Concurso de Cuento Consenso: Primer Lugar

Concurso de Cuento Consenso: Primer Lugar

Doble negación

El Pachi nunca lo superó. El empate clasificaba a Venezuela y eliminaba a Brasil, aunque un triunfo de Brasil, sin importar el marcador, dejaba a los venezolanos fuera del torneo, otro Suramericano sub-16 con las manos vacías. Pero el equipo estaba plantado, dispuesto a sacar ese punto de oro, los minutos transcurrían, Brasil se desesperaba más y más, se estrellaba una y otra vez contra la buena defensa venezolana y contra las increíbles manos de Pachi, que lo paró todo; bueno, casi todo, porque pasó lo que siempre pasa en partidos como ese: cuando el equipo pequeño necesita que el árbitro esté atento a los engaños del equipo grande, lo que recibe es una total complicidad con el prestidigitador. Claramente el delantero brasileño se dejó caer y el árbitro (argentino, uruguayo, chileno, colombiano, paraguayo, boliviano, peruano o ecuatoriano, quién sabe) de inmediato se llevó el pito a la boca y lo sopló con toda la fuerza de la injusticia mientras señalaba el punto de penalti.

Ese penalti etiquetó a Pachi. A partir de entonces, cada vez que Pachi estaba en la portería alguien recordaba el juego contra Brasil y todos le achacaron a ese partido su decisión de dejar el fútbol de primera categoría. Aunque él lo negaba, tenían razón. El recuerdo del partido estaba siempre presente, enturbiando o esclareciendo todo momento. Tras el Suramericano, Pachi se fue concentrando más y más en los estudios, y cuando el Caracas F.C. le hizo la oferta de ingresar a su equipo filial, él la rechazó sin mayor dilema o conflicto, al punto que el representante del Caracas, poco acostumbrado a las respuestas negativas, le dijo que le daba un día más para que lo volviera a pensar. El “no” definitivo fue tan automático como el anterior; es que no podía ser de otra manera, la doble negación fue una mera formalidad, ya él había decidido que su verdadera meta era graduarse de comunicador social. En su entorno no hubo censura, aunque los sueños de ver a Pachi en el Camp Nou defendiendo los colores del Barcelona se le quedaron truncados a un primo y a su, tiempo después y por otros motivos que no vienen al caso, ex novia. Después de todo, un cupo de Comunicación Social en la Universidad Católica es tanto o más difícil de obtener que un lugar en el Caracas y tu momento de gloria no depende de un árbitro comemierda. Al menos eso pensó Pachi en aquel momento. Un par de años después, entendió que árbitros listos para pitar penaltis inexistentes hay en todas partes, y por eso ahí estaba él, encabezando la marcha de los universitarios, que clamaban por libertad de expresión, seguridad personal y oportunidades laborales, entre varias otras razones. Aunque Pachi apoyaba y compartía todos los reclamos, se sentía bastante incómodo por la condición de líder del movimiento que sin querer y sin buscarla se había ganado.

Pachi sabía que el liderazgo de un portero siempre tiene algo de trágico. Y aunque él hubiera rechazado hacer carrera profesional en el fútbol, seguía siendo portero, su ética era la de un guardameta, veía y entendía al mundo como si estuviera parado al borde del área grande listo para volver a su portería cuando el devenir del partido así lo requiriera. Al comenzar las protestas, Pachi vio en la desigualdad de fuerzas entre la policía y los estudiantes la misma injusticia que sintió en aquel juego. En una de las primeras marchas a las que asistió, ya cuando lo peor de los disturbios había pasado, con las manos en alto y la franela a modo de bandera blanca, encaró a la policía exigiendo respeto por las luchas estudiantiles, diciéndoles que eran luchas también de la policía y sus familiares; ello bastó para que todo el movimiento estudiantil lo alabara y reconociera como líder. Se volvió toda una celebridad de la resistencia civil y pacífica. Incluso le hicieron reportajes y perfiles en periódicos y páginas web, donde algún redactor encontró una clara continuidad entre aquel juego contra Brasil y la posición de vanguardia que Pachi había pasado a ocupar en las protestas. Sí, Pachi veía la continuidad, pero por razones completamente contrarias. Aunque hablara, arengara, dirigiera, declarara, él sabía de antemano que nada de lo que hiciera cambiaría el balance de cosas, al igual que en el fatídico partido. Pachi encaró al árbitro exigiéndole explicaciones, lo insultó hasta quedar al borde de la tarjeta roja, pero también se paró entre el árbitro y su equipo, evitando que alguno de sus compañeros saliera expulsado. Luego, les dijo que todavía había tiempo para buscar el partido si caía el gol, pero que estuvieran tranquilos, él detendría el penalti. Dicho esto, se acercó al brasileño encargado de cobrar y le dijo en perfecto portuñol que recordaría cómo le paró el penalti cuando en la noche estuviera cogiéndose a su mãe. Casi se forma una tángana ahí mismo, y de nuevo Pachi estuvo al borde de la expulsión, pero el árbitro confirmó que se había tratado de un penalti inventado haciéndose la vista gorda y compensando a Venezuela al no sacar ni una sola tarjeta. Sin embargo, a pesar de la fanfarronería y la actitud desafiante, cuando el Pachi estuvo listo en la línea de gol, supo que todo su esfuerzo no tendría ningún significado si no paraba el lanzamiento del brasileño y aquello le pareció completamente injusto, incluso más injusto que depender del pitazo alevoso de un árbitro. Como portero, no podía conducir a sus compañeros a la victoria sino a lo sumo evitar la derrota. Puede que eso sea suficiente en ciertas circunstancias, pero hasta en casos así solo se puede liderar a los suyos con un dejo de tristeza.

