Conversaciones y encuentros en Tres Américas (parte III, a)

Conversaciones y encuentros en Tres Américas (parte III, a)

 

—Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas

(parte i)

 

 

 

Con alevosía y ventaja —como dice el Supremo Tribunal de Justicia— acúsome de la osadía de haber entrevistado a cuatro honorables personas sin haber cursado la carrera de periodísmo, en los 7 años que tenía al fallecer la revista tres américas. En mi descargo sólo puedo aducir que leí desde mis años mozos una cantidad respetable de buenos materiales. Entre otros, la versión española de Entrevista con la historia, de Oriana Fallaci, los dos tomos de Cara a cara, de James R. Fortson, antologías de Paris Review y el Playboy Interview (en su versión de libro) en inglés, las Entrevistas con escritores, de Federico Campbell y un sinnúmero de periódicos y revistas como Interview, Proceso, Rolling Stone y el suplemento de La Jornada Semanal.

Mis cuatro mártires entrevistados para la finada revista tres américas fueron (en orden de aparición): Nicolás de Jesús, pintor mexicano (Número 3, otoño 1991); Rosario Vargas, actriz, directora de teatro, colombiana (Número 4, otoño 1992); Casimiro, pintor cubano (Número 5, verano 1993); y Sandra Cisneros, escritora chicana o mexicoamericana (Número 7, otoño 1996). Ésta última había aparecido ya antes, con mínimos cambios, en ¡Éxito!, también finito.

En la revista llegamos a publicar entrevistas amplias, profundas y muy valiosas, como la de Cristina Pacheco a Rigoberta Menchú, la flamante Nobel de la Paz 1992, titulada El desprecio a los indios no es un mito y una semblanza/entrevista al Nobel de Literatura 1992 realizada por Staci D. Kramer, titulada Derek Walcott: poeta tropical, ambas aparecidas en el quinto número de tres américas (verano 1993); también Américo Paz, un colega de ¡Éxito!, nos obsequió su Danza de amor, una entrevista a la pintora argentina Beatriz Ledesma, junto con bellas fotos de sus acrílicos y óleos que adornaron varias páginas de nuestro sexto número (verano 1994).

Pero en todos estos casos se trataba de textos que habían aparecido en otros medios que —por generosidad y cortesía— nos permitían reproducirlos, algo muy frecuente en este tipo de publicaciones. Los únicos advenedizos en esto de conversar con la Gente Grande fuimos mi cuate Alejandro Ferrer y yo. Él entrevistó al pintor Salvador Calvo, una gran figura del arte en Chicago, de los poquísimos latinos (por llamarlo así: es español) que han tenido sus cuadros expuestos en el Art Institute of Chicago. Es tan memorable la conversación de Alejandro con Salvador Calvo que me la voy a fusilar, para incluirla de colofón, por cerrar con broche de oro esta parte de la memoria de lo que fue la añorada tres américas. Cúlpeseme de las demás.

 

 

NICOLÁS DE JESÚS: EL ARTISTA, HEREDERO DE UNA TRADICIÓN FAMILIAR

Noviembre [de 1991] ha sido un mes de mucha actividad para Nicolás de Jesús: actualmente hay seis exposiciones de sus dibujos y grabados en la Ciudad de Chicago: la biblioteca Rudy Lozano, la galería Midwest Arts Council, el Museo Mexicano de Bellas Artes, el restaurante El Rebozo, el South Cultural Center y el Truman College. Pero llegar a ésto no ha sido tarea fácil para Nicolás de Jesús; por el contrario: su vida es muestra de que se puede triunfar contra la adversidad. Desde su condición de artista realizado, rememora sus orígenes humildes:

“Nací en Ameyaltepec, una de las trece poblaciones indígenas ubicadas en la región del río Balsas, en el estado de Guerrero, México. Esta es una región muy interesante, por la gran importancia que se concede a las artes populares. Hay poblados que se especializan en el tallado de madera, otros en la alfarería o —como el caso de Ameyaltepec— en la producción de dibujos sobre papel amate. En estas 13 poblaciones la lengua común es el náhuatl, el español es idioma secundario. Yo aprendí a hablar castellano a la edad de 7 años, cuando ingresé a la escuela. Cuento esto por si alguien quiere comprender mi trabajo: lo que yo plasmo en mis cuadros son básicamente experiencias personales, vivencias de mi pueblo. Lo que ahí aprendí es algo que se ha ido transmitiendo de generación en generación.”

