar y les puede pasar en cualquier momento”. Cuando uno está amenazado constantemente y cuando estás en un siniestro interminable, creas herramientas para la sobrevivencia. Ese mecanismo de defensa es importante: si no lo tuviésemos, viviríamos en una angustia constante y no podríamos funcionar, por eso, parece que la violencia extrema ya no nos horroriza. 

Los medios transmiten esto para que uno sea funcional porque el día que uno ve a un muerto de frente es muy distinto a cuando se ve en el zapping o en las noticias. En las noticias lo ves tanto y todo el tiempo que hay una didáctica visual del horror que ya no resulta importante. Pero la espectacularización de la muerte no es algo nuevo en México; y en lo que se refiere a la exhibición de las hazañas criminales, podemos hablar de productos de la industria cultural que tienen desde las décadas de los 70 y 80, donde el video home o las películas del narco eran una forma de entretenimiento y diversión para ciertas poblaciones.

Ahora bien, también tenemos que pensar en la pulsión de muerte que como humanos tenemos súper fuerte: que lo que nos horroriza también como que nos gusta y hay una cosa de morbo a nivel subconsciente muy fuerte. Pero por otro lado hay una cosa que me interesa mucho más que esto: ¿qué nos está pasando como humanos ante el horror de la violencia? Yo regreso a la categoría de los subalternos o los colonizados, mujeres, hombres, la geopolítica esta donde vivimos que es México y que es una “ex colonia” (entre muchas comillas porque está recolonizada por otras cosas), en la cual no somos humanos y nunca lo fuimos, puesto que no encajamos en la definición de humanidad proclamada por la visión humanista europea. De repente la ONU dice que ya todos somos iguales, pero solamente después del genocidio de blancos contra blancos . A los judíos los mataron otros blancos y parece que ése es el gran crimen, no el genocidio en sí mismo. En Sierra Leona ha habido masacres terribles, peores que esa, pero eso no es un genocidio. Todo lo que ha pasado con la gente de color no son genocidios y esto obedece a una lógica bien concreta que es colonialista: ¿la vida de quién merece ser preservada? 

Durante la Colonia se cometieron muchas torturas horribles. Hay unos grabados de Theodor de Bry, por ejemplo, donde los conquistadores le están echando unos perros a los indígenas para que se los coman por no cumplir con el tributo del oro que tenían que pagar. Los perros destrozaban a los indígenas. Visualmente es muy parecido a lo que pasa ahora: el desmembramiento, la sangre, el poder. No se le consideraba humanos a los indígenas. Ahora, como mestizos es más complejo, pero seguimos sin ser humanos; no entramos dentro de una lógica que haga justicia a lo que nos pasa en esta geopolítica concreta.

Nos queremos disfrazar de europeos desde hace mucho tiempo y tenemos una lógica estatal europea. Si tú le preguntas a los niños o a nosotras mismas, “¿de qué color es usted?” Pues responderán “blanco” aunque evidentemente no lo seamos; aunque yo no tenga la piel un poco menos oscura no soy blanca. Yo tengo la conciencia de que no soy blanca, pero hay como una cosa de endo-racismo que se ha ido instalando, un racismo interiorizado, al mismo tiempo que con ese blanquimiento imaginario nos han hecho creer de que sí somos humanos y que además nos merecemos ese estatuto tan defendido en las Naciones Unidas. Pero por un lado está el discurso y por el otro la realidad. Las prácticas de violencia extrema y espectacular en México ofenden porque los que están haciendo el ejercicio de la violencia son ilegítimos ya que racialmente no son válidos, porque no lo están haciendo de una manera sistematizada, no están matando a la gente en silencio a la manera occidental y sistematizada, sino que hay toda una espectacularización de eso y un detentamiento del poder muy fuerte.

