¿Amarás a Dios por sobre todas las cosas?

¿Amarás a Dios por sobre todas las cosas?

—No mames, güey, me encontré a la esposa de Raúl.

—¿Dónde?

—Saliendo de la escuela. Iba corriendo y se paró a decirme que si veía a su esposo, no le dijera que la vi.

—¡Ah chingáu!, ¿no te dijo nada más?

—No, yo me quedé igual.

Y ya. Así de confuso. Eso fue todo lo que me contó mi hermano aquella vez.

Raúl era un baterista con quien habíamos tocado y convivido unos años antes; miembro de la iglesia protestante de mi madre, en cuyo culto de alabanza mi hermano tocaba percusiones y yo me preparaba para entrar como guitarrista. A mi hermano y a mí se nos comenzó a requerir atender a la iglesia por insistencia de mi madre y como sugerencia del director de nuestra secundaria (middle school), quien le aseguró que experimentábamos con drogas por falta de guía espiritual. ¡Claro que experimentábamos con drogas, pero la espiritualidad no tenía nada qué ver; si acaso, podían sentirse un poco religiosas las experiencias de aquellos viajes! Cuando llegamos a la iglesia, después de una infancia algo precoz, fue difícil adaptarnos al aburrimiento que traían consigo los larguísimos monólogos del pastor sobre temas que nos resultaban de muy poco interés. La música se convirtió en una escapatoria. 

Creo que la música me ha perseguido desde la infancia; en ocasiones hasta le huí. Desde los seis años de edad, mi madre me compró una guitarra y me metió a clases, pero en ese tiempo la música no era mi interés, y en realidad tampoco el de mi madre. Ella quería que hiciera cosas más de “niño”, pues había recibido burlas por parte de mis hermanxs el año anterior, al insistir que quería ir con disfraz de mariposa, igual que mis amigas, al festival de la primavera de mi jardín de niñxs. Sería músico de estudiantina, decidió, pero tal vez no era mi momento de entrar en la música. No sé si crea en las cosas sobrenaturales, pero a veces, al estar parada en un escenario, tocando frente a un público, sentía que se cumplía un destino que se había trazado hacía años. A veces, al ver todo lo que pasaba a mi alrededor y la forma en que esto me afectaba, tan sólo por las muchas dudas que dejaba en mí, que se quedaron ahí enterradas, que siguen atormentadas, y siguen, hasta el día de hoy, sin respuestas, sentía que ese destino, si acaso existía, tenía poco o nada qué ver con la música. Si acaso, la música habría sido el instrumento, o La Gran Diosa, que me llevaría a este destino, que me cambiaría para siempre. Pero a los seis años de edad, aún faltaba mucho para pensar en todo eso.

Cómo acabé en Estados Unidos es también una historia de género, como lo son tantas historias de la migración. Es una historia de violencia y pobreza. Y es una historia de religión. Pero es también toda otra historia que sería muy larga y complicada de contar ahora. Todxs tenemos un montón de historias. La que estoy contando aquí, aunque no lo parezca, es una historia de amor.

En resumen, mi ida al norte se dio porque cuando tenía ocho años, mi madre se convirtió al protestantismo y se fue a Estados Unidos a vivir con mi papá, pues su pastor la convenció de que su deber como esposa era estar al lado de su marido. Dos años después, regresó mi papá a México por mis hermanxs y por mí, con coyote ya pagado. Cómo cruzamos ilegalmente una bola de chamacxs es de las historias que más me divierte recordar, pero es también toda otra historia aparte.

