“Dios quiso desigualdades, no injusticias”: Breves comentarios sobre tres libros de Michel Houellebecq

“Dios quiso desigualdades, no injusticias”: Breves comentarios sobre tres libros de Michel Houellebecq

 

El mundo como supermercado, Ediciones Anagrama, ISBN 978-84-339-6142-6

Ampliación del campo de batalla, Ediciones Anagrama, ISBN: 978-84-339-6690-2

Lanzarote, Ediciones Anagrama, ISBN: 978-84-339-7020-6

 

En un primer momento, se nos ocurre definir la narrativa de Houellebecq como patética en el sentido propio del término. Haciendo una comparación, para aquellas y aquellos que hayan visto Japón de Reygadas, podríamos hacer un paralelismo de emociones entre las lecturas de las obras de Houellebecq y la escena de sexo entre la anciana y el viajero. O lo que es lo mismo o muy cercano, eso que experimentamos al presenciar un lapsus nervioso, un vómito emergente, un gargajo brotando de una boca, verdoso y burbujeante, que caerá en el suelo, en una servilleta o en un papel con mocos de la semana pasada.

Queda una desencantada, conmovida e impresionada (apegándonos de nuevo a los diccionarios). Y si el reconocimiento oficial y académico dice algo, hemos de considerar a Michel Houellebecq como uno de los grandes (¿machistas?) escritores de nuestros tiempos. Plasma de modo preciso la imagen y la esencia del hombre actual. Y decir lo anterior ya es problemático porque no sabemos qué sea la imagen y mucho menos la esencia, pero sí en algunas de sus líneas habla de una esencia perdida, de algún modo podremos entrever eso en tanto ausente (¿nos estamos apegando a Platón?). Y claro, decimos hombre, decimos neutral, decimos jerarquía que considera a la alteridad sexual como sexos abiertos; aunque parentéticamente hemos de decir que en una de sus crónicas de El mundo como supermercado, “¿Qué buscas aquí?”, Houellebecq da signos de conciencia respecto a un problema: la relación entre pornografía, violencia sexual y reforzamiento.

¿Qué se espera de una novela?, ¿qué se espera al leerla y cuáles emociones nos resultan gratas y cuáles no?, ¿existirán algunos ideales que determinan nuestros acercamientos a…? Podríamos decir que además de patética y clara dentro de la confusión que hace letra, accidental o incidentalmente, la narrativa de Houellebecq —cuál no, carajo— alcanza ese proceso mediante el cual la persona que lee se identifica con el personaje —y esto nos hace pensar en el isomorfismo que Houellebecq establece entre la novela y el hombre —y esto a su vez nos lleva a la problemática que se plantea a la novela respecto a los relacionamientos del hombre (bloqueados, imposibles; siguiendo al autor (disculpará sus ojos lo repetitivo en el uso de las palabras)).

Ampliación del campo de batalla plasma el testimonio de un narrador cuya identidad desconocemos y sin embargo nos identificamos con él (¿qué querrá decirnos eso?, ¿será mi paranoia o en algún sentido hay una pregunta no formulada respecto a la relación entre esa identidad “desconocida” y la identificación que algunas personas experimentan, experimentaron o experimentarán (no todas, claro, y no respecto a todos los aspectos, evidentemente; todavía hay gente optimista en el mundo, basta como botón de muestra la postura general de las y locutores de la radio (¡ay, las necesidades la población!)).

Sabemos pues que es un ingeniero de 30 años y se dedica a vender programas a instituciones, durante el desarrollo de la novela es asignado a negociar con el Ministerio de Agricultura y para estos efectos realizará una serie de desplazamientos junto con Tisserand, paradigma de los vencidos en el campo de batalla sexual.

Houellebecq plasma con agudeza la banalidad de la burocracia y las estrategias empresariales respecto a los recursos humanos. Lo económico no es problema. Ni para él, ni para Tisserand, pues ambos desempeñan empleos valorados como dignos de remuneración por parte de las estructuras sistemáticas. Pero hay otro campo de batalla, el cuerpo como goce, como fuente de deseos, de exigencias y de ofertas. Como en toda batalla, hay reglas determinadas, es decir, los cánones occidentales de belleza determinados por privilegios que aunque accidentalmente asignados, se van definiendo, agudizando e imponiendo para alcanzarse y remunerar en más de un sentido. Y claro, como en varias batallas, su dudoso sentido es evidenciado por la muerte.

Dice el autor:

A ti también te interesó el mundo. Fue hace mucho tiempo; te pido que lo recuerdes. El campo de la norma ya no te bastaba; no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla. Te pido que remontes a ese preciso momento. Fue hace mucho tiempo, ¿no? Acuérdate: el agua estaba fría.

