13 colores de la resistencia hondureña

13 colores de la resistencia hondureña


Prefacio del Traductor

“Esto parece nuestro barrio”, dijo uno de los jóvenes mientras miraba por una ventana cubierta en polvo hacia una fila de soldados que sostenían sus AK-47 parados al lado de las curvas precarias del camino montañoso. Era el verano del 2014, cinco años después del golpe de Estado en Honduras, cuando habíamos llevado a un grupo de maestras y jóvenes de Chicago para que fueran testigos de la represión y resistencia inclaudicable del pueblo hondureño. Desde cierto punto de vista, no puede haber dos lugares más distintos que el pueblo montañoso de Río Blanco y los barrios del sur de Chicago. Sin embargo, como sobrevivientes del hostigamiento constante de la policía, del desplazamiento de sus tierras y de la negación de sus derechos, estos jóvenes fácilmente tradujeron la lucha del pueblo hondureño a su propia realidad.

Después de viajar por horas en la camioneta, llegamos al sitio en donde la comunidad había tomado una calle durante varios meses para prevenir que fuera represado el Río Gualcarque, fuente de sobrevivencia y significado espiritual para el pueblo Lenca que vive en la zona montañosa del occidente de Honduras. Berta Cáceres, quien inicialmente me presentó a la autora de este libro, luego sería asesinada por su defensa de este río, del territorio por el cual fluye y del pueblo que allí vive. Pero eso sería después. En ese momento, ella facilitaba una discusión sobre cómo responder ante los actos entonces recientes de hostigamiento por parte del ejército y a las acusaciones peligrosas de la policía. Rompiendo un breve silencio contemplativo, Karla Lara, traductora musical de las experiencias de su pueblo a lo largo de más de cinco años de resistencia al golpe de Estado, pidió permiso para cantar su famosa reinterpretación del himno nacional. Liberó una melodía suave e impactante que fluyó entre los pinos y llenó el valle, mezclándose con el rugido distante del río y cautivando a todo el mundo presente. Cantó como ha cantado en un sinnúmero de veces durante esta jornada de resistencia hondureña, como lo hace en uno de los cuentos de 13 colores de la resistencia hondureña, un libro que luego ella sugeriría que yo tradujera.

En 13 colores de la resistencia hondureña, la luchadora feminista y autora Melissa Cardoza cuenta 13 historias de mujeres de la resistencia hondureña después del golpe de Estado del 28 de julio de 2009 en contra del Presidente Manuel Zelaya. Zelaya había chocado con la oligarquía hondureña y la gente que la respalda en los Estados Unidos. En respuesta a los movimientos sociales hondureños, había aumentado el salario mínimo, apoyado a l@s campesin@s en las luchas por la tierra y entrado en negociaciones con sectores de la sociedad que siempre habían sido excluidos de la toma de decisiones que los afectaban. Cuando propuso una encuesta para saber si el pueblo quería la opción de votar si se realizaba una posible constituyente, sus enemigos dijeron ‘hasta allí no más’. Lanzaron una campaña feroz de desprestigio en contra de Zelaya, acusándolo de ser un títere de Hugo Chávez, un comunista y de querer ser presidente de por vida. Solo tres meses antes del golpe, una representante oficial del Instituto Republicano Internacional había dicho, “en broma”, que: “se suponía que los golpes de Estado habían salido de moda hace tres décadas… hasta ahora.” Luego, el 28 de junio de 2009, los militares hondureños allanarían la casa del presidente y lo llevarían en pijamas a un helicóptero a Costa Rica, después de pasar primero por una base militar de Estados Unidos. en Honduras. Dirigidos por el General Hondureño Romeo Vásquez Velásquez, quien fue entrenado en la Escuela de las Américas en Estados Unidos, habían llevado a cabo el primer golpe de Estado del siglo XXI en Centroamérica. Los militares y la oligarquía hondureña rápidamente impusieron un gobierno interino, deshicieron la mayor parte de las reformas progresivas que Zelaya había iniciado y aprobaron cientos de concesiones para las empresas privadas… incluso el derecho para construir la represa Agua Zarca sobre el Río Gualcarque en la comunidad de Río Blanco. Sin embargo, los golpistas fueron sorprendidos cuando miles de personas en todo el país salieron espontáneamente a las calles. El número de gente, así como la profundidad de su visión y compromiso durante cientos de días de movilización consecutiva, continuaron creciendo con mujeres valientes siempre presentes en las primeras filas.

Melissa describe esa etapa como los tiempos “cuando las manifestaciones eran poesía en las calles”. No hay nadie mejor que ella para traducir la poesía en las calles en la prosa de las páginas. Una periodista sin miedo, en el país más peligroso del mundo para la gente de su oficio, una lesbiana en una tierra donde las personas LGBT regularmente aparecen como cadáveres en las calles, una activista en un lugar en donde los rostros de l@s desaparecid@s llenan muros, una mujer afro-indígena en una región en donde el racismo sigue asesinando, Melissa es una autora que conoce el significado de la resistencia. 13 colores de la resistencia hondureña es su obra más íntima e impactante hasta la fecha. Como sugiere el título, es un libro sobre las identidades plurales e interseccionales de aquellos quienes se encontraron en las calles de la resistencia. Y a la vez, es un libro sobre lo que comparten no solamente entre sí, sino con todos los pueblos que luchan por un mundo más justo. Melissa teje juntas las historias de estas 13 mujeres de tal forma que los lectores, sin conocimiento previo de los eventos del golpe de Estado y la resistencia en Honduras, terminan convencid@s de su importancia fundamental para las luchas de liberación en todas partes del mundo.