Llegamos a un suburbio de Dallas; a un pueblo muy chico, muy blanco y de valores muy conservadores, donde mi madre aseguraba que estaríamos segurxs del mundo y sus maldades. Pero ningún pueblo, especialmente uno tan racista y clasista, se salva de la marginación y la segregación. McKinney, especialmente, como la ciudad con mayor crecimiento del país por un periodo de tres años, cambiaba muy rápidamente, y el primer asesinato múltiple tras un robo fallido despertaría horrores en mi madre. Una tía, su sobrino y dos amigos de su sobrino, habían sido asesinadxs, aparentemente, durante un intento de robo. Pronto se comenzaría a hablar en la comunidad sobre cómo la familia Barbosa era una familia de bien, al igual que los dos chicos que también fallecieron ese día. Y también, aunque no se conocía a los culpables, se empezaban a hacer asunciones, “de seguro eran unos malvivientes drogadictos”. Mi madre decía que eso pasaba porque no tenían a Cristo en su corazón, y obvio, pasaría igual con nosotrxs si no íbamos pronto a una iglesia. No quería que nos perdiéramos, decía, nuestras amistades cholas le parecían mala influencia. Era yo, el niño bi-curioso y tímido, quien compraba la mota y convencía a mis amigxs de echarnos la pinta, pero claro, de acuerdo a mi madre, ellxs eran la mala influencia. Si me andaba con ellxs, decía, íbamos a acabar matando a alguien, “como esos malnacidos”. Necesitaba mejores amistades y las encontraría en la iglesia. Siempre nos daba los mismos discursos pero nunca hacíamos caso. Fue hasta que le encontraron cocaína a mi hermano mayor; cuando buscaron el consejo del director sobre qué hacer para que los dos más pequeños no siguiéramos su camino, que, con apoyo de una autoridad mayor a la suya, decidieron llevarnos a la iglesia por la fuerza.

A los doce años de edad, con la influencia de mis hermanxs mayores, quienes me decían que yo debía ser ateo, aunque yo ni siquiera sabía bien lo que significaba la palabra “ateo”, y con una muy baja capacidad de atención, escuchar los sermones del pastor era un martirio. Un par de años más tarde, hallaría un gran interés en la teología, pero mientras tanto, debía encontrar la forma de distraerme durante las horas que pasábamos en la iglesia. Hallar programas de música y teatro ahí mismo fue de gran alivio, y la música pronto se convirtió en una gran pasión.

Creo que fue en la iglesia donde conocí a algunxs de lxs músicxs más apasionadxs que me he topado. Se decía que era el Espíritu Santo guiando nuestras manos, pero francamente, creo que era otra Diosa la que había tocado nuestras vidas. Desde el joven maestro, Uziel, y el talentoso director, Gerson, hasta Eddie, quien es uno de lxs músicxs más experimentadxs que he conocido en mi vida, ¿cuál de ellos hubiera estado dispuesto a realmente dar la música, sacrificarla, de la misma manera en que Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo por dios? Ni Raúl, el baterista, un hombre joven que recién llegaba a la congregación, pero que creció cristiano, en una de las familias más conservadoras que se integrarían a la iglesia, él tampoco parecía entregar su alabanza por completo a Dios. En dos ocasiones le tocó darnos un aventón en su coche a mi hermano y a mí para ir a ensayar. Manejaba con las baquetas en sus manos y en ratos se ponía a pegarle al volante con ellas. A mí hermano y a mí eso nos pareció impresionante. Parecía siempre muy estresado. Su padre era un hombre muy estricto y moralista. Su madre era de esas señoras que usan faldas largas, de las que ocultan hasta los tobillos, y permanecen calladas en la iglesia. Sus hermanos también eran músicos pero tampoco hablaban mucho. Raúl estaba comprometido con una chica muy joven que iba con mi hermano en la prepa. Ella tampoco hablaba. El padre de Raúl hablaba por toda la familia. Raúl hasta en los ensayos permanecía callado y se ponía muy tenso al hablar con lxs demás músicxs, pero a todxs nos impresionaba cómo se perdía en la música. 

Cuando fue la boda de Raúl, yo ya llevaba un tiempo en la iglesia. Seguía sin lograr encontrar una fe verdadera en todo el asunto pero estaba más cómoda que cuando llegué. Seguía en la música y el teatro, e incluso me había inscrito en unos cursos ministeriales que contaban para la licenciatura en teología. Seguía echándome la pinta y seguía con las mismas amistades fuera de la iglesia, pero, mientras fuera a los cultos, mi madre no ponía mucha atención a todo eso. No quería estudiar teología como carrera, en ese entonces mi sueño era estudiar física, pero la teología me parecía un tema cada vez más interesante. El mismo pastor, Abner, impartía los cursos. Era un tipo interesante. También era músico y hacía teatro. Me agradaba, incluso. Un día, de repente, cambió el programa de estudios por completo: en lugar de repasar textos sobre hermenéutica, nos encargó investigar sobre un hombre puertorriqueño que se hacía llamar Jesucristo Hombre y tenía miles de seguidores en una congregación llamada Creciendo en Gracia. El siguiente viernes, la clase la impartió otra persona. El sermón del domingo lo predicó la pastora. Había una gran confusión en la congregación. Los ensayos musicales eran interrumpidos por juntas a puertas cerradas de lxs líderes de la iglesia. El pastor llevaba varias semanas sin ser visto y demasiada gente estaba preguntando porqué sin obtener respuesta alguna.