Además, la mayoría son varones y están cumpliendo con las demandas tradicionales de masculinidad de ser agresivos a niveles de baja y alta intensidad. Pero en este nivel son más agresivos que nadie, pero hay otra cosa: están sobre compensando la diferencia. A mí me parece que primero habría qué revisar quiénes son humanos dentro de estos estatutos y por qué queremos juzgar estas lógicas dentro del mismo marco del humanismo cuando no pertenecen al mismo código. Y eso es lo que intento explicar en el libro. No estoy apoyando a los endriagos, narcos ni a los hombres que son violentos; simplemente hay una estructura de base que nos hace o nos interpela para pensarlo de manera más profunda y para decir “sí vamos a hacer una transformación pero no nos vamos a quedar con los pensamientos humanistas de siempre porque esos argumentos justamente son los que generan este desastre”. Entonces, no pertenecemos a la categoría universal de humanos, pero somos representaciones singulares de una posibilidad de humanidad y eso es muy importante. No somos humanos en cuanto a estas categorías; somos una representación singular, corporal de posibilidades de humanidad. ¿Quién es humano? ¿Nadie? ¿O sólo los señores que tienen 10 millones de dólares en el banco? Estos últimos son blancos y viven en la geopolítica del norte.

 

Pareciera que, además de no ver al otro como humano, se le ve como un ciudadano de segunda o meramente como un consumidor.

El espacio de vinculación social ya no es la clase porque se nos ha hecho creer que ha desaparecido y además porque está muy desacreditada con todas las luchas intestinas que se dan dentro de los gobiernos; al menos como se da en México. Si eres de clase baja se te asocia con la izquierda o de clase alta con el PAN, etc. Entonces la clase ha sido un espacio de desvinculación social porque desaparece como posibilidad de crear comunidad; antes era un espacio de solidaridad y de confraternidad y de cómo solucionar concretamente demandas que estaban afectando a una comunidad y que se identificaba con una clase. Ahora hay una espectralización de clases y la gente se siente avergonzada de ser pobre, como si fuera su responsabilidad. No piensa que hay una estructura que los hace y los precariza o los vuelve pobres. 

Hoy en día la precariedad no es solamente de la gente que usualmente era de clase baja sino que la precariedad está a todos los niveles; a veces la gente tiene capital cultural y social y podría emparentarse con la clase media, pero no hay capital económico. Entonces hay como una desestructuración de la idea de clase y creo que eso tiene que ver con la idea de desvincular socialmente a las poblaciones e inmovilizarlas.

Por otro lado, la clase consumista ha crecido muchísimo y nos hacen creer que el único espacio que nos queda para legitimarnos es el consumo —y de alguna manera crear una comunidad de identificación. El consumo es uno de los grandes hits del capitalismo; a partir de la década de 1980 con el post fordismo deja de ser una posibilidad y se vuelve casi una obligación. Si no eres consumista, no existes porque ésta es la obligación social: consumir-trabajar, consumir-trabajar. En Tijuana no hay muchos lugares para el ocio, como parques o centros recreativos; la gente va a los centros comerciales a pasar sus momentos de ocio. Es lo mismo que pasa en Estados Unidos. El shopping mall es el lugar adonde la gente va a distraerse. Está todo direccionado para que la gente sea consumidora; y además no importa qué consumes porque el mercado tiene para todos.

 

¿Cuál es el papel del inmigrante dentro de esta categoría del capitalismo gore?

El narcotráfico ya no vende drogas; las redes criminales se convirtieron en otra cosa. Ahora mismo vemos los levantamientos de las autodefensas en Michoacán. En México la gente no se volvió a levantar porque muchos de los que hicieron la revolución emigraron. Pero recordemos el ejemplo de Colombia. Colombia desplazó a sus poblaciones. En México no hemos hablado de desplazamiento ni de dictaduras, mas pasan muchas cosas que se parecen a eso pero no tienen nombre. En este país quien hizo la revolución fueron los campesinos y la gente que vivía en el ámbito rural. Entonces, el desplazamiento se dio de una manera muy inteligente. Se dio a través de la migración hacia Estados Unidos. Esas poblaciones, al no quedarse en México, no volvieron a levantarse en armas.

Desde 2008 vemos deportaciones de manera masiva. ¿Quiénes vuelven? En gran parte vuelven las poblaciones rurales a sus espacios rurales. ¿Y qué pasa? Se levantan una vez más. Hay un levantamiento porque había habido un lugar de desarticulación. ¿Y qué sucede con su regreso? Lo que hubiera pasado hace 30 o 40 años si la gente no se hubiera ido a Estados Unidos. El problema para mí no es que se defiendan sino que las estructuras bajo las que se defienden son bajo esa potestad masculina donde la violencia es una potestad de ellos como varones defensores sus familias y sus comunidades. No digo que esté mal; simplemente que si seguimos reproduciendo los mismos modelos de feminidad y masculinidad, así como los modelos económicos capitalistas, vamos a llegar a las mismas conclusiones, y desde mi perspectiva ahí entra el transfeminismo.