Ahora estás lejos de la orilla: ¡ah, sí, qué lejos estás de la orilla! Durante mucho tiempo has creído en la existencia de otra orilla; ya no. Sin embargo sigues nadando, y con cada movimiento estás más cerca de ahogarte. Te asfixias, te arden los pulmones. El agua te parece cada vez más fría, y sobre todo cada vez más amarga. Ya no eres tan joven. Ahora vas a morir. No pasa nada. Estoy ahí. No voy a abandonarte. Sigue leyendo.[1]

Una de las variantes en las obras de Houellebecq es la cuestión de la jerarquía económica y la jerarquía sexual. Ambas como sistemas diferenciadores.

“Mira, he hecho cálculos; podría pagarme una puta por semana; los sábados por la noche estaría bien. A lo mejor acabo haciéndolo. Pero sé que algunos hombres pueden tener lo mismo gratis, y además con amor. Prefiero intentarlo; de momento, prefiero seguir intentándolo.”

No pude contestarle, claro; pero volví al hotel bastante pensativo. Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacablemente, al menos, como éste. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto.[2]

Así que a lxs sujetxs no-privilegiados nos queda la soledad, la masturbación y la fatalidad (sí, sí, tendremos nuestras objeciones respecto a la masturnbación y a la soledad, v. gr: quién no se siente solo, quién no se masturba como descubrimiento del cuerpo, y de igual modo la voz del empobrecido o empobrecida desde la lógica del sistema sexual enfatizará que no nos sentimos solos ni nos masturbamos en la misma medida que lxs no-privilegiadxs, y del mismo modo, con un poco de perspicacia argumentará la cuestión de los privilegios, y en ese sentido las personas consideradas privilegiadas serán algo estúpidas, algo cerradas y algo esclavas de su propia comodidad. Una buena moraleja sería crear un vínculo no determinado con alguna persona no agradable a nuestro gusto condicionado por las normas estéticoheteropatraicales. Esto puede leerse como un sarcasmo para unxs, como una opción para otrxs).

¿Pero por qué el mundo está construido como un campo de batalla, de competencia, de dialéctica?, ¿cuáles son las consecuencias de esta conformación? Ampliación del campo de batalla nos lleva en un vaivén de acuerdos y desacuerdos. Por un lado, reímos de ciertas imágenes evocadas por el autor, reímos de lo feo, de lo patético (¿desde qué criterio?), reímos de Tisserand al saberle aplaudir un par de veces mientras baila solo en el antro, reímos al encarnar los ojos de ese personaje sin identidad explícita pero sí implícita en cada cual (y no, a la vez no es risible (para no dejar de lado los criterios que discrepen de lo dicho)). Asimismo, hay un desacuerdo cuando establece su punto de vista respecto a las mujeres psicoanalizadas y cuando contrapone el falo a la vagina, señalando la vacuidad de ésta (y en este punto suenan uñas en el pizarrón y cuchillos raspando vidrios). ¿A qué queremos llegar? En más de un sentido, este es un buen libro para cuestionarnos por qué algo puede hacernos reír y algo no, de qué debiéramos reír y de qué no, en qué estamos errando y en qué no, en qué medida somos cómplices y en qué medida no.

Regresando pues a algunos de los puntos que hemos abordado desordenadamente, decíamos que el narrador y Tisserand se encuentran en sitio ““seguro”” al ser vencedores económicos. Pero siguen luchando en la otra batalla, o más bien uno impulsa al otro, se sobreentienden y finalmente el narrador insta a Tisserand a llegar a las últimas consecuencias de lo que debiera ser una batalla: matar al oponente. Y como esta es una reseña y por lo poco que me he informado, en las reseñas uno debiera evitar los spoilers, dejaré en puntos suspensivos los detalles para fines comerciales.

Quisiera agregar que al modo de algunas películas de Kurosawa, en las batallas, cuando se juzga o siente que se ha perdido todo (¿todo lo que se esperaba?), más vale la locura como modo de aferrarse a la vida hermanada con la muerte, e incluso como protesta ante las realidades de las batallas, o como todo lo contrario (¡ay, perspectivas!). Pero hablar de locura nos resulta problemático en sí mismo. Hay que decirlo, desde el lenguaje de la medicina el ingeniero está deprimido. Está loco. Es anormal. Y eso nos gusta. Y en este mundo de batallas jerárquicas los locos están destinados al control psiquiátrico, así que nuestro ingeniero que no encuentra sentido en casi nada salvo en fumar, entrará en otra batalla íntimamente relacionada con las dos mencionadas (¿será quizá la exacerbación de la vida misma?).