Fue en un servicio de domingo, que se pidió a lxs maestrxs que llevaran a lxs niñxs a los salones y se pidió a lxs músicxs que no iniciaran aún la alabanza, cuando por fin se dio la noticia. El pastor Abner había abandonado, no sólo a su congregación, sino también a su esposa, su hija y su hijo, para ir a seguir a José Luis de Jesús Miranda, el autoproclamado Jesucristo Hombre. La tristeza que vi en los ojos de muchxs ese día me sigue impactando hoy. Mi madre fue de las personas que lloró en ese momento, ¿pero cuál es la diferencia?, me pregunté yo, si ella en algún momento también lo dejo todo por seguir a su Dios.

Después de eso, la congregación se dividió. Algunos de los patriarcas no veían correcto que una mujer dirigiera la iglesia y decidieron irse por otro rumbo. Fundaron otra congregación y eligieron a un hombre llamado Ramón como pastor. A decir verdad, ese señor nunca me agradó. Era de esos tipos moralistas que ni conocías pero te regañaban si te veían con pantalones rotos, y ni se diga de las mujeres, a ellas hasta por hablar las reprendía. Pero mi madre se fue con él y nos llevó a mi hermano y a mí a dirigir la alabanza en su nueva congregación. No teníamos aún la edad ni contribuíamos lo suficiente económicamente en casa como para poder decidir aún por nuestra propia cuenta. No nos quedó de otra más que aceptar. 

El ambiente en la nueva iglesia era muy distinto. Era una congregación más pequeña y mucho más conservadora. Las cosas que se hablaban en los sermones incluso me aterraban un poco. Lxs músicxs teníamos menos libertad. Pronto la dirección musical fue arrebatada por un chavo que no tocaba un sólo instrumento y tampoco tenía una voz angelical, pero cuyo fanatismo le había ganado la admiración del pastor. Mi hermano y yo esperábamos pronto poder comenzar a trabajar para irnos de ahí. Y se nos cumpliría ese deseo, efectivamente nos fuimos de ahí. En ese tiempo, yo empezaba a tener problemas con mi madre por cómo me expresaba sobre algunos de los asuntos de la iglesia y sobre mi sexualidad, así que para hacer más ameno el cambio, al principio sólo comenzamos a ir a una iglesia distinta, donde también tocábamos, mi hermano la batería, y yo primero el bajo y luego la guitarra eléctrica; hasta que llegó el momento en que ya no fuimos a una iglesia u otra. Pero poco antes de todo esto, quizás un par de semanas antes de anunciar que dejábamos oficialmente la dirigencia de la alabanza en la congregación del pastor Ramón, cuando convocó a una reunión especial de los líderes de la iglesia para intentar convencernos de que estábamos en pecado por querer irnos a lo que él denominó “una iglesia mundana”, sucedió algo extraño, incluso para ese lugar. Un día llegamos al ensayo: siempre llegábamos primero mi hermano y yo para conectar todo el equipo y mezclar el sonido. Mi hermano tenía una copia de la llave de enfrente y era todo lo que necesitábamos, pero en esta ocasión, la puerta que daba hacia el lugar de reunión estaba cerrada. Rodeamos por los pasillos; junto a los baños había una puerta que daba hacia el altar. Cuando entramos, estaba ahí el pastor hablando con el padre de Raúl, estaban sentados en la primera fila frente al altar, y estaba la madre de Raúl en la siguiente fila, con lágrimas en los ojos. El pastor nos hizo una señal de que nos saliéramos y eso hicimos. Nos quedamos afuera esperando mientras llegaban el resto de lxs músicxs, hasta que abrieron la puerta grande y se fueron.

