De los asesinos

De los asesinos

 

 

I

Los asesinos olían a vaca y tierra aunque de común viajaban en jeeps o en automóviles negros a conciencia. En su niñez compartía con ellos un amor a los tangos que los hacía llorar de emoción cuando él se detenía al borde de sus cantinas a escuchar, perdido en la dulzura mortal de los bandoneones. Su hermano, aterrorizado, le rogaba que siguiera a casa, y ellos sonreían tiernos y cómplices con sus dientes a caballo: el brillo de sus ojos contrastaba eterno con el brillo de sus armas.

  

II

En la cantina de El Pijao nunca mataron a nadie, que yo sepa, aunque los asesinos bebían aguardiente y cantaban rancheras y tangos hasta la madrugada. Pero en la de Don Miguel, donde había un árbol hermoso y le regalaban una almendra de dulce cada vez que compraba algo para su madre, murió abaleado el pobre hombre que esa noche pedía agua, por favor, golpeando en todas las ventanas.

 

III

Del pasto de las fieras también comía su rabia cuando en el desfile de la soledad oía el murmullo de los asesinos. Si era en la noche arrastraban sus pies como si fueran chamizas puestas a barrer el patio; si era en la tarde sólo el sol violento desafiaba la ira de sus armas en la mesa de la cantina. Ganas daban de sacar la cauchera y ponerlos a raya, pero a doble llave su madre lo encerraba cuando, antecito de la cena, el toque de queda dictando la soledad se quedaba.

 

IV

De los sobrevivientes hablaba con H. aquella tarde en Cincinnati y recordamos al obrero blando de algodón en la fábrica de telas, al limpiador de zapatos en la Plaza de Caycedo, a la prostituta sin dientes que se llamaba Divina y tenía una pollera amarilla, y a otros que fueron doctores y abogados con sus tenazas. Nos quedamos en silencio cuando vino de improviso el aullido de los asesinos.

 

V

Cuando oyó su grito el padre suspendió la lectura: los asesinos se habían apoderado de sus sueños. Con cuidado y dulzura lo llevaron hasta la cama y la madre dijo: No hay que leerle más a este muchacho, se le suben los nervios.

 

"De los asesinos" forma parte del libro Las combinaciones debidas (Buenos Aires, Editorial Ultimo Reino, 1989)

 

El poesta colombiano participará en el homenaje a los poetas Armando Romero y Roberto Echavarren. Jueves 13 de abril en la Universidad DePaul a las 6:30 pm, 2350 N. Kenmore, SAC 154.  

Armando Romero nació en Cali, en 1944. Poeta, narrador, traductor, ensayista, viajero y profesor universitario. Perteneció al movimiento nadaísta durante su juventud en Colombia. También ha residido y desempeñado diversos oficios en Venezuela, México, Grecia y en Estados Unidos donde actualmente es profesor en la Universidad de Cincinnati. Libros de poesía: Los móviles del sueño, Mérida, 1976; El poeta de vidrio, Caracas, 1976; Del aire a la mano, Bogotá, 1983; Las combinaciones debidas, Buenos Aires, 1989; A rienda suelta, Buenos Aires, 1991; Cuatro líneas, México, 2001 y Hagion Oros-El Monte Santo, Caracas, 2001. Libros de cuentos: El demonio y su mano, Caracas, 1975; La casa de los vespertilios, Caracas, 1982; La esquina del movimiento, Caracas, 1992; Una mariposa en la escalera. Novelas: Un día entre las cruces, Bogotá, 1993 y La piel por la piel, Caracas, 1997. Libros de ensayos: Las palabras están en situación, Bogotá, 1985; El Nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia, Bogotá, 1988 y Gente de pluma, Madrid, 1989.