Allí, en Ameyaltepec (palabra náhuatl que significa cerro del manantial) Nicolás de Jesús aprendió a dibujar bajo la guía de su padre. Al comienzo su material de trabajo fue el papel amate, un papel fabricado por los indios otomíes de Puebla. El papel amate es otra tradición que aún persiste: se fabrica a mano, cortando largas tiras de la corteza de un árbol y golpeándolas con una piedra plana hasta que éstas adquieren suavidad y consistencia. En la región del Balsas, como en gran parte de México, las tradiciones de siglos se conservan casi intactas. Las lenguas antiguas están vivas. Las culturas permanecen a pesar de los azotes de los gobiernos “civilizadores”. La magia de los ritos paganos, mezclados con el catolicismo, han producido una forma de vivir que contiene elementos de una gran hermosura.

“La Ofrenda a la tierra, de la que he hecho algunos grabados, es una ceremonia que se efectúa en el mes de abril. Las trece poblaciones se dirigen al cráter de un volcán apagado y allí arrojan ofrendas: verduras, comida, gallinas, etc. en agradecimiento a la Madre Tierra. Simbólicamente, al alimentar al cerro le hacemos un reconocimiento por todo lo que nos ha brindado. Esta es una celebración que se remonta a los tiempos prehispánicos. También tenemos fiesta en octubre, el Día de San Lucas, patrono del ganado vacuno. Ese día, portando una efigie enorme de un toro de madera, el pueblo entero desfila y baila en homenaje al santo. Se vive una comunicación intensa, una convivencia perfecta durante la celebración: se baila en parejas, sin importar las diferencias de sexo o edades. Se agradece a San Lucas la fecundidad de nuestros animales. Es un rito gozoso, pero siempre lleno de respeto y devoción. Cabe mencionar la celebración del Día de Muertos, que ocurre en todo el país.”

Además de los motivos tradicionales en la obra de Nicolás de Jesús, cabe destacar sus trabajos de denuncia político-social, no menos impresionantes. Sus grabados Centroamérica y Zapata crucificado nos hablan de la sensibilidad del artista ante la injusticia y la barbarie. Esta faceta de Nicolás de Jesús surgió como consecuencia de haber crecido en una de las regiones del país que han sido más golpeadas por los gobiernos locales, siempre tan déspotas y autoritarios con el indígena. Esto, aunado a una tragedia familiar. Nos cuenta Nicolás de Jesús:

“Cuando yo tenía 10 años llegaron a mi pueblo varios destacamentos de soldados buscando a los guerrilleros de Lucio Cabañas y Genaro Vásquez. Eran los años duros de la guerrilla en México y pude constatar la brutalidad de las fuerzas del gobierno mexicano para sofocar aquel movimiento que tenía simpatías entre los pobladores. Cabañas y Vásquez no eran hombres de armas; eran maestros de escuela que, orillados por las circunstancias, habían tomado el camino del cerro. Más tarde, cuando yo tenía 14 años, me tocó sufrir en carne propia los golpes de la injusticia: un individuo rico y poderoso, un tal José Marchán, un caciquillo, asesinó a mi padre. Jamás purgó condena por ello. Fue algo particularmente doloroso porque sucedió en víspera del Día de Reyes. Un 5 de enero. Todavía me acuerdo. Al día siguiente, el de Reyes, cuando yo debía andar recibiendo mis regalos, andaba buscando un médico legista para poder recoger el cuerpo masacrado de mi padre. Algo horrible. Todos estos fregadazos me han motivado a solidarizarme con la causa del pobre, a sentir repulsión por el déspota y el sanguinario.”