Ese sería uno de los momentos que recordaríamos mi hermano y yo unos años más tarde, cuando abriéramos el periódico y leyéramos la noticia de que Raúl había sido arrestado en Florida por los asesinatos en el 2004 de Rosa Barbosa, Mark Barbosa, Austin York y Matt Self. Esto unas semanas después de que mi hermano se encontrara a la esposa de Raúl. “¡Por eso iba corriendo!”, exclamó, “¡por eso me dijo que no le dijera a Raúl que la vi!”.

Al igual que los diarios que reportaron la noticia, no revelaré el nombre de la esposa de Raúl, pero fue ella quien declaró y por eso he de reconocer su valentía en este texto. Su declaración contó una historia trágica: cómo fue abusada por su padrastro, cómo fue vendida a Raúl por su madre para pagar la defensa de su violador. La chica que siempre permanecía callada, esperando a que su esposo o su suegro le dieran permiso de hablar, ahora lo decía todo. 

El 12 de Marzo de 2004, Raúl Cortez, su hermano Javier Cortez y Eddie Williams, siguieron a Rosa Barbosa hasta su casa en la calle Carrington, en McKinney, Texas, con la intención de obligarla a darles la llave del negocio de servicios financieros donde trabajaba. De acuerdo a la declaración de Williams, él y los hermanos Cortez entraron a la casa, amenazaron a la señora Barbosa con un arma de fuego, y cuando Mark Barbosa y sus dos amigos entraron de forma inesperada, dispararon a todxs, matando a tres personas en ese instante y dejando una persona herida que más tarde moriría en el hospital de la universidad de Baylor.

Poco más de un año después de los hechos, Raúl Cortez se convertiría en mi compañero de música: lxs compañerxs de música se vuelven entrañables como pocxs. Hasta el día de hoy, me resulta difícil de creer que alguien con quien compartí melodías y ritmos, haya hecho estas cosas: el asalto a mano armada, los asesinatos, y todo lo que le hizo a su ex esposa, quien es más bien su ex esclava y víctima de violación. A veces se mostraba muy intranquilo, si lo vieras por primera vez y te dijeran que él fue responsable de todo aquello, lo creerías. Tenía unos tics nerviosos que te hacían sentir que en cualquier momento podría explotar. Y claro, toda la evidencia y las declaraciones apuntaron a él. Pero me resulta difícil de creer que haya hecho tales cosas porque lo vi en momentos muy vulnerable ante una pasión que compartimos por la música. Me resulta difícil de creer porque parece demasiada la ironía de que mi madre me haya llevado a la iglesia con la intención de alejarme de gente como quienes cometieron aquel crimen, pero que con ello, me haya llevado más bien justo hasta donde estaban, a subirme con ellos a su carro, a platicar con ellos, a tocar con ellos y convivir con ellos. 

Pero ésta no es una historia sobre la ironía, ni la incredulidad, ni la hipocresía, ni la música, ni la religión, ni el crimen, como dije, ésta es una historia sobre el amor, después de todo, es lo que más he cuestionado después de todo lo sucedido en estas historias que hallarían una intersección en mi juventud para convertirse en una sola. Son éstas las preguntas que hasta hoy no logro contestar y escribo este texto con la esperanza de que tú, lector, seas más capaz de contestarlas que yo. Y cada quien ha de tener sus historias que le hayan hecho cuestionar el amor. Yo comparto las mías con el deseo de que cuestiones conmigo esta idea que nos han dicho toda la vida que es bella. 

Raúl, ahora en el pabellón de la muerte.

