1968: Volveremos

1968: Volveremos


Desalojo en el Zócalo de la Ciudad de México.

Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos.
Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados.
Un país libre de la miseria y del engaño. Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas.
Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos
—José Alvarado

La generación del 68 en el mundo le tocó vivir cambios tremendos: los estudiantes franceses se tiraron a las calles con un lema maravilloso, “se prohíbe prohibir”. En este enunciado se sintetiza el carácter de la revolución de 1968. Los estudiantes franceses se inspiraron por el filósofo Herbert Marcuse. Su filosofía aportaba la visión de una emancipación total y una civilización no represiva. Su influencia fue profunda e influyó a activistas radicales como Ángela Davis. Pero más allá de esta filosofía, entre los jóvenes del mundo recorría la historia de la Revolución Cubana y el sacrificio de Ernesto Che Guevara en Bolivia, asesinado por la CIA. En México se convirtió en el ejemplo libertario.

En otras circunstancias, en México los estudiantes se levantaron masivamente para demandar las libertades democráticas. Se demandaba libertad de expresión, libertad de los presos políticos, la disolución de los artículos del código penal 145 y 145 bis, artículos de disolución social con los cuales en 1958 el gobierno mexicano encarceló a los dirigentes del movimiento ferrocarrilero: Valentín Campa y Demetrio Vallejo Martínez.

La explosión estudiantil mexicana paralizó las facultades y escuelas del Instituto Politécnico Nacional y Chapingo en la ciudad de México. Se levantaron barricadas en las preparatorias y escuelas vocacionales. Se crearon brigadas informativas que distribuían volantes a la población en mercados y camiones. Surgieron pintas en las calles de México que reclamaban la libertad de los presos políticos. Se realizaron manifestaciones gigantescas que desembocaron en el zócalo de la capital. Todo ello fue inédito en 1968 bajo el régimen priísta, represor y autoritario.

En el movimiento estudiantil de 1968 se podía respirar y palpar la autorrealización de la juventud que se enfrentó a los granaderos y convirtieron las calles en campo de batalla. El Estado por su parte incrementó la violencia al recurrir al ejército para desalojar a los jóvenes del Zócalo el 27 de agosto de 1968. Miles y miles más se movilizaron al Zócalo y se rehusaron a desalojarlo hasta que irrumpieron los tanques y las bayonetas para limpiar la Plaza de la Constitución para que el presidente Gustavo Días Ordaz rindiera su informe de gobierno el 1 de Septiembre de 1968.

Y para responder a la violencia del estado, el 13 de septiembre se marchó en silencio desde el museo nacional de antropología, en Chapultepec, hasta el zócalo. Fue impresionante y memorable la disciplina de la multitud que se mantuvo en silencio hasta que el último contingente entró al Zócalo. En ese momento las voces de todos los hombres y las mujeres cimbraron la Plaza de la Constitución. Ahí el pasado y el presente de México se encontraron.

Días después, el ejército tomó las instalaciones de la ciudad universitaria. Según el gobierno lo hizo para abortar la conjura comunista contra el Estado mexicano. Asimismo buscaba en apariencia salvaguardar las olimpiadas que se realizarían en México en 1968. No satisfechos con el operativo militar, los días que siguieron hubo choques de granaderos con los residentes de Tlatelolco y balaceras con metralletas en las vocacionales del Instituto Politécnico Nacional. Era la antesala de la masacre del 2 de Octubre en Tlatelolco. Entonces, el Consejo Nacional de Huelga convocó a un mitin, pero el gobierno ya había preparado una emboscada. Como en 1521, la sangre volvió a correr en Tlatelolco. La iglesia y los poderes fácticos se volvieron cómplices. Juntos encubrieron un crimen de Estado contra la generación de 1968.

A 49 años de la matanza de Tlatelolco, nadie ha resultado culpable de la masacre y desde entonces se continúan realizando crímenes de Estado y desapariciones forzadas.


La Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, México, 1968.

Carlos Arango. Director ejecutivo de Casa Aztlán, en Chicago.