Para Nicolás de Jesús —como para su padre, antes que él— el arte fue tan natural como el respirar. Intentó hacer estudios formales, académicos, en Cuernavaca [Morelos]. Los abandonó rápidamente, al darse cuenta de que el método de enseñanza era mecánico, frío, todo lo contrario de lo que había sido su aprendizaje. En 1979, la televisión francesa se encontraba en Cuernavaca grabando un programa sobre José Guadalupe Posada; y descubrieron a Nicolás de Jesús, que hacía grabados similares a los del famoso dibujante, alusivos al Día de los Muertos. Apareció en la televisión, junto con la escritora Elena Poniatowska, Emilio Novelo y otros. En 1980 participó en un concurso nacional de dibujo y logró obtener el primer lugar.

“En ese tiempo yo estudiaba preparatoria en Cuernavaca. Me había inscrito en la Escuela Agropecuaria, ya que mi idea era regresar al pueblo y ayudar a mi gente en las labores del campo. Me animaron a que enviara un pequeño dibujito que había hecho en papel amate. Casi me fui de espaldas cuando me avisaron que había ganado el primer premio. No lo podía creer, honestamente. Al poco, estimulado por esto, quise entrar a una escuela de dibujo, pero pronto me di cuenta de que era tiempo perdido. Yo ya tenía mi formación.”

Los años siguientes fueron, sin embargo, muy difíciles para Nicolás de Jesús. Deseando continuar su vocación, solicitó ayuda de algunos organismos estatales que —supuestamente— estaban para brindar protección y ayuda al artista necesitado. Fue una experiencia a cual más decepcionante. Nos sigue contando —riéndose todavía— algunas anécdotas amargas:

“Mi padre había hecho trabajos durante más de 20 años para un organismo del gobierno llamado FONAR. Cuando murió —como te contaba— fui a pedir alguna ayuda a esa gente. Un tal licenciado Tonatiuh Gutiérrez, quien dirigía el programa, me despachó con su secretaria, que no sabía nada. Así operan todos estos burócratas: ellos tienen un método muy curioso de cotizar los trabajos, las muestras de arte que uno les lleve. Me decían cosas tan absurdas, sin sentido, como ‘esto mide tanto, vale tanto’. Cual vil mercancía que se compra por kilos.”

Hace poco más de 3 años que Nicolás de Jesús emigró a los Estados Unidos. Sufrió hambres, miserias y —sencillo, humilde— desempeñó labores que muchos hubieran desdeñado: ha sido obrero en la construcción, mesero de restaurante, todo por sobrevivir en este país duro y frío. Poco apoyo ha encontrado en Chicago. Con sus excepciones —como la ayuda de Dudley Nieto y otros buenos amigos, la del Museo Mexicano de Bellas Artes—. En general la vida del artista sigue siendo sacrificada, con sobresaltos y penurias económicas. Ahora sigue luchando y está saliendo adelante, dedicado más que nunca al arte. Optimista como siempre, organiza —junto con un grupo de amigos artistas— un taller de grabado para enseñar este oficio hermoso que deslumbrara a Elena Poniatowska y los productores de la televisión francesa.

Me dice pensativo, sonriente: “A veces me asalta la duda y me pregunto si lo que hago es indispensable. Tal vez no. Pero tampoco es algo indeseable. Creo que estoy haciendo cosas que de alguna manera son importantes para nuestra gente. Busco reflejar de alguna forma lo que sucede allá. Lo que son nuestros orígenes, nuestras raíces. Lo que somos”.