En las marchas, Pachi sentía que aquello era jugar un partido donde el árbitro era tan claro miembro del equipo contrario que utilizaba el mismo uniforme; tenían el pito y estaban ansiosos de cantar y cobrar el penalti. Todo dependía de si ellos, los estudiantes, eran capaces de detener el lanzamiento, significara eso lo que significara, que Pachi no había logrado ahondar más allá en su analogía. Pero analogía es reflexión y nadie quería eso. Querían acción, marcha hoy, marcha mañana, y para todas las convocatorias él estaba siempre en primera fila, ahí lo llevaban y él se dejaba, a medio camino entre decidido y a regañadientes, tal como todo portero se para en la línea de gol a la hora de un penalti.

No había gloria en su liderazgo como al final no la hubo en el juego contra Brasil. Ser un adversario digno a pesar de la derrota no tuvo ningún significado después de que el Suramericano terminara para ellos y no para Brasil. La rabia, la indignación por el mal arbitraje se quedó en mera anécdota mientras toda la atención se dirigía hacia las instancias decisivas del torneo. Nadie en semifinales pensó en la actuación venezolana, tampoco en la final y mucho menos durante la celebración del campeón, quizás Brasil ganó el título; si le preguntaran a Pachi por el resultado final no podría decirlo, no lo recuerda, o lo confunde con los de Suramericanos posteriores. Pero nadie le preguntaba por su pasado futbolístico, eso era solo materia de perfiles en páginas web. En su condición de líder del movimiento estudiantil tenía que responder preguntas sobre el presente y en especial sobre el futuro. ¿Qué pasará cuando las protestas terminen? Pachi no quería responder porque tenía que mentir, mentía cada vez para no decir lo que en verdad sentía, lo que sabía: que las protestas tarde o temprano se terminan y no pasa nada. Algunos estudiantes mueren, otros van presos, hay quien hace carrera en la política, la mayoría se gradúa, y entonces tiene que empezar un nuevo ciclo, nuevos estudiantes que ven cómo los problemas de siempre se vuelven esta vez sí insoportables, las masas salen a la calle, la policía también y la válvula de escape se abre hasta que todo el vapor de la olla a presión se disipa.

Claro que Pachi pensó de nuevo en el penalti cuando la marcha se encontró con el desproporcionado cerco policial. Era en lo único que solía pensar mientras avanzaba en su lugar de vanguardia sin ningún tipo de protección hacia el cordón policial que exhibía desafiante su fiereza y poder de fuego. Aquello, marcha tras marcha, lo indignaba y enfurecía cada vez un poquito más. En esta oportunidad, Pachi incluso recordó a la mamá del brasileño. Casi de inmediato comenzó el baño de lacrimógenas, y cuando los perdigones las acompañaron el caos total se adueñó de la situación, se oían gritos y detonaciones por todos lados, el humo de las lacrimógenas y de los cauchos quemados ardía en los ojos y desorientaba. Todos corrieron para cualquier lado, y algunos, al parecer esa era la orden, fueron cazados.

Apenas doce pasos separaron a Pachi de la gloria. Adivinar o no adivinar el tiro. El brasileño cogió impulso, corrió hacia el balón, paradinha incluida, y entonces Pachi escuchó el grito, “no te muevas”. Pachi nunca supo si alguien en la cancha o en el estadio había gritado o si fue su propio cerebro intentando imponerse sobre los instintos. “No te muevas” escuchó también de pronto en medio de la humareda y Pachi vio al pistolero no uniformado que le apuntaba. Pero como en el juego contra Brasil el instinto se impuso, el manso balón cobrado por todo el medio de la portería se coló hasta el fondo y la bala veloz atravesó a Pachi por la espalda. Entonces por fin pudo construir por completo el significado de la analogía, pero ya no importaba, nadie escuchó su explicación.

Luis Alejandro Ordoñez. Venezolano. Es miembro del consejo editorial de la revista Contratiempo.

 ♦ ♦ ♦