Estoy casi segura de existen muchas afirmaciones que relacionan la locura con la lucidez. Esta es la voz de un loco; y cuántas de las personas lectoras se habrán hecho la misma pregunta…

Quizás. Pero no entiendo, hablando en concreto, cómo consigue vivir la gente. Tengo la impresión de que todo el mundo debería ser desgraciado; ya ve, vivimos en un mundo tan sencillo… Hay un sistema basado en la dominación, el dinero y el miedo, un sistema más bien masculino, que podemos llamar Marte; y hay un sistema femenino basado en la seducción y el sexo, que podemos llamar Venus. Y eso es todo. ¿De verdad es posible vivir y creer que no hay nada más? Maupassant pensaba, y con él los realistas del siglo XIX, que no había nada más; y eso lo llevó a la locura.[3]

Pasando a otra obra narrativa, en el año 2000 Houellebecq publicó Lanzarote. Esta novela corta incluye fotografías tomadas por el autor y narra el viaje de un individuo —nuevamente no sabemos su nombre— a la isla de Lanzarote. Durante su estancia en el hotel establece una relación con Rudi, un policía belga deprimido por su separación y por el desgaste de sus labores, y a su vez con un par de alemanas lesbianas —Barbara y Pam— con las que tiene encuentros sexuales. Al igual que en Ampliación del campo de batalla, Houellebeqc saca a la luz la lógica de las diferenciaciones; cuando acude a la agencia de viajes, observa cómo hay un criterio preestablecido respecto a los planes vacacionales (vaya, A se relaciona con A, B con B, y así sucesivamente). Después de todo no es lo mismo ser un migrante que un turista, cada cual está vinculado con ideales y condiciones específicas; en este punto mi recuerdo viaja a Paraíso: Amor, película en la que no sólo la felicidad de algunas personas depende de la esclavitud de otras, sino también en la que se delinean proyectos específicos de acuerdo a las necesidades de las personas en cuestión, por ejemplo tratándose de jubiladas y jubilados, tema que es abordado por Houellebecq en otras de las crónicas de El mundo como supermercado (ver “El Alemán” y “La reducción de la edad de jubilación”).

Existe pues un fuerte condicionamiento respecto a los viajes y a la industria turística: se nos dice qué debemos visitar y qué no, se organizan excursiones, oficialmente se aborda una historia, nos venden libros y programas para aprender el idioma del país visitado, etcétera. Y el inglés, claro, sigue con su hegemonía. El narrador y Rudi rentan un coche para visitar otros lugares en tiempos de “libertad” junto con la pareja de alemanas. Ahí suceden los encuentros entre Pam, Barbara y el narrador, Rudi por su parte se excluye, raramente sonríe, anda en busca de otra cuestión sin saber a ciencia cierta cuál. Es presa fácil de los predicadores religiosos que buscan adeptos que a su vez se sienten en falta, en necesidad, quién no, pero hay grados de vulnerabilidad y de duda.

De tal suerte que la religión azraeliana será la cuna espiritual de Rudi, aquélla tiene sus bases en la creencia de que extraterrestres llamados Anakim habían creado al ser humano. Además, pugna por la clonación y exacerba los instintos sexuales (aunque suene a ficción, confróntese el Movimiento Raeliano Internacional). Y esto plantea precisamente el problema (¿?) del bien y el mal, los alcances de la clonación y otra posibilidad de generación de Vida que patea la idea de Dios como absoluto (ver “¿Para qué sirven los hombres?” y “La piel de oso” en El mundo como supermercado).

Decía Judy Chicago que habría que leer también a los enemigos. En algún sentido podría considerarse que Michel Houellebeqc hace apología de algunos tipos de violencia sexual pero también hay afirmaciones que muestran cierto grado de lucidez y de identificación de varios problemas. De igual modo, aunque en un primer momento me parece que es testimonio de la perpetuación patriarcal, en un segundo me pregunto hasta qué medida la creación literaria debiera estar filtrada, es decir, no narrar violencia, o narrarla y poner junto un comentario que la contradiga desde el punto de vista de la persona que escribe. Es tan problemático como hablar de libertad sexual. Pero hay que hablarlo, escribirlo, cuestionarlo. Y como decía un profesor admirable, hay que tomar lo que consideremos __________ (¿conveniente, bueno, aceptable, reprobable? De nuevo ¿según qué criterio?) de cada autor. Aunque sí, después de todo Houellebecq no deja de ser un hombre privilegiado en más de un sentido, al igual que las personas que tenemos acceso a una computadora y a ciertos espacios para leer tal o cual asunto. ¡Ay, Wittgenstein, qué falta nos haces! 

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[1] Houellebecq, Michel, Ampliación del campo de batalla, Anagrama, Barcelona, 2011, p. 18.

[2] Ibidem., p. 112

[3]Ibidem., p. 165.

Brenda Bautista. Estudiante de filosofía en la UNAM. Coautora del libro sobre la escultura de Piloto.

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