 

 

ROSARIO VARGAS: EL GOZO Y LA LOCURA DEL TEATRO EN ESPAÑOL

Rosario Vargas recuerda el incidente. Su gesto se endurece. Su voz tiembla un poco. Habla:

“Estábamos presentando en el Truman College la obra de Carlos Fuentes, Orquídeas a la luz de la luna, que versa sobre dos estrellas del cine mexicano, Dolores del Río y María Félix, cuando hubo un comentario de una periodista latinoamericana que trabaja para el Reader de Chicago, que me molestó muchísimo. Dijo que aquel público tan joven sería incapaz de comprender el significado de la obra, de saber siquiera quiénes eran las señoras representadas. Desgraciadamente así es la mentalidad de algunas personas metidas en los medios de comunicación, y que a veces se sienten muy intelectuales: subestiman a nuestra gente, los tachan de ignorantes e incapaces de disfrutar de la cultura, del teatro y demás, y consideran que las artes son privilegio de los más cultos. Yo me he esforzado durante años por demostrar todo lo contrario: que el público sencillo —por así decirlo— posee la suficiente sensibilidad, que es todo lo que se necesita, para gozar del teatro, si éste se les presenta de una manera respetuosa y profesional.”

Hace ya buen rato que converso con Rosario. El entusiasmo de esta mujer es desbordante. Sus ojos expresivos, que sonríen continuamente, nos contagian de lo que ella llama “una locura”, su amor por el teatro. Hablamos de antes, de cuando vivía en Colombia y sintió por vez primera el aguijonazo del teatro.

“Así fue, exactamente: el primer grupo teatral donde participé se llamaba el Aguijón I. Fue en Cartagena, en 1974, y en los inicios contamos con el subsidio de la Escuela de Bellas Artes. Estuve con ellos 10 años y durante ese tiempo logramos tener cierto reconocimiento, hasta obtuvimos algunos premios nacionales. Era una época muy emocionante; el ambiente estaba fuertemente politizado y eso se reflejó en la elección de lo que presentábamos: hacíamos el teatro de Bertolt Brecht, con contenido social, y adaptaciones de cuentos y novelas de García Márquez como Los funerales de la Mamá Grande.

“La primera obra que montamos fue La Madre, basada en la novela del mismo título de Máximo Gorki. Desde su nacimiento, el grupo Aguijón I tomó como bandera la denuncia social, el teatro que no solamente divierte sino que invita a la reflexión. Esto trajo como consecuencia que la Escuela de Bellas Artes nos retirara el subsidio. Les parecía que, por el carácter social de nuestras obras, nos estábamos convirtiendo en ‘subversivos’. Ten en cuenta que en aquellos años Colombia vivía prácticamente una guerra civil. Pero aún sin el apoyo de la universidad continuó nuestro trabajo. Incluso se intensificó al sentirnos con las manos más libres: íbamos a los barrios pobres, a las poblaciones, nos solidarizábamos con obreros huelguistas, con las luchas de sindicalistas. Fue una época tremenda, te digo. Después me vine a Chicago, pero el Aguijón I continúa vivo en Colombia y —hasta donde yo sé— sigue en su misma tónica.”

Le pregunto por aquellos primeros meses en Chicago. Sabido es que la ciudad cuenta con cierta tradición teatrera, pero —por supuesto— siempre en el idioma inglés. Hacer teatro en español —me ha repetido Rosario— puede parecer locura, una lucha perdida de antemano.