Esa convicción compartida por l@s jóvenes y maestr@s ese día en Río Blanco, es también compartida por Karla en cada canción que canta, por Melissa mientras documenta la resistencia incansablemente; la convicción por la cual Berta dio su vida, es lo que motivó esta traducción. Estas historias no fueron fáciles de traducir. Están llenas de hondureñismos que solo tienen equivalentes aproximados en el español de otros países y tan solo un eco en el inglés lejano de Estados Unidos. Pero es en ese inglés lejano que tantas de las políticas y planes que hacen desatar estos eventos están formulados. De cierta forma, estas no son historias hondureñas, sino americanas, en los dos sentidos de la palabra. Son historias que surgen de los siglos de colonialismo, resistencia, luchas independentistas, dictaduras, revoluciones, intervenciones imperialistas, recursos saqueados, ajustes estructurales impuestos y rebeldías populares que componen la historia de América Latina en los últimos 500 años. Son historias que surgen no solamente de Honduras, sino de todo el continente americano. Y también son historias marcadas por las huellas de Estados Unidos de América. Historias de un país en donde los dos partidos políticos tradicionales surgen de las empresas bananeras estadounidenses. Historias de un país en donde se maquila la ropa que muchos de nosotros vestimos. Historias de un país en donde el ejército está entrenado y financiado por Estados Unidos. Historias de un país cuyo terreno sirvió como base para lanzar las operaciones de la CIA en contra de las revoluciones de sus países vecinos. Historias de un lugar en donde llueven gases lacrimógenos con las palabras “made in the USA” imprimidas en sus contenedores; en donde llueven balas de helicópteros de la DEA que matan a mujeres embarazadas. Estas historias son tan “americanas” como hondureñas.

Irónicamente, algunas de las palabras más difíciles para traducir del español son las que describen las políticas planeadas en inglés. Los planes y las políticas se hacen en inglés y se resisten en español. Es significativo que la frase golpe de Estado solo existe en inglés como una frase prestada del francés: ‘coup d’etat’. La frase en español, golpe de Estado, significa literalmente un golpe hecho al Estado y es un vocabulario esencial para entender la historia y la política en Latinoamérica. Aunque ha habido un sinnúmero de golpes de Estado, aún nos falta un vocabulario en inglés para hablar sobre tales eventos. Es como si el preservar el sonido extranjero del lenguaje de una intervención, pudiera esconder la realidad de esas intervenciones que no son historias de “otros” pueblos en otras tierras, sino que nosotros mismos, nuestro gobierno, nuestros impuestos, somos personajes, utillajes, actores en esas historias. Este engaño lingüístico y político dificulta aún más el trabajo del traductor.

En Honduras, un país que ha vivido varios golpes, existen varias palabras derivadas del término golpe de Estado. Principal entre ellas está golpista, palabra que puede significar quienes planearon, ejecutaron, financiaron o apoyaron el golpe. Una de las hijas de Berta me contó una vez que después del golpe de Estado, esa palabra se convirtió en un insulto entre estudiantes durante los recesos escolares, que a veces significaba ‘matón’ y a veces ‘lambiscón’. Se usa como sustantivo y adjetivo. La prensa que esconde los abusos de derechos humanos es golpista. Las actitudes y acciones opresivas son golpistas. Y luego están las formas en las que el término golpe de Estado ha sido utilizado para conectar la violencia del Estado con la violencia doméstica, como cuando las feministas en resistencia usan el lema “ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres”, cuya traducción literal al inglés sacrificaría no solamente su ritmo y uso creativo de las palabras, sino también el impacto de su contenido político.

Este solo es un ejemplo de los muchos retos que enfrenté durante la traducción de los 13 colores de la resistencia hondureña al inglés. En el proceso de traducir, intenté recrear en inglés los olores, sonidos, imágenes, sentimientos de las mujeres que describe Cardoza y, al mismo tiempo, hacer uso de los lenguajes de resistencia de la gente marginada dentro de Estados Unidos, pues, al final de cuentas, si l@s jóvenes pueden mirar a la gente de Río Blanco cuando enfrenta a los militares y luego traducir fácilmente eso a sus propias experiencias de hostigamiento y violencia por parte de la policía de Chicago, es porque estas no son historias aisladas del “otro”. Estas son historias que apuntan hacia el deseo universal de lograr la libertad, la alegría y esperanza que espontáneamente irrumpe en medio de los tiempos más difíciles, la intersección de mundos, la resistencia y determinación de los pueblos en todo el mundo que se atreven a soñar y a resistir.

 

13 colores de la resistencia hondureña se presentará el domingo 30 de abril a las 4:00 pm en La Catrina Café.

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Matt Ginsberg-Jaeckle is a Chicago-based translator, interpreter and organizer. He started doing human rights accompaniment in Honduras at the age of 18 alongside the Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), an indigenous organization of the Lenca people in Western Honduras founded by Berta Cáceres, who first introduced him to Melissa Cardoza, author of 13 Colors of the Honduran Resistance. In Chicago, Matt was a co-founder of Southside Together Organizing for Power (STOP), and helped organize campaigns to win a trauma center on Chicago’s south side and to fight Mayor Emanuel’s closing of half of the city’s mental health clinics. After the 2009 coup d’etat in Honduras, Matt joined Chicago-based Honduran solidarity collective La Voz de los de Abajo, with whom he has helped organize numerous human rights delegations to Honduras and done work opposing U.S. intervention in Latin America and support for the repressive Honduran post-coup regime. Matt holds a BA in Latin American History from the University of Chicago and an MA in Translation and Interpreting Studies from the University of Illinois Champaign-Urbana. He currently works in an international patient program at a local hospital and teaches classes for healthcare interpreters.