El fútbol y la homofobia

El fútbol y la homofobia

Uno de los aspectos que más distingue el fútbol de otros deportes de espectación masiva es su carácter internacional. La convivencia e intercambio de personas de varios países y regiones del mundo y la enorme popularidad del juego le proporcionan un aire cosmopolita y universal que no tienen, por lo menos no en tal grado, el béisbol, el hockey, el cricket o el rugby. En ningún momento es eso más evidente que durante la Copa Mundial, cuando jugadores y aficionados de todo el mundo se encuentran en un mismo terreno, unidos por el juego pero divididos por la lealtad a sus respectivas comunidades imaginarias. En tales circunstancias, las particularidades de las culturas futbolísticas de distintas regiones del mundo emergen y se vuelven, a veces, objetos de la atención internacional. Así fue recientemente con la mexicana tradición de gritar “puto” al arquero del equipo opuesto, actividad que llevó a una investigación de la FIFA sobre la presunta ofensa homofóbica que pudiera implicar el cántico. Al fin no se aplicaron sanciones a México, pero la cuestión de las resonancias discriminatorias de la costumbre se volvió tema de discusión en los últimos días.

El pintoresco director técnico de la selección mexicana, Miguel Herrera, ha defendido la costumbre, alegando que la intención no es ofender a los homosexuales, sino simplemente intimidar al arquero del lado opuesto. La justificación es parecida a la que fue dada por el grupo mexicano de rock Molotov frente a las objeciones a su canción "Puto". Según ellos, en este caso el epíteto no se refiere a los homosexuales sino a la cobardía de la clase política mexicana. En ambos casos, se trata de justificar el empleo del término argumentando que la intencionalidad de su uso puede desligarse de sus resonancias homofóbicas, lo cual es una falacia. Es como decir que usar la palabra "indio" como insulto no tiene nada que ver con el racismo. Si el "indio" es necio, bruto, inculto, provincial, es porque la noción deriva de una visión negativa y estereotipada del indígena que existe en la sociedad. De la misma manera, si el "puto" es débil, cobarde y deja que le metan, es porque esos atributos supuestamente pertenecen al homosexual, quien es devaluado socialmente por ser poco hombre, o sea, por parecerse a la mujer.

La otra justificación enarbolada en el discurso de Herrera es que los cánticos en cuestión forman parte de la cultura del fútbol mexicano. Implícita aquí es la noción que el gritar “puto” es parte de la cultura nacional mexicana y, como tal, debe ser respetado como diferencia cultural. Este argumento tampoco es válido, porque si se lleva a sus últimas consecuencias lógicas, cualquier uso de lenguaje o símbolos ofensivos (como plátanos) se podría justificar con una apelación a la identidad nacional. En EEUU tenemos una larga, rica y variada tradición de insultar a los mexicanos, con una gama de términos ofensivos (beaner, wetback, greaser, spic, etc.) que no por folklóricos son menos hirientes a los aludidos (ver artículo de Alberto Fernández sobre Molotov ligado arriba). “Puto el que lea esto”, “vieja el último” y otros dichos semejantes, muy mexicanos por cierto, también son extremadamente machistas, y reflejan una homofobia y una misoginia normalizadas por la sociedad. Esto es muy grave si tomamos en cuenta los altos niveles de violencia y discriminación que enfrentan las personas LGBTQ y las mujeres en el mundo. Sólo en términos de discriminación oficial, hay 76 países que criminalizan los actos homosexuales y cinco que los punen con la muerte. Por otro lado, según la OMS, 35% de las mujeres del mundo han sufrido violencia de pareja o sexual de un tercero durante algún momento de sus vidas.

La normalización del lenguaje discriminatorio en la sociedad contribuye a la normalización de otros tipos de violencia y, por ende, debe ser combatida. Pero, ¿cuál es la solución? Sanciones de la FIFA no terminarían con la homofobia en México, aunque tal vez harían que una parte de la población mexicana tomara cuenta que gritar "puto" está generalmente mal visto por la comunidad internacional. Por supuesto, eso también podría fortalecer la resistencia a la imposición de normas sociales vistas como extranjeras. De cualquier manera, ningún verdadero cambio social llegará a pasar gracias a la censura o a las sanciones de entidades deportivas dominadas por países primermundistas, sino por la concientización de la gente, labor que comienza en la casa, en el aula, en las calles y en las canchas, en todos esos lugares donde podemos hablar con nuestros amigos y familiares y hacerles conscientes que gritar “puto”, o cualquier otro insulto, puede tener significados y efectos más allá de lo que imaginamos en el momento álgido de un partido.

 ♦

Brandon P. Bisbey. Profesor Asistente de español en la Northeastern Illinois University

♦ ♦ ♦