“Mi primer contacto en Chicago con alguien relacionado con este medio fue el Latino Chicago Theatre. Un día, por casualidad, llegó a mis manos una revista que lo mencionaba y los contacté de inmediato. Conocí entonces a Juan Ramírez, a Ángel Banda, a Martha Ayala y otras personas buenísimas. En ese tiempo los dirigía Ramiro Carrillo y presentaban las obras en inglés y en español, de autores españoles y latinoamericanos. Mi primera colaboración con ellos fue en la obra de Alejandro Casona, La barca sin pescador. A partir de entonces, hemos trabajado juntos en ocasiones. Admiro grandemente el trabajo de Juan Ramírez, quien sucediera a Ramiro Carrillo en el cargo de director; pero yo consideraba que el teatro en español se hacía de manera tangencial en el Latino Chicago Theatre. Algo que se hacía más bien de ‘relleno’, que había poca fe en un público integrado por latinoamericanos. Pero yo soy terca, y me he empeñado en seguir actuando en mi propio idioma. Creo que el teatro en español no tiene todavía el lugar que le corresponde en esta sociedad. O que yo creo que le corresponde. Por eso decidimos fundar el Aguijón II, tal vez con el ánimo de proseguir lo que habíamos iniciado en Colombia: llevar el teatro a las comunidades con menos recursos.”

Pregunto qué tanto apoyo ha recibido de individuos, de las instituciones, de los medios de comunicación en español en su labor quijotesca. Rosario sonríe sin amargura. Le escucho:

“Desde el principio conté con el apoyo valioso de María Vargas y Augusto Yanacopulos. El apoyo moral es, quizás, más importante que el económico. Cuando me siento desmayar, ellos me empujan y sigo adelante. El Museo Mexicano de Bellas Artes y el Truman College han sido muy generosos conmigo. Con este último hemos llegado a un acuerdo para tener una pequeña oficina permanente en los terrenos del colegio. Luego, también el Cultural Affairs Department [de la Ciudad de Chicago] nos dio una pequeña donación con la que logramos imprimir un folleto. Sobre los medios de comunicación te puedo decir que, en mi concepto, no responden como debieran. Ocasionalmente nos hacen alguna pequeña entrevista en la radio en español, pero no gran cosa. De los diarios, solamente el semanario El Extra ha publicado algo sobre nosotros. La Raza, con todo lo que presume de ser el mejor y de más larga tradición [en 1992], en general nos ha ignorado. Me da la impresión de que aquí los medios están más interesados en cubrir lo populachero, eso que ellos denominan ‘cultura latina’ y que yo llamo ‘cultura de alcantarillas’. Te repito la observación de aquella periodista del Reader: subestiman a nuestra gente, los juzgan incapaces de apreciar los valores artísticos.”

—¿Cuáles han sido algunas de las producciones del Teatro Aguijón II? Por favor, cuéntanos.

“Aguijon II dio la cara al público por vez primera en julio de 1989, con un homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz, basada en El eterno femenino de Rosario Castellanos. Fue presentada en el Museo Mexicano de Bellas Artes con una gran asistencia de público y una extraordinaria recepción. Esto nos alentó muchísimo. Te contaré una anécdota al respecto: hace unos meses, durante el Festival de Cine Latinoamericano en Chicago, se me acercó una señora y me dijo: ‘¡Cómo me gustó la primera obra que hicieron ustedes sobre Sor Juana! Pero no me gustó cuando la dañaron añadiéndole mariachis!’ Se trataba en realidad de una confusión: hubo, efectivamente, una segunda obra de teatro sobre Sor Juana, pero ésa pertenecía a una compañía de teatro que vino de la Ciudad de México; en ella participaba Ofelia Medina. Fue muy halagador escuchar a alguien decir que lo nuestro, con todo y sus recursos limitadísimos, le había parecido más interesante.

“Otra de nuestras producciones fue La agonía del difunto, del escritor colombiano Esteban Navaja. Esta es una obra fundamentalmente cómico-satírica, que narra el conflicto de un terrateniente con un grupo de campesinos. Cuando éstos se disponen a vengarse de sus latrocinios y se dirigen a su domicilio, el astuto terrateniente se finge muerto. Eso crea una serie de situaciones cómicas que divirtieron enormemente al público. Los campesinos le siguen el juego al terrateniente y terminan enterrándolo vivo. La agonía del difunto fue estrenada en el Centro Ruiz Belvis y de allí fue trasladada a varias bibliotecas públicas. Incluso la llegamos a montar en la iglesia San Pío. Como ves, tratamos de llevar el teatro al pueblo.