 

Para empezar, con miedo a sonar cursi y cliché, pregunto, ¿qué es el amor? Tenemos tantas cosas a las que llamamos “amor” que tal vez hace falta definir cada una de forma más exacta. ¿El hombre que ama a Dios, se imagina besando y acariciando a Dios, como hacen los amantes? ¿Las novias se escriben cantos de alabanza? ¿Es correcto que las madres y los padres amen a lxs hijxs de forma posesiva? —¿O debemos dejar unas preguntas para un tipo de amor y otras para el otro?—. A veces llamamos “amor” a lo que no parece serlo. El Dios judeocristiano ordena que lo ames y lo temas, pero, ¿qué tanto de lo que hace el creyente es por amor a Dios y qué tanto es por temor a su ira? La ex esposa de Raúl no se casó con él por amor, sino por miedo. La madre de Raúl era una mujer sumisa, y tampoco creo que haya sido porque amaba a su esposo o a su Dios. Si mi madre decidió dejar todo atrás para ir a Estados Unidos con mi padre, no sé si haya sido por amor a mi padre o por amor a su Dios, parece más bien un temor a los mandatos de un Dios misógino. Y con esto también pregunto, ¿hay unos amores (o temores) más grandes que otros? ¿O es el amor un entero que podemos repartir en cachitos y ya nosotrxs decidimos qué amamos más y qué amamos menos? Abner también dejó a su familia, y dejó incluso a un Dios por otro. Dejó al Dios que le exigía fe por el de carne y hueso; vivo y tangible. ¿Fue más su amor por este Dios que el amor por su hija, su hijo, su esposa y toda su congregación? Es un mandamiento bíblico que amarás a Dios por sobre todas las cosas, pero Raúl, un hombre que creció en la iglesia y aparentemente creyó en ese Dios, amó más al dinero, pues estuvo dispuesto a abandonar los mandatos de su Dios por unos billetes. De igual forma, tomando en cuenta que él conocía la posibilidad de que algo saliera mal y que podría terminar preso o sentenciado a muerte, ¿podríamos decir, incluso, que amó más al dinero que a su libertad y su propia vida? Yendo más allá, entrando en lo controversial, si amaba el dinero más que a su Dios, su libertad y su vida, pero estuvo dispuesto a dar ese dinero por su ex esposa, mantener a su familia durante el tiempo que estuvieron juntxs, si llegó al grado de confesarle lo que hizo, ¿podríamos decir que la amó más que todas las cosas? Ser objeto del amor de un asesino y violador debe ser horrible, pero la amó, ¿o no? De acuerdo a esta definición de deseo, de pasión, de darle una gran importancia al/x ser amadx en nuestras vidas, de depositar nuestra confianza en ella/él/le, la amó. Nuestra cultura dice que el amor es bello, que ser amadxs es algo que debemos agradecer, pero cuando se torna en una obsesión así, una en la que sin importar los deseos del/x ser amadx, la otredad busca a toda costa ese amor, ¿sigue siendo bello? La gente dirá que ese ya no es amor, pero me pregunto si hay gran diferencia entre lo esencial de ese deseo cuando proviene de una persona como Raúl, que cuando proviene de una persona de una persona respetuosa y noble, sobretodo en los casos donde existe reciprocidad. Tal vez el amor es una cosa y las manías son otra cosa aparte. Pueden interactuar entre sí, pero en cualquier caso, el amor ha de ser un sentimiento que todxs experimentamos, y dependiendo de estos factores emocionales, de salud mental, sociales, etc., puede convertirse en un sentimiento bello o uno horrible. Esa es una posibilidad entre muchas. Puede ser que estamos cuestionando el amor sólo hasta el límite de nuestros privilegios y nuestros parámetros. Puede que el amor deba cuestionarse desde la cuna, desde el amor “incondicional” de las madres y los padres, que se vuelve condicional cuando la/el/lx hijx sale del closet o cuando no piensa igual que mamá o papá.

Hasta el día de hoy, sigo sintiendo cariño por el Raúl que conocí, como he sentido por casi todas las personas con quienes he compartido la música. Ese amor amistoso que se dice que no se debe abandonar por nada del mundo, que se vuelve de lo más cuestionable cuando conoces los secretos más horribles de una persona.

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Mafer Chávez. Mujer transgénero pre-trh o vil puto, depende a quién pregunten. Odia las universidades, el capitalismo, el patriotismo y el patriarcado. Ama la música, la poesía, los huaraches de hongos con mucha salsa y el pulque. Insoportablemente ansiosa, infinitamente ignorante y probablemente autista. A veces es feliz.

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