Cien años de soledad y 403 páginas de aburrimiento

Cien años de soledad y 403 páginas de aburrimiento

 

Para Hugo

 Cuando por primera vez me encontré con el nombre Gabriel García Márquez, caso quizás no inusual para muchos colombianos y latinoamericanos de mi edad, era un pre-adolescente más preocupado con los SupercampeonesLos caballero del zodiaco, La guerra de las galaxias, los nombres de los jugadores de alguna selección de fútbol y las nimias tramas sociales de la infancia de una pequeña ciudad perdida en un valle entre dos cordilleras, a mil y yo no sé cuantos metros sobre el nivel del mar. Todo me parecía tan nuevo que el último objeto que merecía mi atención era ese libro de carátula de cartón duro, de editorial Oveja Negra, de un color café inmundo que llevaba como título Cien años de soledad. Mi hermano, siempre más hábil para las palabras y las burlas no dudó mucho: No solo son cien años de soledad, sino 403 páginas de aburrimiento. Asumí su veredicto como realidad y lo apropié como mío.

Me volví a encontrar con ese libro algunos años después en un exilio voluntario, y nunca lo es totalmente voluntario, en los suburbios de Long Island. Aburrido con las lecturas patéticas del High School, alejado indefinidamente de mi familia, de mi hermano y sus veredictos, de mi madre, de la cocina y los mimos de mi abuela, de los instrumentos de música de mi abuelo, decidí que mi colombianidad solo podría ser definida a través de la lectura de aquel libro consagrado y que, tal vez, existía en el mero acto de consumirlo una clave secreta para declararme definitivamente autóctono: el truco estaba no en la reproducción mimética de comer lechona o tamal, o beber aguardiente, o escuchar a Carlos Vives, sino en el acto pseudointelectual de remembrar las primeras frases de aquel libro, de memoria y sin pensar siquiera, y así comprobar mi identidad como estática, única, especial. Toda esta pantomima para no pensar en la distancia del exilio, en el espacio fronterizo, en el alambre de púas.

Volví a encontrarme con el libro después de muchas lecturas más, cuando estaba trabajando como mesero en una heladería/restaurante/diner un verano después de mi primer año de universidad. Llegó mi tío Papo (un tío más papá que tío) al restaurante y me dijo que mi abuela se había muerto.  Habían pasado cinco años desde que la vi por última vez cuando me fui de Ibagué. Cuando llegué a la casa hablé por teléfono con una familiar y le dije que le mandara unas flores de parte mía. Le dije que le escribiera unas líneas en la tarjeta, las cuales ahora, diez años después no se me olvidan: “Para Ligia / Para nuestra Úrsula / La iletrada abuela / que tenía todas las respuestas”. 

Y mi abuela era Úrsula a su manera, inmigrante interna, desposeída, matrona de familia que no terminó ni el colegio para casarse a los quince años, que tuvo cuatro hijos y luchó, aún contra la locura y la violencia de su esposo —hombre de figura pública impecable—, por mantener a la familia unida. Todos los viernes, sin falta, la abuela hacía la frijolada, y llegaban todos los hijos y nietos a almorzar, reforzando la idea de familia. Ahora que ella no está, el rito ya no existe más, lo que prueba que su infinito apego a la cotidianidad, y los hábitos que la rigen, era el eje que ayudaba a reproducir el discurso familiar.

Después, en una clase del profesor Paul Firbas tuve la oportunidad una vez más de leer a García Márquez, de criticar su realismo mágico, de observar su ambigua relación de exoticismo prescriptivo y descriptivo sobre el continente latinoamericano, y de aprender todas las referencias a la tradición colonial en sus textos. El profe Firbas nos enseñaba a leer detenidamente, con la facilidad con la que un viejo cuenta historias alrededor del fuego. Y tal vez ahí fue cuando me di cuenta del legado más importante que me dejaba García Márquez. El viejo costeño aquel me dio las herramientas para narrativizar mi propia vida, para entenderla bajo la lógica de un cuento narrado, porque las memorias no son más que eso.

Camilo A. Malagón V. cursa un PhD en el departamento de Español y Portugués de Tulane University, es intento de escritor, aprendiz de enófilo, DJ amateur en la radio WTUL New Orleans y vive con su novia, Estefanía, en Metairie, LA. Trina de vez en cuando @xfilosofo y puede ser contactado a camilo.malagon@gmail.com.

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