”Hemos tenido, además, el privilegio de ser el grupo de teatro que inauguró el auditorio de la nueva y flamante biblioteca Harold Washington, tal vez la más importante del Medio-Oeste del país [la zona que abarca Illinois, Indiana y otros 10 estados]. Ahí hicimos el montaje de Kinsey Report, una obra —también satírica— de Rosario Castellanos, la misma escritora mexicana que te mencionaba antes, por lo de Sor Juana. El Kinsey Report es una sátira del famoso reporte de aquellos sexólogos y psicólogos norteamericanos sobre la mujer. Siempre me ha preocupado el papel que desempeña la mujer en nuestra sociedad eminentemente patriarcal, y quería decir algo al respecto. Se acercaba la fecha del 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, y quería presentar algo concerniente a ello. Al dramatizar el Kinsey Report lo dividimos en seis cuadros o viñetas. Cada una representaría diferentes estereotipos femeninos: la prostituta, la santa, etc. Le añadimos música popular, canciones que reforzaban el texto.

”El Kinsey Report era también precedido por una lectura de diez poemas de Rosario Castellanos. Poemas políticos como Memorial de Tlatelolco, que habla de la masacre de estudiantes en el México de 1968, y otros que escribió sobre el amor, las pasiones y su gran preocupación por las comunidades indígenas. Al añadirle estos poemas, la intención fue presentar una visión más amplia de esa mujer tan interesante que fue Rosario Castellanos.

”Finalmente, en abril [de 1992] montamos Los soles truncos, del escritor puertorriqueño René Marqués. Esta es una obra que versa sobre el despojo de sus propiedades que sufre un grupo de gente pobre, con el objeto de construir hoteles de lujo en una ciudad turística.

”En estos días preparamos una obra basada en un poema de Nicolás Guillén, West Indies, que de alguna manera quiere ser nuestra contribución a la reflexión sobre el significado de lo que se ha dado en llamar el Quinto Centenario. Es, al igual que las demás, una obra crítica, satírica y utiliza elementos musicales, interpretados por los mismos actores. West Indies versa sobre las intervenciones en nuestro continente, sobre todo la norteamericana. Habla sobre sus múltiples razas con un enfoque latinoamericano, por lo que en este año de festejos resulta un tema muy de actualidad.”

—¿Recuerdas, Rosario, aquella pequeña celebración de la revista tres américas? En esa ocasión Alejandro Ferrer mencionó —medio en broma, medio en serio— que tratar de crear espacios culturales en Chicago, en el idioma español, pareciera cosa de locos. Al escucharte, caigo en cuenta que a ti te sobra esa locura genial, ese entusiasmo que rompe barreras y que crea algo prácticamente de la nada. Ojalá que tuviésemos más gentes como tú, Rosario Vargas.

“Mira Humberto, como tú sabes —y esto ya lo hemos comentado anteriormente— nuestra gente viene a este país huyendo del hambre, de penurias económicas, políticas y sociales. El teatro, los libros, cosas así, no son para ellos prioridades. Pero hay que tener fe en que ellos, en la medida que prosperen y se desarrollen, descubrirán que ahí es donde se encuentra la mejor manifestación de lo que son, de lo que somos todos. El teatro y todas las artes han surgido del pueblo, y el pueblo debe tener acceso a ellas. No hay que desanimarnos.”

 

 

Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte I)

Primera parte: Pequeñas historias de la revista Tres Américas

 

Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte 2)

Segunda parte: Pequeños duendes y ángeles de la Revista

 

Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte III)

Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte i)

Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte ii)

Tercera parte: entrevistas en la revista tres américas (parte iii)

 

Conversaciones y encuentros en Tres Américas” (parte IV)

Cuarta Parte: pequeña selección de poesía de la Revista (parte i)

Cuarta Parte: pequeña selección de poesía de la Revista (parte ii)