 

¿Y sería el transfeminismo una solución para cambiar las estructuras actuales?

Soy de la idea de que las luchas no sean excluyentes para poder lograr una verdadera transformación. En mi caso, la revolución con la que yo me comprometo es una revolución pacífica y desde el feminismo, una revolución donde no se excluya a los varones porque sean varones, tampoco a la disidencia sexual ni a la gente con diversidad funcional ni a los ancianos ni a la gente que está en los márgenes y en las periferias de la gestión del Estado porque no son productivos.

Y quiero ahondar en el punto de la disidencia sexual y la homosexualidad porque la mayoría de los movimientos izquierdistas que circulan por el mundo son igual de homófobos que los de la derecha; es necesario que se puntualice que no se puede ser homófobo y anticapitalista al mismo tiempo, porque es un contrasentido. El problema contra los homosexuales surge a partir de que se les consideró patológicos en el siglo XVIII. Cuando surgió la categoría de homosexualidad no tenía que ver con que hicieran “cosas malas” en su habitación. El problema es que no eran productivos. Entonces estaba empezando la revolución industrial. ¿Y qué quería la revolución industrial? Hijos para sus fábricas. Los homosexuales no eran parte del proceso del capitalismo. Tenían una economía libinal, no una economía capitalista. Había placer y había intercambio, pero no producían hijos. Había que demonizarlos.

Antes de eso existían algunas tendencias a renegar de la diversidad sexual, pero no están institucionalizadas y sistematizadas. Incluso en la Edad Media hay registros de prácticas de disidencia sexual; pero es en el siglo XVIII, en los albores del capitalismo, cuando empiezan a decir esto es una cosa enferma. Los que no son enfermos son los heterosexuales, que son productivos, puesto que sí producen hijos para las fábricas. Ser homófobo es una cosa del siglo XIX, pero aquí en México seguimos siéndolo. Somos bien vintage en ese sentido. Lo que quiero decir es que todos aquellos que no son productivos para el sistema heteropatriarcal y capitalista se encontraran fuera del sistema, ejemplos de estos márgenes son la gente anciana que no puede producir más y entonces está afuera. La gente que tiene diversidad funcional, ceguera o parálisis, también está fuera del sistema porque no produce y si lo hacen, (re)produce cuerpos defectuosos para el Estado-Nación, que van a tener que mantener. 

Toda esta gente: los gay, las mujeres, los hombres, los hombres racializados y sin trabajo, los indígenas y toda esa gente que no le gusta al Estado mexicano —que somos muchos de los mexicanos— tienen que articular las alianzas para poder transformar las estructuras. Hay que hacer una revisión profunda de nuestros privilegios y de nuestros alcances también y de cómo la lucha se tiene que articular para evitar llegar otra vez al mismo lugar: las revoluciones siempre han fracasado porque no se ha trabajado en horizontal sino que se impone un líder carismático sobre todas las demás y vuelve vertical el proceso de transformación.

En este sentido el transfeminismo es un movimiento transformador y de llamamiento a las alianzas para cambiar las estructuras, y que sea mucho más crítico. No solamente para conseguir beneficios en mi nombre y tener mis propios privilegios sino como una cosa mucho más reticular. A mí me interesa el pacifismo, porque creo que la paz y la desobediencia van juntas. O sea, desobediencia de consumo, desobediencia de género, la desobediencia de las estructuras en general llevan a la paz o como decía Gestrude Stein cuando le preguntaron su opinión sobre la Segunda Guerra Mundial: “Enséñenles desobediencia, mientras sean obedientes tarde o temprano serán mandados por un mal hombre y habrá problemas. Enséñenles desobediencia... La gente obediente va a la guerra, a los desobedientes nos gusta la paz.”

Franky Piña. Director editorial de El BeiSMan.

♦ ♦ ♦